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México: el "Gallo Desplumado" o por qué me ufano del autoritarismo
Adrián Sotelo
Un viejo refrán popular dice que "el que ríe al último, ríe mejor".
López Obrador utilizó la fábula popular, cómo un gracioso actor de carpa,
durante más de un año refiriéndose al hecho de que "ni una pluma le han quitado
a mi gallo". Lo que, en lenguaje común y corriente, significa que a pesar de
todos los "ataques" perpetrados en su contra — provenientes, según él, del
salinismo, de la iglesia, del gobierno federal, de la ultraderecha, de la
ultraizquierda, de los empresarios y burócratas del sistema, del gobierno
norteamericano y de la CIA—, él es inmune y todopoderoso frente a cualquier
intento de liquidarlo políticamente. Pero la realidad es más rebelde y aguda
frente a lo que ven los obnubilados ojos de intelectuales y políticos
fragmentados que sólo alcanzan a percibir hasta el horizonte de sus intereses
personales y de mafia partidaria.
El evidente triunfo del ultraderechista Felipe Calderón frente a su rival, el
nacional-populista, López Obrador en las elecciones del 2 de julio para la
próxima presidencia de la república durante el periodo 2006-2012, es el
resultado de la autocomplacencia y del excesivo autoritarismo y prepotencia del
segundo y de la dirigencia neo-priísta de su partido.
Además de la evidente falta de cálculo y de visón al subestimar a sus "enemigos"
electorales (PRI y PAN), por el hecho de haberle apostado a las mediáticas
encuestas que, desde hace más de cinco años, cuando era Jefe de Gobierno de la
ciudad de México y durante su campaña presidencial, supuestamente le otorgaban
no menos de 10 puntos porcentuales en la "competencia electoral". Hoy, los fríos
resultados están a la vista: alrededor de 400 mil votos más a favor del
candidato del PAN (de un total de más de 14 millones de votos) sobre los
obtenidos por la coalición del PRD (poco más de 13 millones) hacen de su
candidato, desde el punto de vista del sistema y de la perspectiva mediática, el
más "popular" de los contendientes a pesar de ser un personero de las clases
oligárquicas del país. El neoliberalismo de "rostro humano" perdió frente al
neoliberalismo conservador de Vicente Fox y su candidato Calderón. Y con ello,
perdieron los miles de "simpatizantes" que, enceguecidos por el afán de poder y
de dinero, vieron derrumbarse sus ambiciones personales y su flamante futuro de
prósperos empresarios y burócratas de cuello blanco.
Mientras que la parte del pueblo mexicano que apoyó la candidatura del juarista
ensimismado en las alas del caudillo ahora queda a merced de las políticas
salvajes del capitalismo neoliberal. Ya no hay más caudillo ni partido que los
represente: pasó la frenética y mediática coyuntura electorera, es tiempo de
descansar: los ganadores con senadurías, delegaciones y diputaciones de todos
los colores han salido premiados con las rifas del sistema. A los perdedores no
les queda más remedio que esperar otros seis años para ver si ahora si "viene la
buena".
El Gallo Desplumado ahora se irá a su tierra a seguir su camino solitario,
porque los otrora apoyadores de su campaña, lo habrán abandonado: unos se irán a
los brazos del PAN, otros, a los del vencido y desvencijado PRI, que ya no tiene
nada que ofrecerles; y otros más, al regazo de las burocracias estatales y, por
último, al desempleo. Esta es la triste realidad del partido oficialmente
llamado de la "izquierda institucionalizada" por el hecho, entre otros factores,
de haberse subordinado a los designios del Coronel —con el significado de
Gabriel García Márquez— al que le apostaron lo mismo intelectuales iluminados,
que artistas y burócratas de toda estirpe. Pero nadie, absolutamente nadie, irá
a reconstruir desde el pueblo y las luchas populares, a la otra izquierda que
vaya más allá de los desgastados y costosos procesos de la "democracia
electoral" al estilo gringo, para construir alternativas de cambio radical de un
"sistema mexicano" sumido en la crisis y en la corrupción.
Los de abajo y la izquierda independiente tendrán que asumir las tareas de
construir las alternativas que derroten al neoliberalismo y al capitalismo con
su sistema institucionalizado y su partidocracia.
La "centro-izquierda", que también se llevó un chasquido en Perú con el triunfo
del candidato aprista Alán García, ha demostrado que es incapaz de construir un
proyecto alternativo de país, de nación y de comunidad que represente
verdaderamente los intereses populares y de los trabajadores frente a las clases
dominantes y el imperialismo. En su lugar, sus gobiernos se han convertido, como
en Brasil, Bolivia y Uruguay, en dóciles gestores del desgastado Estado
neoliberal latinoamericano y en funcionales factores de "gobernabilidad" frente
al desgaste de las derechas y de las oligarquías en decadencia para garantizar
la llamada "gobernabilidad".
El nuevo sistema de dominación en escala global requiere de un nuevo ciclo de
este tipo de gobernantes y personajes (desde Kischner, un Lula, pasando por un
Tabaré hasta un Evo y o un Obrador) para mantener y reproducir el sistema
democrático neoliberal en crisis emanado del ciclo de las dictaduras militares
latinoamericanas (1964-1991). Son, ciclos que, como en la economía, operan
subrepticiamente en los procesos históricos y que en América Latina vienen del
primero, el colonial, para continuar con el oligárquico-terrateniente
(1850-1930), el populista (1930-1950), el de las dictaduras militares
(1964-1991) y el de las actuales democracias gobernables y restringidas
(1985-2006) como las bautizó, desde los setenta del siglo pasado, el
Departamento de Estado norteamericano. Secuencias no siempre etapistas y
mecánicas cómo supuso el estalinismo soviético, sino desordenadas y caóticas,
como muestra ejemplarmente la antilinealidad del socialismo realmente existente
que se desplomó al calor del fortalecimiento de la Unión Europea, del Consenso
de Washington y del imperialismo anglosajón
Pero en la lucha frenética por el poder, como atestigua el caso mexicano, los
ciclos históricos chocan, a veces, con los intereses de las clases, de los
grupos y de los individuos inmersos en ellas. Y es esto lo que explica que no
siempre la historia consiga seguir una línea recta, ascendente, sin
precipitaciones extraordinarias, como marca lo que ocurrió en Perú y en México:
la lógica del "efecto demostración" indicaba el inminente arribo de la
"centro-izquierda" al poder (y así lo afirman los principales intelectuales e
ideólogos del PRD). Pero la realidad modificó drásticamente esta percepción para
colocar gobiernos francamente conservadores, sin populismos declaratorios, que
se mueven sin tapujos y con la "frente limpia" dentro de la lógica y de los
intereses del imperio comandado por la supremacía de Estados Unidos.
La derrota del candidato que se autoproclamaba "siervo del pueblo mexicano"
revela la fragilidad de este tipo de gobiernos y gobernantes cuyos intereses de
clase y partidarios no operan contra el orden burgués, sino dentro de él; a lo
sumo pugnan, sin tener ningún proyecto "alternativo de nación", por un
neo-estructuralismo semi-neoliberal que no cuestione la esencia de la
explotación capitalista, del atraso y de la dependencia estructural, elementos
centrales de cualquier proyecto que se presuma de izquierda.
El sistema electoral mexicano racionaliza las cifras y alegre pronuncia que "se
venció al abstencionismo" y califica la jornada de "ejemplar" (¿para quién?)
porque acudió a las urnas cerca del 60 % del padrón. Es decir, el otro segmento
de la población que se abstuvo de votar (el 40%) y que anuló su votó (casi un
millón de ciudadanos) y que alcanza un espectro de alrededor de 30 millones no
cuenta para el sistema ni para sus candidatos, ni para sus partidos políticos en
un país con una población total de 105 millones de habitantes.
Son estas masas enormes excluidas del sistema quienes constituyen los cimientos
de los de abajo y los únicos sujetos históricos que habrán de librar las grandes
batallas contra las estructuras del poder del sistema capitalista, de su Estado
y sus burocracias partidarias.
Fuente: lafogata.org