Medio Oriente - Asia - Africa
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La única solución: disolver la Autoridad Palestina
Abdelbari Atwan
Las refriegas sangrientas que se están produciendo estos días en los
territorios palestinos y están segando vidas inocentes de un modo totalmente
arbitrario son una auténtica vergüenza, un escándalo político y moral que
deshonra a quienes directa o indirectamente participan en ellas. Desacreditan
una historia larga y honorable llena de sacrificios que dura ya más de un siglo.
Lo menos que podemos hacer es calificar estos enfrentamientos de pura locura. Un
pueblo con una conciencia política tan alta y una experiencia de resistencia tan
prolongada no puede ─cuando siguen cayendo mártires todos los días─ pasar del
súmmum de la razón y la sensatez al súmum de la locura, así, en pocas horas…
¿Qué sentirán los dirigentes, ya sean de Fatá o de Hamás, cuando ven pasar las
ambulancias con heridos y cadáveres, caídos en estos enfrentamientos absurdos
entre milicias, que se cruzan con los cadáveres de sus hermanos y hermanas
víctimas de los asesinatos selectivos israelíes?
Cuando Benyamín Eliezer, ministro israelí de Infraestructuras, incapaz de
contener su júbilo por estas escaramuzas entre los dos bandos opuestos de la
política palestina, apuesta por la victoria de la camarilla del presidente
Mahmud Abbás, es preciso que sepamos distinguir de qué lado está la razón.
Cuando la señora Condoleezza Rice dice que los palestinos deben poner fin a su
guerra intestina y formar un gobierno de unión nacional, un gobierno que
reconozca a Israel y los acuerdos tomados con este país, debemos hacer una pausa
y reflexionar seriamente sobre la clase de trampa que se le ha tendido al pueblo
palestino y sobre los fines que persigue.
Ya lo hemos dicho y no nos cansamos de repetirlo aquí mismo, bien alto y claro,
que la única finalidad de esta guerra civil absurda es controlar el «cadáver en
el armario» en que se ha convertido la Autoridad Palestina, indigna de que se
vierta una sola gota de sangre por ella. Hasta los animales carnívoros, por
hambrientos que estén, desprecian la carroña y no tienen ninguna intención de
luchar a muerte para quedarse con ella.
Los palestinos están viviendo una gran farsa llamada «autonomía». Se imaginan
que tienen ministros y una asamblea legislativa, instituciones y una guardia
presidencial. Pura ilusión: su territorio está ocupado y en la parte
supuestamente liberada (la franja de Gaza) se suceden los peores
enfrentamientos. Es una inmensa cárcel a cielo abierto cuyas llaves cuelgan del
cinturón de un oscuro subalterno del servicio de represión israelí, el Shin Bet.
Por lo tanto, debemos reconocer que lo que está pasando en este preciso momento
en los territorios ocupados son las primeras escaramuzas de una guerra civil sin
precedentes, planeada por los israelíes con gran minuciosidad. El plan les está
saliendo bien: manejando de manera maquiavélica la crisis de los salarios
impagados de los funcionarios, han hecho caer en la trampa a los palestinos.
No es una guerra entre musulmanes y cristianos, ni entre sunníes y chiíes, ni
entre católicos y protestantes. No, es una guerra entre hijos e hijas de la
misma comunidad, de la misma tribu, del mismo pueblo, entre unos hambrientos y
otros hambrientos (los mismos), entre unas personas sometidas a ocupación
militar y otras personas sometidas a ocupación militar (las mismas, la misma).
Esa es la tragedia.
Lo importante, en este momento, no es determinar quién es el culpable de la
caída en este inmenso pozo sin fondo. No. Lo importante es saber cómo salir de
él con el menor daño posible y cuanto antes; todos son culpables, de una u otra
forma.
Quien o quienes han azuzado a las fuerzas de seguridad palestinas y les han
permitido que se manifestaran con sus armas para reclamar los salarios, aunque
sabían muy bien por qué se retrasaba el pago, es o son responsables de la sangre
vertida, hasta la última gota, en las calles de Gaza, Nablus y Ramala. Quien ha
ordenado a las fuerzas de apoyo ─dicho de otro modo, a las milicias de Hamás─
que se echaran a la calle para oponerse a los primeros, cuando todos conocían
perfectamente cuál iba a ser el resultado de esta iniciativa, carga con la misma
responsabilidad y merece una sanción igual de severa.
El señor Abbas arrastra a una guerra civil sangrienta no sólo al pueblo
palestino, sino también al movimiento de liberación nacional palestino ─Fatá─,
que se honra de un pasado glorioso, de sacrificios voluntarios, lucha tenaz y
fidelidad a unos principios nacionales intangibles, mantenidos durante más de 40
años.
Que sepamos, el gobierno de Hamás no es en absoluto responsable de la crisis de
los salarios ni del hambre impuesta desde fuera al pueblo palestino. ¿Por qué,
entonces, el presidente de la Autoridad y su clientela lanzan a los
manifestantes contra él?
Cualquier niño palestino de cuatro años sabe que quienes mantienen bloqueados
los salarios son EEUU e Israel [y la Unión Europea, n. del t.]. Dicho esto,
hemos criticado y seguimos criticando al movimiento Hamás por haber participado
en las elecciones, cometiendo así una enorme incongruencia. ¿Acaso se puede
respaldar al mismo tiempo a una Autoridad creada por unos acuerdos denunciados y
rechazados por Hamás, y a una resistencia armada que no reconoce a Israel y
lucha por la liberación de todo el territorio palestino? Si Hamás se ganó la
confianza del pueblo palestino fue precisamente por su posición inquebrantable,
ya que el pueblo sabe muy bien que los acuerdos de Oslo son nulos e ilusorios y
que todo lo que se construye sobre algo nulo e ilusorio está construido sobre la
arena.
No sabemos qué mosca le ha picado a este sujeto, Abbas. ¿Cómo ha podido dejar a
un lado su cautela legendaria para lanzarse a cuerpo descubierto en un complot
contra el gobierno que ha prendido la mecha de la guerra civil? En cambio, lo
que sabemos de buena tinta es que este sujeto, Abbas, hace un par de semanas,
encargó a varios de sus consejeros en el exilio el borrador de un discurso de
dimisión que pensaba pronunciar ante las cámaras de televisión de todo le mundo.
En dicho discurso iba a atribuir a Israel y EEUU la responsabilidad del
deterioro de la situación en los territorios ocupados y del fracaso definitivo
del proceso de paz en la región de Oriente Próximo.
Los consejeros del presidente Abbas, que tienen sus poltronas en los despachos
presidenciales y le empujan a la confrontación, y no precisamente en un sentido
de apaciguamiento, con el único fin de recuperar los laureles perdidos del
poder, hablan ahora de las decisiones que podría adoptar, tales como recurrir a
su facultad de disolver el gobierno y formar otro de tecnócratas o convocar
nuevas elecciones legislativas.
Pero ¿de qué facultades ─y de qué constitución─ estamos hablado? ¿Acaso las
tiene un pueblo hambriento como el palestino, con miles de víctimas, sometido al
estado de sitio? ¿Qué facultades y qué constitución tiene un presidente que no
puede salir de su despacho de Ramala sin la autorización del último guarda
forestal israelí? ¿Qué facultades y qué constitución tiene una asamblea
legislativa la mitad de cuyos miembros se pudren en las mazmorras del ocupante
después de haber sido secuestrados en sus casas a plena luz del día? ¿Qué clase
de «gobierno» es este que no puede pagar el sueldo a sus funcionarios ni
organizar sus propias fuerzas de seguridad, crea guardias pretorianas con la
única misión de proteger a los ministros, es incapaz de nombrar no ya a un
embajador, ni siquiera a un simple cónsul en las embajadas, ni puede vigilar con
sus agentes de policía nuestros lugares de paso y nuestras salidas de socorro?
¿De qué orden público nos hablan, si los encargados de mantenerlo son los
primeros en quebrarlo y propagar la anarquía, si cierran las calles y plazas a
los transeúntes para abusar de sus conciudadanos y amargarles la vida,
obstaculizando su libertad de movimientos y poniendo trabas al pequeño comercio
y otras maneras de ganarse la vida, y lo hacen en este mes bendito, en este mes
de tregua y generosidad que es el ramadán?
Sólo hay una solución: que los señores Mahmud Abbas e Ismail Haniyé se presenten
juntos, tomados de la mano, ante las cámaras de televisión y, en una conferencia
de prensa de audiencia mundial, declaren disuelta esta Autoridad y le llamen al
pan, pan y al vino, vino. Que llamen «pueblo resistente» al pueblo palestino
resistente y «fuerzas de ocupación» [a la soldadesca sionista].
El pueblo palestino se enfrenta a un chantaje sin precedentes, llamado
«salarios»: ahora le exigen que renuncie a todos los principios fundamentales de
su lucha, a todos sus derechos nacionales, y se convierta en un pueblo de
vagabundos y mendigos que dependa de las limosnas europeas y usamericanas,
exactamente igual que cuando los auténticos héroes de Fatá todavía no habían
disparado la primera bala, en ese mes de enero del año de gracia de 1965.
Por lo tanto, una nueva convocatoria de elecciones cuyos resultados no harían
más que consagrar una situación deplorable y agravarían la actual situación de
casi hambruna para llevar adelante el plan usamericano-israelí, es una opción
perniciosa a la que debemos oponernos sistemáticamente.
¿De qué servirían unas elecciones cuyo resultado no se respetaría y los que
cometieran la locura de admitirlas y participar en ellas recibirían como pago la
muerte por hambre, la muerte por asedio o la muerte por las armas de los «robocop»
sionistas?
Texto original: , Al Quds Al Arabi, 4 de octubre de 2006. Traducido de la
versión francesa de Marcel Charbonnier. Juan Vivanco y Marcel Charbonnier son
miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de mencionar al autor, a
los traductores y la fuente.