Latinoamérica
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Revuelta escolar
Cómo es la generación pingüina
¿Y estos eran los jovencitos que no estaban ni ahí? La sorpresa provocada
por la irrupción del movimiento de estudiantes secundarios a la arena pública
hace la pregunta urgente: ¿nos equivocamos todos o es esta una generación
radicalmente distinta a sus antecesores inmediatos?
Francisco Aravena F. y Ximena Pérez V.
Poder Popular
poder_popular-owner@yahoogroups.com
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Desafiaron aquel cliché que hablaba de jóvenes desinteresados de la cosa
pública, enajenados chiquillos persiguiendo el carrete, pesadilla de profesores
mal pagados, ejército de víctimas pasivas de una educación deficiente. La
Generación Pingüino salió a la calle, se tomó sus liceos y terminó por
secuestrar la agenda política del país. Se ganó esta apuesta es segura la
portada de los nuevos libros sociológicos que hablen del nuevo-nuevo Chile o
algo así, y se convirtió en postal segura para los resúmenes de prensa de este
año. Estos escolares pasaron a la historia (para qué resistirse al cliché, si es
cierto). Si Chile tuvo hace un par de años su momento Tunick para ilustrar el
mentado cambio cultural de la sociedad, ahora tuvo su momento pingüino (una foto
en que la homogeneidad de la masa en movimiento no está dada por el desnudo sino
por el uniforme escolar).
¿Qué pasó con los que no estaban ni ahí? ¿Quiénes son estos escolares
organizados, poderosos, articulados, que partieron pidiendo un carné gratis y
terminaron exigiendo escribir las leyes que reformen la educación pública
chilena?
Quienes hoy están entre tercero y cuarto medio son hijos de la democracia, desde
luego. Nacidos entre 1989 y 1990, no supieron de dictadura y, como se ha visto,
no heredaron el temor a las movilizaciones sociales. Han crecido más conscientes
de sus derechos: a contestar, a discutir, a tener su propia opinión, a
protestar. También han crecido escuchando y viendo merced de un mundo
globalizado- todo lo que se supone pueden tener y contrastándolo (explosiva
mezcla) con una realidad que muchas veces ha estado lejana al discurso: tienen
derecho a vivir en un mundo libre de contaminación, pero viven en uno
contaminado. Y tienen derecho a una educación de calidad, pero no la tienen.
Están tratando de decir que no son una generación dedicada exclusivamente al
consumo, explica Guillermo Pérez, profesor de Ciencias Sociales del Instituto
Nacional.
De hecho, los expertos coinciden en apuntar a que como generación son más
homogéneos en su forma de vestir. Antes, ésta era mucho más reveladora de su
condición socioeconómica; ahora es más reveladora de su condición etárea.
Se trata también una generación que usa la tecnología como una herramienta
natural de relación con el mundo. El mundo adulto tiende a pensar que la
tecnología es para ellos un juguete, casi un fin en sí mismo; para ellos parece
ser simplemente una manera de relacionarse con el colectivo. Eso ha quedado de
manifiesto en la organización de este movimiento estudiantil, donde los
celulares por llamadas o mensajes de texto- aparecen casi como extensión natural
de la mano y los blogs y páginas web han sido mega-diarios murales. En palabras
del profesor Pérez, esta generación dio un salto, tiene más acceso a la
información, se mueve a un nivel que hace un par de años no existía. Se comunica
más y eso favoreció la organización.
La generación de estudiantes secundarios de hoy aparece conectada al interés
colectivo, preocupada de la política pública. Pero ahí no hay nada nuevo: eso es
algo natural a todos los jóvenes. Así lo sostiene el especialista Jorge Manzi,
director del Centro de Medición de la Escuela de Psicología de la Universidad
Católica. Una de las cosas centrales en la tarea de conformación de la identidad
de un adolescente no es solamente resolver cuestiones sobre su propio destino
personal, sino también asumir un punto de vista respecto del entorno, del medio
donde viven, explica. Manzi, recién designado miembro del Consejo Asesor
Presidencial de Educación creado como respuesta del gobierno a las demandas
estudiantiles- cree que no hay rasgos tan marcados que definan particularmente a
esta generación, sino un contexto que generó una mezcla más bien impredecible y
que explica la irrupción de este movimiento. Creo que nadie puede sostener hoy
que sabía que esto iba a ocurrir.
Estamos sentados sobre una bomba de tiempo, escribió el analista Roberto Méndez
el 18 de febrero de este año en una columna de revista El Sábado. El columnista
sostenía entonces que los estudiantes serían el primer incendio de Bachelet.
Méndez no estaba mirando una bola de cristal, sino una encuesta realizada por la
empresa que preside, Adimark GFK, para la red Universia que revelaba el
descontento de los universitarios con la educación en Chile: No se trata de que
los jóvenes estén molestos; más que eso, están enfurecidos.
Pocos meses más tarde y pocos años más abajo, los escolares hicieron reventar el
conflicto. Este malestar de los jóvenes se fue extendiendo hacia un malestar más
generalizado con respecto a la calidad de la educación y al tipo de
oportunidades que la sociedad y el modelo chileno les está dando una vez que se
reciben, comenta Méndez.
La educación, sostiene, venía avisando que sería fuente de conflictos. Está en
una situación muy explosiva, porque cumple tres requisitos desastrosos: es de
mala calidad, es cara y no ofrece oportunidades de integración al mercado
laboral, resume Méndez.
El triple pack de problemas en la educación cayó en manos de unos jóvenes que
hacía tiempo había dejado atrás el molde caricaturesco de la generación no estoy
ni ahí y que se combinó con otros factores que los hizo pasar de la frustración
a la movilización. Diego Ogass, estudiante del Liceo Lastarria, lo explica así:
Vivimos una desilusión de que no se llegaba a nada concreto. ¿Qué decidimos?...
Tomar una decisión más drástica. En el Liceo de Aplicación, Roberto Hernández,
de cuarto medio, habla de generación: Esta generación se cansó de tanta reunión
y decidió salir a la calle y manifestarse.
Generación sí, espontánea no, aclara Méndez. No puede pensarse que de repente
los jóvenes cambiaron radicalmente de ser unas personas ausentes, más bien
dedicados al carrete, a ser unos líderes sociales con un discurso articulado.
Eso no pasa de la noche a la mañana, sostiene.
Por ponerlo en simple: nos equivocamos. Los medios, las elites, los partidos. Ha
quedado demostrado el absoluto desconocimiento de las elites sobre lo que está
pasando. Y el apresuramiento en los diagnósticos simplistas, un poco de
caricatura, que a veces también hacen los medios de comunicación, asegura el
analista. Por ejemplo, tratar de amplificar la idea de una juventud
desinteresada de todo, carretera, hedonista e ignorando las manifestaciones que
hay entre los jóvenes de preocupaciones sociales.
Jorge Manzi dice que nunca se compró demasiado esto de no estar ni ahí. Plantea
que en esa generalización se asumió que existía una apatía de parte de ellos en
las materias de interés social. Y que se proyectó en ellos una característica
común a todo Chile, desde los escolares a los mayores. Nuestra sociedad ha
vivido una propensión al individualismo, a la búsqueda de proyectos privados.
Son los adultos quienes están más desafectados de la política que los jóvenes.
Esa generación del no estoy ni ahí creo que nunca existió, dice categórico el
estudiante Camilo Retamal, del Liceo de Aplicación. Eso era sólo un juego
manejado por los medios de comunicación que siempre se han encargado de
mostrarnos como lumpen, como delincuentes.
El sacerdote Felipe Berríos es testigo de la lógica que ha movido a las
distintas generaciones de jóvenes. Como capellán de los colegios de la red de la
Fundación Belén Educa y de colegios particulares como el Villa María, las Monjas
Inglesas y La Maisonnette, ha visto fenómenos transversales que, sostiene, sí
caracterizan a los estudiantes de hoy. Del joven que pensaba 'no estoy ni ahí'
pasamos al joven que pensaba 'es lo que hay'. Y ahora pasamos a un joven
protagonista, resume. Una evolución que, en opinión del sacerdote, tiene que ver
con nacer en democracia, en un país que crece.
Factores que no son exclusivos de este año ni del pasado. Ni de esta generación.
Como constata Jorge Manzi, los estudiantes secundarios habían estado trabajando
todo el año pasado en la elaboración de un documento que entregaron en noviembre
con su visión sobre los temas que les preocupaban. Eso revela que ha habido,
desde su lado, una reflexión sistemática, desde hace tiempo, con participación
de mucha gente a través de comisiones, indica Manzi.
En ese sentido, este es difícilmente un fenómeno nuevo. Lo que es nuevo es que a
ese sector algo lo hizo saltar a la palestra, precisa el especialista. Y se
pregunta, ¿qué los hizo saltar?.
Es cosa de mirar para el lado. De ver no sólo al grupo de jóvenes en uniforme, y
ver qué escuchan cuando no tienen los audífonos puestos. La discusión pública
hace unas semanas estaba centrada en temas como qué hacer con los excedentes del
cobre. Ahorrar, gastar, hasta de prestar dinero a otros países se llegó a
hablar. Súbitamente somos ricos, o tenemos mucho más de lo que creíamos que
íbamos a tener. Entonces, las discusiones basadas en el supuesto de escasez
pierden valor, apunta Jorge Manzi. Al mismo tiempo, algunos establecimientos
públicos sobrevivían con una infraestructura lamentable, con un nivel de
educación discutible, con altas cargas de trabajo para los estudiantes y con una
gran incertidumbre respecto de las supuestas recompensas al sacrificio. A ello
se suma esto de que los estudiantes secundarios habían trabajado el año pasado
articulando sus planteamientos y esperando respuesta.
Estaba la expectativa de tener cosas mucho mejores, resume Manzi. Y esto es
interesante, porque cuando se ha hecho análisis retrospectivos de fenómenos de
explosión social, muchas veces esto ha estado presente. O sea: elevación de las
expectativas en la sociedad y al mismo tiempo un cierto sentimiento de
deprivación relativa, explica. Es la sensación de que hay otros que se están
beneficiando más aceleradamente y, por lo tanto, injustamente. Y en el caso de
los jóvenes estaba ese sentimiento de insatisfacción con un país que le va bien
pero no satisface sus necesidades.
Más que una generación particularmente movilizada o movilizable per se, Manzi ve
una confluencia de circunstancias, que pasan por la identificación de problemas
y la sensación de que podría estar haciéndose algo al respecto.
El padre Felipe Berríos ve que, en esa movilización por resolver problemas
colectivos, en estos jóvenes opera algo común a la sociedad: la competitividad
como motor fundamental. Si uno se fija en el origen del problema (pase escolar,
PSU) no es pedir una mejor educación por el derecho a la igualdad para todos,
sino porque yo tengo el derecho a competir en las mismas condiciones que el
otro, apunta Berríos . De ahí se van agregando y hay un malestar que se recoge.
Pero ¿la mejor calidad de educación es para qué? ¿Para una mejor convivencia,
más justa? ¿o más armas para una mayor competencia?.
Esto no lo hacemos porque queremos más pase escolar o para que nos costeen la
PSU, dice Rubén Fernández, alumno del Liceo de Aplicación, sino por cambiar el
sistema en que algunos nos vemos perjudicados y otros favorecidos. Y esas
personas que se ven favorecidas también han sido capaces de darse cuenta que eso
no está bien, y que existen compañeros que no están en la misma condición.
Por muy comunista que sea en los símbolos y en los métodos, en ese sentido el
motor de lucha del movimiento estudiantil es siempre pragmático, funcionando
dentro de la lógica del mercado.
Es tiempo de derribar otro mito: los jóvenes también están operando dentro de la
lógica de los partidos políticos. Ya se ha visto que los principales dirigentes
de este movimiento pertenecen o se identifican con partidos particulares,
independientemente de la perplejidad con que los partidos en general
reaccionaron ante los pingüinos movilizados.
Se magnificó la idea de que como los jóvenes no participaban en política algo
que sí ocurrió, que los jóvenes no se inscribían para votar- eso significaba que
no estuvieran interesados en los temas públicos, precisa Roberto Méndez. El
enojo, el divorcio parece ser más con los dirigentes políticos que con la
política. Hay una visión negativa de los políticos... siempre hablan de
políticos corruptos, acota el profesor Guillermo Pérez, del Instituto Nacional.
Y no es algo exclusivo de esta generación. Jorge Manzi participó de un estudio
sobre identidad y actitudes políticas de los jóvenes universitarios presentado
el año pasado. Cerca de un 80 por ciento de los jóvenes encuestados (la muestra
fue de 1.460 alumnos) se consideraba cercano a un partido o coalición política.
Un 60 por ciento de los consultados se identificaban con un partido político.
Sólo un 21 por ciento declara no tener ninguna postura política. Tengo la
impresión de que hay algo del mundo adulto que se transfiere interpretativamente
hacia el mundo juvenil, dice Manzi. O sea, los adultos son más despolitizados
que los jóvenes.
Hay que ser muy cuidadoso en eso, porque hoy día es políticamente correcto decir
que uno rechaza la política. Cuando uno pone un poco de presión, se encuentra
con que la gran mayoría de la gente tiende a declarar una posición política. Y
los jóvenes también, agrega Manzi.
¿Y la baja inscripción electoral? Me ha tocado conversar con muchos jóvenes, y
uno descubre que hay una parcial falta de comprensión de que ese acto (votar)
tiene una importancia mayor, explica Manzi. Y segundo, hay una cuestión bastante
práctica: que la formalidad para inscribirse no es fácil. Ahí tenemos una
barrera que como país tenemos que ver cómo solucionar.
A la luz de esta movilización, se podría apostar a que la motivación por votar
superará esa barrera práctica. La mayoría de mi curso quiere inscribirse, cuenta
Juan Meza, de segundo medio del Liceo Lastarria.
En el Liceo 7 de Niñas de Providencia, la mayoría de las alumnas consultadas
asegura que se inscribirá. Aunque no tengo partido, votar es la única forma de
manifestarse políticamente en este país, señala Valentina Sánchez, de cuarto
medio.
Esta generación es propietaria, no arrendataria. Y exige sus derechos. Como lo
explica Felipe Berríos, los jóvenes ya no están de visita. Cuando uno iba de
visita con los papás a una casa, le decían: no toque nada, que se puede romper,
ejemplifica. O sea, no trate de cambiar las cosas, porque nosotros tratamos y
mira lo que pasó: división de la sociedad, golpe de Estado, violencia,
dictadura, explica. Una suerte de trauma con la movilización del que los
escolares de hoy claramente no se han hecho cargo.
Los movió el cansancio, el trámite, la burocracia. Y ahora tienen formación para
argumentar, dice Sergio Vargas, profesor del Lastarria. El 'alumno mueble' del
pasado, quedó a un lado; ahora el alumno participa, debate, da a conocer sus
puntos de vista. Antes el alumno se quedaba callado, aguantaba.
La política no es sólo estar con una hoz y un martillo, o con una flecha para
arriba, sostiene Nicolás Arriagada, de cuarto medio del Liceo de Aplicación. La
política es participación, darse cuenta, pensar, proponer.
El movimiento estudiantil actual ha sido no sólo partícipe, sino además
protagonista. Un poco mucho, quizás. Porque, con mucha razón en sus demandas y
todo, al fin y al cabo siguen siendo menores en edad escolar, no especialistas
en educación. Roberto Méndez observa que la elite política en ese sentido ha
quedado en deuda, viendo todo desde la vereda, como espectadora más que como
actor protagónico, como se supone deben ser los partidos políticos. Jorge Manzi
es más categórico. Es muy probable que lo que haya pasado estos días uno pueda
interpretarlo como un vacío de poder que dejan los adultos en esta sociedad, y
que los jóvenes aprovecharon, comenta.
Al contrario de lo que se sostenía que los jóvenes no estaban ni ahí y el resto
estaba en lo suyo- los jóvenes asumieron la responsabilidad y los adultos no
reaccionamos, apunta el especialista. Se produjo una curiosa situación. Un
momento inédito. Súbitamente los jóvenes entraron, irrumpieron y como que el
resto dijo: adelante muchachos, ustedes nos vienen a salvar, describe Manzi. Ese
mensaje es raro, es complicado. Es irresponsable desde el punto de vista de los
adultos. Hay que acoger a los jóvenes, por supuesto. Pero nadie puede abandonar
su propia responsabilidad.