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Derivaciones de la carta de los comandantes
Estaban al borde del abismo y dieron un paso al frente
El Goyo Álvarez admitió su responsabilidad en los crímenes de la dictadura, como ex comandante en jefe, y pretendió una carambola que tuvo un inesperado "efecto reculié".
Samuel Blixen
Brecha
La segunda gran metida de pata de los ayatolás de la impunidad revela un
estado de desesperación que impide aprender de los tropezones. La decisión de un
magistrado de conceder la extradición a Chile de tres oficiales involucrados en
el secuestro y asesinato del ex agente de la DINA Eugenio Berríos desencadenó
una andanada de críticas e improperios contra el gobierno, un patotero intento
de provocar temor sobre quienes debían concretar la medida. La decisión de la
Presidencia de adelantar el viaje de los extraditables cortó de raíz la asonada.
La respuesta debió ser tomada como una advertencia de que el recurso de los
ponchazos no funciona. Fue, como quien dice, un tiro por la culata.
Ahora, los mismos que desde las asambleas del Círculo y el Centro Militar
capitanearon el vocerío, repitieron el recurso ante la detención de otros seis
oficiales (José Gavazzo, Jorge Silveira, Ricardo Arab, Ricardo Medina, Gilberto
Vázquez, Ernesto Rama) reclamados por el juez federal argentino Guillermo
Montenegro, dispuesto a juzgarlos por el secuestro, desaparición y asesinato de
María Claudia García de Gelman y otra multitud de crímenes cometidos en
Argentina bajo el paraguas del Plan Cóndor.
El nuevo improperio tomó la forma de una pomposa carta abierta a los poderes del
Estado y a la opinión pública, cuyas consecuencias no meditaron sus firmantes,
los tenientes generales Gregorio Álvarez, Guillermo de Nava, Juan Curutchet,
Fernán Amado, Carlos Daners, Carlos Berois, Juan Rebollo, Raúl Mermot, Juan
Geymonat y Santiago Pomoli.
La "carta de los comandantes" fue, para usar la frase célebre de otro connotado
militar, como llegar al borde del abismo y dar un paso al frente. Desde el fondo
del abismo surgió, como en las inefables picadas del coyote que persigue al
correcaminos, una silenciosa nubecita de polvo, más elocuente que cualquier
estrépito. Sus efectos fueron demoledores: una decisiva contribución al
desmoronamiento de la caducidad, un impulso significativo a la corriente que
propugna la anulación de la ley, y un relevo de pruebas, por la vía de la
confesión, para confirmar la responsabilidad institucional en los crímenes de la
dictadura. Los diez comandantes quedaron inermes a las puertas de los juzgados y
expuestos a un nuevo pedido de extradición si el juez Montenegro accede a la
solicitud de la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Néstor Kirchner,
que actuó con celeridad no bien se difundió, el jueves 18, el texto de la
misiva.
El pasaje capital de la carta está comprendido en su párrafo final: "Quienes
suscriben la presente declaran que comparten y asumen plenamente las
responsabilidades institucionales y sus eventuales consecuencias, por los actos
del servicio cumplidos por los integrantes del Ejército, como un compromiso
solidario e intransferible". Más arriba, los firmantes afirmaban que "en
diferentes momentos hemos ejercido la conducción de la fuerza manteniendo unidad
de criterio en lo referente a su esencia, honor, valores y tradición. Esta
valoración incluyó la defensa de sus integrantes, a quienes se atribuían
violaciones a los derechos humanos en la lucha contra el terrorismo. Sustentaba
esta posición, el principio de que aquellos que actuaron en cumplimiento de
órdenes de su mando y más aun en esta especial situación, lo hacían bajo la
responsabilidad de la propia fuerza, en la persona de su comandante".
Dos aseveraciones fueron particularmente irritantes, incluso para aquellos que
defienden la ley de caducidad aprobada para soslayar el desacato de los mandos a
las decisiones dictadas por la justicia ordinaria, que implicaba el
interrogatorio en los juzgados de algunos de los oficiales que hoy enfrentan la
extradición a Argentina. Una se refiere a la actitud de "solidaridad" con los
seis militares presos que motivó el pronunciamiento; y otra al escaso éxito de
los objetivos de la ley de caducidad cuyo espíritu, afirman, ha sido
tergiversado por la interpretación que el actual gobierno hace de sus alcances.
Las críticas de los ex comandantes al gobierno hicieron hincapié en la actitud
asumida ante los pedidos de extradición, que a su juicio viola "el criterio
ancestral de que los problemas de los uruguayos se arreglan entre los
uruguayos". Esperanzados de que asumiendo la responsabilidad institucional que
recae en el mando superior, en virtud del principio de autoridad y
subordinación, se podían revertir las extradiciones, los firmantes cometieron
una imprudencia que sustentó la iniciativa del gobierno argentino de reclamarlos
a ellos, además de a sus subordinados, ante los magistrados de la otra orilla:
"Se refuerza entonces nuestra convicción en el sentido de que si es responsable
el Ejército y su mando por hechos del servicio o como consecuencia del mismo,
cumplidos en el país, ello vale con mayor énfasis para lo que eventualmente sea
fuera de él", afirmaron.
El pez por la boca
Apostando a que podía prevalecer el criterio de la ley de caducidad, que
perdona genéricamente sin saber a quién y por qué, los ex comandantes dieron por
sentado que la admisión de la responsabilidad en tanto mandos superiores podría
también quedar en ese limbo genérico que elude las consecuencias concretas. Pero
no fue así, y se les reclamó a los firmantes que especificaran los hechos
concretos que asumían en su declaración. En un principio la respuesta fue:
"Todos". Pero en las primeras de cambio recularon. ¿La responsabilidad
institucional incluye el asesinato de María Claudia García? La respuesta de
Mermot fue sugerente: "¿A quién se le puede ocurrir que un comandante pudiera
ordenar tales actos?" (El Espectador, jueves 18). Entonces habrá que preguntar
uno por uno, en todos los casos, para saber el alcance exacto de esa
responsabilidad asumida. ¿Incluye los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor
Gutiérrez Ruiz, la desaparición de Julio Castro, el martirio de Gerardo Gatti?,
y así hasta completar la lista de los crímenes.
Por lo pronto, la confesión de la responsabilidad, episodio en el que hasta
ahora ningún juez uruguayo consideró del caso actuar de oficio, impulsó al
abogado Pablo Chargoñia, que actúa en las demandas a instancias del PIT-CNT, a
solicitar del juez Luis Charles el interrogatorio al Goyo Álvarez en la
investigación que se sustancia por la desaparición de Washington Barrios,
ocurrida en Argentina en setiembre de 1974. Álvarez, el único de los diez
firmantes que ejerció la comandancia del Ejército durante la dictadura, será
cartón ligador. Pero en el caso de Barrios, precedido por los asesinatos en
Montevideo de Silvia Reyes, Laura Raggio y Diana Maidanich, está implicado otro
de los firmantes, el teniente general Rebollo. Y si, como instala la confesión
de responsabilidad institucional, la premisa es que los actos de los
subordinados están sujetos a la obediencia debida, Rebollo no escaparía a su
responsabilidad por el secuestro y asesinato de Berríos, ocurrido en 1993 cuando
ejercía la comandancia del Ejército.
Revulsiva en más de un sentido, la "carta de los comandantes" fue unánimemente
rechazada, aunque por motivos diferentes. El ex ministro de Defensa de
Sanguinetti, Yamandú Fau, dijo, crípticamente, que le parecía "algo muy raro".
El senador Francisco Gallinal, líder de Correntada Wilsonista, calificó la carta
de "valentonada inadmisible. Ellos siguen complicando la situación. El Ejército
no es el responsable de la dictadura. Los responsables son los que usurparon el
nombre del Ejército para dar el golpe de Estado". El senador Jorge Larrañaga, en
un acto del Partido Nacional en homenaje a Héctor Gutiérrez Ruiz, condenó a los
firmantes de la carta, retrucando unas afirmaciones de Álvarez: "Cayeron en el
desprecio de la sociedad que no los recordará más que por lo que significan sus
crímenes y atrocidades". Álvarez, preguntado sobre si la confesión de
responsabilidad implicaba un pedido de perdón, afirmó: "Prefiero caer de
espaldas antes que caer de rodillas". El general retirado Óscar Pereira, al que
un tribunal de honor degradó por haber sostenido, hace dos años, la
responsabilidad institucional del Ejército en los crímenes cometidos durante la
dictadura, se tomó su revancha: "(Álvarez) se olvidó de una cosa, porque el que
huye siempre cae boca abajo y quizás ese sea su destino final". Reivindicado por
el presidente Vázquez, que revocó la sanción, el general Pereira fue más allá:
"La ley de caducidad legalizó la delincuencia militar".
La creciente demanda de anulación
Nudo gordiano, la anulación de la ley incorpora nuevos pronunciamientos
detonados por la carta abierta y por la impresionante marcha popular del sábado
20 que, al cumplirse los 30 años de los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor
Gutiérrez Ruiz, hizo retumbar el silencioso reclamo de verdad y justicia de 75
mil personas.
Luego de esta manifestación, el ministro José Mujica no dudó en admitir que la
propuesta de anulación tiene cada vez más respaldo popular. Reconoció que "se
está camino a la derogación", aunque advirtió que "la gente no debe pensar que
por la derogación de la ley se llegará a hacer justicia". Matilde Rodríguez,
viuda de Gutiérrez Ruiz, se pronunció por la anulación o la derogación, pero
estimó que es necesario hacerlo por la vía de un plebiscito popular. Zelmar
Michelini, hijo, propuso la anulación por vía parlamentaria, pero con una
instancia de habilitación de consulta popular para que puedan expresarse quienes
se inclinan por mantenerla vigente. Voceros del gobierno, en tanto, han
reiterado que la derogación o la anulación no están en los planes de la actual
administración, cuya posición de mantenimiento de la ley fue definida en la
campaña electoral. Pero el ministro de Cultura, Jorge Brovetto, aceptó como
válida la posibilidad de impulsar un plebiscito.
Un paso más allá de los pronunciamientos será dado por el PIT-CNT el próximo 19
de junio, que iniciará su campaña por la anulación en un acto en la ciudad de
Paysandú. La central sindical estima que la mejor vía es la sanción de una ley
anulatoria en el Parlamento; pero si tal solución no prospera se iniciará la
recolección de firmas para habilitar un plebiscito. .