Latinoamérica
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Peru: en la puerta del horno
Gustavo Espinoza m. (*)
A tan solo 8 días de los comicios peruanos del 9 de abril, la conocida frase
"en la puerta del horno, se quema el pan", bien puede aplicarse a
cualquiera de los tres candidatos "grandes" –Ollanta Humala, Lourdes Flores o
Alan García- que son los únicos que conservan una posibilidad cierta de ser
elegidos en los comicios que se avecinan. Los 18 restantes vieron que su pan se
estropeaba antes de que el panadero tomase la harina en sus manos.
Las encuestas, virtualmente casi las últimas, le reconocen a Humala la primera
preferencia, a la Flores el segundo lugar y a García el tercero, aunque no se
ponen de acuerdo necesariamente en cifras porcentuales. Esto puede variar, sin
embargo en diversos sentidos. Ollanta podría ganar en primera vuelta sin
necesitar ya el proclamado "ballotagge", pero podría también disputar una
segunda elección con Lourdes o Alan y ganar, o incluso perder en esa
circunstancia ante una eventual concertación de fuerzas
El incremento de la intención de voto registrado por Humala en las últimas
semanas se explica por el masivo rechazo popular a la llamada "partidocracia", y
por la creciente definición de los perfiles del candidato de la olla bicolor
-ese es su símbolo electoral- que fue afirmando su mensaje para asegurar que
representara al segmento electoral de la izquierda progresista que gana puntos
no sólo aquí, sino en otros países de América Latina. Adicionalmente, las
visitas a Caracas y a otras capitales de América y sus entrevistas con Chávez,
Lula, Kirchner y Evo Morales le permitieron presentar al electorado peruano la
imagen de un líder continentalista de ideas avanzadas y dispuesto a resistir la
política yanqui, diferenciándose así del servilismo que resulta tradicional en
sus adversarios.
Tres factores, sin embargo, han afectado su ascenso y probablemente dificulten
lo que podría ser su opción más clara: obtener más del 50% de los votos el 9 de
abril. El primero, el alud de declaraciones de su entorno familiar y partidista
que causara revuelo. El segundo, su poco clara participación de la "guerra
sucia" de las décadas pasadas. Y el tercero, la imagen de desorganización que
fluye de su entorno.
Los suyos, es decir, sus padres, hermanos y allegados más próximos se han
encargado, curiosamente, de formular propuestas que han afectado su imagen:
"hay que fusilar a los homosexuales" dijo su mamá; "vamos a matar a
Toledo, a su esposa, a Pedro Pablo Kuzcynski, a todos los ministros y a cada uno
de los 120 congresistas", aseguró el hermano Antauro. "Vamos a liberar a
Abimael Guzmán" sostuvo el padre. Fue esa una serie de exquisitas
expresiones que generaron polémica. A ellas se sumó, más recientemente, una
carga explosiva mayor: Daniel Abugattás, su vocero más cercano, calificó de
"hija de p…" a la esposa del mandatario en funciones. Ni qué decir del modo cómo
los medios de difusión –sobre todo la TV y la radio- explotaron tales
exabruptos.
Lo de la violación de los derechos humanos pasó, no obstante a segundo
plano porque de alguna manera la gente concluyó asegurando que ése, era "un tema
del pasado", y que lo importante era "no repetirlo". El tercer elemento requiere
otra explicación. Hoy se sabe, en efecto, que dentro del Ollantismo hay
tendencias que marchan en paralelo y en equilibrio precario, pero que registran
diferencias. Se trata, en efecto, de fuerzas distintas, o incluso contrarias,
que tienen pugnas encubiertas y aún no resueltas.
Una mirada a ellas permite percibir la existencia de por lo menos tres segmentos
definidos: los "nacionalistas" de antes, en buena medida ligados a núcleos
militares de origen oscuro y conducta `peligrosa, que tiene relación definida
con los servicios secretos de etapas anteriores de la vida nacional. A ellos se
añaden los "reservistas", una suerte de "fuerza de choque" ciertamente agresiva
que se suele asomar en determinadas circunstancias. Un segundo destacamento está
compuesto por comerciantes solventes como los Galsky, Leon Rup y otros, que
financian la campaña y que mantienen relación estrecha con la Mafia
reciente. Carlos Torres Caro, el candidato a Vicepresidente y cabeza de la lista
parlamentaria encarna mejor, según parece, esa tendencia. El tercer segmento
vive a partir de una tecnocracia progresista que tuvo un solvente manejo de los
problemas del país en el área del diagnóstico, y que hoy se siente en
posibilidades de actuar con libertad. Gonzalo García, el Primer Vicepresidente y
un conjunto de notables especialistas se esmeran por dar sustento y
credibilidad a las propuestas del uniformado en retiro. Al margen de esos
bloques, se mueven algunos francotiradores como Daniel Abugattas o la propia
familia de Ollanta que pareciera jugar sus propias cartas.
Golpeado por los contrastes de los últimos días Humala mantuvo en alto el
optimismo y lo expresó en unan reciente y ágil rueda con los corresponsales de
prensa extranjera, en la que se desenvolvió con solvencia.
Si las palabras fueran decisivas, y si sólo tuviéramos que guiarnos por ellas,
la izquierda peruana tendría poca opción de duda en la coyuntura. El respaldo al
candidato de la olla asomaría como una opción razonable. Ocurre, sin embargo,
que la situación es bastante más compleja, que el país atraviesa una crisis muy
profunda signada por dos elementos que atraviesan su estructura: la corrupción y
la violencia; y que Ollanta tampoco constituye una garantía en la materia, ni
por sus antecedentes, ni por su entorno. Lo sensato será entonces, remitirnos a
los hechos y juzgar, en función de ellos, el camino a seguir y que sed abrirá
luego de los comicios. Entre ello ocurra, el pueblo peruano estará ante una
disyuntiva compleja dado que los otros postulantes no necesitan presentación.
Lourdes Flores forma parte de lo más graneado de la derecha peruana ligada al
Gran Capital y a los Monopolios; y Alan García es una expresión delictiva de la
descomposición del APRA.
Ambas cartas levantan hoy la bandera de la "democracia" con la idea de polarizar
la cosa en su provecho. Pero la democracia que representan es la que hizo al
Perú un país corrupto, que descargó la crisis sobre los hombros del pueblo, que
mantuvo y agravó los desniveles económicos y sociales y que se puso siempre al
lado de los poderosos contra los humildes.
No hay, entonces, vigorosas razones para el optimismo. Lo peor, sin embargo,
podría venir después. Y ser peor, en efecto, para el pueblo peruano. (fin)
(*) Del colectivo de Dirección de Nuestra Bandera