Tras el asesinato de Pierre Amin Gemayel en Líbano
Elemental, querido Watson, elemental
Eduardo Montes de Oca
Insurgente
Los signos ideológicos de los analistas de noticias
internacionales podrán ser diametralmente opuestos, como opuestos devendrán
ciertos enfoques en sus lucubraciones, pero la inmensa mayoría de ellos
concuerda en que el reciente asesinato -21 de noviembre- de Pierre Amin Gemayel,
ministro de Industria y miembro de la familia cristiana maronita más influyente
del Líbano, alimenta los temores del resurgir de una guerra civil que se
extendió por 15 años, desde abril de 1975, cuando un grupo de militantes
cristianos, leales precisamente a los Gemayel, ultimó a 27 palestinos que
viajaban en un ómnibus, después de un ataque contra una iglesia.
Las huestes de observadores muestran concomitancia también al pronunciarse sobre
la coyuntura del atentado. De modo lapidario, un editorial de El Periódico
(Cataluña) representa la opinión de miríadas de ellos al puntualizar que, "a
diferencia de asesinatos anteriores, especialmente el del ex primer ministro
Rafic Hariri -febrero de 2005-, el de Gemayel coincide en el tiempo con dos
cambios sustantivos en el reparto de papeles del drama libanés: de una parte el
colapso del Gobierno de Fuad Siniora, del que han desertado los ministros
chiitas, más o menos afectos a la estrategia de Hizbolá; de otra, el
restablecimiento de las relaciones de Iraq con Siria, potencia tutelar del
Líbano hasta hace un año".
El régimen del presidente Asad -continúa el diario- ha dejado de ser el
destinatario principal de los dicterios de los Estados Unidos -junto con Irán-,
porque Washington entiende que resulta un actor esencial para lograr la
estabilización de Iraq, factor, recordará el lector, que se convirtió en una de
las causas de la derrota republicana en las elecciones gringas de medio término.
Y aquí parece agotarse la identidad de visión de los colegas, algunos de los
cuales quizás carguen la estilográfica al reseñar que líderes musulmanes
sunitas, drusos y cristianos han acusado a Siria de matar a Gemayel, para "hacer
fracasar los planes de que un tribunal internacional juzgue a los sospechosos
del asesinato de Hariri", quienes presuntamente implicarían a altas figuras del
vecino país.
Para otros, este servidor entre ellos, la aseveración rezuma ingenuidad. Y no
por el mero hecho de que Siria se haya desvinculado del crimen, ni que
calificara las acusaciones en su contra de farsa para manchar su reputación. No.
En cuestiones de política, "no pongas la mano en el fuego por nadie… o por casi
nadie", nos aconsejaría la sabiduría popular. Sino porque suena convincente el
planteamiento de que el homicidio responde a los anhelos de frustrar la demanda
mundial a favor del establecimiento de un diálogo de Damasco con las potencias
occidentales.
Provisto del más sano sentido común, el digital Insurgente se preguntaba a quién
beneficia este crimen. Y se respondía que, evidentemente, la archiprobada
táctica detectivesca no conduce a Siria. ¿A quién, entonces? "En un Líbano
ocupado parcialmente por fuerzas de la ONU, vigilado por la OTAN y los Estados
Unidos, y amenazado, infiltrado e incursionado por Israel, que invadió el país
el pasado verano, el interés desestabilizador no parece encontrarse en Damasco.
Sobre todo por el prestigio popular creciente de Hizbolá y su inevitable
traducción política después de su resistencia a la invasión."
Según esta publicación, "con mayor verosimilitud podría ser un intento israelí
de frustrar esa aproximación a Siria e Irán, que para aumentar las posibilidades
de estabilización y de retirada ordenada, discreta y lo menos indigna posible de
Iraq… Algunas informaciones hablan de una enorme frustración del Estado judío
ante el fracaso del proyecto del Gran Oriente Medio que compartía con la
decadente administración Bush".
Hipótesis no descabellada
Como muchas otras fuentes, el articulista Ben Heine se cuestiona (en Rebelión)
las ventajas que cosecharía Siria con el asesinato del "insignificante" Pierre
Gemayel, colaborador del Premier, y el consiguiente despertar de los fantasmas
de una guerra civil, cuando: 1) acaba de restablecer relaciones diplomáticas con
Iraq, interrumpidas hace 25 años; 2) Irán acaba de proponer una cumbre de tres
con Siria e Iraq, para solucionar los problemas de la región sin intervención de
USA; 3) el Gobierno libanés ha avalado la creación de un tribunal penal
internacional que dirima el asesinato de Rafic Hariri en ausencia de los seis
ministros chiitas, dimitentes, lo cual le confiere a la medida visos de
ilegalidad, porque, a tenor con los Acuerdos de Taif, que hacen las veces de
Constitución, el gabinete no puede tomar una decisión que comprometa el futuro
de la nación si un tercio de sus miembros (ocho ministros) se opone; 4) Hizbolá
acaba de impulsar un movimiento de desobediencia civil no violenta contra las
maniobras de las facciones pro occidentales.
Para las corrientes nacionalistas, el veto por el primer mandatario, Emil Lahud,
a la creación de la corte judicial devendría una reafirmación de la soberanía
libanesa, frente a un Occidente que, representado por Francia, al término de la
dominación colonial sobre suelo libanés impuso el acuerdo no escrito de que la
presidencia de la República y la jefatura del Gobierno tienen que ser
desempeñadas por un cristiano maronita y un musulmán sunita, en ese orden. Ley
tácita que discrimina a la mayoritaria comunidad islámica chiita, ganadora de
preeminencia en los últimos tiempos, en especial tras la invasión israelí de
julio y agosto pasados, y que privilegia a los cristianos basándose en el último
censo libanés, 1932, cuando estos eran mayoría.
Ahora, tras el homicidio de Gemayel, considerado el más inocente de un clan
configurado por piezas tales como Pierre Gemayel, el viejo fundador de la
Falange Libanesa, copia exacta de la Falange de Franco e inspirada por el propio
Adolfo Hitler, difícilmente el primer ministro Siniora no se anime a renunciar
como, en puridad, exige la crisis dejada por la renuncia de unos miembros que
rehúsan la creación del tribunal y demandan un Gobierno de unidad nacional capaz
de defender los intereses generales al margen de inclinaciones confesionales. Al
contrario: encabezada por Siniora, la clase política y los forjadores de opinión
concurrieron a unos funerales que trasuntaron el más firme rechazo a la
"injerencia siria".
Aquí se aprecia una paradoja develada por Robert Fisk, conocida pluma del diario
británico The Independent. "Todos los importantes hombres libaneses asesinados
en los últimos 20 meses eran antisirios. En un poco como decir lo hizo el
mayordomo. Una vengativa Siria ¿no atacaría la independencia del Líbano
asesinando a un ministro? Sí. Pero entonces, ¿cuál sería la mejor manera de
socavar el nuevo poder del prosirio Hizbolá, la guerrilla chiita que
pidió la renuncia del gabinete de Siniora? ¿Matando a un ministro del Gobierno,
sabiendo que muchos libaneses culparían a Hizbolá, aliado de Siria?" La
incongruencia salta a la vista.
Y salta aún más si se tiene en cuenta que, como advierte Prensa Latina, la
muerte de Gemayel evoca, además del caso de Rafic Hariri, el de Elie Hobeika,
líder de la terrible Falange, que asesinó a tantos palestinos en Sabra y Shatila,
y que murió "misteriosamente" en una explosión en la capital libanesa, Beirut,
el 24 de enero de 2002, días antes de que acudiera a testificar contra el primer
ministro israelí, Ariel Sharon, por la masacre en esos campos de refugiados.
No andarán nada descaminados, por tanto, quienes consideran que "estas
circunstancias son aprovechadas por Tel Aviv y Washington -hipócrita en el
acercamiento con Damasco, acotamos nosotros-, que conspiran y trabajan
abiertamente para fraccionar y debilitar al Gobierno libanés y exacerbar en el
país árabe una política antisiria, con vistas a desestabilizar también a
Damasco, otro principal objetivo en el proyecto norteamericano-sionista para
edificar el nuevo Oriente Medio". Divide e impera, sería la táctica reciclada.
¿Gemayel? El pobre. "A él no le dio tiempo de hacer cosas buenas ni malas,
porque el Mossad no lo dejó vivir bastante (tenía 38 años)… Igual que le pasó a
su tío Bashir, a quien asesinaron solo porque quería dejar de ser una marioneta
de Ariel Sharon. Pierre Gemayel el Joven tuvo que morir hoy, porque la estrella
de Siria ascendía demasiado rápido. Mis condolencias a su familia y amigos.
Pierre Gemayel se va como una víctima de los enemigos de Siria o, más bien, como
el enemigo de Siria asesinado por los enemigos de Siria."
Esta suerte de oración fúnebre, del colega Raja Chemayel, quizás no pase a la
posteridad como paradigma de oratoria. Pero nadie va a negarnos que, como
hipótesis, no suena precisamente descabellada.