Medio Oriente - Asia - Africa
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Islam y resistencia anticolonial
Caricaturas teológico-políticas
John Brown
Viento Sur
http://www.nodo50.org/viento_sur/
"¿Acaso os habéis preguntado por qué no es Suecia el país que hemos
atacado?".
Osama Ben Laden, Mensaje al pueblo americano /1.
Es difícil sentir la más mínima solidaridad con las turbas religiosas que
reclaman censura y hasta la pena de muerte contra los blasfemos que han
publicado caricaturas del Profeta. La libertad de expresión es algo sagrado y en
una democracia, un régimen cuyo único fundamento en teoría es la autónoma acción
constitutiva de los hombres, debe ampararse la blasfemia y la propaganda atea
del mismo modo que la expresión religiosa lícita. Un Estado laico nada debe
temer de la blasfemia ni del ateismo, pues sus fundamentos no son teológicos.
Por ello mismo, la tolerancia hacia los actos lícitos de los diversos cultos
religiosos no debe ser distinta de la que debe amparar otras opiniones, en
particular las contrarias a la religión o a una forma de religión en particular.
Ninguna religión merece protección contra lo que considere ella misma como una
blasfemia: la blasfemia, a diferencia del delito es una falta de ámbito
estrictamente privado y cuya definición obedece a criterios internos a cada
confesión. Si la blasfemia se incluyera en el ordenamiento jurídico, se estaría
con ello otorgando competencia legislativa en materia penal a una instancia
privada como es una confesión religiosa. Si todas las confesiones religiosas
tuvieran esta potestad, la lógica interna de la persecución de la blasfemia
conduciría a la prohibición de todo culto religioso. Y es que cada una de las
religiones constituye por sí misma la más espantosa blasfemia contra las demás.
¿Acaso no resulta blasfemo rendir a Dios cultos idólatras o inmorales o profesar
sobre El opiniones heterodoxas? Considerar, como hace el Talmud, que Cristo es
un falso Mesías hijo de la peluquera Miriam y del legionario romano que lleva el
curioso nombre de Panthera, o, como afirma el cristianismo desde hace siglos,
que los judíos son deicidas o que el Profeta del Islam es un falso profeta son
constantes y necesarios actos blasfemos de una religión contra otra. ¿Acaso
puede aceptar una religión que cree basarse en la verdad revelada que otras
pretendan lo mismo sin considerarlas blasfemas?
Sentado este principio, los acontecimientos que se han venido desarrollando a
partir de la publicación por el diario danés Jylland Posten de una serie de
caricaturas del Profeta del Islam, se inscriben en un marco histórico que las
hace particularmente odiosas, a ellas y al conjunto de reacciones que han
amplificado su eco, por motivos estrictamente políticos. En primer lugar, vale
la pena fijarse en la caricatura que ha tenido más publicidad: la del Profeta
tocado de un turbante que culmina en la mecha de una bomba. Por mucho que
insistan los musulmanes o los expertos occidentales en integrismo en que aquí el
problema radica en que el Islam prohibe la representación del Profeta (en
realidad de su rostro: las ilustraciones persas y turcas de la Vida de Muhammad
lo representan, pero con el rostro en blanco), lo que está realmente en juego es
otra cosa, la calificación del Islam como religión "terrorista".
No es de extrañar que en la Palestina que acaba de elegir triunfalmente a un
movimiento islámico de resistencia incluido en la lista de organizaciones
terroristas de la UE, las reacciones hayan sido particularmente vivas. ¿Acaso no
están hartos los Palestinos de que se los acuse de terrorismo por resistir a un
enemigo que desde hace más de 60 años viene expulsándolos progresivamente de su
propio país? El colmo es que se considere que la violenta y constante
resistencia que oponen a la ocupación de su país tiene que ver con una
particular idiosincrasia religiosa sin la cual caracería de motivo. El Islam es
hoy, entre otras muchas cosas, una expresión política de un movimiento
anticolonial cuyas manifestaciones laicas han fracasado. La operación ideológica
y política en que se inscriben las caricaturas de Mahoma y la consiguiente
agitación de los sectores interesados en promover una "guerra de civilizaciones"
tiene como principal resultado una radical despolitización de las resistencias
árabes e islámicas, la reducción de los motivos y objetivos enteramente
políticos de su acción a una obcecación ideológica con derivaciones violentas.
Es conocida la anécdota de Alejandro y el pirata que relata San Agustín en la
Ciudad de Dios: "/Con tanto donaire como verdad respondió un pirata apresado a
Alejandro Magno. Preguntado este hombre por el mismo rey, si le parecía bien
tener el mar infestado con sus piraterías, el pirata le consultó con insolente
contumacia: "Lo mismo que te parece a tí tener infestado el orbe: sólo que yo
porque pirateo con un pequeño bajel, me llaman ladrón y a tí, que con una armada
imponente pirateas, te aclaman Emperador." El resistente que carece de tanques y
aviones es un pirata o en términos más actuales, un "terrorista" por utilizar
medios mucho más limitados que quien lo oprime. No hay ninguna otra diferencia
entre ambos, salvo la legitimidad que da la fuerza. Dando la vuelta a la famosa
definición weberiana del Estado como monopolio de la fuerza legítima, puede
afirmarse que lo que hace legítima la fuerza es el propio monopolio...que lo que
hace de Alejandro un Emperador es el monopolio efectivo de la fuerza o de la
piratería. Esta curiosa idea que para San Agustín resultaría aberrante, pues la
legitimidad del poder se basa según él en la justicia, se ha convertido en una
verdad de sentido común en nuestra época que confunde el monopolio de la fuerza
con la paz y ve en esta paz un bien absoluto. De ahí que la resistencia, que no
reconoce la bondad de esa paz quede excluida del consenso universal. Su
inspiración no puede ser de este mundo: el resistente, denominado "terrorista"
sólo lo es como consecuencia de una afiliación religiosa fanática, no porque
reaccione de manera bastante comprensible a la ocupación y destrucción de su
país y de sus gentes. Como siempre en toda operación ideológica el efecto se
hace pasar por la causa: la carencia material de una resistencia que debe
recurrir a medios primitivos como el cinturón de explosivos para vencer el
monopolio de la violencia se convierte en "terrorismo" y este se considera
exclusivamente explicable mediante una etiología religiosa. Pero el terrorismo
es el otro nombre de la escasez de recursos militares y el fanatismo expresa la
liquidación del espacio público en que los problemas políticos pueden dirimirse
políticamente /2.
Observaba Osama Ben Laden en una de sus cartas encíclicas posteriores al 11 de
septiembre que nadie se preguntaba por qué no habían atacado los militantes
islámicos a Suecia sino a los Estados Unidos. Con la misma falsa ingenuidad cabe
preguntarse por qué los militantes de las facciones armadas palestinas atacan a
Israel y no a Mónaco o a Noruega. El furor musulmán ante la blasfemia sería
mucho más limitado y sólo afectaría a cuatro beatos con callo de la oración en
la frente, si no tuviera como telón de fondo la agresión permanente de las
potencias occidentales contra las zonas del mundo árabe y musulmán que no
aceptan la subordinación neocolonial. Ante la evidencia de esta agresión resulta
cínico condenar las distintas respuestas como manifestaciones más o menos
violentas de fanatismo religioso. Aún lo es más hacerlo desde la invocación del
principio de libertad de prensa y de expresión contrapuesto al fanatismo. Sería
mucho más digno de crédito el recurso a este principio si la misma prensa que
ahora lo esgrime tuviera la libertad de contarnos lo que está ocurriendo en Iraq,
o en Palestina o en Guantánamo, en vez de silenciarlo o distorsionarlo
sistemáticamente. Tendría más credibilidad en general la invocación del derecho
si se exigiera su cumplimiento en Iraq o en Palestina y se condenara a los
Estados criminales que con poderosísimos recursos lo violan, en nombre, por
cierto de la misión providencial de Israel o de los Estados Unidos en la que
tanto cree un fanático cristiano como Bush.
Lo que lleva la paradoja y el cinismo de la actual política europea y
norteamericana a un límite difícimente alcanzable son las distintas condenas de
la blasfemia contra Mahoma procedentes de los principales autores de la agresión
contra Iraq y destacadísmos cómplices del etnocidio palestino: George W. Bush y
Tony Blair. También resulta significativa la eficacia despolitizadora de toda
esta campaña: la gente en Iraq y Palestina se manifiesta contra los impíos
daneses y franceses contribuyendo así a dar pábulo a esa monstruosa fabulación
que es la "guerra de civilizaciones". Como si quisieran desmentir la sensatísima
observación de Osama Ben Laden que encabeza nuestro texto.
Estas maniobras de diversión no impiden que los objetivos anticoloniales de la
resistencia, expresados en lenguaje islámico o laico, siguen siendo objetivos
políticos. Así la victoria de Hamas, no es fundamentalmente la de un partido
islamista, sino la de un movimiento de resistencia que no se avergüenza de
serlo. Los miembros de la corriente mayoritaria de Al Fatah siempre se
esforzaron por demostrar que no eran terroristas sino amantes de la paz y lo
único que consiguieron fue dejar claro ante su propio pueblo que habían
renunciado a la resistencia, a la lucha por los derechos legítimos de Palestina
reconocidos por el derecho internacional. Lo terrible de Hamas para Israel y sus
aliados no es que hable un lenguaje religioso, sino que ha desenterrado algo
mucho más peligroso aún que es el lenguaje del derecho internacional. Y está
dispuesto a defenderlo, incluso mediante una violencia cuya legitimidad no se
pone en duda en ese propio derecho. Algo muy distinto del régimen de Al Fatah
que acertadamente comparara Edward Said con el gobierno colaboracionista de
Vichy y que desde el primer momento fue aceptado por los israelíes a cambio de
que pusiera orden en los territorios ocupados y terminara con la primera
Intifada.
Frente a la situación de Palestina y de Iraq, la prensa y la clase política
occidentales pasan por alto "detalles" tales como que existe el pueblo palestino
y tiene derechos sobre su propia tierra (entre ellos el de resistir a su
ocupación); que también existe el pueblo iraquí y ha sido víctima del más grave
crimen que reconoce el derecho internacional, la guerra de agresión, y también
resiste valientemente a la ocupación angloamericana. Lo único que ven nuestros
medios de comunicación y la aplastante mayoría de nuestros "representantes" es
terrorimo y fanatismo religioso, jamás situaciones de ocupación colonial y
resistencia, situaciones de este mundo y no del más allá marcadas por un
antagonismo político. En el mejor de los casos, gobiernos progresistas como el
de Zapatero, proponen un diálogo de civilizaciones para calmar los ánimos, sin
pensar que lo que nos acercaría a una situación más pacífica sería que se
aplicase el derecho internacional en Iraq y Palestina.
Para gozar pacíficamente de la libertad de opinión y de expresión que hoy
predican nuestros modernos filisteos de la prensa y de las clases políticas
occidentales, no sólo es necesario que esta se reconozca legalmente, también es
necesario que se den una serie de condiciones políticas: en primer lugar que
esta libertad no se utilice en el marco de una guerra contra los movimientos de
resistencia a las nuevas formas de colonialismo. La lucha por la libertad de
expresión no debe estar fundamentalmente dirigida contra el fundamentalismo
religioso, sino contra las situaciones de injusticia y de opresión que a través
de él se expresan. Tomar por enemigo de la libertad al islamismo olvidando que
lo que la amenaza aquí, en Bagdad y en Ramallah es la agresión imperial es algo
tan estúpido como el reflejo especular consistente en que los musulmanes
iraquíes y palestinos consideren que el enemigo es la Dinamarca blasfema e
incluso encuentren algún bálsamo a su desolación religiosa en las palabras de
consuelo y solidaridad de Bush y de Blair.
Notas
1. Citado en el, por lo demás sumamente esclarecedor, libro de François Burgat,
/L’Islamisme à l’heure d’Al Qaida/, La Découverte, París, 2005
2. Quienes profesan esta lógica, desgraciadamente mayoritaria en los medios de
comunicación y entre nuestros "representantes" políticos deben considerar que
los Tigres de Liberación del Eelam Tamul (marxistas de cultura hindú), que
inventaron el cinturón de explosivos o el propio héroe de Cascorro eran
"integristas" musulmanes.