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Militares presos para extraditar a Chile
Darío Montero
IPS
Los tres militares uruguayos pedidos en extradición por Chile debido a sus
vínculos con el secuestro del bioquímico chileno Eugenio Berríos fueron
arrestados en Montevideo para ser enviados a ese país. Será la primera
extradición de uniformados desde la recuperación democrática en 1985. Un camino
similar podrían seguir varios acusados en el exterior de crímenes dictatoriales.
Los coroneles Tomás Casella y Wellington Sarli y el teniente coronel Eduardo
Radaelli, los dos últimos en actividad, arrestados el viernes, serán
extraditados según el fallo en última instancia emitido el 22 de este mes por la
Corte Suprema de Justicia, accediendo al pedido de la justicia de Chile, que los
procesó en ausencia por "asociación ilícita" y "secuestro" del ex agente de
inteligencia de ese país Berríos.
Aunque el presidente Tabaré Vázquez tiene potestad para trabar el envío a
Santiago de los oficiales, colaboradores del mandatario aseguraron a IPS que se
cumpliría con la "promesa de acatar rigurosamente lo dispuesto por la justicia"
en este y otros casos de pedidos de comparecencia de militares ante tribunales
en el exterior.
Se espera que este año se sucedan esos pedidos, en especial de Argentina, de
militares y policías represores en el marco del Plan Cóndor, la coordinación
dictatorial del Cono Sur americano de los años 70 y 80, que se extendió en
tiempos de democracia, como lo prueba el caso Berríos, en el que aparecen
involucrados uruguayos, chilenos y posiblemente argentinos.
Otras solicitudes de uniformados habían chocado hasta ahora con la negativa de
los sucesivos gobiernos de Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000) y de
Luis Alberto Lacalle (1990-1995), que adujeron "cuestiones de orden público" y
de estabilidad institucional o de leyes nacionales de impunidad.
El máximo tribunal uruguayo acogió como válida la sentencia original del juez
Gustavo Mirabal, quien había aceptado la solicitud de la justicia chilena, que
acusa a estos oficiales del ejército de estar implicados en el secuestro a fines
de 1992 de Berríos, un bioquímico al servicio de la dictadura de Augusto
Pinochet (1973-1990) que fue asesinado meses después.
La extradición está condicionada a que el proceso en Santiago contra estos
oficiales comience de cero, para que de ese modo tengan todas las garantías del
debido proceso.
Un cuarto implicado en el caso, un jefe policial de la jurisdicción en que se
cometió el crimen, no fue requerido por haber sido imputado de complicidad,
delito no contemplado en el tratado bilateral de extradición de 1897, vigente al
momento de perpetrarse los delitos, explicó a IPS el fiscal de la causa, Luis
Bayac.
Casella, retirado hace cuatro años, y Sarli y Radaelli, quienes cumplían hasta
ahora tareas en el comando general del ejército, fueron alojados en la noche del
viernes en una unidad militar, según confirmó a IPS su abogado defensor Amadeo
Ottati.
El juez Mirabal dispuso en su dictamen que los tres oficiales fueran arrestados
al momento de confirmarse la sentencia, aunque tenían "fianza de arraigo" del
entonces comandante en jefe del ejército, Santiago Pomoli, quien juró por su
honor y el de la fuerza que sus subordinados acatarían lo dispuesto por la
justicia, indicó Bayac.
El trámite de extradición comenzó en 2004 cuando el entonces presidente Jorge
Batlle (2000-2005), del centroderechista Partido Colorado, le dio carta blanca y
no hizo lugar a la potestad de negarlo en "atención a la nacionalidad",
contemplada en el tratado.
Esa decisión de su antecesor es la que debería rever Vázquez, del izquierdista
Frente Amplio, si pretende evitar el envío de los requeridos, como piden clubes
sociales de militares activos y en retiro, líderes de oposición y hasta
legisladores del oficialista Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (ex
guerrilleros), aunque por razones diferentes..
De cualquier manera, miembros del gabinete de Vázquez han reiterado que el
gobierno mantendrá su promesa de cumplir estrictamente con lo que disponga la
justicia en todos los pedidos de extradición, "afecte a quien afecte".
Las críticas a la decisión de la justicia incluyeron a Eleuterio Fernández
Huidobro, un ex líder guerrillero y principal senador del sector más votado del
primer gobierno de izquierda de Uruguay.
Fernández Huidobro entiende que es la justicia uruguaya la encargada de
investigar porque el secuestro y asesinato se perpetraron en este país.
Berríos fue sacado de Chile a fines de 1991 en un operativo militar ilegal para
evitar que declarara en la causa por el asesinato en 1976 en Washington de
Orlando Letelier, canciller del derrocado presidente socialista Salvador Allende
(1970-1973) a manos de la policía secreta pinochetista con ayuda de un agente de
la Agencia Central de Inteligencia estadounidense.
Ese experto en armas químicas letales, involucrado en otros asesinatos de
opositores a la dictadura, fue mantenido unas semanas ilegalmente en Argentina y
luego ingresado del mismo modo a Uruguay, donde fue alojado en hoteles y
apartamentos de Montevideo, cuyo garante fue Casella, y "custodiado" por
oficiales de inteligencia chilenos y uruguayos.
Pero en noviembre de 1992, Berríos escapó de sus "protectores" y denunció su
situación en una comisaría de un balneario cercano a Montevideo. Militares de
los dos países lo secuestraron allí mismo, en un escándalo no esclarecido por la
justicia y que puso en jaque al gobierno de entonces, del derechista Lacalle.
El cadáver del bioquímico fue hallado en 1995 en el balneario El Pinar, también
próximo a Montevideo, con dos orificios de bala en la cabeza.
"No puede ser que los responsables de todo esto sean sólo estos oficialitos",
sostuvo Fernández Huidobro, en referencia a los mandos de los tres imputados,
que cumplían funciones de inteligencia, y del propio gobierno. Los jefes
militares se declararon responsables de lo ocurrido, desafiando expresamente a
Lacalle.
En el parlamento se aseguró que el desafío constituyó un "golpe de Estado
técnico" contra Lacalle, pero "las autoridades, todos, taparon todo", afirmó.
Los oficiales no fueron juzgados por los mismos cargos en Uruguay, al contrario
de lo que adujo el ex presidente Sanguinetti, abogado, pues el caso abierto en
un tribunal de Canelones, en cuya jurisdicción ocurrieron los hechos, fue por el
homicidio de quien luego se comprobó era Berríos.
Esa causa fue archivada en su etapa de presumario, sin perjuicio de que
continúen en el futuro las investigaciones, a pedido de la fiscal Nancy Hagopián,
quien alegó que no pudo obtener pruebas para imputar delito a ninguna persona.
Bayac recordó a IPS que el frondoso expediente enviado por la justicia chilena
con motivo del pedido de extradición fue trasladado a su vez a la sede judicial
de Canelones, por lo cual es posible que la causa se reabra. En base a esos
documentos y otros elementos, el juez Pedro Salazar discrepó con la fiscal
aunque quedó con las manos atadas ante la falta de acusación.
A pesar de la discrepancia, Fernández Huidobro aclaró que, "así como respeto la
decisión de la Corte y la acato aunque me parezca contraproducente e injusta, no
voy a presionar al presidente Vázquez" para que deniegue la extradición.
Sanguinetti y dirigentes del también opositor Partido Nacional cuestionaron la
extradición, coincidiendo entre otras cosas con asociaciones de militares en el
argumento de que es violatorio de la soberanía nacional.
El fallo de la Corte indica que está "probado que los episodios de autos están
insertos en un delito, que tuvo su comienzo consumativo en Chile y continuó en
Argentina y Uruguay, y que de la demanda de extradición se desprende que los
requeridos, aun antes de verificarse la comisión del ilícito penal, estaban
dispuestos a colaborar con los militares chilenos en la custodia del secuestrado
para eludir la acción de la justicia". (FIN/2006)