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Bolivia: proceso abierto
Raquel Gutiérrez /Luis. A. Gómez
El gobierno de Evo no es el titular ni el sujeto del cambio y eso va
quedando claro de manera vertiginosa. El sujeto del cambio de cualquier
transformación posible son, como ayer, como siempre, las múltiples iniciativas
tejidas desde abajo.
1. El curso de los acontecimientos
Bolivia vive hoy, a cuatro meses de gobierno de Evo Morales, un momento
desconcertado y pleno. Continua abierto un intenso proceso político plagado de
conflictos y está en el horizonte la Asamblea Constituyente que, de acuerdo a
ley, debe iniciar sus trabajos el 6 de agosto próximo. En este escenario, el
Presidente Evo Morales ha reprimido a uno de sus más claros y vigorosos aliados
de batallas pasadas, Oscar Olivera, por exigir al gobierno escuchar las voces de
los trabajadores de Lloyd Aéreo Boliviano (1), quienes por su parte insisten en
comenzar "de una vez" el proceso de "nacionalización" de las empresas públicas
privatizadas en la orgía liberal de fines del siglo pasado durante la primera
presidencia de Sánchez de Lozada (2). Mientras tanto, las elites dominantes -la
derecha que se recupera de la herida electoral arropada en sus "agrupaciones
ciudadanas" y se atrinchera en las Prefecturas que conquistó en los comicios
generales- conspiran abiertamente y producen una versión alterada de la realidad
a través de sus medios de comunicación. Esta derecha estridente e histérica
todavía no ha sido tocada y más bien de diversas maneras se le hacen
concesiones.
Por su parte, la gente de a pie, la que ha
luchado todos estos años en las calles y en los caminos, la que ha recogido los
heridos y enterrado a los muertos, observa atenta los pasos del gobierno. Se
siente entre ella una gran simpatía por Evo, continúa flotando en el ambiente un
cierto sentimiento de revancha contra las elites, que hoy no ocupan el aparato
de gobierno. Sin embargo, esa misma gente comienza a mirar con desconfianza
algunos de los pasos del presidente y sus colaboradores. En la calle, en las
plazas y en las casas se discute sobre política cada vez que se reúnen más de
dos personas. Se percibe que en Bolivia sigue abierto el amplísimo proceso
deliberativo desde abajo que se inauguró en el 2000 y que ha permitido la
formación de los vastos acuerdos generales a partir de los cuales han ocurrido
las grandes movilizaciones de los últimos años. Hay confianza en que se pueden
transformar muchas de las opresivas relaciones sociales heredadas, aunque no hay
mucha claridad acerca de cuáles son los pasos adecuados para conseguir esto.
Para entender cómo está constituido el presente
en Bolivia e intentar indagar en sus potencialidades, vale la pena bosquejar
brevemente el conjunto de luchas y acontecimientos previos que hoy, anudados en
una resultante poco previsible, configuran el espacio y el tiempo político del
corazón de América del Sur.
i) En primer lugar, la Guerra del Agua que
ocurrió en la ciudad Cochabamba en el año 2000, cuando la gente de la ciudad y
del campo oriunda o acogida en ese valle, expulsó con movilizaciones a la
transnacional Bechtel, concesionaria de los servicios de agua potable y
saneamiento básico en esa región. En este primer triunfo, que fue tal vez la
primera derrota del modelo neoliberal en el mundo, fue determinante la
participación de los cocaleros del Chapare, los campesinos regantes de los
valles y de todos los sectores populares urbanos (3).
ii) Dicha movilización ocurrió simultáneamente al
levantamiento indígena aymara de abril y septiembre de ese mismo año, que se
repitió en junio de 2001. En aquellos momentos volvió a utilizarse la antigua
forma guerrera de "cerco" ahora con el nombre de "bloqueo de caminos"... las
movilizaciones de 2000 y 2001 ocurrieron en medio de un clima de agudo
descontento y tuvieron como detonante inmediato la amenaza de privatización del
agua, esto es, floreció entonces la necesidad social de establecer un límite al
saqueo liberal de los bienes comunes, exhibiendo una contundente "capacidad
social de veto" a las acciones contrarias al interés colectivo (4).
iii) En febrero de 2003 ocurrió el "motín civil"
conocido como "Febrero negro". Por un lado en El Alto, el antecedente más
inmediato de esta movilización fue la amenaza por parte de la alcaldía de
imponer un plan de regularización catastral e impositiva a los ciudadanos. Y en
La Paz, inmediatamente antes del 13 de febrero, se había promulgado un decreto
que imponía una tasa de hasta 8 % de impuestos directa al salario; a raíz de
ello, los efectivos policiales se insubordinaron y presentaron un "pliego de
peticiones" al gobierno. En esa movilización lo que se hizo evidente fue el
grado de fractura y debilidad de las instituciones gubernamentales. Así, una
parte importante de la tercera ciudad de Bolivia, El Alto, prendía fuego a los
edificios públicos, pues no estaba dispuesta a someterse a los controles,
registros y trámites que se le imponían desde arriba. Y mientras, elementos de
las dos instituciones estatales que detentan el monopolio de la fuerza, la
policía y el ejército, se agarraban a balazos en la sede misma del poder
central: la Plaza Murillo de La Paz (5).
iv) Un poco más adelante, en septiembre y octubre
de 2003 vino la "guerra del gas": una serie de bloqueos y paros cívicos en
contra de la venta del gas a los Estados Unidos, planificada por el ex
presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, que terminó en una insurrección en contra
del mandatario boliviano por las masacres ocurridas en las comunidades aymaras y
los barrios de la ciudad de El Alto (6). La movilización de cientos de miles de
personas, que se extendió a varias ciudades del país, impuso desde abajo un
nuevo itinerario político (la llamada "Agenda de Octubre"), que con el
transcurrir de los meses se convertiría en el horizonte político de muchos
movimientos sociales. Los dos pilares de este horizonte son la nacionalización
de los hidrocarburos y la realización de una Asamblea Constituyente, para
refundar el país, sin la intermediación partidaria.
v) Finalmente tras un periodo de relativa calma
social durante 2004, podríamos decir de repliegue, en enero de 2005 la derecha
cruceña volvió a la carga y realizó una serie de movilizaciones y amenazas
colocando en la agenda pública el tema de la "autonomía departamental".
Posteriormente, las movilizaciones de mayo y junio dieron fin al gobierno de
Carlos Mesa y provocaron que la clase política llamara a elecciones generales el
pasado 18 de diciembre. Tales acciones sociales fueron detonadas por la
aprobación de la actual ley de hidrocarburos, pero sobre todo por la incapacidad
de políticos y gobernantes para atender las demandas de la "Agenda de Octubre".
Estas movilizaciones incluyeron el rechazo a un eventual gobierno del presidente
del Senado (o del de la Cámara de Diputados), desplazando inclusive el campo de
batalla a la ciudad de Sucre, donde la población urbana y campesinos locales
unieron fuerzas con mineros y activistas de otras partes de Bolivia. El acuerdo
electoral, logrado en semanas de asedio al poder en La Paz, redujo a la clase
política, a los partidos y al Estado, a su mínima expresión.
En medio de todos estos sucesos de resistencia,
levantamiento, movilización y deliberación social, ocurrieron dos eventos
electorales. En el primero, las elecciones general del 30 de junio de 2002, fue
electo presidente Sánchez de Lozada, con menos del 25 por ciento del total de la
votación, y Evo Morales quedó en segundo lugar, a menos de dos por ciento de
distancia. En el Congreso Nacional, por primera vez en la historia, la
representación popular, indígena y campesina, era de más del 20 por ciento de
los diputados y senadores: el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales tenía 27
diputados y ocho senadores, y el Movimiento Indígena Pachakuti, liderado por
Felipe Quispe, seis diputados más.
Además, en diciembre de 2004, hubo elecciones
municipales. Los resultados de estos comicios mostraron la expansión de la
influencia del MAS hacia el oriente de Bolivia (incluida la ciudad de Santa
Cruz), así como la ocupación de diversas alcaldías por partidos políticos de
reciente creación y más cercanos a la base movilizada, lo que ha permitido
intentos de gestión municipal más transparentes o de atención real de las
necesidades sociales.
Después de este conjunto de sucesos, que exhiben
no sólo el grado de polarización social y de fragilidad institucional que se
alcanzó en Bolivia en los últimos años, sino sobre todo la contundente capacidad
social para intervenir en el asunto público de manera directa, vetando los
planes de los gobernantes y dibujando su propia agenda política, tuvieron lugar
las últimas elecciones.
2. El escenario tras las elecciones: iniciativas
y desconciertos El 18 de diciembre de 2005
Evo Morales ganó las elecciones con el 54 por ciento de la preferencia
electoral; la votación proporcional y absoluta más alta alcanzada por candidato
alguno tras la "apertura democrática" de 1982, y logrando la mayor ventaja sobre
su oponente que se conoce (más de 20 puntos). Este contundente triunfo abrió un
escenario imprevisto y relativamente inédito. En las últimas dos décadas de
vigencia de la democracia procedimental, la elección presidencial se ha
realizado en el congreso de manera indirecta, después de los comicios, a través
de acuerdos y "pactos" entre los distintos partidos y fracciones de la clase
política boliviana. Nadie, ningún candidato hasta ahora había alcanzado la
mayoría absoluta en las urnas.
Por tal razón, según la ley boliviana los
partidos, una vez elegidos los congresistas, negociaban entre sí las "cuotas de
influencia" -léase cargos públicos y prerrogativas- que correspondían a cada
quien, y una vez de acuerdo, nombraban al nuevo presidente escogiendo entre los
dos postulantes con votación directa más alta. No fue así en diciembre pasado,
pues el alto porcentaje de votación favorable fue suficiente para que Morales
ingresara al gobierno sin tener que hacer acuerdo alguno con otras fuerzas. Este
resultado fue una sorpresa para los propios militantes del MAS y quizá esto
continúe contribuyendo a generar parte de la confusión que se percibe dentro del
propio gobierno.
En aquellos momentos de diciembre y enero, la
derecha quedó arrinconada en las Prefecturas, los Comités Cívicos y los medios
de comunicación. Era de suponerse que todos sus cuadros saldrían de la
administración central que pasarían a ser ocupadas por los partidarios de
Morales. Sin embargo aquí comienzan algunas de las acciones gubernamentales que
promueven el desconcierto entre la sociedad.
Si bien el gobierno del MAS nombró como ministros
a algunos personajes de la lucha popular como Abel Mamani, Casimira Rodríguez o
Andrés Solíz Rada; en la conformación de su gabinete, Morales y su equipo en el
gobierno también han incluido como ministros, viceministros y otros cargos, a
personas surgidas de los partidos de la derecha o de sus grupos "técnicos".
Es el caso del actual ministro de Defensa, Wálker San Miguel, uno de los
abogados detrás del proceso de privatización de las empresas estatales. O el de
Salvador Ric, un miembro de la élite de Santa Cruz nombrado ministro de
Desarrollo Económico, quien ostenta la etiqueta de "empresario de izquierda" y
una fortuna personal de 40 millones de dólares en un país donde la renta per
cápita anual no pasa de 1.500 dólares (7).
Hasta ahora las medidas más importantes del
presidente Morales pueden resumirse en tres acciones -calificadas como
"jacobinas" por Adolfo Gilly (8):
· El nombramiento de algunos ministros provenientes del movimientos social y con
amplia experiencia de lucha.
· El paso a retiro de 28 generales
vinculados a la represión entre 2000-2005 y envueltos en el escándalo de entrega
de misiles bolivianos al ejército de Estados Unidos.
· La rebaja de salarios de los más
altos funcionarios del gobierno a fin de utilizar los fondos así ahorrados para
tareas de educación y salud.
[N del E: Artículo escrito antes de
la "nacionalización" de los hidrocarburos]
Por lo demás, todos los temas importantes y sensibles se remiten a la Asamblea
Constituyente. La estructura de la tenencia de la tierra altamente concentrada
en las zonas más fértiles tras una contrarreforma agraria impulsada por el
primer gobierno de Sánchez de Lozada; la propiedad de la riqueza anteriormente
pública y de los bienes comunes -o recursos naturales en lenguaje tecnócrata- en
disputa; la decisiva cuestión de las formas admisibles y legítimas de
representación política en un país con una composición étnica compleja y donde
un 70 por ciento de la población se auto-adscribe como "indígena"; la álgida
problemática de la carencia de derechos sociales y laborales para más del 50 por
ciento de la población trabajadora.
Hasta ahora, el Poder ejecutivo boliviano no ha
intervenido prácticamente en este conjunto de problemas, eludiendo
sistemáticamente anteriores compromisos para dedicarse a administrar febrilmente
lo que existe y contestando a quienes lo interpelan con la consigna de que todo
será discutido en la Asamblea Constituyente. En lo que parece una apuesta de
casino, el gobierno actual en Bolivia pretende llegar hasta ese evento sin
mayores transformaciones y en él, "echando su resto" hacia adelante, modificar
el Estado, las formas de producción y hasta las relaciones sociales y políticas.
Analicemos entonces brevemente el escenario posible de la Constituyente.
3. La Ley de Convocatoria a la Asamblea
Constituyente El 4 de marzo se aprobó en el
Congreso la Ley Especial de Convocatoria a la Asamblea Constituyente y dos días
más tarde Evo Morales la promulgó en el Palacio Quemado. Dos cuestiones de fondo
presentes en dicha ley han sido objetadas por la población cuya movilización y
esfuerzo abrieron la posibilidad misma de una Constituyente.
· La primera objeción es la relativa
a la forma de elección de los constituyentes, que entraña un debate sobre la más
fundamental cuestión de la forma legítima de la representatividad política.
· Lo segundo es el hecho de que la
Asamblea Constituyente ha quedado, en los hechos, vinculada al tema de las
"autonomías departamentales", consigna producida por las elites
agroexportadoras del oriente del país, fuertemente ligadas al mercado externo, a
los intereses norteamericanos y a la prestación de servicios para las
transnacionales de los hidrocarburos que operan en Bolivia. Es decir, las
"autonomías departamentales" son el nombre de la aspiración de los sectores más
ligados y más beneficiados por el modelo neoliberal todavía vigente, quienes en
el último año han amenazado con el desmembramiento del país y la secesión.
En relación a la cuestión de la forma de
elección, la Ley de Convocatoria especifica en su artículo 7, inciso 5, "los
requisitos para ser elegido constituyente", indicando que cualquier hombre o
mujer que pretenda participar en la Asamblea debe:
Ser postulado por un partido político, una agrupación ciudadana y/o un pueblo
indígena, o por los frentes o alianzas que se establezcan entre estos...
Esto ha causado gran malestar pues, desde que se
puso en el tapete de la discusión pública la cuestión de la Asamblea
Constituyente en el 2000, la consigna fue: "Asamblea Constituyente sin
intermediación partidaria para refundar el país". Y hasta hace apenas tres años,
el propio MAS sintonizaba con tal aspiración, haciendo eco del hartazgo social
reinante hacia los partidos políticos tradicionales, entendidos sobre todo como
franquicias para hacer negocios. Sin embargo, en la Ley de Convocatoria los
partidos políticos vuelven a ser reconocidos como el sujeto político por
excelencia, acompañados en esta ocasión por las "agrupaciones ciudadanas" y por
los no definidos en ningún lugar, "pueblos indígenas".
Ahora bien, las "agrupaciones ciudadanas" son
grupos semipartidarios de recambio que fueron legalizados mediante una acotada
reforma democrática en enero de 2004, de cara a las elecciones municipales y
luego de un intenso debate para modificar la Consitución Política del Estado.
Tales agrupaciones son entidades similares a los partidos sólo que más pequeñas
y, de hecho, constituyeron la válvula de escape ante el inminente colapso del
sistema de partidos que se produjo por la insistente y expansiva movilización y
levantamiento indígena popular entre 2000 y 2005. Los dos adversarios
electorales de Morales, por ejemplo, participaron en los comicios de diciembre
pasado a través de agrupaciones ciudadanas, es decir, de organismos diseñados
durante el gobierno de Carlos Meza para facilitar la recomposiciones de las
elites amenazadas.
La Ley de Convocatoria entonces no ha abordado la
crucial cuestión de la representatividad política, que hasta ahora ha sido
monopolizada por estructuras partidarias. Y no lo ha hecho en un país donde
existen un sinnúmero de federaciones, sindicatos, juntas vecinales, comunidades,
asociaciones y grupos no sólo diversos, y política y socialmente muy activos,
sino que son justamente tales entramados organizativos variados y plurales los
que han sostenido la movilización y han desplegado el esfuerzo que ha producido
la actual coyuntura política.
Los términos del debate sobre Asamblea
Constituyente, soberanía y representatividad política, desde 2004, se produjeron
en medio de un ambiente de gran confusión. El ex presidente Carlos Mesa nombró a
un "Delegado del gobierno para organizar la Asamblea Constituyente" que
privilegió la polémica en torno al carácter limitado o no del poder constitutivo
de la Asamblea Constituyente, esto es, a la cuestión de si en ella podía ponerse
a discusión todo el andamiaje normativo e institucional del Estado o si
solamente tenía prerrogativas para realizar reformas menores. En medio de esta
polémica académica y burocrática, las cuestiones de fondo de si la
representatividad política podía seguir siendo monopolizada por entidades
partidarias pasaron a segundo plano, debatiéndose simplemente lo relativo al
derecho de los pueblos indígenas a que una parte proporcional de los
constituyentes fueran elegidos por usos y costumbres.
En la Ley de Convocatoria que finalmente resultó
promulgada no sólo se desconoció el derecho colectivo a representación por usos
y costumbres, tal como ya mencionamos sino que además, tal lamentable concesión
obligó a diversas organizaciones y movimientos sociales a tramitar su
legalización como "agrupaciones ciudadanas" o a buscar acuerdos con las ya
existentes -a alquilar la sigla, como se dice en Bolivia, y claro que este
alquiler es a cambio de "algo"-, o, sencillamente, a negociar con el propio MAS
las listas de representantes.
El otro gran problema que encontramos en la Ley
de Convocatoria es la imposibilidad de presentar candidatos para una sola
circunscripción, que podría ser el caso de algunos "pueblos indígenas". Si bien
no existe una definición explícita para este término, en Bolivia existen grupos
etnoculturales territorialmente asentados que han estado reivindicando el nombre
de "pueblos indígenas" y que bien podrían participar en la Constituyente de esta
manera. Sin embargo, en el artículo 17 se establecen requisitos para la
presentación de candidatos, estipulando que esto puede hacerse sólo a nivel
nacional o departamental. De esta forma se cierra la otra manera autónoma de
participación que podría haber sido posible: abrir la presentación directa de
candidatos a nivel de circunscripción a las fuerzas sociales organizadas en
dicha delimitación territorial.
Es claro, pues, que tales diseños institucionales
dificultan y/o inhiben la participación ciudadana no mediada por partidos
políticos y formalidades inalcanzables. Es decir, en la Ley de Convocatoria se
asumen y prácticamente se replican algunas de las más eficaces estrategias de la
dominación colonial que persiste en Bolivia: se establecen derechos en la
apariencia cuyo ejercicio se inhibe y se entrampa mediante el procedimiento que
rige su goce.
Pero además esta forma de elección delimita y
cercena parte del supuesto poder soberano y fundacional de la propia Asamblea
Constituyente, sobre todo porque el gobierno ha estipulado unos plazos muy
breves para que la población organizada de otras maneras -por ejemplo, la
población que responde de manera no institucional a la Coordinadora del Agua en
Cochabamba-, pueda satisfacer autónomamente los requisitos estipulados (9).
En los términos en los que se ha dado el debate
político en Bolivia, podría concederse al Presidente del Congreso Alvaro García
Linera, a cargo de la negociación y redacción de la Ley de Convocatoria, el
argumento de que el voto corporativo era inadmisible desde el punto de vista del
Estado, y de que sólo se podía partir del principio de "igualdad ante la ley".
Pero lo que no se puede admitir es que en el diseño de las modalidades de
participación no se asuma que son unos y no otros quienes tienen la posibilidad
de ejercer el derecho a ser constituyentes, pues son unos y no otros los que
tienen ya a su disposición las mencionadas "agrupaciones ciudadanas", listas
para postular constituyentes. Bajo este diseño, a los movimientos sociales una
vez más se les negó el reconocimiento estatal como sujetos legítimos de derechos
políticos, y se les obliga a ceñirse a la intermediación partidaria.
En relación a la segunda cuestión planteada, es
decir, lo relativo a que la Constituyente queda amarrada al referéndum sobre las
"autonomías departamentales", lo preocupante desde nuestra perspectiva es sobre
todo lo confuso de la pregunta que será sometida a referéndum:
¿Está Ud. de acuerdo en el marco de la unidad nacional, en dar a la Asamblea
Constituyente el mandato vinculante, para establecer un régimen de Autonomía
Departamental, aplicable inmediatamente después de la promulgación de la nueva
Constitución Política del Estado (CPE) en los departamentos donde este
Referéndum tenga mayoría, de manera que sus autoridades sean elegidas
directamente por los ciudadanos y reciban del Estado Nacional competencias
ejecutivas, atribuciones normativas administrativas y los recursos
económico-financieros que les asigne la nueva CPE y las leyes?
En vez de abrir un espacio en la propia Constituyente para discutir el tema de
si a Bolivia le conviene seguir siendo una república central y unitaria, o si le
conviene más dotarse de una estructura institucional federal, se admite esta
confusa pregunta que amparará con seguridad futuros pataleos y amenazas de las
elites cambas. Si algo hay que criticar al gobierno de Morales en relación al
referéndum autonómico, o más bien al extendido sentimiento en todo el oriente de
que el "centralismo paceño" es perjudicial, es no haber sido capaz de articular
una postura política que no simplemente concediera lo que la oligarquía cruceña
ha ido repitiendo, sino que asumiera el problema hasta el fondo y presentara su
propia iniciativa política.
Determinar las prerrogativas de la nación, así
como discutir la cesión de ciertas atribuciones que no requieren gestionarse
centralmente, es lo que se reclama en Santa Cruz a diversos niveles. Por ello,
tomar como única legítima la posición del Comité Cívico pro Santa Cruz en torno
a la "autonomía departamental" es un error político del gobierno del MAS, sobre
todo después de obtener el respaldo electoral de más de la mitad de la población
boliviana y de más del 30 por ciento de la de Santa Cruz.
4. Varias amenazas y una interpretación
En Bolivia está abierto, según esta interpretación, un vasto abanico de
posibilidades. Hemos presentado elementos que explican por qué la simple
elección de un indígena ni determina ni garantiza una transformación de las
estructuras políticas y económicas de dominación, es decir, "gobierno de Evo
Morales" no es inmediatamente igual a "proceso de cambio".
Más bien, en Bolivia se vive actualmente una
aguda tensión entre lo que podemos llamar "gobernabilidad heredada" y
"transformación autónoma".
Esta tensión abarca tanto al gobierno del MAS como a la propia sociedad
boliviana organizada. Por el lado del gobierno, aludir a la tensión que se
manifiesta en la frecuentemente confusa acción de poder cotidiana busca expresar
la oscilación entre mantenerse en la administración de lo heredado, aceptando
toda la inercia asentada en las instituciones, y la voluntad de modificar, hasta
donde sea posible desde el gobierno, ciertos aspectos de las relaciones
sociales, incluida aquella entre la sociedad y el gobierno.
Por el lado de las múltiples organizaciones
sociales, es decir, de la gente que ha luchado en estos últimos cinco años
aglutinándose en sus diversas asociaciones, juntas, sindicatos y grupos, la
tensión pasa por tomar el riesgo de asumirse como titulares de la soberanía
social o por aceptar una vez más, después de tanta lucha y tras las elecciones
de 2005, el papel de "gobernados", de "obedientes", de personas cuyos destinos e
intereses tienen que ser gestionados por otros.
La fractura atraviesa a toda la sociedad. El
gobierno de Evo no es el titular ni el sujeto del cambio y eso va quedando claro
de manera vertiginosa. El sujeto del cambio de cualquier transformación posible
son, como ayer, como siempre, las múltiples iniciativas tejidas desde abajo. La
cuestión aquí es que todo este torrente de energía encuentre un lugar desde el
cual hablar, proponer e intervenir. La parálisis es, en este sentido, la mayor
amenaza. Por suerte no parece haberse apoderado de la sociedad llana, pese a los
insistentes llamados que en marzo ha hecho el gobierno del MAS para que los
gobernados de una vez "se aquieten". En cierta medida, si recurriéramos a una
imagen para dibujar lo que hoy sucede en Bolivia, sin duda habría que
representar a Evo Morales intentando montar y apaciguar a una yegua indómita que
amenaza salirse una vez más del establo.
El telón de fondo de esta imagen es, sin embargo,
preocupante. La derecha atrincherada, resentida y activa comienza a tejer sus
nuevas amenazas. Exhibe todo tipo de chantajes y apuesta a dos salidas: o bien
atemorizar al gobierno obligándolo a seguir un camino parecido al de Lula, de
diligente administrador de la herencia política y económica liberal, o bien
prepararse -que ya lo está haciendo- para barrer del escenario al gobierno si es
que éste se radicaliza.
El proceso político boliviano, complejo,
desconcertante y exigente sigue, sin duda, abierto.
Mexico-Tenochtitlán y La Paz-Chuquiagu Marka,
abril de 2006.
Notas 1)
Línea aérea que en alguna época fue propiedad estatal.
2) En vez de negociar o atender a los
trabajadores, que sin cobrar sueldo durante varios meses tomaron las pistas de
algunos aeropuertos como medida de presión, el gobierno de Morales ordenó su
desalojo por la fuerza y se quejó de que las protestas sociales emergentes en
marzo y abril eran simplemente "un carnaval de protestas".
3) Sobre la "Guerra del agua" en Cochabamba se
pueden consultar entre otras, las siguientes publicaciones: Oscar Olivera y Tom
Lewis, ¡Cochabamba! Water war in Bolivia, South End Press, Cambridge,
Massachusetts, 2004.
Gutiérrez Raquel et al, Tiempos de Rebelión, Comuna, La Paz, 2001.
4) Sobre los levantamientos aymaras en 2000 y
2001 puede revisarse, Pablo Mamani, Geopolíticas indígenas, CADES, La Paz, 2005.
También el artículo de Felix Patzi en, Patzi-Hylton-Serulnikov-Thomson, ¡Ya es
otro tiempo el presente!, Muela del Diablo, La Paz, 2003.
5) Para entender lo que sucedió en "Febrero
negro" puede consultarse, Jim Shultz, Lecciones de sangre y fuego, The democracy
center, Cochabamba, 2005.
6) Una meticulosa crónica que permite entender
cómo se gestó y desarrolló la Guerra del gas puede encontrarse en, Luis Gómez,
El Alto de pie. Una insurrección aymara en Bolivia, Comuna-Indynedia-HdP, La
Paz, 2004.
7) Fondo Monetario Internacional, World Economic
Outlook Database, abril de 2005.
8) Gilly, Adolfo. "Los jacobinos bolivianos en su
primera semana", en La Jornada, 30 de enero de 2006.
9) Entre la promulgación de la Ley de
Convocatoria el 6 de marzo y el cierre de la inscripción de candidatos el 3 de
abril no hubo ni un mes. A lo largo de ese tiempo, cualquier organización social
que deseara enviar a un constituyente de manera autónoma tendría que ocuparse de
reunir al menos el número de firmas correspondiente al 2% de la votación
departamental o nacional. Es decir, algo casi imposible.
Raquel Gutiérrez Aguilar es miembro del Comité de
Redacción de SINPERMISO en México. Luis A. Gómez es un analista político que
colabora regularmente con el boletín electrónico The Narco News Bulletin.
www.sinpermiso.info, 30 abril 2006