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Bolivia: Los esperpentos de las minorías
Antonio Peredo Leigue
Los resultados son abrumadores: más del 50 por ciento de los votantes
eligieron a los candidatos del Movimiento al Socialismo (MAS) para la Asamblea
Constituyente. En Santa Cruz y Tarija, donde la derecha creyó tener sus
baluartes, ganó el MAS. El referéndum autonómico, cumplido en la misma fecha, el
NO a las autonomías propiciado por el MAS, contó con 57% del voto. Aún una
elección municipal extraordinaria en un pueblo de 500 habitantes, el MAS dejó
muy atrás a su contendor.
Pero, por supuesto, la derecha no se resigna. La democracia funciona bien,
cuando la manejan ellos. Si sale de sus manos, entonces la condenan como
"intentos hegemónicos" y sacan a relucir pretendidos derechos de minorías que
deben imponerse, según afirman, al "totalitarismo mayoritario".
La agrupación PODEMOS, que lidera el ex presidente Jorge "Tuto" Quiroga, de un
28% que obtuvo en diciembre pasado, debió resignarse a 15% en esta elección.
Partidos tradicionales y pequeñas agrupaciones, que ocultan deserciones
derechistas, fueron castigados con votaciones ínfimas que apenas los salvan de
la desaparición.
Las razones de la sinrazón De siempre, y aún ahora, los grupos de poder
consideran que el grueso de la población no piensa; se limita a seguir
consignas. No en balde un ex presidente español, sostuvo que los pueblos
latinoamericanos están equivocándose en las elecciones y habría que propiciar
nuevos plebiscitos para rectificar errores; por supuesto, ellos financiarían
tales rectificaciones.
Pero, en Bolivia, tres votaciones han favorecido al MAS consecutivamente:
municipales en diciembre de 2004, generales en diciembre de 2005 y
constituyentes el pasado 2 de julio. Podríamos decir que las "equivocaciones" se
repitieron 7 veces, en Venezuela.
En otras naciones de este continente habrá otras repeticiones y, en alguna más,
han debido recurrir al consabido fraude para tratar de obstaculizar el avance de
los pueblos.
Es que, para los poderosos del mundo, democracia es el sistema mediante el cual
se eligen mandatarios aprobados por Washington.
Basta recordar que, en un tiempo, los candidatos debían exhibir su visa de
ingreso a Estados Unidos, para habilitarse. Si un mandatario, elegido
mayoritariamente, dicta medidas y toma rumbos que desagradan a George W. Bush,
el "Napoleón chiquito", pierde la paciencia y hasta puede ordenar la devastación
del país en cuestión, siempre que el negocio valga la pena.
Y no discutan las formas de votación. Incluso con las reglas fijadas por ellos,
con los mecanismos de control que ellos implementaron, una derrota les resulta
inaceptable. Como no se atreven a hablar de fraude (¿cómo?, si ellos lo hicieron
para reducir la ventaja del ganador) gritan "injerencia foránea", "subvención de
una potencia extranjera". Y ante la mayoría que obtuvo el MAS en Santa Cruz y
Tarija, proclaman que los constituyentes deben obedecer las consignas regionales
(léase "del comité cívico"), desoyendo las orientaciones partidarias. Así
funciona la democracia, para ellos.
Las razones del sentimiento popular La democracia del voto, no funciona. Esa es
la conclusión a la que han llegado los americanos (incluso en Estados Unidos y
Canadá). No es democrático el voto que debe elegir entre quienes derrochan
recursos en campañas electorales. No es democracia, si el padrón electoral
"depura legalmente" un 20% del electorado, a título de que no votaron la vez
anterior. Pero, sobre todo, no hay democracia si se pisotean derechos
fundamentales de la persona: derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho a
la educación, derecha a la vivienda e, incluso, derecho a la vida. ¿De qué
democracia hablamos, cuando más del 70% de la población vive en la miseria que
provocan los modelos impuestos por esos mandatarios que elegimos cada cuatro o
cinco años? La democracia debe ser el ejercicio de un gobierno que atienda las
urgentes necesidades del pueblo. A esa conclusión han llegado los sectores
sociales, aunque en algunos casos todavía caen en el embeleso de algún demagogo.
Superando obstáculos, construyen su propio camino y entierran definitivamente a
los partidos tradicionales, aquí en Bolivia, y en otras latitudes.
Así lo hicieron aquí, en diciembre pasado, y lo confirmaron hace apenas diez
días. Es decir, instalan un gobierno que realmente los representa y que, en
estos seis meses, ha tomado medidas radicales en niveles económicos y sociales.
No es suficiente; la Asamblea Constituyente que se instalará en agosto
siguiente, debe orientarse en el mismo sentido. Por tanto, una mayoría
indiscutible tendrá en sus manos la conducción de la asamblea y discutirá los
consensos necesarios con las minorías.
Existe el riesgo de que éstas, pretendan rechazar las fuertes medidas de
transformación que exige la refundación de Bolivia, usando su capacidad de
"veto". La movilización del pueblo en las calles apoyará a esa mayoría que es la
real representación popular.
¡Cuidado con los tropiezos! Que la derecha cumplirá su papel depredador, nadie
lo duda; sería sospechoso que no lo hiciese. Hay que estar preparados para
enfrentarlos. Han sido duramente golpeados, pero aún pueden reorganizarse y dar
su última batalla.
Pero son más peligrosas las debilidades internas que pueden hacernos correr
riesgos mayores. Hemos vivido veinte años bajo el modelo neoliberal y 180 en una
estructura capitalista de dominación externa. Nos cuesta mucho superar los
dogmas y mitos creados por el sistema. Y caemos en contradicciones
constantemente. Trabajamos para construir nuestra soberanía, pero seguimos
capturados por las instituciones internacionales y las potencias mundiales.
Necesitamos desarrollar nuestra economía y no sabemos aún zafarnos de las
importaciones, sobre todo, ilegales. Urge un plan de dotación de tierras, pero
nos obstaculizan las mismas organizaciones indígenas y campesinas, en sus
menudas luchas impulsadas por la derecha. Los sindicatos también responden a la
misma lógica egoísta, en la que se han desvalorizado los dos decenios pasados, y
no estamos trabajando para salir de ese círculo vicioso.
De resultas de estas y otras contradicciones, el Plan de Desarrollo Nacional nos
deja sabor a poco. Austeridad, honestidad y servicio, son esenciales, pero
insuficientes para cambiar la estructura. Los principios del neoliberalismo no
se han tocado aún. Somos conscientes de que debemos caminar lento, pero seguro.
Correcto, pero cavando y socavando los cimientos del modelo globalizador.
Otras son nuestras fortalezas Pero si aquel es el riesgo, es inobjetable la
fuerza con que se lleva adelante el cambio. Parece increíble, pero el Instituto
Nacional de Estadística informa que, en los cinco primeros meses de este año,
las exportaciones alcanzaron más de 1.500 millones de dólares. Esto significa
casi 500 millones más que en el mismo periodo del año pasado. Un dato
importante: los incrementos provienen de la minería (99,1) y de hidrocarburos
(59,4). En otros términos: los cambios que implementa el gobierno, abren mejores
posibilidades a la exportación.
En cuanto a la imagen internacional -otro de los temas recurrentes de la
derecha-, Bolivia es objeto de atención, ya no por golpes militares o tráfico de
drogas, sino por los avances que están ocurriendo.
Por encima de esto, el tema central en el que se trabaja arduamente es la
apertura del empleo. Miles de bolivianos fueron expulsados del país, dado que el
modelo neoliberal los desempleó. En busca de supervivencia, salieron a países
vecinos e incluso a Europa, donde sufren explotación y discriminación.
Incitarlos a volver sólo es posible mediante la generación de empleo. El plan de
desarrollo ofrece una media de 900 mil empleos por año. Aún si se lograse la
mitad, se está avanzando por buen camino.
Esta es la fuerza que no podrá vencer la derecha anclada en el modelo
neoliberal, masticando sus grandes y pequeños resentimientos.