Latinoamérica
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Contaminación, soberanía e ilusiones en la era de la izquierda descremada
Modesto Emilio Guerrero
El gobierno de ex militantes de la izquierda uruguaya (socialistas, tupamaros
y comunistas) se ha convertido, de hecho, en abogado de las empresas Botnia
(finlandesa) y Ence (española).
Algo más racional que el amor y el odio deben explicar el cerrado pacto del
gobierno de Tabaré Vázquez con las empresas contaminantes, los grupos inversores
internacionales y los intereses de los gobiernos y grandes corporaciones
enemigas de la humanidad.
Eso no sería posible sin la conjunción de por lo menos tres factores.
En primer lugar, el grado de vulneración en que dejaron a la nación uruguaya los
últimos gobiernos de derecha. Luego, el carácter y definición política del
régimen de centro izquierda del Frente Amplio. Y tercero, la estafa política
masiva montada sobre las ilusiones de un pueblo que quiere otra cosa.
La herencia maldita
El Uruguay que recibió el gobierno del Frente Amplio está diezmado por la
dependencia financiera, económica y política. El Estado uruguayo es más débil y
dependiente hoy que antes del gobierno de Luis María Sanguinetti, y más aún si
la comparación se aleja hasta el régimen de Juan María Bordaberry, a comienzos
en 1973.
Esto vale para Argentina, Brasil, México o Chile y el conjunto del continente.
Las únicas excepciones relativas son, Cuba, que conserva un alto grado de
independencia heredada del triunfo revolucionario de 1959-1962; y la Venezuela
bolivariana, donde un proceso político muy avanzado y un gobierno nacionalista
de izquierda, han logrado la independencia política y una ruptura relativa de la
dependencia económica.
En Uruguay, esa indefensión nacional es verificable mirando los pactos que la
atan a los Estados Unidos, a la Unión Europea y secundariamente a grupos
financieros y empresarios de Brasil y Argentina.
Los malos y los buenos
El problema no está en que los malos sean malos, es que aquellos que se dicen
buenos hacen lo mismo o casi lo mismo que los malos. Y creen que nadie se dará
cuenta nunca. La digna actitud de intelectuales como Galeano y Abella, de
corrientes políticas frentistas como el 26 de Marzo, el ex Senador Elio Sarthou
y una decena de sindicatos y organizaciones ambientales, indican que no se puede
engañar a todo el mundo todo el tiempo.
El control imperialista de Uruguay no sufrió ninguna mengua ni fisura con la
llegada del Frente Amplio. Eso no lo convierte en un gobierno igual al de Batlle
(agente directo de Washington), pero, aunque suene feo, esa distinción no se
transforma en diferencia.
El político uruguayo que certificó esta cruda sujeción semicolonial fue el
presidente Tabaré cuando era candidato: 'los inversores y empresarios pueden
estar seguros que van a tener reglas claras, precisas y estables'. El otro
político que lo llevó hasta el límite del ridículo ideológico fue el ex
comandante tupamaro Mujica, hoy senador: 'En los sesenta nos proponíamos
transformar el mundo, ahora nos conformaríamos con arreglar una vereda'. La
vereda no tiene la culpa.
En estas dos expresiones está concentrado el programa y la definición política
del gobierno uruguayo. Y con gobernantes así, por supuesto que Uruguay (y
cualquier país) puede ser territorio para cualquier emprendimiento multinacional
lesivo de la soberanía, contaminante o no, sin que importen las consecuencias de
morbilidad y mortalidad en la población.
Y si alguien dudara aún de esta combinación perversa, recordemos la forma
grotesca de esta genuflexión política pocos meses atrás: Todo el mundo se enteró
de las negociaciones 'secretas' (más bien mojigatas, pusilánimes y vergonzantes)
del gobierno con las autoridades comerciales de EEUU para pactar un TLC (Tratado
de Libre Comercio). O sea, seguir el mismo rumbo de Uribe en Colombia, Toledo en
Perú, Lagos en Chile o los gobiernos del istmo centroamericano que firmaron su
'pequeño ALCA'.
No hacía falta que el 'secreto' lo develara un bicho reaccionario como el
senador estadounidense Mel Martínez: Ya estaba inscripto en el Pacto de
Inversiones que el régimen de Tabaré había acordado con Washington, días antes
de la cumbre de Mar del Plata, en octubre de 2005 y que el Parlamento uruguayo
sancionó el 28 de diciembre de 2005: 'El tratado Uruguay-Estados Unidos había
sido firmado por el anterior gobierno conservador de Jorge Batlle...' (Ver
Argenpress.info del 28/12/05) La resistencia
interna a la firma de este pacto, mostró que el gobierno de Tabaré no es igual
al anterior, pero que, en el mejor de los casos, está sometido a las mismas
ataduras y buena parte de su dirigencia quiere seguir siendo dependiente de
Washington, como el irascible Batle.
Este precedente tiene a su vez otro precedente. En junio de 2003, Tabaré Vázquez
fue visitado por Ratto Chiarlo, el jefe del FMI, y Tabaré le garantizó
'seguridad jurídica en los compromisos con los organismos internacionales', en
caso de que alcanzara la presidencia. La alcanzó y cumplió, esto no se le puede
negar.
Estos son los hechos.
Cuando las ilusiones matan
Desgraciadamente, también es un hecho político el alto nivel de ilusión que
pesa hoy en la población media uruguaya. Y este es el tercer aspecto que
sostiene el empecinado compromiso del gobierno con las inversiones
internacionales contaminantes.
Pero cuando un gobierno usa el masivo voto popular (esperanzas e ilusiones) para
hacer lo contrario de lo indicado en el voto, a eso se le llama estafa política.
Más grave es si esas ilusiones expresan profundas necesidades sociales -como el
empleo y cosas parecidas-.
Cerca del 64 por ciento de los uruguayos apoyan al gobierno en su defensa de las
inversiones contaminantes. El resto no está en contra. Sólo una minoría de la
población resiste. A lo más que llegan los uruguayos en este momento, es a
ejercer el sagrado derecho a la duda sobre lo que pasa y lo que piensan. Pero no
más. Por ahora. Este conservadorismo político es el dato clave sobre el que se
monta la gran estafa política.
De la media verdad a la mentira
El gobierno les ha hecho creer a los uruguayos, y estos quieren creerlo, que
las papeleras darán trabajo. Pero esta es una media verdad. La otra mitad es que
destruirá muchos otros. A estas alturas, nadie desconoce que por cada empleo
abierto en las dos papeleras, se perderán alrededor de 5 en el turismo y sus
ramas conexas. Porque para producir 4 empleos hay que destruir 10 hectáreas de
tierra fértil y sus fuentes de agua. Esto, en un país chiquito que vive de la
explotación de la tierra, es casi un crimen de lesa humanidad.
Pero ocultan algo más grave: Las papeleras se
irán del país cuando les de la gana, eso es lo que garantiza el Pacto de
Inversiones firmado. Y eso ocurrirá cuando les baje la tasa de ganancia, cuando
le crezcan los costos laborales, fiscales, ambientales, o cuando 'el mercado' no
les brinde los mejores precios y decidan que el país 'no tiene las suficientes
garantías jurídicas'. Más de 300 inversiones internacionales se fueron del
Mercosur entre 1999 y 2002 según el Banco Mundial, y los gobiernos ni los
frenaron ni repusieron los empleos.
Aquello de que el capital no tiene patria, no es juego; ni siquiera se deja
seducir por paisajes tan encantadores y gente tan distinguida como los que
pueblan la nación uruguaya.
Pero esa es la realidad hoy, aunque nos disguste. La gente cree que serán una
fuente de trabajo, no una fuente de destrucción de todo, incluso del trabajo. La
gente piensa que las plantas contaminantes contribuirán al 'desarrollo
industrial' del país, y también creen que no es tan verdad que contaminen, y que
si lo hicieran, el gobierno de Tabaré sabrá que hacer para regular y controlar.
La gente confía en el gobierno. Y aunque el gobierno no confía en la gente,
monta su estafa sobre esta confianza.
El grito de Gualeguaychú
Hay algo más grave y delicado. Sectores del gobierno utilizan esta conciencia
media actual, para azuzar las peores expresiones de nacionalismo reaccionario,
es decir: aquel que intenta enfrentar a pueblos hermanados por su historia
anticolonial, su naturaleza compartida y sobre todo: por ser ambos víctimas del
mismo opresor.
Ya se escuchan en medio políticos y periodísticos de Buenos Aires, voces que
advierten del riesgo de choque bélico 'como ocurrió entre Ecuador y Perú' en
1994. Ya se sabe que en Uruguay, algunos llevan la campaña del gobierno hasta el
límite de su imaginación: 'si cruzan el puente los vamos a cagar a palos'.
Lo que no esperaban, ni Tabaré, ni Kirchner, ni las empresas contaminantes, es
que un pequeño pueblo sobre un pequeño puente en el sur del mundo, pudieran
generar tamaño lío internacional. Eso es Gualeguaychú.
Menos sospecharon, que lo hicieran con una democracia de masas ejemplar, al
estilo de las mejores prácticas aparecidas en años recientes en Bolivia,
Venezuela y Ecuador, o en la Buenos Aires de las asambleas barriales.
Un lío que hizo brotar todas las porquerías del capitalismo en su fase actual:
destrucción del ambiente natural y de la naturaleza humana misma, saqueo de
recursos, súper explotación de trabajadores, concentración de riqueza,
postración de la soberanía nacional y vulnerabilidad de los nuevos regímenes de
la izquierda descremada.
Esta nueva/vieja izquierda tranquiliza su alma con algunas veredas, claro,
siempre que los fondos vengan del Banco Interamericano de Desarrollo, de alguna
ONG platuda, y si no, directamente de las tropas yanquis. ¿O no es eso lo que
está ocurriendo en Barahona (Santo Domingo), ocurre en Colombia, Ecuador, Perú,
Centroamérica y también en la Paraguay de Duarte Frutos?