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Los derechos humanos y las deudas pendientes
Samuel Blixen
Brecha
Los derechos humanos ante el relevo de comandantes en jefe
Al comenzar febrero, cuando se producen los relevos militares y los jueces
retornan de la feria judicial, la cuestión de los derechos humanos amontona
materias pendientes.
Los dos comandantes de las Fuerzas Armadas que pasan a retiro la semana entrante
se llevarán con ellos los secretos que desde los cargos que ocupan podrían haber
sacado a luz. Tabaré Daners de la Armada y Ángel Bertolotti del Ejército
abandonarán el cargo sin satisfacer el reclamo generalizado por saber dónde
están enterrados los desaparecidos y los motivos por los que fueron asesinados
durante la dictadura.
La "apertura" que significó en agosto último la entrega de los informes
reclamados por el presidente Tabaré Vázquez sobre la suerte corrida por
desaparecidos se diluye seis meses después, ante la obstinación por encubrir a
los responsables directos de los asesinatos y a los mandos militares que
ordenaron tales prácticas.
De los tres restos de cuerpos hallados hasta ahora en una chacra de Pando
utilizada por la Fuerza Aérea, y en los predios del Batallón 13, sólo uno
responde a datos aportados en los informes. En el escrito firmado por el
teniente general (aviador) Enrique Bonelli se consignaron los lugares donde
habían sido enterrados los cuerpos de dos detenidos muertos durante sesiones de
tortura en dependencias de la base de Boiso Lanza. La identidad de uno de ellos,
Ubagesner Chávez Sosa, un militante comunista desaparecido en 1976, fue
confirmada a los familiares el martes 24, aunque el resultado de los análisis de
adn no les fue comunicado.
En el Batallón 13, los hallazgos fueron una "sorpresa" que trastocó el esquema
elaborado por la Presidencia y el general Bertolotti. Los dos conjuntos de
restos -el esqueleto completo de un hombre y el antebrazo de una mujer- fueron
ubicados gracias a la información confidencial aportada anónimamente por alguien
que estaba en condiciones de dibujar en un croquis el lugar exacto del
enterramiento.
La información coincidía con los numerosos testimonios de soldados aportados en
su momento a la justicia, y con los estudios de los relevamientos
aerofotográficos que mostraban los puntos concretos donde se habrían practicado
enterramientos en ese cuartel.
Tanto el informe del comandante del Ejército como el documento final de la
Comisión para la Paz descartaban la existencia de restos en el Batallón 13.
Ambos documentos coincidían en que los cuerpos allí enterrados habían sido
removidos en la llamada Operación Zanahoria y se señalaban predios del Batallón
14 como lugar del ocultamiento definitivo.
El Ejército consignó en su informe del 8 de agosto que en el Batallón 13 sólo
fueron inhumados Eduardo Bleier, Juan Manuel Brieba, Carlos Pablo Arévalo,
Otermín Montes de Oca,Óscar José Baliñas y Óscar Tassino, y que se dudaba sobre
el destino dado a Luis Eduardo González González. De la misma forma se sostuvo
que Elena Quinteros -torturada en el 13-, María Claudia García de Gelman y
Amelia Sanjurgo Casal, fueron enterradas en el Batallón 14. Pero los análisis de
adn practicados a los restos hallados en el 13 no coincidieron con ninguna de
esas identidades. Así, se reiteraron las dudas sobre la información brindada por
los oficiales a los que se les solicitó que revelaran los secretos pero no se
los conminó a que lo hicieran, cuando las excavaciones en busca de las víctimas
del Ejército no dieron resultados.
El aporte de los datos sobre los desaparecidos de Boiso Lanza y la confesión
sobre la existencia del llamado "segundo vuelo" (el traslado a Uruguay en
octubre de 1976 de prisioneros capturados en Argentina) no exime al general
Bonelli por su participación en los múltiples operativos de extradiciones
clandestinas. Pero su actitud quizás contribuyó a la decisión del presidente de
mantenerlo al frente de la Fuerza Aérea.
Las deudas con la verdad
El general Bertolotti, por su parte, desperdició una magnífica oportunidad de
emerger como el militar que eliminara el terrible peso que soporta la
institución. Una vez recibida la orden impartida por el presidente, el
comandante del Ejército quedó a medio camino: decidió acatarla pero no
reiterarla a sus subordinados, que fueron "invitados" a señalar dónde habían
ocultado las pruebas de sus crímenes. La consecuencia fue que el propio
presidente quedó prisionero de la información falsa aportada por quienes
asesinaron a María Claudia García.
Bertolotti no supo -o no quiso- resolver el intríngulis y tampoco se sintió
interpelado por la revelación de su colega Bonelli: hasta ahora ha guardado
silencio sobre la identidad de una veintena de prisioneros del "segundo vuelo",
que desmorona la piadosa interpretación de que los militares uruguayos del
Cóndor sólo son responsables de 32 desapariciones. La reticencia a admitir que
uruguayos capturados en el exterior fueron repatriados y desaparecidos en
Uruguay sería la clave para entender las contradicciones y omisiones que
salpican la búsqueda de restos. La aparición de restos pertenecientes a
prisioneros de Argentina elevaría el número a más de 200 víctimas, probaría el
grado de premeditación y ensañamiento y modificaría la explicación oficial según
la cual las desapariciones fueron el resultado de muertes no planificadas
producto de los "excesos" en los interrogatorios. Por el contrario, se
demostraría lo que para todo el mundo es una evidencia: que los militares
uruguayos del Cóndor compartieron las prácticas de sus colegas argentinos de
asesinatos masivos y sistematizaron los enterramientos secretos con la doble
finalidad de extender el terror y a la vez apropiarse del botín dejado por las
víctimas.
A diferencia de Bertolotti, que elude la investigación de grandes capítulos de
la responsabilidad del Ejército por la vía del silencio, las omisiones del
marino Tabaré Daners llegan al extremo de negar la evidencia. Una carta firmada
por decenas de ex militantes de los Grupos de Acción Unificadora (GAU) y
difundida a comienzos de semana, pone los puntos sobre las íes. "Los abajo
firmantes pertenecimos a los Grupos de Acción Unificadora, habiendo sido
detenidos entre los meses de noviembre de 1977 y junio de 1978 por personal
militar del Cuerpo de Fusileros Navales (FUSNA), dependencia perteneciente a la
Armada Nacional, ubicada en el Puerto de Montevideo" comienza la carta. "Una vez
terminado el interrogatorio y arrancadas bajo tortura las declaraciones de los
detenidos, se labraba un acta. Firmada el acta y culminada esa etapa, se daba
pase al llamado "juez sumariante".
Los firmantes consignan: "Es imposible, y usted comandante Daners que revistó en
el FUSNA siendo teniente de navío lo sabe, que en el contexto descrito cualquier
integrante del mismo - jueces sumariantes, médicos y odontólogos incluidos-
ignorara lo que allí ocurría. Su despacho en el FUSNA, donde usted oficiaba de
"juez sumariante", estaba muy cercano al sitio donde se nos torturaba
físicamente, siendo su rol aplicar la presión psicológica necesaria al detenido
para que con su firma ratificara un acta ya labrada. ¿No era eso tortura
psicológica? ¿Y qué diferencia moral existe entre aplicar la tortura física que
usted dice no haber realizado o torturar psicológicamente en las circunstancias
que describimos?".
Las víctimas del FUSNA acusan a Daners de tener "una deuda con la verdad, que es
una deuda con los desaparecidos, con sus familiares, con el pueblo uruguayo y
tal vez con su propia conciencia (.) ¿Cómo puede validar con su firma un
documento que describe el trágico destino de nuestros compañeros en la República
Argentina, sin ocurrírsele investigar las implicancias de sus camaradas de armas
en esos hechos? ¿Cómo puede soslayar la inocultable relación entre ambos hechos?
¿Qué significaba esa "coordinación"? Porque el FUSNA, "su" FUSNA, tenía
información de compatriotas en Argentina, compatriotas por los que fuimos
interrogados en el FUSNA y de los que nunca, hasta ahora, nadie supo (o quiso)
dar noticias".
Otras deudas
El "debe" en materia de derechos humanos interpela a otros actores, al
comenzar febrero. La justicia, que por decisión de un fiscal archivó dos veces
el caso de la desaparición de la nuera del poeta Juan Gelman, deberá ahora
resolver si accede a realizar las investigaciones solicitadas por un juez
argentino que se propone formalizar un pedido de extradición contra los
militares involucrados en ese crimen aberrante. El pedido concierne a Juan
Antonio Rodríguez Buratti, José Arab, Manuel Cordero, León Tabaré Pérez,
Gilberto Vázquez, Ernesto Rama, Eduardo Ferro, Jorge Silveira, Ricardo Medina y
José Gavazzo. De los diez, dos están directamente implicados en el asesinato
según la investigación realizada por el periodista Roger Rodríguez: Ferro y Rama
habrían sido los encargados de "deshacerse" de María Claudia.
Ferro, según una denuncia publicada por La República (domingo 22), se dedica
actualmente a maltratar y perseguir a los empleados del hotel Las Dunas de Punta
del Este, donde se desempeña como gerente. Sus antiguos hábitos lo han llevado a
practicar allanamientos "privados" de domicilios de empleados a los que acusó de
robo. Tales prácticas no son nuevas en Ferro. Ya en 1998 como ejecutivo de una
empresa de seguridad en la que revistaban varios militares retirados, gustaba de
comportamientos mafiosos (véase BRECHA, 4-XII-98).
Otros jueces deberán también adoptar resoluciones en otras investigaciones en
curso, en especial referidas a los restos ubicados en el cementerio de Vichadero,
cuyas circunstancias hacen sospechar que ahí fueron enterrados cuerpos de
desaparecidos, y a los tres esqueletos ubicados en el cementerio de Tacuarembó,
uno de los cuales correspondería a Roberto Gomensoro Josman, cuyo cráneo fue
recuperado en 2002. Finalmente, como tareas pendientes, está la expectativa
sobre el trámite parlamentario de una ley interpretativa de la ley de caducidad,
que deberá enfrentar por un lado las resistencias de los sectores jugados a la
impunidad, y por otro el reclamo cada vez más generalizado de impulsar la
anulación como forma de eliminar las trabas que impiden el conocimiento de la
verdad y el castigo de los responsables.