Latinoamérica
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Confesiones de un pobre
Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
El teléfono se venció el 30 del mes pasado y el 1 de abril Telefónica del Perú
ya estaba llamando para "recordar" el vencimiento del recibo. ¡Como si uno
pudiese olvidar lo que es una obligación imprescindible! Pero ¿quién cautela mi
derecho a los 8 días de plazo? ¿cómo puede violarse mi derecho a vivir en paz si
esa empresa enriquecida indebidamente con el delincuente Fujimori: me conmina,
me amenaza con el corte? ¿Y mis derechos humanos?
Como tantos millones en Perú que viven al filo de la navaja, entre el hambre de
no poder, a veces, ni siquiera desayunar y almorzar cualquier cosa, hay que
procurar, día a día, los recursos para sufragar otras obligaciones como la luz
eléctrica, el agua, el colegio de los niños, la movilidad para no terminar de
estropear el mismo calzado de hace cinco años y que ya ruega clemencia. Pero hay
que seguir. Porque los políticos idiotas nos dicen que hay que pedirle a Dios
¡que le dé los votos que le faltan! Y otra señora Caviar con 0.001 % de votos me
ilustra porque vote en blanco porque según ella, que NO representa a nadie,
ninguno tiene las condiciones para la segunda vuelta! ¿Y quién me da trabajo a
mí?
¿Ser pobre es ser culpable? En el Perú y para muchos, sí que lo es. Uno no es
pobre porque quiere y entonces rumia en voz alta su frustración y tan sólo pide
oportunidad y trabajo, para generar más riqueza y también beneficiarse de ella
según los cánones, muchas veces abusivos, en que se ha establecido este precario
reparto. ¿Acaso es raro encontrar físicos nucleares al timón de un taxi? ¡No lo
es! ¡Cuántas veces reconocí a mis profesores de la universidad manejando autos
alquilados, envejecidos y humillados por su situación! Ser pobre no es ser
culpable, pero aquí sí que lo eres y encima si no eres blancón o "decente"
entonces te motejan de indio, cholo o pezuñento.
La hipocresía nacional, esa tara que nadie menciona, que todos practican y
disimulan vilmente, impregna comportamientos y actividades. Me llamaron a
trabajar en una entidad para-estatal en calidad de subcontratado. Sin mayores
papeles, sólo por fe en la palabra, hice cuanto me pidieron, llevé a cabo las
investigaciones que me solicitaron, arriesgué criterios de análisis y encaminé
gestiones importantes que dieron resultado. Los días y semanas pasaron, ya van
cuatro meses y ¡hasta hoy no me pagan! Me han dado su palabra, sus promesas de
gestiones, su maravillosa y formal simpatía que el caso se resolverá pero los
recibos y facturas siguen acumulándose en mi mesa de trabajo y ¡nada de nada!
¿Cómo creer en burócratas ilustremente estúpidos, insensibles y frívolos que son
remunerados así cometan las bestialidades que hacen sin que nadie los fiscalice
o increpe por su falta de idoneidad?
De repente me faltan las fuerzas. Es posible que sobren las lágrimas de
soledades discretas. ¡Soy un simple ser humano! Acaso amengue mi complexión
preparada para la acción y no para el placer. Sin embargo, la fe permanece
impertérrita. Como una isla en medio de aguas encrespadas, la decisión de vencer
sólo podrá pulverizarla la muerte. Hay garra, hay valentía, pero no hay dinero.
Hay enorme decisión de vencer por encima de tantas y enormes dificultades, sin
embargo, no son pocas las noches sin dormir porque no encuentro fórmula para que
me paguen por mis trabajos o para que ¡por lo menos! me den la oportunidad cuyas
puertas me han sido cerradas por todos en extraña sintonía cómplice. Sólo la
sonrisa inocente de quienes no tienen la culpa de mi circunstancia inhóspita, da
energía para seguir peleando contra los molinos de viento.
No mucho atrás vi el ejemplo de una persona que dedicó un decenio de su vida a
los niños desamparados. Luego la botaron de su centro de trabajo porque su
rectitud idónea e insobornable ajena a cánticos sospechosos, la hacían escollo
para fines innobles. La despidieron y tuvo que pelear por una justa
indemnización. ¡Al menos tenía trabajo! Para quienes, como muchos millones,
inventamos cada día cómo producir y llevar al mercado nuestros productos
tangibles e intangibles, esa es una lección. Más simbólica que real, pero una
lección al fin y al cabo.
El protagonista de esta historia es un peruano como muchos de nosotros, nació
aquí, estudió aquí, tiene familia y pelea como un león todos los días. Suscribo
su historia porque casi podría repetirla al pie de la letra. ¿Qué puedo
compartir con él?: ¡el privilegio de haberle escuchado estremecido hasta la
última fibra y admirado por su coraje de vencedor, su fibra ejemplar y su
indetenible determinación de hacer patria en un país en que a los pobres se los
culpa por no tener trabajo!
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!