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Ajustando cuentas con el sionismo: cuatro perspectivas
Khalid Amayreh y Gilad Atzmon, dos pesos pesados del activismo intelectual
propalestino intervienen en la polémica entre Santiago Alba Rico y Raúl Sánchez
Cedillo sobre la responsabilidad histórica del Estado de Israel
Un palestino, un ex israelí, un europeo y un europeo pan-arabista debaten
sobre la cuestión definitiva de la legitimidad de Israel: ¿Hay vida después del
sionismo?
Por Santiago Alba Rico
Desde hace al menos 60 años, Occidente viene haciendo un esfuerzo sin
precedentes, en armas, dólares y palabras, para ocultar dos ideas sencillas y
terribles que, indisociables entre sí, deberían hacernos temblar. La primera es
que Palestina constituye la grieta moral del mundo globalizado, el punto
vertebral por el que se está rompiendo ya la humanidad entera. El segundo es que
Israel constituye la máxima amenaza, no ya para la vida y la dignidad de los
palestinos, sino para cualquier esperanza de paz y estabilidad en nuestro
planeta.
El pueblo palestino no es quizás el pueblo más castigado de la tierra, pero es
el pueblo más públicamente castigado de la tierra; no es tal vez el
pueblo que más ha sufrido pero es aquél cuyos sufrimientos nos son más
ininterrumpidamente visibles. Paradójicamente esta visibilidad (más allá
de las mentiras) hace aún más vulnerables a las víctimas; confiere a la agresión
una especie de dimensión bíblica, la autoridad estrepitosa de una intervención
divina, y frente a ella el objeto de la cólera de Dios se degrada moral y
ontológicamente. Cuanto más brutales son las agresiones de Israel más culpables
nos parecen sus víctimas. Cuanto más públicamente contrarias a Derecho, más
injusta y condenable se revela, no ya la resistencia, sino la existencia misma
de los palestinos. La legítima captura de un soldado invasor aparece a los ojos
del mundo como un crimen monstruoso y originario a la luz precisamente de la
respuesta monstruosa de Israel, que amenaza de muerte a 1.200.000 personas y a
dos países soberanos; eso que eufemísticamente llaman los cobardes "uso
desproporcionado de la fuerza" es la fuente de legitimación religiosa del
sionismo: toda defensa frente a la Ocupación es respondida con una plaga, y la
"desproporción" misma del castigo prueba al mismo tiempo la existencia de Yahvé
y la abyección de la víctima. Ningún Auschwitz albergó nunca 1.200.000
prisioneros; Gaza sí. Ningún Auschwitz fue celebrado o aceptado públicamente;
Gaza sí. Lo que los nazis ocultaron, sacralizando así a sus víctimas, los
israelíes lo exhiben sin vergüenza, sacralizando de esta manera su agresión. La
publicidad del crimen alimenta la fuente religiosa, extrajurídica, de la
legitimidad sionista. El mundo quizás pueda soportar sin inmutarse la agresión a
los palestinos, pero no podrá soportar indefinidamente esta agresión religiosa
al espacio público sin rebelarse o sin romperse.
Israel no es quizás el Estado más injusto y criminal de la historia, pero sí es
quizás el que lo ha sido durante más tiempo y con más impunidad. Nace con un
crimen y cada minuto de normalidad de sus ciudadanos es contemporáneo de un
nuevo crimen. Tiene permanentemente, por así decirlo, su origen delante de los
ojos y vive sin descanso en la violencia ampliada del origen, como en una
maldición griega. Ariel Sharon, en una entrevista de 1984, se decía dispuesto a
matar un millón o dos de árabes para conseguir que Israel fuera, después de eso,
un "país normal", con un pasado inmoral y un presente limpio y decente, como
todos. Los palestinos, venía a decir, son nuestros "indios", nuestros
"moriscos", nuestros "judíos". Pero no, mientras vuestros "judíos" palestinos
resistan, estaréis condenados a vivir siempre en el origen (y a contraponerle el
otro origen, ya desgraciadamente "mitológico": el holocausto); y tendréis que
violar todas las leyes, matar niños en sus camas, derribar casas, arrancar
árboles, levantar muros, secuestrar mujeres, bombardear mezquitas, encerrar a
millones en ghettos y lager a cielo abierto, matar a miles de hambre y
sed y, enloquecidos por esta hybris de Yahvé, mandar también vuestras
plagas al Líbano, a Siria, tal vez a Irán. Vuestra ley implica necesariamente
esta alternativa mortal: o Dominio o Apocalipsis.
Israel reúne en su fragua el desprecio por la vida de Al-Qaeda, el
"fundamentalismo" de Irán, el racismo de la antigua Sudáfrica, el arsenal
nuclear de Corea del Norte, el nacionalismo colonial de la antigua Bélgica y la
fuerza militar de China. Esta concentración sin igual de peligros, incrustada en
la zona más frágil y codiciada del planeta, es apoyada económica, militar y
políticamente por EEUU, potencia imperialista desencadenada, y consentida por la
UE y la mayor parte de los gobiernos del planeta, incluidos los tiránicos y
despreciables regímenes árabes. Los que no vean al menos el peligro, están
llamando a gritos al Ángel Exterminador.
Este artículo apareció originalmente en el periódico quincenal español
Diagonal, n.º 35 (19 de julio de 2006). Véase asimismo en:
Por Raúl Sánchez Cedillo
En el DIAGONAL nº 35 (pág. 5), publicábamos Israel es el peligro, de
Santiago Alba Rico. Este autor afirmaba que "desde hace 60 años, Occidente viene
haciendo un esfuerzo [...] para ocultar dos ideas: [...] que Palestina
constituye la grieta moral del mundo globalizado. La segunda es que Israel
constituye la máxima amenaza para cualquier esperanza de paz y estabilidad en
nuestro planeta". Aportamos ahora una respuesta a dicho texto.
Quisiera ir al grano directamente, pese a la dificultad de la cuestión: la tesis
de Santiago Alba Rico, expuesta en el título y remachada a lo largo del texto,
nos es conocida, porque forma parte de la guerra de enunciados que acompaña
desde principios del siglo XX la disputa territorial entre árabes palestinos y
judíos (desde 1948 israelíes), pero lo inquietante es que la contribución de un
occidental, simpatizante de la causa palestina (y, por lo tanto, panarabista),
no sólo no aporte ideas, argumentos, propuestas, nuevas exposiciones de
problemas, sino que contribuya, más aún si cabe, a consolidar, en nuestras
disposiciones éticas, en nuestra indignación ante la guerra infinita en la que
hoy se inserta el conflicto palestino-israelí, y en nuestra desesperación ante
el continuo sufrimiento de la población de Oriente Medio, el odio y el fanatismo
que habrán de impedirnos decir, hacer algo valioso como "occidentales", algo
distinto de sumar nuestra ansia de venganza y nuestra obcecación a un conflicto
que hace mucho tiempo dejó de ser un conflicto regional y que, como justamente
señala Alba Rico, se encamina a pasos de gigante hacia una catástrofe que
destruye nuestra capacidad de resistencia racional y colectiva –y que, dicho sea
de paso, difícilmente nos evitará nuestra cuota de horror y muerte. Sin embargo,
para la brújula enloquecida de este "antiimperialismo" parece haber unas
catástrofes más aceptables que otras.
Comparaciones
No escatima Alba Rico en su alegato recursos retóricos para ahondar en la llaga
del sufrimiento y convertirla en acicate del furor antiisraelí. Sin embargo,
sólo en los textos revisionistas habíamos encontrado las virtudes heurísticas de
la comparación llevada al extremo, por ejemplo, de sopesar las respectivas
capacidades de albergar prisioneros de Gaza y... Auschwitz –y por supuesto el
primer "campo" es mucho peor. Sin detenernos en que podría pensar al respecto el
célebre revisionista militante Mahmoud Ahmadinejad, preguntémonos lo siguiente:
¿qué puede haber llevado a escritores de izquierda a semejante desprecio del
significado histórico y ético de la Shoah, y de la invención humana llamada
Vernichtungslager , campo de exterminio? ¿A semejante e indigna contabilidad
comparada, que es lo contrario del ejercicio de la memoria y el pensamiento de
lo más terrible de nuestra historia contemporánea? De aquello que, como
escribiera Primo Levi, nos ha impreso indeleblemente en la piel "la vergüenza de
ser hombres". Una parte de la izquierda occidental, que se considera
"antiimperialista", ha enfermado de fanatismo y de impostura ante una realidad
que ya no comprende y se aferra a unos mitos que ya no reciben refrendo de los
seres humanos reales ni de (las causas de) su sufrimiento inconmensurable.
Una nueva exposición
Nada impedirá que los (muchos) halcones israelíes lleven a su país al desastre,
ni que los apóstoles de la yihad de varias confesiones hundan para siempre la
causa y la existencia del pueblo palestino en tanto que sujeto colectivo si no
somos capaces, de entrada, de hacer un da capo , una nueva exposición del
problema de Oriente Medio y del conflicto palestino-israelí que nos permita
pensar y practicar una resistencia que conduzca a la paz en la región (y, un
poco más cerca, en el mundo) y a una justicia que no pase por la aniquilación
del enemigo, del otro radical. Para ello es preciso someter a crítica todos los
relatos que fijan los términos de una guerra entre pueblos y estados. No puede
haber justificación histórica ni de la conquista, el "gran Israel", ni de la
"gran venganza", que se cifra, desde la fundación del Estado de Israel en el
lema de "echar a los judíos al mar".
Nacionalismos
Para ello es preciso el rigor, la inversión y perversión de la perspectiva, esa
Umkehrung en la que el mejor Nietzsche cifrara su batalla solitaria contra la
rabies nationalis , contra los "sentimientos de venganza y resentimiento" que se
concentraban ya a finales del siglo XIX en los apóstoles de una reciente
acuñación propia, el "antisemitismo". El denostado "sionismo" es hijo de la
rabies nationalis que asola la primera mitad del siglo XX europeo y que causa a
la judería europea el mayor sufrimiento de toda su historia como comunidad. El
sionismo es el nacionalismo, la voluntad colectiva de tener un Estado, de
quienes nunca lo tuvieron desde la diáspora. ¿Es peor el sionismo que otros
nacionalismos, sobre todo desde que el contenido progresista de la "liberación
nacional" haya desaparecido (con su corolario, en la extraordinaria conjetura de
Lenin y otros): la revolución socialista? Desde este punto de vista, es tan
portador de violencia como lo es, inevitablemente, toda nation building . Sin
embargo, se le achaca un "crimen": haberse constituido como Estado en 1948,
justo después de que la ONU se lavara las manos con una resolución que
establecía la partición del territorio colonial de Palestina, que los
responsables políticos árabes y palestinos no aceptaron, declarando la guerra al
recién nacido Estado de Israel. ¿O fue acaso el crimen la migración progresiva
de pioneros judíos desde principios del siglo XX a Palestina para asentarse,
comprar tierras, y construir una comunidad política, y un futuro Estado judío?
La nakba [catástrofe] palestina comenzó entonces, cuando el rechazo de lo
irreversible por parte de las elites panarabistas se tradujo en una derrota
política y militar que no ha dejado de profundizarse. Ésta es la tragedia
permanente. Jalonada de guerra, resistencia, e innumerables desastres políticos
y diplomáticos de la dirigencia palestina y de los Estados panarabistas, desde
la Guerra de los Seis Días a la autoaniquilación de la OLP después de Oslo.
Nadie puede ocultar los terribles crímenes presentes y pasados del Estado de
Israel, las limpiezas étnicas perpetradas por el Irgun y la Haganah durante la
guerra de 1948, y que hoy conocemos fundamentalmente gracias a los "nuevos
historiadores" israelíes, ni la locura que encarnan las elites israelíes desde
hace tiempo. Y sin embargo ello no puede poner en tela de juicio la existencia
de Israel, al menos como punto de partida de una perspectiva de paz y justicia.
Una idea "demente" consideraba Jean-Paul Sartre en 1968 la atribución del papel
de "agresor" al Estado de Israel en la guerra de 1948. El uso embriagador de la
cantinela del "complot sionista e imperialista" en la fundación de Israel ha
contribuido desde entonces a hacer imposible el objetivo histórico del pueblo
palestino, esto es, un Estado viable y democrático en la zona.
Este artículo apareció originalmente en el periódico quincenal español
Diagonal, n.º 38 (14-27 de septiembre de 2006). Véase asimismo en:
Por Khalid Amayreh (desde Al-Khalil, Palestina ocupada)
Como palestino que ha estado viviendo bajo el yugo de la ocupación militar
israelí durante más de 39 años y que perdió a tres tíos inocentes bajo las balas
de la ocupación, no se me hace cuesta arriba comparar a Israel con la Alemania
nazi.
Es verdad que Israel no ha instalado cámaras de gas en ciudades y pueblos
palestinos. Sin embargo, no ha cesado de asesinar y atormentar palestinos de
diferentes maneras, cuya brutalidad e infamia absoluta no difieren en esencia
del comportamiento nazi.
Además, es necesario recordar que el holocausto alemán no empezó con Auschwitz y
Bergen Belsen, sino con una idea, con un libro y una Kristalnacht, ese
tipo de cosas hoy tan endémicas en el pensamiento colectivo de Israel conforme
la sociedad judía israelí se deja arrastrar hacia el fascismo religioso y
patriotero.
No es que el sionismo liberal esté cediendo el paso al sionismo religioso, tal
como pretenden algunos apologistas proisraelíes. Sionismo liberal o sionismo
democrático son conceptos inexistentes, términos contradictorios entre sí.
El sionismo, se nos dice, busca "la construcción una patria nacional para los
judíos". Sin embargo, para millones de sus víctimas el sionismo busca la
extirpación, la expulsión y la dispersión de la mayoría del pueblo palestino
lejos de su patria ancestral, por los cuatro rincones del mundo, mediante el
terror organizado y la violencia. Ése es el lado atroz del sionismo, que buena
parte de Occidente se niega a ver.
En efecto, desde el principio el sionismo consideró Palestina como una nación
sin pueblo para un pueblo sin nación. Esta arrogante negación de la existencia
de mi pueblo no se originó en la ignorancia de la realidad. Fue más bien una
expresión de racismo violento y virulento, muy parecida a la de aquellos
bárbaros europeos blancos que exterminaron a seis millones de nativos americanos
y denominaron al genocidio "deber del mundo desarrollado".
Los sionistas sabían que Palestina estaba habitada por cientos de miles de
cristianos y musulmanes. En 1898, una delegación sionista que visitó Palestina
para evaluar la viabilidad de convertirla en un estado judío, envió un
significativo telegrama que resumía la situación. "La novia es hermosa, pero
está casada con otro hombre". Sin embargo, con determinación inmutable el
movimiento sionista siguió insistiendo en arrebatarle la novia a su legítimo
esposo.
Fue una auténtica violación, todavía sigue siéndolo y siempre lo será, por mucho
que se glorifique a los mitómanos y se reverencien los mitos.
De hecho, a pesar de que han pasado cincuenta años desde la creación del "Estado
judío", el objetivo no declarado pero final de Israel sigue siendo la expulsión
de la mayoría o de todos los palestinos de la zona que se extiende entre el río
Jordán y el mar Mediterráneo.
En efecto, cualquier observador informal de los medios israelíes se enfrenta
casi a diario con comentarios y declaraciones de funcionarios israelíes –incluso
de miembros de la Knesset y ministros del gobierno– que exigen el "traslado" de
los palestinos, no sólo de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, sino también de
Israel.
El "traslado" no es un término inocente. Se trata de un eufemismo de genocidio,
al menos de un genocidio parcial, puesto que es casi imposible llevar a cabo la
expulsión y la limpieza étnica de millones de personas lejos de su patria sin
recurrir al asesinato en serie y al terror masivo.
¿Acaso no fue este el método generosamente utilizado por las legiones del
sionismo para forzar a la mayor parte del pueblo palestino a huir de sus
ciudades y pueblos natales en 1948? ¿Acaso Menachem Begin no se refirió en su
libro The Revolt [La sublevación] a la masacre de Deir Yassin como un
milagro porque logró que cientos de miles de palestinos huyesen aterrorizados?
Es imperativo que llamemos al crimen por su nombre, sobre todo cuando lo cometen
nuestros sepultureros. Los sionistas son comparables a los nazis porque sus
acciones y su comportamiento son comparables y similares a las acciones y al
comportamiento de los nazis.
Porque al igual que los nazis trataron de arrasar a los judíos como pueblo, los
sionistas han estado tratando de arrasar a los palestinos como pueblo. Se trata
de algo más que de Golda Meir diciendo con desdén, "¿qué palestinos?" o de
algunos funcionarios israelíes refiriéndose altivamente a nosotros como "los sin
tierra". La destrucción sistemática de aproximadamente 460 ciudades y pueblos
palestinos por parte de Israel (1948-52) fue un acto nazi en su más alto grado.
Expresaba la total indiferencia y negación del "otro", sobre la única base de
que las víctimas no eran judías. (Los restos de algunos de aquellos pueblos
todavía están a la vista incluso hoy y se hallan meticulosamente documentados en
la obra monumental de Walid Khalidi All That Remains [Todo lo que
queda]).
Por desgracia, este modus operandi de racismo aborrecible y de terror sigue
siendo la política central de Israel hacia el pueblo palestino. No existe prueba
más diáfana de las intenciones maliciosas de Israel que la construcción
intensiva de centenares de asentamientos sólo para judíos en territorios
ocupados. Sí, todo en ellos es "sólo para judíos". Asentamientos sólo para
judíos, carreteras sólo para judíos, piscinas sólo para judíos, incluso derechos
sólo para judíos, puesto que una fracción cada vez mayor de los judíos israelíes
consideran a quienes no lo son como hijos de un Dios inferior o incluso como
animales.
Y ahora tenemos ese maldito muro gigantesco, cuyo objetivo oficial es impedir
que las guerrillas palestinas se infiltren en Israel, si bien su verdadero
propósito es dividir y robar la mayor cantidad de tierra palestina posible.
En 2004, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya dictaminó que el muro
era ilegal y debía ser derribado. Sin embargo, con el apoyo de USA, su tutor y
aliado, Israel desafió el fallo de manera arrogante y acusó implícitamente al
tribunal y a sus jueces de antisemitismo.
Además de los asentamientos, donde viven los judíos más violentos y racistas del
mundo entero, Israel ha tratado de hacerles la vida insoportable a los
palestinos con la intención de obligarlos a emigrar para siempre.
Con este fin, los sucesivos gobiernos israelíes (tanto los laboristas como el
Likud) han utilizado cualquier truco legal concebible, incluida la introducción
de un doble sistema de justicia, uno liberal para judíos y uno riguroso para
quienes no lo son.
Una expresión de este apartheid judicial es el encarcelamiento indefinido, sin
cargos ni juicio, de miles de activistas palestinos, estudiantes, profesionales
y profesores universitarios, así como políticos, diputados y ministros. (Desde
1967, Israel ha detenido a más de 800.000 palestinos).
Cuando el sistema notoriamente insidioso de represión institucionalizada fracasó
en su intento de hacer que una cantidad importante de palestinos emigrase,
Israel recurrió a la fuerza sin pudor, aterrorizando y asesinando palestinos
ante la menor "provocación", exactamente de la misma manera que los nazis de
Hitler en la Europa ocupada hace más de sesenta años.
Huelga decir que las batidas e incursiones israelíes de "pacificación" terminan
con muchos niños y mujeres muertos, casas destruidas, granjas pulverizadas,
muebles destrozados y caminos e infraestructuras totalmente aniquilados con
bulldozers. En pocas palabras, esa institución de atributos nazis comete
cualquier crimen concebible bajo la excusa de luchar contra el terror. Y, luego,
buena parte de los medios occidentales repiten como papagayos la versión
israelí, como si los portavoces del ejército israelí fuesen dechados de
veracidad y honradez.
A fin de cuentas, cuando los judíos (o cualquiera) se comportan como nazis deben
ser comparados con los nazis. En efecto, un país que envía sus cazabombarderos
F-16 en medio de la noche a arrojar toneladas de bombas sobre edificios de
apartamentos donde duermen niños y mujeres no está moralmente muy lejos de la
mentalidad de la Gestapo.
Además, un ejército cuyos soldados asesinan alegremente a un niño que va camino
de la escuela y luego se aseguran de que está muerto disparándole veinte balas
más en la cabeza –como ocurrió con Iman al-Hamas en Rafah hace casi tres años– y
luego el soldado queda exonerado y recibe compensación económica, no es
realmente un ejército de soldados profesionales, sino de gángsteres, matones y
delincuentes. Es un ejército que se diferencia muy poco del Wehrmacht.
Sí, kamikazes palestinos han llevado a cabo ataques contra civiles israelíes y
han matado israelíes inocentes, a menudo como represalia por el asesinato de
niños palestinos por parte del ejército israelí y de grupos paramilitares de
colonos judíos. Por mi parte, condeno totalmente y sin vacilación estos crímenes
suicidas contra israelíes inocentes.
Dicho lo cual, Israel no puede empujar a los palestinos hasta el límite del
exterminio físico y la desaparición nacional y gritar al mismo tiempo que Hamas
representa el terror y los ataques suicidas.
El poeta usamericano Auden escribió:
Todos sabemos,
Eso que los niños aprenden en la escuela,
Las víctimas del mal,
Responden con el mal.
En verdad, después de cincuenta y nueve años de una opresión que recuerda a los
nazis y que trasciende la realidad ¿qué haría cualquier persona? ¿Qué haría si
se viese forzada a escoger entre la muerte en el matadero judío y la muerte como
kamikaze suicida?
Israel afirma que no mata deliberadamente niños y civiles palestinos. Ésa es una
falsedad absoluta. Los errores ocurren una vez, dos, diez veces. Pero cuando el
asesinato de civiles se repite casi a diario es que se trata de una táctica
política. Al fin y al cabo, matar a sabiendas es matar deliberadamente.
Hoy Israel, al igual que hizo la Gestapo con los habitantes del gueto de
Varsovia, está impidiendo que millones de palestinos tengan acceso a alimentos y
trabajo. En Gaza, bajo el pretexto de liberar a un soldado israelí hecho
prisionero, Israel ha bombardeado o destruido la mayor parte de la
infraestructura civil, incluidas escuelas, universidades, calles, puentes,
organizaciones benéficas y miles de casas. También ha destruido la única central
de energía eléctrica, forzando a 1,4 millones de ciudadanos de Gaza a vivir en
una oscuridad total o parcial.
Se trata del mismo Israel cuyo ejército acaba de destruir gran parte de Líbano y
de arrojar un millón y medio de bombas de racimo en el sur del país.
Un millón y medio de bombas pueden matar al menos a un millón y medio de niños.
Sé que los apologistas profesionales proisraelíes, incluso los que se
autoproclaman seguidores de las nobles tradiciones izquierdistas contra la
opresión, gustan de establecer una cierta simetría moral entre Israel y los
palestinos.
Pero, sinceramente, cabe preguntar qué simetría puede haber entre el violador y
su víctima, entre la fuerza de ocupación y el pueblo ocupado, entre el colono
fanático armado y el aterrorizado labrador palestino que depende de los
pacifistas voluntarios occidentales para protegerse del vandalismo y la
brutalidad de los colonos.
¿Cabe la esperanza de una solución pacífica en este amargo y perdurable
conflicto? Sin duda alguna, y se basa en el desmantelamiento del sionismo y la
creación de un estado único, cívico y democrático en Palestina-Israel, donde
judíos y árabes vivan como ciudadanos iguales, tal como muchos judíos y árabes
están viviendo hoy en Europa.
Afirmo que el sionismo debe ser disuelto porque el concepto de "Estado judío"
implica necesariamente el racismo intrínseco contra quienes no son judíos.
Por fortuna, hay judíos con conciencia y buena voluntad que estarían de acuerdo
con esta solución. Ellos son nuestros aliados naturales para alcanzar la paz.
Por Gilad Atzmon (desde Londres)
A pesar de que los debates intelectuales y las disputas ideológicas son
supuestamente lances instructivos, a lo largo de los años he aprendido que la
mayoría de las veces aburren al más pintado. Por eso, una manera de sazonar un
debate de poca altura consiste en exponer los diferentes métodos y tácticas de
los contendientes. En otras palabras, más que tratar de valorar o comprender un
argumento sobre la base de lo que revela, uno puede tratar de desenmascarar lo
que oculta.
En un reciente artículo publicado por Diagonal ["Israel es el peligro"],
Santiago Alba Rico sostiene que Israel es la mayor amenaza para la paz del
mundo. Alba Rico parece sacar una nueva conclusión ética de la última fase de la
brutalidad israelí. En efecto, si se considera el grado de la agresión
perpetrada este verano por Israel en Líbano y Gaza, dicha conclusión es
indudable. Israel es una ruina moral.
Pero a pesar de que Alba Rico presenta un argumento correcto, consecuente,
agudo, breve y diáfano, su premisa es en cierto modo obvia. Simplemente acusa de
homicidio al asesino. En ello reside, sin embargo, la mayor fuerza de Alba Rico.
Los pensadores insignes hacen que lo complejo parezca simple en retrospectiva.
Son ellos quienes gritan que el rey está desnudo antes de que otros lo hagan.
Los grandes filósofos no necesitan razonamientos históricos. Se las arreglan de
maravilla sin pruebas forenses. Viven felices sin referencias bibliográficas y
sin citas interminables. Únicamente comunican con la razón, aplicando la
inferencia. Los filósofos que se internan en cuestiones morales tienden a
corresponder con las mentes éticas libres. Esto es exactamente lo que Alba Rico
hace con sumo éxito.
Alba Rico no es un político, no está tratando de sugerir una solución para el
conflicto, no hace un llamamiento para "arrojar al mar a los judíos". Sólo
señala que Israel nos está dirigiendo a todos hacia una catástrofe inmanente.
La tarea de Alba Rico parece fácil; acusa al matarife de ser un asesino. Por
otro lado, Sánchez Cedillo pretende lo imposible. En un artículo publicado en
Diagonal ["El peligro es la guerra (infinita), y el fanatismo"], trata de
refutar a Alba Rico defendiendo el caso de Israel.
La tarea de Sánchez Cedillo es increíblemente difícil, pues se sitúa a sí mismo
en un terreno que incluso los sionistas tratan hace tiempo de evitar. De hecho,
los sionistas han abandonado el "discurso de la justificación". Apoyados por los
usamericanos y con cientos de bombas nucleares a su disposición, el derecho a la
existencia de Israel se mantiene con la espada o, para ser más específicos, con
millones de bombas de racimo listas para ser lanzadas.
La decisión de Sánchez Cedillo de presentar un argumento a favor del derecho a
la existencia del "estado sólo para judíos" es una tarea heroica, porque después
de Jenin, Gaza y Beirut es difícil otorgarle a Israel una defensa moral. Sánchez
Cedillo trata de hacerlo con todas sus fuerzas y por eso es importante proceder
a un escrutinio minucioso de su argumentación, que permita vislumbrar lo
excluido del "discurso sionista de la justificación".
Manipular
Es un hecho bastante establecido que en el discurso democrático liberal de la
posguerra quien controla los "significados" es quien establece la realidad. En
otras palabras, si uno quiere ganar debe aprender a manipular. Manipular es
dictar significados. Manipular es hacer que las personas dejen de pensar de
manera independiente y ética. Manipular es desviar la atención de la gente,
alejarla de la realidad, separar a las personas de sí mismas, hacerlas ciegas a
sus intuiciones primarias.
1. Nombre en clave: "Israel"
Los sionistas tienen tendencia a ocultar el hecho de que Israel es sólo un
nombre en clave para un Estado nacional expansionista y racialmente motivado.
Israel es básicamente el nombre en clave del "Estado sólo para judíos". Israel
no es sólo un inocente estado nacional como Sánchez Cedillo trata de retratarlo,
sino más bien un estado racialmente orientado con leyes discriminatorias que,
tal como Hanna Arendt ya señaló a comienzos de los años sesenta, no son
categóricamente distintas de las infames leyes de Nuremberg.
Una vez que se cae en la cuenta de que el "significante" Israel no es más que
una "manipulación" que está ahí para ocultar el siniestro plan racista del
sionismo, es lícito reemplazar la supuestamente cándida palabra "Israel" por su
verdadero significado, esto es, "el Estado sólo para judíos".
En su comentario, Sánchez Cedillo sugiere que "la existencia de Israel no se
puede poner en tela de juicio, al menos como punto de partida de una perspectiva
de paz y justicia". A primera vista, esta cita parece una declaración inocente y
legítima. Sin embargo, en cuanto reemplazamos la palabra "Israel" por su
auténtico significado ideológico nos encontramos con: "El Estado sólo para
judíos no se puede poner en tela de juicio, al menos como punto de partida de
una perspectiva de paz y justicia".
Es evidente que desde un punto de vista ético la cita modificada no se tiene en
pie. Es obvio que el concepto de "Estado sólo para judíos" debe ser puesto en
entredicho antes de iniciar cualquier discusión que se ocupe de "paz" o de
"justicia". Lo preocupante es que Sánchez Cedillo sabe esto a la perfección,
pero en vez de razonar con sus lectores prefiere manipular, desviar su atención,
ganar un debate mientras oculta la verdad.
2. No hay mejor negocio que el negocio de la Shoah
En su refutación, Sánchez Cedillo descarta cualquier comparación entre Auschwitz
y Gaza. Su razonamiento parece legítimo a primera vista: mientras que Auschwitz
es un "campo de concentración", Gaza es "sólo" una cárcel gigantesca con más de
un millón de presos hambrientos bombardeados y ametrallados a diario por el
todopoderoso ejército del "Estado sólo para judíos", si bien, concedámoslo, los
presos todavía respiran. Cabe la posibilidad de admitir que se trata de un
argumento de peso, pero sólo si uno posee una mentalidad intelectual, emocional
o físicamente circuncidada. De hecho, tanto los sionistas como sus apologistas
son incapaces de entender por qué el razonamiento de aquí arriba no logra
abrirse paso a través de las paredes del gueto judío y del discurso sio-centrista.
Trataré de ayudarlos. Dado que son los sionistas y sus apologistas quienes
bloquean categóricamente cualquier posible proceso de reconsideración y
revisionismo que tenga algo que ver con la Segunda guerra mundial y el
judeocidio nazi, la Shoah se está convirtiendo rápidamente en una manipulación
política, no en una vívida y genuina ilustración ética. En vez de afrontar
críticamente el holocausto, los europeos están ahora sujetos a leyes que
determinan la verdad de Auschwitz. En vez de afrontar éticamente Auschwitz como
seres libres, los europeos están condenados a aceptar un extraordinariamente
estricto relato con implicaciones morales y políticas precisas, por no hablar de
su interpretación. En otras palabras, es la hegemonía sionista sobre el discurso
histórico lo que ha transformado Auschwitz en un árido hecho aislado que pierde
su relevancia conforme escribo estas líneas.
Por otra parte, la verdad de Gaza, Jenin, Bint Jabel y la zona sur de Beirut es
el resultado de una genuina reacción ética surgida de mentes y espíritus libres.
Compadecerse de los palestinos es el mero resultado directo de estar en el
mundo. Es por eso por lo que adopta tantas formas y maneras. Mientras que
Auschwitz se ha convertido en una parte esencial de la política occidental
contemporánea y está intrínsecamente relacionado con todo lo que detestamos en
el discurso político occidental, compadecerse de los palestinos es reclamar el
humanismo, unirse a David para derrotar a Goliat.
Mención presuntuosa de un nombre importante
Al final de su refutación, Sánchez Cedillo insiste en que "la existencia de
Israel no se puede poner en tela de juicio". En caso de que uno pueda preguntar
exactamente por qué, Sánchez Cedillo se apresura a responder. "Una idea
‘demente’ consideraba Jean-Paul Sartre en 1968 la atribución del papel de
‘agresor’ al Estado de Israel en la guerra de 1948 ". De lo cual puede deducirse
que "al Estado sólo para judíos" se le debe otorgar un derecho incondicional e
ilimitado a la existencia sólo porque el gran Jean-Paul Sartre estaba mal
informado o intelectualmente paralítico en 1968.
Me permito sugerir que si es ésta la mejor manipulación retórica que los
defensores de Israel son capaces de inventar, más valdría que Israel y el
sionismo confiaran únicamente en la espada, pues desde el punto de vista
intelectual el derecho a la existencia del "Estado sólo para judíos" parece
insoportable.
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Una versión abreviada de las colaboraciones de Khalid Amayreh y Gilad Atzmon ha
aparecido en Diagonal, n.º 40 (26 de octubre de 2006):