Latinoamérica
|
Política externa de Brasil
La simplificación productiva amenaza la integración regional
Luiz Augusto Estrella Faria
Peripecias
Si en el ámbito regional el proceso de integración carece de un proyecto común
de desarrollo compartido de las naciones sudamericanas que le de un norte y una
perspectiva histórica, en los ámbitos bilaterales y en el multilateral la
coordinación entre países en desarrollo tiende a enfatizar los intereses en
torno a las exportaciones de productos primarios. Esa posición refuerza una
especialización regresiva y profundiza, en lugar de reducir, el abismo que
separa el grupo de países desarrollados de los dos demás.
Durante la mayor parte del siglo XX, Brasil se consideró a sí mismo el país del
futuro, un futuro de modernidad que tenía en la industria su motor económico. El
agotamiento del modelo primario exportador fue acompañado por la Revolución de
1930, que promovió una serie de profundos cambios en la sociedad brasileña. Un
nuevo consenso económico se formó desde entonces, cuya idea central era la
industrialización como el camino para el desarrollo.
Desafortunadamente, desde 1981 ese camino se agotó. Las tasas de crecimiento
cayeron a menos de una tercera parte de lo que habían estado en los cuarenta
años anteriores y el peso de la industria en el PIB se redujo. Pasados
veinticinco años de un cuadro de crisis en el cual, más allá del mal desempeño
de la estructura productiva, la inflación y el desequilibrio en la balanza de
pagos originado por la deuda externa generaran una circunstancia de permanente
estancamiento, donde la suba de las exportaciones aparece como principal
elemento de una mejora en el cuadro gris de la economía nacional. Así, en el
alba del nuevo siglo, las expectativas de crecimiento económico están
depositadas en el comercio exterior, principalmente de productos primarios. Es
como si el futuro se encontrase en el pasado.
En esta época, la sociedad brasileña se vio involucrada en el proceso mundial de
financiación capitalista, donde las altas finanzas pasaron a ejercer una
hegemonía sobre las estructuras del poder económico y político en escala
planetaria. Ese proceso tuvo su epicentro en el endeudamiento externo y su
contracara con la deuda pública. Por esto se ha consolidado la ascensión del
rentismo como condición fundamental de acumulación de riqueza por parte de una
oligarquía brasileña asociada al gran capital internacional, propietarios de
activos en el país o dueños de posiciones acreedoras sobre el endeudamiento
nacional. La acumulación rentista se hace posible por una sorprendente capacidad
de las estructuras productivas de soportar el peso de esa transferencia de valor
y por la no menos sorprendente capacidad recaudatoria del Estado, que alcanzó a
elevar la carga tributaria de 28 a 36 por ciento del PIB entre 1994 y 2004 para
hacer frente a los costos de la deuda pública. La política monetaria
extremadamente amigable a las finanzas (intereses elevados, cambio libre, baja
tributación y débil reglamentación) atrajo inversionistas extranjeros lo que,
sumado a los buenos resultados del comercio exterior, mantiene la estabilidad de
las cuentas externas.
En los actuales escenarios de negociación comercial, se observa que en el caso
de la integración en América del Sur, todas las fuerzas sociales involucradas en
el tema la apoyan. Pero la integración aún está restringida al comercio y
materias relacionadas, pese a los notables avances en la aproximación con sus
vecinos, reflejado en la ampliación del número de miembros asociados, el
progreso de las negociaciones con la Comunidad Andina o el ingreso de Venezuela
al Mercosur como miembro pleno.
Su agenda está repleta de disputas sobre desequilibrios comerciales, pedidos de
salvaguardias y acusaciones de dumping y otras prácticas desleales, que
no son más que la música que acompaña el enlentecimiento de los flujos de
comercio. En las negociaciones intrarregionales, los productores de bienes
industrializados durables y no durables son los más importantes grupos de
intereses, con algunas intervenciones localizadas del agronegocio, pues, para
esos sectores, el mercado regional es un destino prioritario de sus
exportaciones.
En lo que respecta a las negociaciones en que el Mercosur está involucrado como
bloque, el tema del acceso a mercados para productos primarios es predominante,
lo que refleja la influencia del agronegocio en las posiciones negociadoras. En
Argentina ese sector es casi el único sobreviviente del fundamentalismo
neoliberal que llevó a ese país a la devastadora crisis de 2001.
Si bien la estructura institucional del Tratado de Asunción permite la
participación de la sociedad civil en la definición de las agendas y
proposiciones en todas las fases del proceso de integración, la presencia de
representaciones del campo popular ha sido poco efectiva, en la medida en que la
agenda ha estado ocupada por los temas comerciales y los asuntos de mayor
interés de esos sectores, como la libre circulación de los trabajadores, han
avanzado muy poco en virtud del insuficiente desarrollo institucional del
Mercosur.
Se lega así a una situación donde el triunfo del neoliberalismo no solo ha
consolidado la alta finanza como grupo hegemónico de las clases dominantes, sino
que también erosionó el compromiso del gran capital del sector productivo con
cualquier proyecto de desarrollo nacional. La fracción superior de lo que otrora
se ha llamado burguesía nacional está resignada a un papel secundario, esperando
que las inversiones extranjeras lideren sus movimientos. Con respecto al
comercio exterior, la posición de esa nueva correlación de fuerzas suena como el
eco de la vieja concepción ricardiana de las ventajas comparativas del
agronegocio y de las exportaciones de bienes industriales estandardizados.
Si en el ámbito regional el proceso de integración carece de un proyecto común
de desarrollo compartido de las naciones sudamericanas que le dé un norte y una
perspectiva histórica, en los ámbitos bilaterales y en el multilateral la
coordinación entre países en desarrollo tiende a enfatizar los intereses en
torno a las exportaciones de productos primarios. Esa posición refuerza una
especialización regresiva y profundiza, en lugar de reducir, el abismo que
separa el grupo de países desarrollados de los demás. Incluso la inclusión de
tópicos como los textiles o la siderurgia no cambia mucho este esquema, pues no
ayuda a reducir esas distancias. La prevalencia de esas posiciones representa,
de hecho, una repetición del pasado primario exportador de América del Sur, lo
que, para quien ya cumplió diversas etapas de su industrialización, apunta para
el regreso de lo que un día fue el futuro.
Para países pobres o de ingreso intermedio, desarrollo significa diversificación
económica, lo que todavía quiere decir industrialización, acceso a nuevas
tecnologías y por lo tanto lo opuesto del aprovechamiento de ventajas
comparativas. Eso está escrito en el Tratado de Asunción bajo la forma del
principio del equilibrio y que torna concreta la idea de que, en las relaciones
internacionales, nuestro norte es el Sur.
Este artículo es un resumen de la presentación ofrecida en el Taller de
Capacitación sobre Comercio, Integración y Desarrollo Sostenible en América del
Sur, organizado por CLAES en abril de 2006.