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Atenco: la revancha
Luis Hernández Navarro
La Jornada
La represión de la autoridad municipal contra ocho vendedores ambulantes de
flores precipitó uno de los más graves conflictos sociales de este sexenio. Un
muerto, más de 200 detenidos, centenares de heridos, graves violaciones a los
derechos humanos, es el saldo provisional del enfrentamiento entre la comunidad
de Atenco y la fuerza pública. Lo peor podría aún estar por venir.
No es la primera vez en la historia reciente de México que algo así sucede. El
conflicto estudiantil popular de 1968 comenzó por un pleito entre estudiantes de
la Vocacional 5 y la secundaria Isaac Ochoterena. Lo mismo ha pasado en otros
países. La reciente revuelta de los suburbios en Francia, de finales del año
pasado, fue provocada por la trágica muerte de dos jóvenes que huían de la
persecución policial.
En sociedades con graves problemas de representación política como la nuestra,
es frecuente que el descontento de los sin voz busque y encuentre canales
inesperados para expresarse. Años de precariedad, carencias, agravios y
humillaciones explotan repentinamente por las razones más pequeñas. Ese es el
caso de Atenco y de la amplia solidaridad que ha recibido. A través suyo se está
expresando el profundo malestar que atraviesa el México de abajo.
¿Por qué Atenco? Por principio de cuentas, porque la lucha exitosa de los
pobladores de Atenco organizados en el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra
(FPDT) se convirtió en un doble símbolo profundamente arraigado en el imaginario
político nacional. Hacia abajo, en ejemplo de que es posible enfrentar
exitosamente las decisiones arbitrarias del poder, sin tener que echar mano de
negociaciones oprobiosas. Hacia arriba, en muestra de lo nefasto que resulta la
supuesta renuncia al uso "legítimo" de la violencia del Estado.
La decisión del Ejecutivo federal de dejar sin efecto el decreto expropiatorio
que afectaba las tierras ejidales para construir un gran aeropuerto, a mediados
de 2002, provocó que poderosos intereses inmobiliarios y políticos perdieran un
gran negocio. Para ellos el gobierno federal sentó un precedente inadmisible al
negociar con los inconformes en lugar de ejercer la mano dura. Su venganza
consistió en presentar la medida como una muestra inadmisible de debilidad
gubernamental.
En un primer momento, la solución distendió relativamente el conflicto con los
pobladores de Atenco, pero no acabó con las tensiones. Ejidatarios y avecindados
siguieron sufriendo el hostigamiento sistemático del gobierno estatal. Sus
dirigentes han sido detenidos, se ha promovido la división de la comunidad y se
les ha negado solución a sus requerimientos. La autoridad los ha atropellado y
humillado sistemáticamente. En muchos medios de comunicación electrónicos y
escritos se les hostiga regularmente. En ese contexto, lejos de disminuir, el
malestar y rencor de los pobladores, creció.
Lejos de abandonar la lucha por otras demandas, los integrantes del FPDT
mantuvieron viva la movilización, utilizando las mismas tácticas que habían
puesto en práctica en su resistencia a la expropiación de las tierras. Además,
su apoyo a otros movimientos sociales fue constante y los vínculos con otras
organizaciones, los zapatistas incluidos, profundo. Su participación en la
otra campaña lo demuetra.
La animadversión gubernamental y empresarial hacia ellos se hizo cada vez mayor.
Su existencia misma se convirtió en un hecho intolerable, en la evidencia misma
de un precedente inadmisible: negociar con los inconformes en lugar de ejercer
la mano dura.
Se estableció así un clima de crispación sostenido y ascendente. En lugar de que
el gobierno estatal buscara canales de diálogo y negociación, los cerró. Este
esquema de relación entre campesinos y autoridades es el que explotó el 3 de
mayo, ante un nuevo abuso policial contra ocho floricultores.
Atenco no es una excepción. Apenas hace apenas dos semanas diversas policías
reprimieron violentamente a los trabajadores siderúrgicos en Lázaro Cárdenas,
Michoacán, y éstos se defendieron exitosamente. El recuento de los choques entre
ciudadanos que protestan y la fuerza pública durante los últimos dos años es
impresionante por su número. Se han producido en todo el país. Atenco es el
último síntoma de lo que ya acontece en otros sectores de la población y lo que
puede llegar a suceder en muchos más: la desobediencia de quienes hasta ahora
estaban acostumbrados a obedecer a los que se sienten con el derecho de mandar.
Es decir, la crisis de un modelo de mando.
Es esta profunda crisis la que alimenta la amplitud y combatividad de la
solidaridad que ha recibido el FPDT. Pero, también, la que explica, en parte, la
represión salvaje en contra de sus integrantes. El poder decidió que había que
dar en Atenco un castigo ejemplar a todo el México de abajo para tratar de
frenar, de una vez por todas, su insumisión. De paso, quiso ajustar cuentas con
la afrenta sufrida por la derrota de su proyecto aeroportuario.
Sin embargo, esa venganza ha creado un gravísimo conflicto que amenaza con
extenderse a otras regiones del país. El descontento obrero se ha incrementado
al calor del conflicto minero. La crispación electoral para inducir el voto del
miedo ha enrarecido la contienda. La brutalidad policial ha indignado a muchos
jóvenes y campesinos. La burda manipulación informativa en contra de los
pobladores de San Salvador Atenco, que recuerda las peores tradiciones de la
guerra fría, ha ofendido la inteligencia de muchos ciudadanos. La mecha está
muy corta y la acaban de prender.