Latinoamérica
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Las debilidades de los poderosos
Gustavo Espinoza m. (*)
Aunque las encuestas electorales los ubican en los tres primeros lugares de la
aceptación ciudadana, en realidad ellos no son tan poderosos como aparentan, ni
cuentan con el apoyo mayoritario de la población hastiada de los
mecanismos engañosos de la democracia formal que rige la vida peruana.
Lourdes Flores, Ollanta Humala y Alan García lucen, cada uno a su manera, los
rasgos básicos de una política que choca con los intereses del país y en
particular con las apremiantes necesidades de los trabajadores y el pueblo.
Aunque mantienen ciertamente diferencias, ellas no ayudan siquiera a considerar
a alguno de ellos como "el mal menor" ante los otros. Aunque parezca curioso,
los tres resultan peores el uno del otro cuando se les compara entre sí.
¿Por qué, entonces, pueden asomar, aunque fuere con un magro respaldo ciudadano,
en los primeros puestos de intención de voto para los comicios que tendrán lugar
en el Perú el 9 de abril? La respuesta no es simple.
Hay que considerar, por lo pronto, que aún alrededor del 45% de los peruanos
consultados no ha decidido finalmente cuál será su voto, y un 20% más que ya lo
hizo, admite que podría cambiar su decisión. En líneas gruesas, los tres,
sumados representan un porcentaje arenoso y discutible del electorado. Lourdes
Flores bordea el 25%, Ollanta Humala el 18% y Alan García el 14%, las encuestas
que no se publican -y que se atribuyen a fuentes castrenses- hablan de
porcentajes más reducidos y también más estrechos.
Eso ocurre en lo fundamental porque la ciudadanía ha perdido interés en
comicios que mira con creciente escepticismo, no confía en los partidos, ni
abriga ilusiones respecto a sus candidatos. La mayoría sabe que unos y otros
representan globalmente a un sistema de gestión que está podrido y que no tiene
posibilidades objetivas de recuperación. Disgustada y confundida, la gente en la
calle se hace la misma pregunta que el personaje de Vargas Llosa en
"Conversaciones en la Catedral": ¿Cuándo se jodió el Perú?; y no atina a una
respuesta homogénea. Muchos, sin embargo, coinciden en señalar que "el modelo"
no aguanta más y que esto "se cae solo..."
Lourdes Flores es quizá quien mejor encarna ese "modelo" mercantilista. Es por
eso la candidata preferida de la clase dominante. Juega el papel de testaferro
de los capitales de Dionisio Romero, el peruano más rico y mejor vinculado a la
Mafia y a los organismos internacionales. También a los grandes capitales
chilenos que buscan obsesivamente apoderarse de los puertos y los aeropuertos
peruanos, además del sistema financiero local y sus operaciones bancarias. Votar
por Lourdes, es votar por Andrónico Lusik y por los consorcios sureños que, como
Saga y Ripley, han vuelto a multiplicar sus utilidades en el mercado peruano.
Pero Lourdes, además, apuesta por el TLC con los Estados Unidos, respalda a las
Administradoras de Fondos de Pensiones -un sistema también en quiebra en el
país-; apoya a Baruch Ivcher que acaba de beneficiarse con un pago de 20
millones de soles; está contra los trabajadores y busca eliminar las
gratificaciones, el salario mínimo, y acabar definitivamente con cualquier viso
de estabilidad en el empleo. Por si fuera poco, otorga carta blanca a la Mafia y
al fujimorismo, asegurando la impunidad en materia de delitos aberrantes,
violaciones a los derechos humanos y saqueo de la hacienda pública.
Ollanta Humala podría esbozar un programa distinto, incluso alternativo. Y
algunas veces lo intenta, sobre todo cuando busca "ponerse a tono" con el
ascenso popular latinoamericano, y convencer al electorado peruano que es una
suerte de Hugo Chávez o Evo Morales. La presentación de su Plan de Gobierno, que
implica un cambio de "modelo", una recusación del TLC y una revisión de los
contratos con las empresas imperialistas es sin duda una promesa sugerente.
Pero "El Comandante" -como le encanta que lo llamen- vive preso de su
precariedad y de su inconsistencia; además, de un pasado oscuro que le
desalienta adhesiones, y de un núcleo corrupto que aspira a llegar al gobierno a
cualquier precio y de cualquier modo. A su sombra, en efecto, pululan elementos
que tan sólo generan desconfianza.
Pese a los esfuerzos de su compañero de fórmula Gonzalo García, Ollanta no
esboza ningún proyecto distinto. Incluso, cuando acude a Velasco para justificar
su rumbo, se cuida de subrayar que reivindica "su mensaje", pero no "sus
medidas". Un modo de decir que está de acuerdo con el General del proceso del
68, pero no que hará lo mismo. Eso incrementa la incertidumbre, y el miedo a lo
desconocido.
Contra Ollanta han llovido acusaciones referidas a la violación de derechos
humanos. Y la defensa que ha esgrimido ha sido extremadamente débil. Acosado por
la prensa, se ha limitado a decir: "yo no maté a nadie. Yo hice la guerra", sin
reparar siquiera que ésa es la misma respuesta de otros asesinos: Santiago
Martin Rivas -del Grupo Colina-, o Telmo Hurtado -el chacal de Accomarca-
dijeron lo mismo. Todos han asegurado que "hicieron la guerra" y basta.
Para protegerse, ha recurrido también a otro procedimiento ya usado: "que hable
mi comando", ha dicho, pidiendo que el Ministerio de Defensa salga al frente.
Sabe por experiencias mil, que las instituciones castrenses no han de decir una
palabra que comprometa a uno, porque los comprometería a todos. Y sabe también
que los capitanes de ayer -como él- que hicieron la "guerra", son los generales
de hoy, discretos como una sombría tumba en la materia. Su destino está en
juego.
Más recientemente, Ollanta ha esbozado las cuatro líneas básicas de su
pensamiento en esta materia. A saber: a) no hubo crímenes, sino conflicto
armado, b) nadie se preocupa de los derechos humanos de los militares, c) los
organismos de derechos humanos sólo protegen a los terroristas y d) los que
acusan ahora a los uniformados, son los hijos de los terroristas muertos. ¿No es
muy parecido ese razonamiento al de los instrumentadotas de la guerra sucia en
nuestro país y en otros?. ¡Podemos mirarlo sin desconfianza, entonces? entonces.
Encarnando sin embargo la desesperación de la gente, el rechazo masivo a la
clase dominante y el repudio manifiesto a los partidos tradicionales, Ollanta
podría obtener una alta votación e incluso ganar las elecciones, pero ese hecho
no será garantía de gobierno ni para los trabajadores, ni para el pueblo.
Esperanza infundada de los marginados, podría captar sufragios que en otras
condiciones debieran apuntalar un proyecto realmente democrático y
antiimperialista. El desengaño, podría venir pronto y ser traumático.
Tampoco será garantía alguna, por cierto, Alan García que ha optado por hacer
menos discursos - ya nadie le cree- y más bien bailar "el perreo" - ritmo
chabacano y ostentoso que imita groseramente la cópula- mas o menos como
lo hacían a dúo Fujimori y el Canciller Tudela el 2000, moviendo sus cuerpos "al
ritmo del chino". Nada tiene que ofrecer entonces, el mandamás del APRA,
atravesado como está por intereses de mafia, compromisos con la impunidad y el
latrocinio. Por eso pierde los papeles y comete errores garrafales que
desdibujan su perfil y lo presentan como inescrupuloso, sin principios,
desesperado por llegar al gobierno a cualquier precio y por afanes subalternos.
Lo que resulta francamente penoso es que candidatos llamados a encarnar el
sentimiento popular, no conciten adhesiones. Algunos, tienen fama de tenaces
luchadores por causas justas, pero apenas si recogen el 1% de la aceptación
ciudadana. Objetivamente han perdido la confianza del electorado por razones
que, en su momento, será indispensable dilucidar y que tienen que ver con el
modo cómo condujeron sus estructuras partidistas en los últimos quince
años.
No se puede ser optimista, en ese escenario. Sólo hay que trabajar intensamente
para que eso cambie. Y eso implica ganar la batalla "desde abajo", combatiendo
al lado del pueblo, por sus derechos y sus banderas, para recuperar confianza y
obtener el aliento indispensable. Enfrentar a la Mafia, derrotar la impunidad y
la corrupción, salir al frente del "modelo" que nos imponen, pero también
abandonar la política sin principios, el electorerismo desenfrenado y la
búsqueda de privilegios personales y partidistas.
Hay que saber que los poderosos tienen debilidades. Y prepararse para
explotarlas en beneficio de la población. Esa será una batalla de futuro, pero
de un futuro que comenzó ya a partir del trabajo de fuerzas que nada tiene que
ver con este proceso y que alcanzará una mayor dimensión combatiendo al gobierno
que gane los próximos comicios (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera