Latinoamérica
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Encarcelamiento masivo, tiro por la culata
Mario Osava
IPS
Las prisiones de Sao Paulo, el estado más poblado y rico de Brasil, subvierten
su función. En lugar de apartar criminales para que no amenacen a la sociedad,
sirven de cuartel general y campo de reclutamiento para poner en jaque una
metrópoli entera y una decenas de otras ciudades.
El crimen organizado y conducido desde dentro de las cárceles aterroriza a los
11 millones de habitantes de Sao Paulo desde hace dos meses. Su ofensiva de esta
semana logró paralizar en la víspera el transporte urbano de pasajeros
repitiendo así lo ocurrido en mayo, cuando incendió decenas de autobuses.
Una docena de las 16 empresas locales se negaron a poner sus autobuses en las
calles, alegando que acumulan una pérdida de 11,5 millones de reales (cinco
millones de dólares), con más de un centenar de vehículos destruidos. Se estima
que más de dos millones de personas quedaron sin transporte ese día, afectando
todas las actividades de la ciudad.
Los más de 100 atentados perpetrados el miércoles y el jueves, que dañaron
también edificios bancarios, sedes policiales, supermercados y otras tiendas
comerciales atacados a tiros o con bombas, se extendieron a 45 ciudades de la
región metropolitana y del interior del estado de Sao Paulo, diseminando el
miedo en especial en municipios donde se ubican las 144 cárceles del distrito.
El estado de Sao Paulo fue "rehén" de grupos organizados entre los 140.000
presos, y las autoridades "parecen no saber qué hacer" para superar la crisis,
dijo a IPS el diputado Ítalo Cardoso, presidente de la Comisión de Derechos
Humanos de la Asamblea Legislativa estadual.
Es consecuencia de la política adoptada en Brasil de promover un aumento
"exagerado y explosivo" de la cantidad de presos sin que el Estado mejorara su
"capacidad de administrar los presidios superpoblados", evaluó Sergio Mazina
Martins, vicepresidente del no gubernamental Instituto Brasileño de Ciencias
Criminales (IBCCrim).
El clima de "guerra civil" tiende a expandirse a otras partes del país, ya que
se trata de una política nacional. Sao Paulo es pionero en este problema sólo
porque está en "la línea de fuego" tanto por ser la mayor concentración urbana
del país como por llevar a cabo un encarcelamiento masivo e indiscriminado,
apuntó.
Según datos de la Secretaría de Administración Penitenciaria, las cárceles del
Estado de Sao Paulo tienen una población cercana a las 140.000 personas, más de
50 por ciento más de su capacidad locativa. La cantidad de presos se duplicó
desde 1998 y se estima que aumenta a razón de 1.000 personas por mes.
De esa forma "se amontonan los presos" en condiciones de vida indignas, tal como
ocurre en el presidio de Araraquara, ubicado a 280 kilómetros de la ciudad de
Sao Paulo, que retiene a 1.400 personas en un edificio parcialmente destruido
por una rebelión de hace un mes, recordó Mazina Martins.
El problema se profundiza porque no se comprende la función de las prisiones,
que se deberían limitar a los "casos excepcionales" de delitos graves y a una
"permanencia lo menor posible" para que el Estado tenga condiciones de
administrar las instituciones y poblaciones carcelarias, opinó.
Unos 600 presos en Araraquara esperan hace más de seis meses respuesta a sus
pedidos de libertad condicional a la que tienen derecho, señaló el diputado
Cardoso, quien advirtió que el Poder Judicial es demasiado lento y no atiende a
la mayoría de los detenidos. Los presidios podrían tener su población mucho más
reducida si se aplicara efectivamente la legislación.
Marcos Camacho, alias Marcola y considerado el líder del grupo del crimen
organizado llamado Primer Comando de la Capital (PCC), dijo que esa ola de
violencia sólo tendrá fin cuando se cumpla correctamente la Ley de Ejecución
Penal, que rige la aplicación de las sentencias, los derechos y los deberes de
los presos.
La advertencia del jefe del PCC, que se supone es el coordinador de los
atentados en el estado de Sao Paulo, fue realizada el 8 de junio, cuando prestó
testimonio ante miembros la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre
tráfico de armas, de la Cámara de Diputados.
La violación de derechos como torturas, revistas humillantes y maltratos,
frecuentemente denunciados por familiares de detenidos, acaban por ayudar al
reclutamiento del PCC, que se presenta como protector de los presos y de sus
parientes. Las noticias dan cuenta de que el grupo generalmente distribuye
alimentos a familias muy pobres de los reclusos.
Con la población carcelaria bajo su dominio, el PCC y otros grupos criminales
prácticamente obligan a los nuevos detenidos a adherir al "partido" que, según
sus "estatutos", lucha "contra la opresión carcelaria". Antiguos aliados y los
liberados componen la red externa movilizada en las ofensivas actuales y en la
obtención de fondos.
De esa forma, las cárceles dejaron de ser un factor de seguridad para la
población, ampliando la inseguridad al "nutrir la criminalidad", sostuvo Mazina
Martins.
Las organizaciones criminales intentan incluso doblegar a los agentes
penitenciarios, blancos de la ofensiva de mayo y ahora de una "caza" específica
que ya costó la vida a seis de esos funcionarios del sistema paulista.
Reducir el encarcelamiento a casos que representen una real amenaza a la
sociedad, ampliar el uso de penas alternativas, mejorar las condiciones
carcelarias, con oportunidades de trabajo y estudio, programas sociales en
beneficio de los presos y sus familias son "medidas a mediano plazo" que
recomienda el diputado Cardoso.
A corto plazo, la aplicación de la Ley de Ejecución Penal podría aliviar la
tensión, reduciendo la población hacinada en las cárceles, concluyó.