Latinoamérica
|
Los "insignificantes" en Bolivia y Perú
Alberto Adrianzén M.
Cuentan que cuando la periodista boliviana Amalia Pando le preguntó al líder
indígena Felipe Quispe por qué había organizado la lucha armada a inicios de la
década pasada en ese país, su respuesta fue breve, pero contundente: "Para que
mi hija no sea tu cama adentro". Dicho de otra manera, para que no sea una
empleada doméstica, una trabajadora del hogar, o, simplemente, como se dice aún
en algunos sectores sociales, una "sirvienta" más. En días pasados el flamante
presidente de Bolivia, Evo Morales, ha nombrado a Casimira Rodríguez como
ministra de Justicia. Casimira Rodríguez nació en Mizque, población próxima a la
ciudad de Cochabamba, y empezó a trabajar, como afirma el diario La Razón de La
Paz, como empleada doméstica a los trece años. Durante ese tiempo, fue sometida
a abusos físicos, mentales y sexuales. Trabajó dos años sin que le pagaran, como
es común en muchos países como los nuestros. "Había momentos -dice Casimira
Rodríguez- en que se sentía insignificante".
La historia de ambos personajes tuvo un final distinto: Quispe fracasó en su
lucha armada, pasó varios años en la cárcel y acaba de obtener apenas el 2% en
los últimos comicios presidenciales, mientras que Casimira Rodríguez se
convirtió en una dirigente sindical de las trabajadoras del hogar para terminar
como Ministra de un gobierno indígena y popular. Sin embargo, no deja de ser un
buen ejemplo de lo que hoy viene sucediendo en Bolivia.
Es cierto que una lectura rápida de ambas historias concluiría en que Casimira
Rodríguez ganó al optar por la política y por la democracia y que Felipe Quispe
perdió al elegir, primero, el militarismo, y luego, un radicalismo indigenista
excluyente. Sin embargo, más allá que esto sea cierto, no deja de existir una
conexión secreta entre ambos personajes que es expresión de una misma demanda:
el derecho a la igualdad en una sociedad en la cual los indígenas (o también, en
cierta medida, los cholos en el Perú) eran y son tratados como radicalmente
desiguales.
Pero hay algo más: qué pretende decirnos el presidente Morales cuando nombra a
Casimira Rodríguez como ministra de Justicia. Posiblemente que son las personas
que se han sentido o que se sienten aún "insignificantes" las encargadas de
velar para que haya justicia en la sociedad. Sin embargo, por justicia, en este
caso, no solo debemos entender el respeto a la ley sino también el derecho a que
esa misma ley sea aplicada por igual a todos y que nadie esté por encima de
ella.
Es también la posibilidad de acceso a la legalidad para aquellos que nunca la
tuvieron. Es, finalmente, un grito igualitario en una nación desestructurada,
social y étnicamente discriminatoria, para integrarla a partir de los
"insignificantes".
Por ello no debe extrañarnos que el presidente Morales haya dicho lo siguiente:
"Así como nosotros sentimos admiración por nuestras clases medias y por nuestros
intelectuales, yo les pido a ustedes que sientan esa misma admiración por
nuestros pueblos indígenas". La idea de sentir admiración por el otro, por el
"insignificante", no solo es la búsqueda de un reconocimiento, vía, justamente,
una admiración que nos hace "voltear la vista" y mirar al otro como igual; es,
también, poder mirar a la sociedad y al mundo desde los mismos
"insignificantes". Y esa es la novedad hoy en Bolivia. Estamos, pues, frente a
un radicalismo social, pero también frente a un acontecimiento nuevo, moderno.
El mundo moderno se construye sobre la base de las novedades y hoy la novedad en
Bolivia es que los indios, los "insignificantes", gobiernan y quieren construir
un país distinto y diverso.
Cuando regresé a Lima el lunes último, luego de vivir unos intensos días en
Bolivia, me encontré con la dura realidad peruana. El diario Correo queriendo
burlarse racistamente de Félix Jiménez, llamándolo Félix Ovidio Jiménez, con la
evidente intención de insinuar, estúpidamente, que por tener un segundo nombre
supuestamente provinciano, no puede ser un economista de primera. El artículo de
hace pocos días de Giovanna Peñaflor en el diario Gestión, en el que narra cómo
en el Café Del Mar el portero de ese establecimiento casi no la deja ingresar a
ella y a su familia por el solo hecho de que su color de piel no era seguramente
el esperado para su selecta clientela. El enfrentamiento en Chepeconde, donde
unos ciudadanos de clase media demandan que las playas sean para todos los
peruanos y denuncian la construcción de muros, puertas y la contratación de "lúmpenes"
para impedir el acceso de los campistas que la frecuentan desde hace muchos
años. La entrevista a ese gran arquitecto Augusto Ortiz de Zevallos en la que
nos dice que el balneario de Asia es un genuino enclave, ya que no tiene ninguna
conexión con su entorno inmediato. El reportaje televisivo donde se da cuenta de
cómo el pueblo más cercano a los exclusivos balnearios también de Asia no tiene
luz ni agua, y de cómo sus propias autoridades no pueden ingresar a esos mismos
balnearios.
Aquí en el Perú hay también "insignificantes". Son los pobres, los mestizos, los
cholos, las empleadas del hogar, los indios, los trabajadores, incluso sectores
de la clase media, como sucede también en Bolivia. Los "insignificantes" son una
legión en este país. Creada por una elite insensata, presuntuosa y prepotente.
Por eso mirar lo ocurrido en Bolivia es urgente y nos debe llevar a preguntarnos
quién será capaz de representar hoy en el Perú a los "insignificantes". Y, en
ese reto, como dice una canción, "la pinta es lo de menos", si no veamos nuestro
pasado reciente.
Viernes 27 de Enero del 2006