Latinoamérica
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La soya nuestra de cada día
Antonio Peredo Leigue
Nadie podrá creer, seriamente, que el gobierno del Presidente Evo Morales
tiene la culpa por la firma del TLC entre Colombia y Estados Unidos. Sin embargo
la derecha, huérfana de argumentos, endilga al Presidente y al Ministro de
Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, el acuerdo por el que Bogotá comprará
soya a Estados Unidos, con lo cual Bolivia perderá el mercado colombiano.
Los hechos se han concatenado desde que aparecieron, en el mercado mundial y en
el regional también, nuevos proveedores de este producto. El Pacto Andino,
basado en el intercambio comercial preferente entre los países que lo forman,
comenzó a hacer aguas desde hace dos años por efecto de las leyes del mercado
que se manejan en los centros del poder mundial.
La ofensiva lanzada por Washington para obligar a los países latinoamericanos a
firmar un tratado de libre comercio, está socavando la economía de los países
que no se alinean en su política de copamiento del mercado latinoamericano.
Fracasado el intento de conformar el ALCA, el gobierno de Bush cambió de
táctica. Firmó un Tratado de Libre Comercio con los países centroamericanos;
luego, buscó imponer un acuerdo similar con el Pacto Andino (Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) que, hasta ahora, no ha tenido resultados.
Solamente Perú y Colombia se han sometido a ese trato; Venezuela lo rechazó de
plano, Ecuador no lo firma por la mayoritaria oposición del pueblo y Bolivia,
por las mismas razones, tampoco lo ha hecho.
Empero, la táctica de llegar a acuerdos país por país busca producir un efecto
dominó que termine con las resistencias que hay en la región.
El pecado del TLC ALCA o TLC tienen el mismo propósito: obligar a nuestros
países a establecer un comercio de una sola vía con USA. Con subsidios a su
producción agrícola, reclamando sometimiento a las marcas registradas de sus
productos farmacéuticos, obligando a pagar derechos sobre el software de
computación y otras prebendas. A cambio, Estados Unidos mantendría los cupos de
compra que se dan por el ATPDEA y los aumentaría con otros productos en los que,
mayormente, los países de la región no tienen posibilidades de competitividad.
Graciosamente, Washington mantendría el apoyo económico que proporciona
anualmente.
Si esta es la inmensa desproporción en términos económicos, el TLC tiene mayores
desniveles en el plano político. Está la imposición de la inmunidad para sus
tropas y funcionarios que actúan en nuestros países, el libre tránsito de sus
efectivos militares y la adecuación de las normas jurídicas a las leyes de
Estados Unidos.
Con tales acuerdos, las posibilidades de desarrollo nacional son imposibles y la
integración regional no podría intentarse.
Un TLC para Bolivia En las conversaciones alrededor del TLC Andino, Bolivia
actuó como observador. Desde que se inició ese proceso, se sucedieron en la
presidencia del país: Jorge Quiroga Ramírez, Gonzalo Sánchez de Lozada, Carlos
Mesa Gisbert y Eduardo Rodríguez Veltzé. Estos gobiernos fueron, todos ellos,
partidarios de la inclusión de Bolivia en el tratado con Estados Unidos.
Claro para se enfrentaban a una cerrada oposición de los sectores sociales
aunque, por cierto, contaban con el apoyo de los grupos empresariales.
En tales circunstancias, tales gobiernos debieron asumir una conducta
indefinida: mantener una mínima delegación en las conversaciones, pero sólo en
calidad de observadores. Al mismo tiempo, realizaban una intensa campaña interna
en pro del tratado. El mejor recurso para esto, ha sido sembrar los temores de
que se cierre el mercado de textiles y joyas que se ha establecido en Estados
Unidos para Bolivia, a través de otro tratado llamado ATPDEA. Este acuerdo
comercial termina a fines de este año.
Joyeros, que en un 90% son extranjeros, y textileros que mantienen costos
reducidos pagando bajos salarios a obreros eventuales, fueron la punta de lanza
de esa campaña. Como no ha sido suficiente para obligar a la firma del tratado,
ahora arremeten contra la soya, cuya producción ha sido el centro del movimiento
económico, durante los últimos años, en la región oriental del país.
Los empresarios de esa producción agro industrial, que apoyaron al grupo
liderado por Jorge ³Tuto² Quiroga, sintieron el impacto de las elecciones de
diciembre pasado, pero nada pudieron decir, ante el arrollador triunfo del ahora
Presidente Evo Morales.
Nuevos usos de la soya Vendida como grano, como torta, extraído su aceite, la
soya tiene múltiples usos: los vegetarianos comen bistecks de soya, toman leche
de soya; la lista culinaria es infinita. La derecha ha encontrado un nuevo uso:
arma política.
Durante veinte años, este grupo ha proclamado su vocación por el modelo
neoliberal: libertad de comercio, libertad de contratación, liberación de
impuestos para importación de maquinaria y subvención para su combustible.
Los agricultores orientales transitaron de la siembra de caña a la de algodón,
ensayaron con el ricino y otros cultivos exóticos y se dedicaron a la soya
cuando encontraron un mercado favorable. Mientras campeaba el modelo, estaban
dispuestos a otros ensayos de plantación, si pasaba el auge de la soya. Ahora,
en cambio, son usados por la derecha como arma para atacar al gobierno.
Evo Morales, que les advirtió sobre la poca probabilidad de revertir el acuerdo
de Álvaro Uribe con George Bush, se avino a entrevistarse con el presidente
colombiano y plantearle las preocupaciones respecto al mercado de la soya. Que
no haya logrado tal propósito, sólo confirma las previsiones que había al
respecto. Para la derecha, no es esa la preocupación sino desacreditar al
gobierno que les infligió la derrota electoral de diciembre.
Aún así, más adelante tendrán que arrepentirse de sus reacciones violentas,
cuando el gobierno del presidente Morales encuentre nuevos mercados para la soya
boliviana. En esta nueva realidad, los empresarios deberán cumplir con ciertas
normas que beneficien al país y, por supuesto, a sus trabajadores.