Latinoamérica
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Las ilusiones del pasado y los retos de hoy
Gustavo Espinoza m.
Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
Carlos Marx recuerda (*) que una de las características de la revolución
consiste en que el pueblo, precisamente cuando se dispone a dar un gran paso
adelante y empezar una nueva era, cae bajo el poder de las ilusiones del pasado
y todas las fuerzas y todas las influencias conquistadas, a costa de tantos
sacrificios, pasan a manos de gentes que aparecen como representantes de los
movimientos populares de una época anterior.
Si esto hubiese sido escrito en nuestro tiempo, bien podríamos decir que el
fundador del socialismo científico estaba aludiendo al proceso peruano. Aquí, en
efecto, cuando como consecuencia de la agudización de las contradicciones
sociales y el agotamiento extremo del modelo neoliberal, el pueblo peruano
podría estar en capacidad de dar un "gran salto" y abrir las compuertas de un
nuevo derrotero; pugnan por renacer las ilusiones del pasado y Ollanta Humala
–el discutido y enigmático oficial del ejército en campaña electoral- asoma como
representante de los movimiento populares de la época anterior, tomando en sus
manos las banderas del proceso militar de Velasco Alvarado.
No es malo, por cierto, que reivindique la figura de un militar patriota que
asumió responsabilidades y tuvo coraje para enfrentar a la oligarquía y al
imperialismo. Mejor fuera, sin embargo que esa adhesión resultara real, y no tan
sólo un compromiso de palabra liberado de sustento.
Y es que desde el punto de vista personal hay sin duda distancias significativas
entre el general que en 1968 abrió cauce a transformaciones profundas en la
sociedad peruana, y el comandante que ahora encabeza las preferencias
electorales en nuestro país. También hay distancias entre el núcleo militar
velasquista -los 4 coroneles que lo secundaron- y el entorno uniformado
que rodea a Humala y cuyos antecedentes en diversas materias resultan -por
decir lo menos- francamente sospechosos.
Los factores que preñaron los dos fenómenos son también distintos. Hasta 1968
las fuerzas armadas peruanas no vivieron el proceso de fascistización que les
fuera impuesto a la mala por la administración norteamericana al amparo de la
gestión post velasquista del general Morales Bermúdez y de resultas del cual la
institución armada de nuestro país quedó ligada al accionar del Plan Cóndor.
Después de 1980, el Perú vivió una espiral de violencia artificialmente creada
pero que alcanzó ribetes excepcionales. Sirvió para impulsar mecanismos de
terror inéditos en la historia republicana y como resulta de los cuales todos
los oficiales de la institución armada se vieron envueltos en actos horrendo. La
experiencia vivida en nuestro país en ese periodo demuestra en efecto que, bajo
el pretexto de "combatir el terrorismo" los destacamentos operativos de la
Fuerza Armada impulsaron una guerra genocida contra el pueblo y a su amparo
mataron, secuestraron, torturaron, violaron personas y arrasaron poblaciones
destruyendo e incendiando las aldeas. Eso no fue hecho por algunos oficiales
alocados que cayeron fuera de control. Respondió a una política de de Estado, al
cumplimiento estricto de órdenes dictadas. En su momento, los militares peruanos
podrían haber dicho como los militares argentinos de Videla, que ellos hicieron
"la guerra", con las órdenes dictadas y las disposiciones formales. Porque
también aquí la idea fue comprometer a todos en la comisión de delitos a fin que
nadie quedara librado de culpa y nadie osara después levantar la mano para
señalar a otros.
Para aplicar tales procedimientos, y otros, fue en ese periodo indispensable
"depurar" a la fuerza armada en todos sus niveles, eliminando de raíz, cualquier
voluntad de resistencia. Múltiples ejemplos pueden darse de oficiales que fueron
dejados de lado precisamente por no adherirse a los métodos impuestos "desde
arriba" por los responsables de la institución armada, que cortaron de cuajo
cualquier veleidad de tipo "velasquista", democrática o progresista.
¿Podría alguien haber servido en esos años a la institución armada sin aplicar
esos mecanismos de terror? ¿Podría haber hecho carrera militar en esas
condiciones sin comprometerse en la comisión de delitos horrendos? ¿Podría hoy
prometer justicia y reparaciones a las víctimas de la violencia y el terror
desenfrenado que caracterizara a aquellos años? Aunque Humala formalmente ha
proclamado su voluntad de aplicar las recomendaciones de la Comisión de la
Verdad, no ha rebatido con solvencia las acusaciones que le fueron hechas por su
comportamiento en los años de violencia en la zona del Huallaga.
Ciertamente, pensar en la "herencia velasquista" en la institución militar de
hoy es vivir una ilusión. Y prometer una experiencia similar a la que remeciera
al Perú en la década de los 70, es sólo pretender engañar a incautos. Por eso el
compromiso que formula el candidato es casi formal, y él mismo se apresura en
afirmarlo cuando asegura que, no obstante su identificación con su mensaje, "no
hará lo mismo que Velasco"
Ollanta Humala ocupa hoy el primer lugar en las encuestas de opinión. No debiera
sorprender eso. Ahora encarna diversos sentimientos: el odio incubado en mucha
gente, el resentimiento y la frustración larvadas, la impotencia ante la
discriminación y el abuso; pero también el ánimo de revancha de millones de
peruanos que sufrieron en el pasado toda clase de vejámenes en manos de la clase
dominante; y que no encuentran ahora una alternativa popular que los ampare y
represente. Porque promete un "retorno al velasquismo", el Comandante puede
entonces alzarse sobre los hombros de la población sufriente y ganar
incluso los comicios de abril. Eso, sin embargo no será suficiente para que se
acredite como una alternativa para los trabajadores y el pueblo.
Aunque aparezca como "representante de los movimientos populares de una época
anterior", deberá actuar de un modo diferente para confirmar que no son promesas
las que trae en la mano, sino justicia la que oferta al país (fin)
(*) Carlos Marx. La Revolución Española. Edit. Cenit. Citado por la
revista Amauta, N. 24. Junio 1929