Latinoamérica
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Entrevista con
Alvaro García Linera, vicepresidente boliviano
"En Bolivia, no estamos pensando en socialismo sino en revolución
democratizadora"
Alvaro García Linera es vicepresidente boliviano, matemático y
sociólogo autodidacta. Con 44 años de edad tiene cinco encima de prisión, varios
libros publicados y una vida de búsqueda intelectual. En ese camino exploró
"obsesivamente" la idea de Marx de los pueblos "sin historia" y llegó a
conclusiones que lo unieron a Evo Morales.
–¿Cómo fue su trayectoria intelectual?
–Soy una persona que vivió la adolescencia en un período de gran inestabilidad
política: elecciones, golpes de Estado, elecciones, más golpes de Estado, en un
ambiente cargado de movilizaciones, de proyectos, de debates, de utopías. Estoy
hablando de fines de los años ’70 y creo que eso influye en un tipo de
acercamiento personal a la política y a las ciencias sociales. En 1979, a los 17
años, viví el primer gran bloqueo indígena de la historia moderna de Bolivia.
Era difícil de entender lo que estaba pasando y en ese ambiente busqué la ayuda
de las ciencias sociales, de la sociología, de la economía, pero más como
autodidacta. Sin embargo, me sentía distante de las organizaciones partidarias,
tenía un abordaje un poco intelectualizado de la política. Había comenzado a
estudiar matemática porque creía que las ciencias sociales podía aprenderlas
solo, y decido continuar mis estudios en México. El contexto centroamericano
influye mucho en mi percepción de la política, especialmente la guerrilla
salvadoreña, y politizo mis lecturas. Paso de una orientación más filosófica y
abstracta del capital, de la dialéctica de Hegel, de Kant, a una mirada más
práctica. Entonces comienzan mis lecturas más leninistas, digamos así, para
comprender mejor lo de la gestión de lo político. Esto ya es en los años ’80 y,
al acabar la carrera, regreso a Bolivia con una posición de mayor
involucramiento político.
–¿Cómo influyó el conocimiento de los movimientos insurgentes
centroamericanos en su evolución intelectual?
–Había dos elementos importantes: la lucha armada como modo de resolución o de
conquista del poder y, en particular, el tema étnico. En Guatemala escucho por
primera vez en un debate político el tema de la multiculturalidad. Aun cuando ya
era un momento de reflujo, la guerrilla guatemalteca logra incorporar este
elemento en el debate a partir de la presencia de los mayas. Esto para mí es en
extremo novedoso. Y con esos bagajes regreso a Bolivia, y aquí intentamos (junto
a Raquel Gutiérrez, su pareja de entonces) construir una estructura política
principalmente obrera porque los mineros eran el eje de la política
contestataria en Bolivia, e iniciamos un largo debate, que perdura en alguna
medida hasta el día de hoy, contra el trotskismo y el stalinismo, representado
por el Partido Obrero Revolucionario y el PC. Luego conocemos a un grupo de
líderes indígenas, jóvenes todavía, que venían de las corrientes kataristas e
indianistas de los ’70 que denunciaban el "colonialismo interno".
–Ahí se va produciendo un giro hacia lo étnico-nacional.
–Iniciamos una relectura, o más bien una ampliación de nuestra mirada, desde lo
obrero hacia la temática de lo nacional y lo campesino-indígena, más centrado en
lo que se denomina "identidades difusas". Ahí se inicia una etapa –hacia 1986–
que se mantiene hasta hoy, de una preocupación en torno de la temática indígena
y de la construcción de la nación. Dedico mi tiempo a escribir varios libros,
unos polémicos, en debate contra la izquierda tradicional predominante, y otros
que anticipaban trabajos con mayor abstracción. Ahí comienza una obsesión, que
mantuve durante diez años, de rastrear lo que Marx había dicho sobre el tema y
comenzamos a escudriñar sus cuadernos, sus textos sobre los "pueblos sin
historia" del ’48, los Grundrïsses, los textos sobre la India y China, y sus
cartas a Vera Zasulich, incluso sus manuscritos etnológicos y otros, inéditos
sobre América latina, que están en Amsterdam. Viajamos allá a consultarlos.
Algunos compañeros me reñían por esto: no veían bien que en momentos de tanta
intensidad de la lucha política yo estuviera revisando archivos. Comienza una
obsesión, con distintas variantes, a fin de encontrar el hilo conductor sobre
esa temática indígena desde el marxismo, y creyendo que era posible que el
marxismo pudiera dar cuenta de la fuerza de la dimensión, del contenido y del
potencial de la demanda étnica nacional de los pueblos indígenas. Ello implicaba
múltiples peleas, en textos menos académicos y más polémicos, con la izquierda
boliviana para la cual no había indios sino campesinos. Se trataba de una pelea
marginal porque éramos un grupo de personas que no influíamos en ninguna parte,
nos dedicábamos a repartir nuestros panfletos, nuestros textitos, nuestros
policopiados de 50 páginas en las marchas, en las minas. Pero ahí se inicia una
polémica.
–Luego viene el intento de formar el Ejército Guerrillero Túpac Katari y la
prisión.
–En los años ’85 y ’86 convergen intelectuales, jóvenes, muy jóvenes, obreros de
las minas especialmente en proceso de radicalización y un conglomerado de
líderes campesinos e indígenas provenientes de las filas del indianismo
katarista. En esta primera etapa, toda la actividad se centra en el trabajo
político en las minas, en las asambleas, en producir panfletería, crítica a las
posiciones de izquierda tradicional con una consigna clara: "Va a haber una
prueba de fuerza, y esa prueba va a dirimir la nueva época". Esa prueba de
fuerza fue en 1986, la Marcha por la Vida de los mineros contra el
desmantelamiento de la Corporación Minera de Bolivia. Los obreros salen
derrotados políticamente, ni siquiera hay necesidad de una salida militar, se
desmorona el movimiento y comienza el desbande.
–¿Y esa derrota abre el camino a una orientación hacia las comunidades
indígenas?
–Desde ese momento nos trasladamos con todo ese bloque de intelectuales y
mineros a potenciar el trabajo en el campo junto con los indianistas. Se va
construyendo un escenario más potente de autodeterminación de las nacionalidades
indígenas, especialmente la aymara. Hay un fuerte énfasis en la posibilidad de
una sublevación indígena, en la idea de que la emancipación indígena pasa
obligatoriamente por una sublevación de comunidades. Quispe teoriza ahí sobre la
guerra de los ayllus, tiene la imagen de una toma del poder mediante una
sublevación de ayllus y comunidades, es decir, no se estructura un imaginario
guerrillero sino un escenario de emancipación de masas. Se inicia un proceso que
luego va a dar lugar al EGTK y a ejercicios de formación militar en las
comunidades; primero en el Altiplano, con militantes del viejo indianismo de los
’70, luego en Potosí, en el Chapare, en Sucre. Era una dinámica fuerte.
–Luego viene la desarticulación del grupo y la cárcel. ¿Cómo se desarrolla su
actividad intelectual posterior desde la prisión?
–Al saber que no iba a contar con muchos libros, que no tendría mi biblioteca
disponible, decido dedicarme sólo a unos cuantos libros, a trabajarlos de un
modo mucho más profundo. Continúo con parte de mis trabajos teóricos y escribo
Forma valor, forma comunidad, que es una lectura enteramente dedicada a El
Capital bajo la obsesión de trabajar el tema del valor de uso, el valor de
cambio y de las lógicas organizativas de la modernidad para hacer un contrapunto
con las lógicas organizativas del mundo andino. Fueron cinco años de encierro.
Creo que es mi libro mejor logrado por el tiempo que pude dedicarle, por la
paciencia que tuvimos en armar las transcripciones. Fue un curso acelerado de
antropología andina, de etnohistoria andina y de economía agraria. Al salir de
la cárcel, inmediatamente me incorporé a la academia, incluso retomo el tema del
mundo obrero, pero desde una perspectiva más sociológica. De allí saldrán
Reproletarización, sobre el mundo obrero fabril en Bolivia y sus cambios
organizativos y tecnológicos, y La condición obrera, sobre la nueva minería. Las
conclusiones generales son que los obreros no han desaparecido, pero ha habido
una modificaciónsustancial de la estructura material de la condición obrera, de
la identidad obrera y de la composición política y cultural de la clase obrera.
De allí se deriva una explicación de por qué la Central Obrera Boliviana se
extingue como movimiento social unificador del país. En los últimos años he
desarrollado varios estudios de los movimientos sociales, incorporando teorías
más modernas como las de Charles Tilly, Pierre Bourdieu y Norbert Elias.
–Usted pasó de la acción insurgente a la academia, y de ahí osciló entre los
medios y la política. ¿Cómo ve el papel del intelectual en un campo
universitario como el de América latina, poco institucionalizado y en medio de
una nueva oleada de politización social?
–En los años ’90 se instaló la creencia de que había que separar la política de
la academia o la idea de un campo académico autónomo, pero eso fue una ilusión.
La promesa de un academicismo mucho más sólido, coherente, fundado en bases
propias, acabó en un academicismo que servía de legitimador ideológico del
proyecto político y económico neoliberal. Cuando revisas desapasionadamente la
producción de los años ’90 te das cuenta de la pobreza investigativa,
conceptual, de la abundancia de retórica y sentido común de una gran parte de
esa producción. Creo que ahora se presenta un nuevo reto para la producción
intelectual: la capacidad de construir críticamente categorías, argumentos y
razones, y no simplemente panfletería política pero, a la vez, que sepa recoger
estas señales y la riqueza de la sociedad, no solamente de los movimientos
sociales. Ahí está el gran reto de continuar esta larga trayectoria del
intelectual latinoamericano y boliviano que rompe esa falsa asepsia ideológica a
lo Vargas Llosa. Sin embargo, no se requiere que frente al intelectual
neoliberal cooptado por el discurso estatal surja un intelectual de los
movimientos sociales que haga la apología de la acción colectiva sino un
intelectual crítico con el poder existente y con las fuerzas emergentes. Parte
de eso, sin duda, puede ser utilizado por los movimientos sociales y parte no;
les va a doler que reflexionen sobre sus límites, y ahí está el pedazo de
autonomía de la reflexión intelectual de no acallar o forzar sus reflexiones a
favor de tal o cual.
–¿Es un problema ser a la vez sociólogo crítico y vicepresidente?
–No, al contrario, es una excelente combinación, porque permite analizar con una
frialdad siberiana lo que está sucediendo y tus acciones. Y como vicepresidente
ves algunas cosas que jamás verías desde tu gabinete de sociólogo.
–Varios medios hablan de "evismo" para referirse a este gobierno.
–El "evismo" plantea una ruptura con respecto a anteriores estrategias de lucha
por el poder, es un proyecto de autorrepresentación de los movimientos sociales,
de la sociedad plebeya. Es un nuevo horizonte que no nace de la teoría sino que
se va implementando en la práctica y puede aportar una interesante veta de
análisis a las corrientes neomarxistas. Un segundo elemento que podría definir
al "evismo" es un indianismo flexible capaz de convocar a los sectores no
indígenas, mestizos, sectores medios urbanos. En términos didácticos podríamos
decir que la Revolución Nacional de 1952 despierta al indio a la ciudadanía,
pero trata de diluirlo en el mestizaje y le bloquea las posibilidades de
desarrollo político. Cincuenta años después, el indio se postula como un sujeto
político autónomo que propone un nacionalismo expansivo, una nación con "unidad
en la diversidad" como lo ha repetido tantas veces Evo Morales. La experiencia
que estamos viviendo en Bolivia replantea todo el debate sobre la lucha por el
poder, incluso las propuestas de Antonio Negri. ¿Qué es un gobierno de los
movimientos sociales? ¿Es posible? ¿Cómo se operará la relación entre lo
político y lo social?
–Usted habló de capitalismo andino.
–Con esa expresión, más bien teórica, hice referencia a que las estructuras
materiales de las rebeliones sociales desde el 2000 son las pequeñas economías
familiares, tanto en el campo como en la ciudad. Son los pequeños productores
los que se han rebelado: campesinos, cocaleros, artesanos, microempresarios,
cooperativistas mineros. Y no va a haber revolución socialista en una nación de
pequeños productores. El "evismo" visualiza estas múltiples modernidades, el
pequeño campesino del Altiplano no va a ser un farmer, pero puede tener
tractores o Internet. Siempre lo moderno subsumía lo tradicional, ahora pensamos
en una articulación diferente y no subordinada entre estas dos plataformas que
van a perdurar en los próximos 50 o 100 años. No estamos pensando en el
socialismo para el futuro próximo sino en una profunda revolución democrática
descolonizadora.