Latinoamérica
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El falso nacionalismo
Gustavo Espinoza M. (*)
"El pueblo deberá optar entre el modelo chavista, o el Perú", ha
dicho con desenfado el candidato aprista Alan García recientemente. "El Perú",
por cierto, lo encarna él en esta circunstancia en la que se habrá de diseñar el
escenario nacional para el próximo quinquenio.
La segunda vuelta de la elección peruana que tendrá lugar el 4 de junio, ha
puesto en debate diversos temas. Uno de ellos es el del nacionalismo y su
relación con el país. Aunque formalmente se admite que el nacionalismo forma
parte de una concepción de vida ligada a la existencia misma de las naciones, la
discusión creada aquí tiene muy poco de doctrinaria y si más bien bastante de
electorera y oportunista. Por eso no se afirma en el proceso de la historia, la
cultura, las tradiciones y la propia capacidad productiva de la nación, sino más
bien en los cantos de sirena con los que se busca enfrentar a unos pueblos
contra otros alentando diferencias artificiales o reales.
Es bueno recordar en esta coyuntura que en la etapa inicial de la sociedad
capitalista, cuando la joven burguesía emergente buscaba afirmar su poder en una
determinada región del mundo, el nacionalismo asomaba como un hálito de fe y una
voluntad de progreso. La afirmación nacional y el mismo concepto de nación
lucían como una expresión natural vinculada al avance de las los pueblos en la
lucha por el bienestar y el desarrollo. Afianzado el Poder de unos sobre otros,
las diferencias nacionales fueron atizadas, paulatinamente y convertidas en
fuente de dominación.
En la época actual, sin embargo, en el periodo del imperialismo, ese afán
de dominio, convertido en una suerte de "orgullo nacional", sirve de sustento a
los sectores más agresivos del capital financiero para ejercer su dominio
oprimiendo a los sectores más amplios. Expresión muy clara de ese deformado
concepto nacional, fluye del chovinismo de gran potencia que irradian los
discursos de George W. Bush, que lo revindica como la esencia de su doctrina,
convencido como está de la "Gran Misión" de la "sociedad americana".
Y es que en esta etapa de la historia, de un modo más nítido que en otras, se
perfila el vínculo que existe entre "la voluntad nacional de dominación" y los
intereses económicos, y materiales, que se entrelazan en el mundo globalizado.
Para los núcleos agresivos de la sociedad contemporánea, el dominio de la
"nación americana" pasa irremediablemente por la opresión nacional ejercida
contra los pueblos menos desarrollados, y el pillaje indiscriminado de sus
riquezas en beneficio de las grandes empresas norteamericanas y el capital
transnacional.
Así, ese nacionalismo sirve objetivamente para sustentar las posiciones más
reaccionarias en la medida en que funde en un sólo contenido nociones distintas:
un falso orgullo nacional y la capacidad de dominación de un pueblo sobre otros.
La expresión más nítida de esta deformada concepción nacionalista, fue
ciertamente el fascismo y su variante más siniestra: el hitlerismo, caricatura
esperpéntica del nacionalismo, como certeramente lo señala Max Hernández. Su
base chovinista generó por cierto una clara concepción antisocialista en todas
sus variantes.
Porque lo entendió de una manera muy diáfana Mariátegui se encargo de subrayar
que "el nacionalismo de las naciones europeas -donde nacionalismo y
conservantismo se identifican y consustancian- se propone fines
imperialistas. Es reaccionario y anti socialista". Podríamos añadir aquí
que esta referencia bien puede hacerse extensiva a los Estados Unidos.
Pero el nacionalismo asume una connotación distinta en los países en vías de
desarrollo. No en todos los casos esa "connotación distinta" es progresista o
avanzada, pero puede serlo. La diferencia tiene que ver con los sectores o
fuerzas que la enarbolen, pero también sin duda con el contenido de las
propuestas que se planteen.
Ocurre que sectores que no tienen ninguna voluntad nacional, que no se
sienten en absoluto ligados al destino del país, que no encarnan ni defienden
los intereses nacionales; sino que, al contrario, están estrechamente vinculados
a los consorcios transnacionales; enarbolan ocasionalmente intereses
supuestamente "nacionalistas" para distanciarnos de procesos progresistas que
ocurren en nuestro continente. Es el caso del señor García.
La forma más grosera como ocurre esto, es cuando en nombre de la
"soberanía nacional", se busca introducir cuñas y generar enfrentamientos entre
países hermanos, como Perú y Venezuela, o Perú y Bolivia. La más rampante
hipocresía de quienes alientan estas tesis, no puede ocultar sin embargo que, al
mismo tiempo que las enarbolan, justifican plenamente nuestro papel de
"segundones" frente a los países capitalistas desarrollados y reafirman la
necesidad de remachar nuestra dependencia con relación a los Estados Unidos.
Por "nacionalistas", no podemos "seguir a Cuba", ni "hipotecarnos a Chávez",
dicen, pero no trepidan en hipotecarnos al dominio yanqui. Por "nacionalistas"
-añaden- no debemos "seguir el camino de otros", como Evo Morales. Pero sí
podemos, y debemos perjudicar nuestro propio desarrollo sacrificando la
agricultura nacional para beneficiar a los productores de los Estados Unidos,
como ocurre con el TLC. Lo que se busca con ese cúmulo de formulaciones es
descalificar la lucha nacional liberadora de los pueblos, desalentar el rumbo
patriótico de nuestras naciones,; y justificar por cierto todas las maniobras
imperialistas orientadas a destruir las experiencias nacientes en Venezuela y
Bolivia.
Es un típico caso de falso nacionalismo. El uso de una categoría contraria a los
intereses nacionales del Perú en provecho de los poderosos. No corresponde en
absoluto a la voluntad del pueblo ni a los intereses de la Nación.
Mariátegui también distinguió eso, y aseguró por eso que "el nacionalismo
de los pueblos coloniales –sí, coloniales económicamente aunque se vanaglorien
de su autonomía política- tiene un origen y un impulso totalmente diversos. En
estos pueblos, el nacionalismo es revolucionario".
La condición básica es que el nacionalismo en nuestros países cumpla una función
de corte liberador, para que el patriotismo - y no el patrioterismo- contribuya
a afirmar la conciencia nacional y la dignidad, para que el sentimiento nacional
-y no el chovinismo- se imponga. Para ello es indispensable una formulación
estratégica de corte socialista. La suma del orgullo nacional y del socialismo
como concepción de clase, permitirá, en la perspectiva, hacer avanzar el
nacionalismo rumbo al socialismo, asegurando su porvenir. En los hechos, y más
allá de diferencias puntuales y ciertamente episódicas, ese fue el contenido
básico de la opción velasquista. Y eso es, en el fondo, lo que explica el odio
profundo que siente hacia ella la derecha más reaccionaria.
De ahí que el dilema que propone García no resulte sólo falso, sino también
demagógico. Un brulote demasiado grueso para que lo pueda digerir el pueblo,
cansado de la cháchara huera de los encantadores de serpientes que afirman su fe
en los giros del idioma. Las palabras algunas veces no sirven para decir la
verdad, sino para ocultarla. Y en esos casos, permite que el pasado se proyecte
como un árbol trágico que cierre el camino de los pueblos. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera