Latinoamérica
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Una frontera caliente...
Sásabe, el pueblito que es la puerta de salida para millones de mexicanos
Desde allí cruzan sin papeles a EE.UU. En la era Fox, la cifra de
emigrantes es récord
Claudio Mario Aliscioni
Clarín
Es una conmovedora ceremonia del adiós. La pareja se despide, lentamente,
suspendiendo el tiempo en un abrazo infinito. Colgados de las faldas, los niños
lloran. Los amigos contienen las lágrimas, aunque a veces flaquean. Al fin, con
una dulzura de miel, la esposa le coloca al cuello una pequeña bolsa con un par
de galletas, un peso mexicano para tentar a la fortuna y una estampita de San
Ludano contra los calambres y el dolor de pies.
Ese es el inicio de la travesía al desierto de Evaristo Rivera, natural de
Puebla, 40 años de edad, quien deja atrás a su esposa Elaida y a sus cuatro
pequeños críos. "No sé cuándo vuelvo, pero hago lo mejor para mi familia", dice
en un suspiro mientras sus ojos se achinan, enrojecidos. Quizás él no lo sepa,
pero su éxodo a Estados Unidos, como el de otros 4,2 millones de compatriotas,
está haciendo historia en este país de múltiples caras.
Según el gubernamental Instituto Nacional de Estadística, Geografía e
Informática, ésa es la cifra récord de mexicanos que emigraron en el sexenio del
presidente Fox, que concluye en noviembre próximo. Es una marca indisputable,
alimentada por un desempleo que entre enero y marzo último afectó a 1,5 millones
de trabajadores. La sangría es superior a la que se abatió sobre México en 1995
con el Tequila —la peor crisis económica azteca— cuando se fueron 3 millones. Lo
paradójico del caso es que la emigración actual se produce cuando la economía
—la décima del mundo— crece a un ritmo del 3% promedio desde 2004. El asunto es
de vital importancia para una nación en expansión y asoma como carne de disputa
de los candidatos para las presidenciales del 2 de julio.
En Sásabe, nadie logra el consuelo de Elaida, la mujer de Evaristo, cuando su
hombre parte a pie, con 50 grados de temperatura, entre arbustos de espinas
agresivas, alacranes que lo acechan bajo piedras que hierven y un par de
zopilotes volando en círculo sobre el fondo azul del cielo. Es que la odisea
mexicana no es sólo una historia de deseo y esperanza de futuro. También lo es
de traiciones, engaño y muerte en las arenas del desierto.
En el camino sin orillas que cruza la línea fronteriza, los guías ("polleros" o
"coyotes") no han dudado en abandonar a su suerte a niños, enfermos, embarazadas
y a todo ser débil que fuese incapaz de seguirles el paso. Por una tarifa que
oscila entre 1.000 a 3.000 dólares, circulan por veredas que sólo ellos conocen,
como esa tierra yerma lavada en arenisca roja a la que llaman "Buenos Aires",
entre Altar y Sásabe, hasta depositarlos al otro lado de la frontera.
Se cuentan aquí múltiples historias, como las del niño de tres años que murió
deshidratado en tre las ramas de un arbusto o la de aquella madre soltera que se
perdió en el desierto sin límites con su beba de 20 meses. Están, incluso,
quienes desde la muerte delataron a su traidor. Es el caso del "sin papeles" que
dejó una nota bajo una piedra antes de morir: "El coyote es de Teopisca, en
Chiapas, se llama Pascual. Nos engañó. Me llamo Arturo Gómez C.". La carta se
usa en una campaña oficial para desalentar a los migrantes.
El año último, patrullas de EE.UU. hallaron 463 cadáveres en la zona. Unos 230
cuerpos estaban calcinados en el desierto de Arizona. Entre enero y junio hubo
69 muertes. Es el área más usada hoy por los indocumentados porque no hay aquí
vallas y porque la guardia estadounidense, que es escasa, suele zozobrar ante el
intenso calor.
En ningún organismo hay una cifra cierta del comercio de migrantes, aunque se
estima que por año circulan un millón de personas. "La mitad no lo logra", dice
a Clarín Armando Arellano, paramédico de la Cruz Roja de Sásabe.
Otro asistente, Juan Segovia, explica que cada migrante debe beber 4 litros de
agua por hora en su travesía. Pero nadie puede cargar tanto peso durante tres
días. "La deshidratación provoca alucinaciones. Muchos se entierran para
protegerse del sol y allí mueren", comenta.
En Sásabe, un pueblo de 2.000 habitantes, viven de los indocumentados. Sus
habitantes se opusieron a asfaltar las rutas vecinas para que las polvaredas
alerten sobre la llegada de los autos policiales. Cualquiera hace su agosto: los
particulares, alquilando cuartos apestosos a "sin papeles" por US$ 8 diarios;
los almacenes, vendiendo chocolate, conservas, bidones de agua y tequila para
sobrevivir el cruce en las gélidas noches de invierno.
Las elecciones son algo lejano aquí. No todos saben que en 2005 los emigrados
enviaron US$ 20.000 millones a sus familias. Es la segunda entrada de divisas
del país después del petróleo. Y la tendencia crece. Sin embargo, quienquiera
sea el triunfador, reina el desaliento sobre el futuro. Temen que cada vez haya
más mexicanos que elijan irse. Como dijo un residente a este enviado: "También
es una manera de votar, pero con los pies".