Latinoamérica
|
La hora de la agricultura nacional
Víctor Quintana S.
La Jornada
Si no es ahora, ¿cuándo? Hoy que arrancan las campañas presidenciales es la hora
de que la agricultura nacional exija el espacio al que tiene derecho y que se le
ha negado en los últimos cuatro sexenios. Es el momento de plantear a candidatos
y partidos el rescate impostergable de la agricultura nacional. El punto de
partida es muy claro: México tiene la capacidad para producir alimentos
suficientes, sanos, de calidad y de acuerdo con nuestras tradiciones para toda
nuestra población. Y puede hacerlo con nuestras campesinas y nuestros campesinos
y con nuestras propias semillas. La agricultura mexicana puede ser una actividad
que deje de expulsar mano de obra y puede producir empleos dignos en nuestra
propia tierra.
Para esto se requiere una política de Estado hacia la agricultura que rompa las
políticas de subordinación comercial y de concentración productiva que han
predominado desde 1982. Dicha política debería girar, cuando menos en torno a
seis ejes:
Renegociación del TLCAN en materia agropecuaria. Antes que entre en vigor
el 1º de enero de 2008 la última fase del tratado y se libere totalmente la
entrada de maíz, frijol, azúcar de caña y leche en polvo a nuestro país, debe
montarse todo un aparato de derecho internacional y de diplomacia que permita
que los granos básicos no se liberen en el marco de este acuerdo comercial. Al
mismo tiempo, la política de comercio exterior en el ramo agroalimentario debe
privilegiar la soberanía alimentaria de nuestro país, es decir, la capacidad de
ser selectivo ante las exportaciones de otros países, por sobre el acceso a
mercados internacionales.
Programa multianual de auténtico fomento a la agricultura nacional: En
Estados Unidos hace ya casi un año se viene informando y discutiendo sobre la
Farm Bill o Ley Agrícola de 2007, que tendrá vigencia de cinco años y orientará
la política agroalimentaria de ese país. Mientras tanto, en México estamos
restringidos a presupuestos y planes anuales con rígidas reglas de operación y
subejercicios continuos de las dependencias. Por esto es necesario que se
aprueben las reformas correspondientes que permitan planificar nuestra
agricultura a mediano plazo, que den certidumbre en sus decisiones de inversión
a nuestros agricultores y que se elaboren con la participación de ellos.
Inversión y gasto públicos dirigidos prioritariamente a la agricultura
campesina: Los recursos que se inviertan o gasten no deben concentrarse,
como hasta hoy, en unos cuantos gigantes agroalimentarios, muchos de ellos
trasnacionales, sino que debe privilegiarse la inversión en los campesinos, en
los pequeños y medianos agricultores, los más afectados por las políticas hasta
hoy vigentes. Los recursos deben dirigirse a recapitalizarlos, a apoyarlos en la
innovación y desarrollo tecnológicos, en la organización para que controlen las
cadenas productivas. Con inversión, tecnología y créditos hasta el minifundio
puede hacerse altamente productivo.
Desarrollo biotecnológico nacional y política de bioseguridad: Hay una
sólida base nacional de investigación agroalimentaria. Nuestros investigadores e
investigadoras han avanzado enormemente en el desarrollo de semillas híbridas,
adaptadas a nuestras diferentes condiciones geográficas y climáticas. Contamos
además con un riquísimo patrimonio genético. No necesitamos de los transgénicos
para incrementar nuestra productividad. Si el gobierno abate el rezago generado
en los últimos 23 años en investigación y en extensionismo agrícolas, no
dependeremos de monsantos o singentas para aumentar nuestra
producción de alimentos o de materias primas, y preservaremos nuestra riquísima
biodiversidad.
Políticas e inversiones para uso sustentable y soberano del agua. El agua
ni se puede entregar a manos privadas ni puede seguirse desperdiciando con
técnicas atrasadas de riego. Son necesarias reformas jurídicas que aseguren
mayor dominio de la nación sobre los recursos hídricos; debe revisarse a
profundidad el concepto libre alumbramiento y partir de que el agua es un
bien público a la vez que un derecho colectivo. También son necesarias fuertes
inversiones para la tecnificación del riego en todas sus formas para lograr un
aprovechamiento más racional y sustentable del recurso. Debe también convertirse
en leyes, en políticas y en presupuestos el principio de que el agua es un
servicio ambiental que hay que pagar a quienes la producen: los indígenas y los
campesinos.
Política agraria que privilegie los derechos de los pueblos indios y de las
comunidades campesinas: En los programas y en los presupuestos las
dependencias del sector agrario están en vías de extinción y se centran casi
exclusivamente en los focos rojos. La Secretaría de la Reforma Agraria,
la procuraduría y los tribunales agrarios deben superar los burocratismos y
convertirse en instrumentos ágiles y eficaces para hacer respetar los derechos
de los pueblos indios y las comunidades campesinas a sus territorios y a sus
recursos naturales. Más todavía: deben apoyar los esfuerzos de estos actores
agrarios para fortalecer el dominio comunitario y el manejo productivo y
sustentable de los mismos.