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Colombia: Entrevista a Héctor Mondragón
"La violencia ha hecho que los movimientos sociales colombianos
creen nuevas formas de resistencia"
En Colombia pertenecer a un movimiento social significa, no sólo exigir
derechos, sino jugarse la vida. Esto lo sabe bien Héctor Mondragón, que como
asesor de organizaciones de base conoce esta realidad y recibe amenazas y
persecuciones.
Silvia Torralba
Redacción de Canal Solidario
Desde hace más de 20 años, Héctor Mondragón asesora a organizaciones campesinas
e indígenas y a movimientos sociales urbanos en Colombia. Su labor le permite
conocer de cerca los problemas diarios de todos estos grupos y de sus
dirigentes, saber cómo se organizan y denunciar los ataques de los que son
víctimas.
Hace unos días, Mondragón visitó Barcelona para presentar su libro Movimientos
sociales, una alternativa al conflicto colombiano, publicado con el apoyo del
colectivo Maloka. Durante su estancia, el activista colombiano conversó con
Canal Solidario sobre la enorme violencia contra los movimientos sociales en su
país, las estrategias de supervivencia que éstos han desarrollado, la impunidad
ante amenazas y asesinatos de líderes y la presión que él mismo recibe.
¿Cuál es la realidad de los movimientos sociales en Colombia?
Los movimientos sociales colombianos comparten las luchas fundamentales del
movimiento social que hay en todo el mundo, pero presentan algunas diferencias.
La principal es que el movimiento social en Colombia está tremendamente
desangrado por la violencia y ha costado la vida a miles de personas,
campesinos, indígenas, miembros de sindicatos y de movimientos urbanos... la
lista de los dirigentes que han sido asesinados es interminable.
¿Quiénes son los culpables de estas muertes y amenazas? ¿Los actores armados?
La mayoría de los dirigentes han sido asesinados para eliminar su acción social
y por sectores poderosos. Se pagan sicarios y algunas veces se utiliza a los
grupos armados, como los paramilitares, pero realmente estaríamos en un error si
creyéramos que la mayoría de las muertes se deben al conflicto armado.
Se trata de intereses económicos y de una práctica que está logrando eliminar
los derechos humanos y laborales en Colombia. Por ejemplo, en poco más de 20
años los grandes propietarios del campo han pasado de tener el 32% de la tierra
a tener el 61%, cifra que refleja esa liquidación de los dirigentes sociales. En
este contexto, algunos movimientos como el indígena han logrado conservar sus
derechos, aunque por eso mismo son objeto de más asesinatos.
Todo esto no significa que el movimiento social haya sido derrotado
definitivamente, al contrario, hay una persistencia que en cierta manera es
milagrosa. Porque, si en un país como España el movimiento sindical hubiera
perdido en los últimos 20 años 4.000 activistas ¿seguiría existiendo y
trabajando? Toda esta violencia ha hecho que los movimientos sociales adquieran
mecanismos de resistencia que le han permitido resistir.
¿La justicia colombiana ampara a los movimientos sociales de toda esta
violencia?
En Colombia el sistema jurídico es todavía bastante democrático pero no se
refleja en la realidad de la sociedad. Hasta hace poco existían todas las
posibilidades para que la víctima reclamara, pero el actual Gobierno adapta las
normas a la realidad, cuando esta realidad no es democrática. Un ejemplo es la
Ley de Prescripción de la Propiedad, que ha bajado de 20 a 10 años el plazo para
que la gente con títulos de propiedad reclame su tierra y que sólo da cinco años
de margen para reclamar a los campesinos, ¡en un país con tantos desplazados!
Con las leyes anteriores era muy difícil reclamar pero algunas veces se ganó. El
problema, entonces, era que un éxito judicial podía generar un castigo tremendo
para la gente que se había atrevido a reclamar sus derechos judicialmente. Todo
esto marca al movimiento social, pero sigue luchando. Un ejemplo claro son los
campesinos e indígenas, que en estos momentos juegan un papel determinante.
Fueron los indígenas quienes, tras 14 años esperando a que el Gobierno cumpliera
su promesa y les devolviera una hacienda, decidieron ocuparla, movilizaron a
mucha más gente y forzaron negociaciones con las autoridades.
Movilizaciones de este tipo se dan también en las comunidades afrocolombianas y
en regiones como el Chocó, donde a pesar de las represiones y los asesinatos de
varias gentes, han continuado las movilizaciones contra la guerra, contra el
Tratado de Libre Comercio y contra las reformas constitucionales que propone el
Gobierno de Álvaro Uribe.
¿Los movimientos campesinos e indígenas son ejemplos a seguir por el resto de
organizaciones sociales?
Sobre todo el movimiento indígena, que a pesar de todas las dificultades se
sigue movilizando. En 1996, por ejemplo, y después de ocupar la conferencia
episcopal y tomar carreteras y oficinas públicas de todo el país, el Gobierno
dialogó con los indígenas y acordó crear tres organismos permanentes de diálogo.
Se trata de una comisión de derechos humanos que investigue y repare a
comunidades víctimas de violencia, una Mesa de Concertación en la que consultar
a los indígenas las medias legislativas y administrativas nacionales que les
pueden afectar, y una Comisión de Territorios Indígenas que vele por la
propiedad de las tierras. Estos organismos funcionaron dos años pero el actual
Gobierno los ha boicoteado. Sin embargo, en estos momentos el movimiento social
ve en los grupos indígenas un modelo a seguir, centrado en la cuestión de la
tierra pero también en otros temas como el Tratado de Libre Comercio, y muy bien
organizado.
¿De qué manera se inspiran en el movimiento indígena?
Un caso muy claro es el del movimiento estudiantil, que se ha visto muy influido
por las luchas indígenas y ha adoptado muchos de sus mecanismos. Los estudiantes
protestan contra una reforma que quiere reducir a cuatro años los estudios en la
universidad pública y que les daría títulos menos cualificados que los de la
universidad privada, que mantendrá las carreras de cinco años.
Por eso se manifiestan y responden con imaginación a la represión que se ejerce
contra ellos, una represión muy grande que ha acabado con la vida de varios
jóvenes. Y ellos, en lugar de optar por el enfrentamiento directo, llenan de
flores los vehículos de la policía, pintan consignas, organizan bailes en la
calle...
Por todo esto, es de esperar que el movimiento social no se acabe en muchos
años, porque si los muchachos participan masivamente tendremos muchos años de
lucha social.
¿Significa esto también que los movimientos sociales se están renovando
académicamente?
Sí. Muchos jóvenes campesinos estudian en la universidad pública, están
implicados en el movimiento estudiantil y del campo, saben informática, inglés y
tienen una capacidad de comunicación inmensa. En las comunidades indígenas, por
ejemplo, es impresionante ver lo que saben del Tratado de Libre Comercio e
incluso en muchas universidades es difícil encontrar gente que hable de este
tema tan fluidamente como en las comunidades indígenas.
Las mujeres dirigentes sufren violaciones y ven cómo secuestran a sus hijos
para obligarlas a dejar los movimientos sociales. En todo este contexto, ¿qué
papel juegan las mujeres?
Un papel muy importante. En los últimos años el asesinato de líderes del
movimiento campesino ha llevado a muchas mujeres a puestos de dirección, y lo
han hecho muy bien, tanto que hoy día comparten la persecución al mismo nivel
que los hombres. Muchas de éstas líderes campesinas están ahora exiliadas en
España y otros países europeos. En España está la presidenta de la Asociación de
Mujeres Campesinas Indígenas y Negras, una organización terriblemente agredida
desde 2003. En esta campaña de terror se ha secuestrado a sus hijos para exigir
a las mujeres su renuncia a la organización y se han hecho violaciones múltiples
a mujeres de movimientos sociales, para atemorizarlas a ellas y a sus
compañeras. También muchas han muerto asesinadas.
Como asesor de muchos de estos movimientos, ¿recibes también presiones y
amenazas?
Sobre todo he colaborado con organizaciones campesinas e indígenas. Soy asesor
de la Convergencia Campesina Negra e Indígena, una entidad que aglutina
numerosos movimientos campesinos, indígenas y negros. Colaboro con la
Organización Nacional Indígena, con entidades afiliadas a Vía Campesina y con
compañeros del Cauca, de la Amazonía... pero también de las ciudades y con
sindicatos como el petrolero. Por trabajar con el movimiento campesino fui
detenido y torturado, y aún sufro las secuelas de esa tortura.
¿Cómo te ha afectado a ti y a tu familia?
Durante un tiempo me marché fuera con mis hijos, porque todavía eran muy niños.
Ahora ya son mayores y todos vivimos en Colombia. Durante cinco años no hablé
por teléfono y son las razones por las que estoy vivo. No tengo oficina ni una
rutina. No acepto tener una rutina porque, analizando los casos de miles de
amigos asesinados, te das cuenta de que el factor fundamental que se aprovecha
para asesinar a una persona es la rutina. Compañeros del sindicato minero
pidieron a la empresa que les dejara vivir en la mina porque les iban a matar
del trabajo a casa y en la mina estarían seguros. Pero la empresa no aceptó y
hoy están todos muertos. A la mayoría de los dirigentes los matan de camino al
trabajo, a otros en el mismo trabajo, o en su casa... no se puede tener una
rutina. Que un activista social tenga una rutina en Colombia significa dejarse
matar.
¿Alguna vez has pensado en exiliarte?
No. He estado fuera por la seguridad de mis hijos y dando clases en Estados
Unidos, en el marco de un programa para defensores de derechos humanos en
peligro. Pero nunca he tenido la perspectiva de irme porque tengo la esperanza
de que la lucha que estamos haciendo va a servir de algo.
Las cosas están empezando a cambiar en América Latina. Desde luego, el último
lugar donde cambiarán es Colombia, porque es donde más violencia hay contra el
movimiento social pero nosotros seguiremos trabajando para que la situación
mejore.