Medio Oriente - Asia - Africa
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Un ataque preventivo contra Irán sería una locura
Texto de quien fuera consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos
Zbigniew Brzezinski
Para el autor, un ataque contra Irán no sólo sería ilegal sino también un acto de locura política, que pondría en marcha una conmoción progresiva de los asuntos mundiales. Con EE.UU. como blanco creciente de la hostilidad generalizada, la era del predominio norteamericano podría tener un fin prematuro
oEl anuncio hecho por Irán, en el sentido de haber enriquecido una cantidad
mínima de uranio, desencadenó pedidos urgentes para un ataque aéreo preventivo
de Estados Unidos de parte de las mismas fuentes que tiempo antes presionaron
por la guerra en Irak.
Si llega a haber otro ataque terrorista en EE.UU., pueden apostar a que se
lanzarán de inmediato acusaciones de que Irán fue el responsable, de modo de
generar una histeria colectiva en favor de acciones militares.
Existen sin embargo cuatro convincentes razones en contra de un ataque aéreo
preventivo contra predios nucleares iraníes. En primer lugar, en ausencia de una
amenaza inminente (y los iraníes se encuentran a varios años, por lo menos, de
contar con un arsenal nuclear), el ataque sería un acto de guerra unilateral. Y
si se realizara sin una declaración de guerra formal del Congreso, el ataque
sería inconstitucional y ameritaría el juicio político del Presidente.
De manera similar, si se realizara sin la anuencia del Consejo de Seguridad de
la ONU, ya sea sólo por Estados Unidos o en complicidad con Israel, mostraría a
los autores como criminales internacionales.
En segundo lugar, las presumibles reacciones de Irán complicarían las actuales
dificultades de EE.UU. en Irak y Afganistán, precipitarían posiblemente nuevas
acciones de violencia por parte de Hezbollah en el Líbano y otros sitios tal
vez, y harían casi con seguridad que EE.UU. quedara empantanado en un clima de
violencia regional durante una década o más. Irán es un país de cerca de 70
millones de habitantes y un conflicto con este país haría que el accidente en
Irak parezca trivial.
En tercer lugar, los precios del petróleo subirían marcadamente si los iraníes
redujeran su producción o buscaran desestabilizar el flujo de petróleo desde los
pozos petroleros sauditas. La economía mundial se vería gravemente afectada y se
culparía por ello a EE.UU. Los precios del crudo ya están por encima de los 70
dólares el barril, debido, en parte, a los temores de un enfrentamiento entre
Irán y EE.UU.
Por último, luego de ese ataque, EE.UU. se volvería un blanco del terrorismo aún
más probable, reforzando las sospechas internacionales de que el apoyo de
Washington a Israel es en sí mismo causa importante del aumento del terrorismo
islámico. EE.UU. se aislaría más y se volvería por ende más vulnerable mientras
las perspectivas de un eventual acuerdo regional entre Israel y sus vecinos
serían aún más remotas.
En síntesis, un ataque contra Irán sería un acto de locura política, que pondría
en marcha una conmoción progresiva de los asuntos mundiales. Con EE.UU. como
blanco creciente de la hostilidad generalizada, la era del predominio
norteamericano podría tener un fin prematuro.
A pesar de que EE.UU. es claramente el actor dominante en el mundo actual, no
cuenta ni con el poder ni con la inclinación interna como para imponerse y
mantener su voluntad a la luz de una resistencia costosa y prolongada. Esta es
la lección que aprendió con sus experiencias en Vietnam e Irak.
Aún si EE.UU. no planea un ataque militar inminente contra Irán, las
persistentes insinuaciones hechas por funcionarios oficiales, en el sentido de
que "la opción militar está sobre la mesa", impiden el tipo de negociaciones que
podrían volver innecesaria esa opción. Este tipo de amenazas podrían unir a los
nacionalistas iraníes y a los fundamentalistas shiítas, ya que la mayoría de los
iraníes están orgullosos de su programa nuclear.
Las amenazas militares refuerzan también las crecientes sospechas
internacionales de que EE.UU. estaría alentando de forma deliberada la
intransigencia iraní. Lamentablemente, uno debe preguntarse si estas sospechas
no están justificadas, de hecho, aunque sea en parte.
EE.UU. ya está asignando fondos, de hecho, para la desestabilización del régimen
iraní y estaría mandando equipos de Fuerzas Especiales a Irán para incitar a las
minorías étnicas de modo de fragmentar al estado iraní (¡en nombre de la
democratización!). No cabe duda que dentro de la administración Bush hay gente
que no desea ninguna solución negociada, apoyada por defensores externos de las
acciones militares y alentada por avisos en los diarios a página entera que
exageran la amenaza iraní.
Hay una ironía no intencionada en la que el ultrajante lenguaje del presidente
iraní Mahmoud Ahmadinejad ayuda a justificar las amenazas de figuras de
Washington, lo que ayuda a su vez a este político a explotar más su
intransigencia, obteniendo más apoyo local a favor de él mismo y del programa
nuclear iraní.
Es hora entonces de que Washington piense con realismo y estrategia, con una
perspectiva histórica y con el interés nacional de EE.UU. en mente. Es hora de
suavizar la retórica. Estados Unidos no debiera dejarse guiar por las emociones
o por una sensación de misión religiosa.
Tratar a Irán con respeto y dentro de una perspectiva histórica contribuiría al
avance de ese objetivo. La política norteamericana no debiera verse afectada por
el actual clima de urgencia que recuerda de forma ominosa al que precedió a la
equivocada intervención en Irak.