Latinoamérica
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Construyendo una opinión política de la realidad actual
Carlos Monday
En el Chile de hoy, cuando asume un nuevo gobierno concertacionista, todavía
la izquierda no es capaz de construir un proyecto político revolucionario. Ello
se nota por las demandas electoralistas de poca monta (perfectamente manejables
por el futuro gobierno) que hacen estos dirigentes conformistas. Se han
contagiado del individualismo neoliberal y tratan de salvarse solos para ganar
insignificantes espacios políticos
Este 11 de marzo, la administración Bachelet se hace cargo de la dirección del
gobierno de Chile. La presidenta fue elegida con el 54% de los votos; del
universo de votantes, prácticamente un millón de personas no sufragó, y siguen
sin inscribirse cerca de dos millones de compatriotas, fundamentalmente jóvenes.
En su discurso del 15 de enero, Bachelet habló de la creación de una red de
protección social, según dijo, para estrechar la brecha económica y social.
Chile se ha consolidado como la segunda economía más desigual de la región
después de Brasil, y la cuarta peor en el mundo en distribución del ingreso,
según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Los gobiernos de la
Concertación en el poder desde hace 16 años han apostado a políticas
neoliberales que incentivan el consumismo, la atomización social y la
competencia en todos los terrenos, lo que ha fomentado el individualismo en
todos los planos y una escandalosa distribución del ingreso, denunciada por la
propia Iglesia Católica.
La sumisión ha sido total frente al poder avasallador de los grandes grupos
económicos, que se materializa en el actual modelo de desarrollo libremercadista
a ultranza que estimulan las autoridades concertacionistas.
Los servicios básicos de la población, el agua, la electricidad y el gas, las
súper carreteras, la estratégica energía, las telecomunicaciones, la banca, los
servicios financieros, están monopolizados en manos de empresas extranjeras. La
minería -que provee cerca del 50% de los ingresos del país- ha sido
desnacionalizada y gran parte está en manos extranjeras. Las pensiones sociales
se mantienen en manos de los grupos que se hicieron ricos con Pinochet, y éstos
en gran parte se han asociado con grupos financieros extranjeros y se les ve
controlando cadenas de supermercados, salud, educación, empresas constructoras,
exportaciones y se podría seguir.
Los recursos naturales y los desastres en su uso indiscriminado, también es
parte del historial de estos grupos económicos avalados por la legalidad
ambiental de los antecesores de la administración Bachelet.
La apertura y liberalización de la economía chilena, iniciada por la dictadura y
profundizada por los gobiernos de la Concertación, han puesto a nuestro país
como vitrina para quienes quieren copiar el modelo neoliberal en Sudamérica. La
Concertación se ha jugado por el libre mercado, el Área de Libre Comercio de las
Américas (ALCA), la asociación cada vez más estrecha con las transnacionales,
con Estados Unidos y las grandes potencias económicas, convirtiéndose en un
ejemplo de país civilizado para los EEUU y las grandes corporaciones financieras
mundiales.
Estas transformaciones van en dirección contraria a la de otros países en la
región, estos comienzan la marcha atrás en las políticas neoliberales de los
ochenta y noventa dictadas por Washington, oponiéndose abiertamente al ALCA y
apostando a una integración regional autónoma tanto de Estados Unidos como de
los organismos financieros internacionales.
La elección de Michelle Bachelet ha dado nuevos aires a la Concertación de
partidos en el poder y, porqué no decirlo, ha alimentado más de alguna esperanza
en el seno del pueblo chileno de que los males de la desigualdad serían
cambiados y al fin llegarían los beneficios del crecimiento económico, que no
sólo se materializen en grandes obras de infraestructura, sino que llegue a los
bolsillos populares.
Bachelet, al igual que cualquier gran producto del neoliberalismo en Chile, ha
sido bien vendida Ella reúne valores difíciles de encontrar en un solo
prospecto: simpatía, mujer jefa de familia, manejo profesional, militante del
actual Partido Socialista, hija de un general patriota asesinado por la
dictadura de Pinochet, exiliada, detenida y torturada, miembro de la familia
militar, educada en estrategia militar en EEUU, a pesar de su currículo de
izquierdista, y de haber sido acusada de vínculos al antiguo Frente Patriótico
Manuel Rodríguez, ex ministra de Salud y Defensa, etc.
Se la presenta como la expresión de la suma de los dramas que vivió Chile en
estas últimas décadas y como un ejemplo de reinserción en el sistema
democrático, post dictadura.
La estrategia tuvo éxito: resultó electa "presidenta de todos los chilenos" y en
el exterior, se la ve como un dirigente de izquierda que hará mucho por Chile y
que priorizará a Latinoamérica en el plano internacional, tal como ella misma ha
declarado.
El primer balde de agua fría para ellos sin duda han sido sus flamantes
ministros, particularmente Andrés Zaldívar, que cuando era ministro de Hacienda
de Eduardo Frei Montalva sembraba el terror económico ante la elección de
Salvador Allende y Alejandro Foxley, Ministro de Hacienda del primer gobierno
post dictadura, un hombre pro-EE.UU. y pro-ALCA. Ambos democristianos, partido
que ha condenado sistemáticamente a Cuba en los foros internacionales y ha
manifestado públicamente su sumisión a la política de dominación unipolar de la
administración Bush.
La mayoría de los ministros de la nueva administración son tecnócratas,
empleados de grandes grupos económicos mundiales, pro-USA, educados en USA,
liberales económicos y defensores del ALCA.
Lo importante de la era Bachelet es que llega al poder con un histórico
superávit fiscal equivalente a 4.8% del PIB - U$5.4 mil millones- y este
superávit, más la mantención del IVA del 19%, y un crecimiento proyectado del 6%
en los próximos años, le permitiría cumplir lo que asegura en su programa de
gobierno: invertir U$6 mil millones en educación, en programas sociales y en
empleo. Habrá sin duda un mayor gasto social que durante la administración de
Lagos.
El nuevo gobierno pretende seguir tapando hoyos, arreglar lo que el modelo no es
capaz de resolver, a punta de subsidios y asistencia; en otras palabras,
inyectar más plata en beneficios sociales, oportunidades y acceso, pero
estructuralmente todo se mantendrá igual; es importante aclarar que desde 1990 a
la fecha, la pobreza ha bajado del 40% a un 18%, pero todo a punta de subsidios
dirigidos a los más pobres: vivienda, educación, pago de cuentas, etc. O sea,
los pobres siguen y seguirán siéndolo, pero tienen ayuda del Estado para
solventar el costo de su vida. No ha habido cambios estructurales que enfrenten
las raíces de la pobreza estructural.
Bachelet no habla de reformar la estructura tributaria, ni quitarle el 10% de
las ventas del cobre a los militares, ni imponer impuestos o royalty justo a las
mineras, ni menos nacionalizar sectores de la economía o al menos asegurar el
control estatal de su gestión. Bachelet y su programa de gobierno significa
sencillamente usar un montón de plata disponible para reparar momentáneamente
hoyos sociales, mientras los ricos se hacen cada vez más ricos.
Parte de la izquierda en Chile, por suerte sólo parte de ella, no se ha quedado
atrás en elogios a la presidenta, llamando a apoyarla en la segunda vuelta
electoral y esto debe quedar bien claro: los dirigentes de izquierda que
apoyaron a la Concertación en la segunda vuelta han demostrado que se conforman
con muy poco, cometiendo un error imperdonable.
En el Chile de hoy, cuando asume un nuevo gobierno concertacionista, todavía la
izquierda no es capaz de construir un proyecto político revolucionario. Ello se
nota por las demandas electoralistas de poca monta (perfectamente manejables por
el futuro gobierno y el Estado) que hacen erróneamente estos dirigentes
conformistas.
Se han contagiado con el individualismo del modelo neoliberal y tratan de
salvarse solos para ganar pequeños e insignificantes espacios políticos en este
sistema y se alegran cuando la autoridad les reconoce el apoyo electoral
prestado.
Podrían ser vistos por el pueblo humilde y marginado, endeudado y explotado,
como dirigentes que han arriado las banderas de la intransigencia
revolucionaria, las que llevan la sangre de todas las víctimas de la dictadura.
No pueden olvidar estos dirigentes que otra de las características de las
administraciones concertacionistas ha sido la mano blanda con los responsables
de las violaciones de los derechos humanos, y la dureza extrema con los
luchadores populares, en especial con los que enfrentaron con las armas en la
mano a la dictadura derechista encabezada por Pinochet. No pueden olvidar estos
dirigentes que todavía a muchos de ellos se les continúa negando su derecho a
vivir en el país y que los juicios de muchos de estos y otros luchadores
patriotas siguen abiertos.
Visionaria fueron la derecha chilena y el gobierno de la época en Estados Unidos
cuando ordenaron el golpe de Estado en Chile, asesinaron a los mejores
dirigentes obreros y campesinos de los partidos populares, y no tuvieron
contemplaciones con los dirigentes populares. ¡Cómo son de necesarios hoy los
dirigentes de la talla de Miguel Enríquez, Víctor Díaz, Carlos Lorca, entre
tantos y tantxs dirigentxs asesinadxsEn el seno del pueblo chileno surgirán los
nuevos dirigentes de la clase, con principios revolucionarios y con vocación de
poder, mientras se fortalece el protagonismo popular y se avanza en la
construcción de las diferentes expresiones de Poder Popular que están surgiendo
día a día en el seno de nuestro pueblo.