Medio Oriente - Asia - Africa
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Palestina y el juego de la manipulación
Gema Martín Muñoz
El País
No existe en la historia un conflicto más manipulado y tergiversado que el de
Palestina. De nada sirve que todo el corpus jurídico internacional exponga con
una claridad meridiana todas las violaciones que Israel ha cometido sobre unos
territorios palestinos que no le pertenecen y un pueblo al que inflige una
cantidad infinita de castigos, abusos y humillaciones. La alquimia de las
palabras acaba por modificar los conceptos. La ocupación se ha ido convirtiendo
en "territorios en disputa", el cumplimiento de la ley por parte de Israel en
"concesiones" o "gestos", las colonias en "asentamientos" (incluso en "barrios
judíos"), el muro en "valla de seguridad". Y, por supuesto, el terrorismo es un
término del que los palestinos tienen la exclusiva. Esta manipulación del
lenguaje ha ido transformando la visión del conflicto: los progresos hacia la
paz dependen del comportamiento de los ocupados (la Autoridad Palestina) y no
del ocupante (Israel), las presiones y exigencias recaen sobre la víctima y no
sobre el verdugo, y los donantes internacionales pagan los costes de la
ocupación sin desafiarla. Se dice "el desarrollo económico de los territorios
palestinos es indispensable para asentar la paz en la región" (Banco Mundial),
pero no se acompaña de la voluntad de atacar políticamente la causa que genera
esa situación de crisis humanitaria, de manera que la ayuda internacional se ha
convertido en la compañera de viaje de la ocupación. Es más, libera
económicamente a Israel de su responsabilidad ante la ley internacional (que
como fuerza ocupante tiene que asumir la asistencia a los ocupados), no exige
nunca compensaciones a Israel por lo que destruye y una parte considerable de
esa ayuda va a programas sobre la "reforma" y la "democracia", creando la
ficción entre los palestinos y la opinión internacional de que existe un proceso
político en marcha para la construcción del Estado palestino, cuando en realidad
no se está haciendo nada para evitar que ese Estado palestino sea un bantustán
inviable donde de poco va a servir la democracia.
El último eslabón de esta cadena de inversiones de la realidad la está
protagonizando la desaparición (por ahora política) de Ariel Sharon. Al que fue
toda su vida un "hombre de guerra" (o más bien de crímenes de guerra) se le
califica de "hombre de paz"; a quien nunca reconoció jerarquía, leyes, normas,
ni ética; al que nunca ha aceptado la más mínima idea de negociación con los
palestinos, al artífice de la colonización judía en tierras palestinas, al
hombre del apartheid y la limpieza étnica, al que ha hecho territorialmente
inviable la existencia de un Estado palestino, el que ha cambiado la paz por el
extremismo y la radicalización palestinas, ¡se le presupone un "legado" que hay
que conservar! Consérvenlo, y Oriente Medio no verá nunca la paz ni la
estabilidad.
La presentación de las elecciones palestinas está también sometida a esa
dinámica de crear espejismos que ocultan la realidad. Se busca dar sensación de
normalidad a una situación que es profundamente anómala porque se celebran sin
ninguna perspectiva de que acabe la ocupación y porque dos tercios de la
población palestina no tienen derecho al voto; y el tercio que lo tiene lo hace
bajo ocupación militar (lo que interfiere en la libertad de movimientos de los
votantes y en la de los candidatos para hacer su campaña). En Jerusalén Este
Israel sólo ha permitido que voten 6.300 palestinos de los 110.000 que deberían
hacerlo (esos "afortunados" han sido elegidos por sorteo), y todos los
refugiados que no viven en los territorios vuelven a quedarse al margen del voto
"nacional".
Las elecciones se celebran para elegir un Consejo Legislativo y, en
consecuencia, un nuevo gobierno que no tendrá ningún Estado que gobernar, sino
mantener un esqueleto institucional que permita plantear que todo el proceso
hacia la paz depende del comportamiento de los palestinos y no de Israel. Las
elecciones crean la ilusión de que existe un proceso político que eventualmente
llevará al Estado palestino y mientras exista esa ilusión Israel puede continuar
con su política de apropiación de territorio para llegar a una "solución" que
ningún líder palestino puede aceptar. Por ello, ha impuesto el unilateralismo y
ha ignorado a cualquier interlocutor palestino. Primero, el problema era Arafat,
pero Abu Mazen no ha corrido mejor suerte y en el futuro el pretexto será que
Hamás está presente en las instituciones palestinas. Mientras tanto, se sigue
con el muro que invade el territorio palestino, se intensifica la colonización
de Cisjordania, la judeización de Jerusalén Este, e incluso se sitia a los
núcleos de población palestina israelí levantando otros muros que la aíslan y le
van haciendo imposible la subsistencia. Objetivo: apropiación de territorio
cuando quede limpio de palestinos. Y todo ello con el beneplácito de EE UU y el
conformismo de los europeos.
Para los palestinos las elecciones tienen otra lectura. Son una búsqueda
desesperada de poner en orden su propia casa, acabar con el caos y reforzar su
liderazgo político. Mientras la popularidad de Hamás ha crecido, la de la OLP (y
su principal grupo, Al Fatah) ha descendido. Pero el propio Mahmud Abbas
necesita a Hamás en el juego político para conseguir imponer el orden. El éxito
de Hamás le debe mucho a Ariel Sharon (recomiendo el artículo de Bradley Burston,
"Hamas 'R' Us" en Haaretz 19 de enero de 2006). Despreciando cualquier nivel de
negociación con Mahmud Abbas, Sharon no ha hecho absolutamente nada para que
ganase un mínimo crédito ante su población; por el contrario, ha invertido en la
radicalización y la violencia. Pero tampoco nadie se ha interesado por
supervisar el comportamiento honesto y democrático de los actores e
instituciones palestinas que nacieron al calor de la comunidad internacional en
el marco de Oslo. La consecuencia es que la corrupción y la fragmentación
clánica de Fatah, junto a su incapacidad por mejorar en algo la situación
draconiana de ocupación, le pasan recibo hoy día. También hay que decir que la
falta progresiva de perspectivas de un Estado palestino genera una dinámica
viciosa: ha promovido las estrategias de supervivencia personales en busca de
prebendas, desvíos de fondos y el "sálvese quien pueda" en las elites dirigentes
palestinas. Así, Hamás se va a beneficiar, además de sus propios votantes, de
muchos que ven en él una imagen de marca anticorrupción, lo cual es cierto, y
del voto de castigo a Fatah. Ésa es la realidad, y ante la misma ¿qué posición
habría que tomar?
La integración de Hamás en el sistema político palestino es un factor positivo y
la mejor manera de garantizar el mantenimiento del cese el fuego, que ha
respetado a pesar de las provocaciones constantes israelíes. Y no hay que
ignorar que el uso del terrorismo de Hamás es la otra cara de la moneda del
terrorismo de Estado que practica Israel. En los últimos meses, su dirección en
las municipalidades constata que Hamás ha apostado por el buen gobierno (lo que
facilitaría mucho la gestión de la ayuda internacional) y el pragmatismo,
dejando de lado, salvo en algún caso excepcional, la imposición de normas
islámicas. Otro síntoma es que su discurso en la campaña electoral ha dejado de
lado los aspectos más radicales de su carta constitucional con respecto a
Israel. Y, además, su incorporación en el gobierno local y nacional es la mejor
vía para marginar la vía militar, porque la realidad es que la Autoridad
Palestina no tiene ninguna capacidad de desarmar a Hamás.
Frente a esta realidad, EE UU y la UE están manteniendo una posición carente de
sentido (aceptar y facilitar su participación pero amenazando contra su éxito
electoral) con el riesgo de no aprovechar un hecho inevitable que puede tener un
impacto positivo, porque es claro el deseo de Hamás de obtener reconocimiento
internacional. Cortar la interlocución con ellos, y no aceptar los resultados
democráticos de las elecciones, les llevaría a perder la ocasión de condicionar
y alentar una refundación de Hamás que fuese gradualmente dimitiendo de su
estrategia militar y aceptando la negociación con Israel. Claro está que eso
significaría también presionar con firmeza a Israel para que negocie. Quizá sea
ése el verdadero problema que no quieren afrontar.
*Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de
la Universidad de Madrid.