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Irán: prosigue la satanización y se mantiene la nebulosa
Red Voltaire
Ya hemos estudiado en anteriores ediciones la forma en que
la prensa dominante occidental presenta la
«crisis iraní» (designación que induce a pensar en una culpabilidad
de Irán en las tensiones relacionadas con dicho país). Mediante una mezcla de
acusaciones acerca de violaciones de los derechos humanos en la República
Islámica, ambición nuclear y de provocaciones verbales del presidente
Ahmadineyad, los medios masivos de comunicación fabrican para sus lectores la
imagen amenazadora de un Estado enemigo. Esta estrategia de satanización ofrece
un grupo de justificaciones para aprobar sanciones contra Teherán; constituye
una argumentación poco convincente, pues el hecho de no ser una democracia
liberal no significa ser peligroso, y porque los avances en materia de derechos
humanos en Irán, aunque insuficientes, felizmente son más rápidos que en Bagram
o Guantánamo.
Cuando estudiamos la satanización mediática de Irán, vimos que se trataba de un
proceso muy similar al que había precedido al desencadenamiento de la invasión a
Irak. Irán está acusado de los mismos crímenes: relación con «el» terrorismo,
amenaza para Israel y para «Occidente», fanatismo de los dirigentes imposible de
razonar, voluntad de desarrollar un arsenal de los más peligrosos, graves
violaciones de los derechos humanos, etc. Sin embargo, también habíamos señalado
una diferencia fundamental: las repetidoras tradicionales de la administración
Bush y de los círculos norteamericanistas, es decir, los partidarios de la
Pax Americana, en su mayoría evitaban llegar al llamado explícito a una
intervención militar. Entonces nos interrogábamos sobre la posibilidad de un
desarrollo futuro de este discurso, necesario para el consentimiento de la
opinión pública en lo tocante a una operación militar, o acerca de si esta
ausencia de llamado a la guerra indicaba una indecisión de las élites
norteamericanistas sobre la finalidad de la crisis.
Es necesario señalar hoy que la preparación psicológica de la población
occidental para la guerra contra Irán no ha alcanzado aún el nivel de los meses
anteriores a la guerra contra Irak.
Durante estos últimos días, las encuestas del New-Yorker y del
Washington Post sobre la eventualidad de un golpe nuclear estadounidense
contra Irán han llevado a los editorialistas a volver a la carga sobre la
pertinencia de una intervención. Hemos leído tribunas más dirigidas hacia un
ataque aéreo, pero la propaganda en este sentido permanece limitada. Irán, por
su parte, no ha interpretado estas informaciones como una amenaza contraria al
derecho internacional, sino como una operación de intoxicación con el objetivo
de intimidarlo.
Los expertos mediáticos norteamericanistas se muestran sutilmente amenazadores.
La directora de Asuntos Estratégicos del Comisariado para la Energía Atómica y
miembro del Consejo de Vigilancia de la célula europea de la Rand Corporation,
Thérèse Delpech, siembra la alarma en Le Figaro: Irán está más próximo de
lo que se cree de la adquisición del arma atómica. Lamenta la incapacidad de las
autoridades de la ONU para frenar el desarrollo del armamento nuclear iraní, del
que no duda. En estas condiciones, se justificaría un ataque israelí a Irán y
los diplomáticos podrían ser reconocidos como los únicos responsables debido a
su incapacidad para solucionar la crisis.
El estratega del Pentágono, Edward N. Luttwak, afirma que es posible,
contrariamente a lo que pretenden algunos «escépticos» (corriente de pensamiento
cuyos miembros no identifica) destruir en una noche el programa nuclear iraní.
En efecto, un ataque aéreo no debería arrasar todas las instalaciones nucleares,
sino únicamente aquellas cuya reconstrucción tomaría años o que sería imposible
reconstruir teniendo en cuenta la vigilancia internacional. Esta sugerencia,
publicada en el diario Ha’aretz, es presentada como un simple aporte al
debate político y no como un apoyo explícito a un golpe aéreo contra Irán. Esto
significa olvidar que Luttwak tiene doble nacionalidad –israelí y
estadounidense–, que es un renombrado historiador del Tsahal y que parece haber
desempeñado un papel en la Operación Ópera: el 7 de junio de 1981, los F-16
israelíes bombardeaban el reactor nuclear Osirak, construido por los franceses
en Irak. Así, el lector podrá interpretar esto como una invitación a lo mismo.
Para fortalecer su argumento, Luttwak subraya que Irán no tendría mayor
capacidad para reconstruir sus instalaciones nucleares de la que tiene para
desarrollar sus refinerías, al punto que es importador de gasolina mientras es
gran exportador de petróleo. Observemos que si se prolonga este razonamiento,
podemos preguntarnos cómo Irán estaría apto para construir una bomba atómica sin
que siquiera pueda desarrollar una infraestructura tan vital como refinerías.
Como quiera que sea, no hay cómo disertar sobre la posibilidad evidente de
causar graves daños a las instalaciones nucleares iraníes. La verdadera cuestión
para los estrategas reside en evaluar la capacidad de respuesta iraní, la que no
permitieron ver con claridad los ejercicios navales «Gran Profeta» que acaba de
realizar Irán. Teherán pretendió haber probado tantas armas extravagantes que
los observadores sospechan de ese alarde: el misil balístico fantasma Fajr-3, el
misil antiaéreo termodirigido Misagh-1, el misil tierra-mar Kowsar para búsqueda
de objetivos, el navío-hidroavión de gran velocidad, el torpedo Hout
superpropulsado.
Por su parte, el director ejecutivo de la organización atlantista German
Marshall Fund, Ronald Asmus, no cree en la eficacia de un ataque aéreo. En el
Washington Post, propone que «Occidente» organice la contención de Irán.
Para que esto sea eficaz, es necesario que su brazo armado, la OTAN, se
reorganice en dirección del Medio Oriente e integre a Israel en su seno.
Teniendo en cuenta las conclusiones del autor, no sabemos si Asmus se preocupa
realmente por Irán o ve en este «adversario» un cómodo pretexto para apoyar una
ampliación de la OTAN, reclamada por los círculos atlantistas desde hace tiempo.
La prensa árabe no parece dudar en cuanto a la ocurrencia de la guerra. El
periodista y poeta jordano, Mohamed Nadji Amaira, expresa su convicción en
Alwatan y le preocupan sobre todo la posición de lo países árabes en el
conflicto y las repercusiones regionales. Fiel a la línea de numerosos
editorialistas árabes, su artículo está marcado por la hostilidad hacia Estados
Unidos, visto como el aliado del enemigo sionista, pero también por una
hostilidad hacia los iraníes, estigmatizados por sus provocaciones.
Por la parte iraní, se denuncia una voluntad occidental de impedir el desarrollo
económico y energético del país al privarlo de un recurso nuclear legítimo desde
el punto de vista del derecho internacional.
En el New York Times, el embajador iraní en la ONU, Javad Zarif, recuerda
las grandes líneas de la justificación internacional sobre la política nuclear
iraní. La elección del periódico no es anodina ya que el diario neoyorquino es
la referencia de los diplomáticos de la ONU. Zarif recuerda que el programa
iraní es pacífico, que no existen pruebas de un desarrollo militar, que las
instancias religiosas del país se oponen a la fabricación del arma atómica y que
Irán no ha invadido o atacado a ningún país en 250 años. Este texto es publicado
también por el diario árabe Asharqalawsat.
Es muy difícil establecer pronósticos sobre las reales intenciones de los
protagonistas políticos en cuanto a la cuestión iraní a partir de sus encendidos
discursos. La indecisión perceptible en los editoriales y la ausencia de una
preparación masiva de la opinión pública para un conflicto sólo pueden incitar a
la prudencia. En la actualidad existen dos escuelas entre los analistas.
Para unos, ha comenzado la preparación militar y psicológica que conduce a un
conflicto, y las tribunas de analistas como Luttwak constituyen una señal
precursora. En este caso, gradual y quizás rápidamente, se iría subiendo el
tono. Ya en Estados Unidos, los círculos fundamentalistas cristianos, que apoyan
el sionismo por razones teológicas, y sus muy influyentes redes
radiotelevisivas, afirman que Ahmadineyad es el Anticristo que quiere destruir
Jerusalén e impedir el retorno de Cristo. Es el tema de una obra que ocupa
actualmente el segundo lugar de ventas en librería: Jerusalem Countdown.
Es también el enfoque defendido por la organización Christian United for Israel
(CUFI), una red de iglesias evangélicas que el diario israelí Ha’aretz ve
como un lobby pro israelí más poderoso que el AIPAC.
Sin embargo, otros analistas consideran que no habrá ataque a Irán. Por el
contrario, los ex agentes del Irangate, hoy de vuelta al poder en Washington,
habrían reanudado los contactos con sus amigos iraníes. Retomando los viejos
hábitos, armarían secretamente a Irán para presionar a Rusia por su flanco sur,
hipótesis apoyada por la prisa rusa para encontrar una salida a la crisis
favorable a los iraníes, y sobre todo por la evidente influencia moderadora de
Teherán junto a la Resistencia iraquí.
El responsable de la estrategia económica para la compañía de gestión de valores
Lord Abbett, Milton Ezrati, no cree en el éxito de la bolsa petrolera en euros
cuya próxima apertura es anunciada por Teherán (ver nuestro Enfoque de hoy). En
el Christian Science Monitor, considera que esta herramienta, concebida
para debilitar el dólar, no tiene muchas posibilidades de lograr su objetivo. Se
interroga sobre la voluntad de los inversionistas para emprender este camino (es
decir, desafiar la Reserva Federal norteamericana). Sobre todo, ignorando el
éxito de la zona franca de la isla Kish, duda de la capacidad iraní para crear
una plaza financiera atractiva.