Latinoamérica
|
Colombia en el 2006: las particularidades del escenario electoral
Yolanda Sánchez
La reelección inmediata, la adopción de nuevas normas de agrupación
partidista, y la incidencia directa del paramilitarismo, son algunos de los
fenómenos que marcan la actual contienda electoral. La autora explora las
particularidades del escenario político colombiano en el marco de las campañas
2006-2010.
El escenario donde se despliega la campaña electoral actualmente en curso en
Colombia está marcado por los siguientes tres fenómenos:
1) la adopción de la reelección inmediata que permite al presidente Uribe y al
vicepresidente Santos convertirse en candidatos y participar en la contienda;
2) la aplicación por primera vez en el nivel nacional de las nuevas normas de
agrupación partidista y de competencia política previstas en la reforma política
del 2003; y
3) la incidencia directa de sectores paramilitares en política. Tanto por lo que
se juega individualmente con cada uno de estos fenómenos, como por los
resultados de su combinación, las elecciones legislativas y presidenciales del
2006 son particulares y serán claves para el futuro de la democracia colombiana.
Con la reelección presidencial inmediata se
estrenará una figura frente a la que históricamente los colombianos han tenido
prevenciones. El hecho de que el cambio constitucional que permite la reelección
se haya dado buscando garantizar la continuidad en el poder de un presidente
favorecido por las encuestas y por los medios de comunicación y no como
consecuencia de una reforma institucional coherente y acorde con las necesidades
del país, hace que la campaña -aún sin empezar- muestre limitaciones en materia
de garantías en el uso que el presidente candidato puede hacer del poder con que
cuenta.
De acuerdo a las normas, el presidente solo
podría iniciar su campaña cuatro meses antes de la elección presidencial, es
decir a partir del 28 de enero. Sin embargo ya varios hechos y actuaciones del
gobierno han sido leídos como actos de campaña y como posibles incumplimientos
de la ley. En un evento que puede ser indicativo del talante con el que el
gobierno asumirá la campaña pero que no es ajeno al estilo ya mostrado por el
presidente, se acusó a Rafael Pardo, precandidato presidencial por el
liberalismo, senador y ex ministro de Defensa, de mantener supuestas
conversaciones con las FARC para realizar una alianza en contra del presidente.
Aparte de que la trayectoria del acusado lo libra
de toda sospecha, la forma como se realizó la acusación a través de uno de los
dirigentes de los partidos adeptos a Uribe, la supuesta tramitación de la
denuncia enla Fiscalía, un organismo que no es competente para juzgar a los
parlamentarios y la fragilidad de las pruebas aducidas, hacen dudar de las
intenciones del gobierno con este tipo de acusaciones y presagiar una campaña
sucia contra los opositores.
Como a esto se une la evidencia de que
-contrariando lo dispuesto por la Ley de Garantías- la Casa de Nariño se ha
convertido en sede de la campaña y que el presidente desafió también las normas
relacionadas con la utilización equitativa en los medios al conceder una larga
entrevista a una de las principales cadenas radiales, parecen irreales las
posibilidades no sólo de que se mantengan condiciones de relativa equidad, sino
que desde el poder se cumpla lo que establece la ley.
Aunque el presidente del Consejo Electoral ya
anunció una acusación formal contra el presidente, el debate por el tema del
acceso equitativo a los medios, ocasionó airadas protestas por parte de éstos en
el sentido en que la libertad de prensa sería violada al obligárseles a incluir
información proporcional de los diferentes candidatos. En medio del debate
creado por la medida, de las agresiones de algunos periodistas al Consejo
Nacional Electoral por la aplicación de la ley, y de las vacaciones decembrinas,
el presidente aprovechó para dar otras cuantas entrevistas radiales.
Aunque la situación parece anecdótica, la
descripción vale la pena para demostrar cómo la reforma constitucional y la
reglamentación de la misma dejan abiertas muchas grietas a través de las cuales
se puede afectar la institucionalidad democrática. La regulación de la
competencia política depende entonces no de normas e instituciones previamente
establecidos -como es característica de un régimen democrático- sino del
candidato que tiene más poder, o de la poco probable autorregulación de los
medios.
Sin ahondar en los efectos que la reelección
puede tener en el mediano y largo plazo sobre el conjunto del sistema político
al ser una rueda suelta en el ordenamiento institucional, la situación observada
hasta el momento con su estreno resulta crítica.
A pesar de que el presidente se escuda en su
papel institucional, legalmente y en la práctica, parece haber perdido la
facultad de ser representante de todos los colombianos y arbitro en sus
disputas. El actual escenario no esta exento de un escalamiento de actuaciones y
comentarios de parte y parte que inciten a la violencia.
Ahora bien, como resultado del estilo
presidencial, de su gestión de gobierno y del proceso de aprobación de la
reelección, es posible observar una alineación bastante clara: por una parte,
los "uribistas" de todo tipo, adeptos al proyecto y las políticas del presidente
o sumados oportunista y coyunturalmente al tren que parece ganador y, por otra,
la oposición.
Se sale de este esquema el exalcalde y candidato
presidencial Antanas Mockus, quien ha intentado posicionarse ante la opinión
pública como avalando algunas de las políticas consideradas exitosas de Uribe,
pero distanciándose de otras que no lo son. En todo caso, todos los candidatos
uribistas que pudieron tener aspiraciones declinaron sus intereses y pasaron a
apoyar al presidente desde otros escenarios.
El Partido Liberal y el Polo Democrático
Alternativo (surgido del acuerdo celebrado a fines del año pasado entre el PDI y
Alternativa Democrática), son las principales fuerzas de oposición. Este último
tendría como candidato único a Carlos Gaviria , dirigente de Alternativa
Democrática, si Antonio Navarro (PDI) mantiene su desición de retirarse de la
consulta. Por su parte, el Partido Liberal cuenta con 4 precandidatos (Horacio
Serpa, Rafael Pardo, Rodrigo Rivera y Andrés González), después de la renuncia
de Cecilia López, quien aceptó liderar la lista al senado. El Partido Liberal
escogerá por consulta a su candidato único en las elecciones parlamentarias del
12 de marzo.
A pesar de lo adverso de las encuestas y de las
desigualdades reales en materia de medios de comunicación, recursos de poder y
de capacidad de incidir en la agenda pública, muchos en la oposición le apuestan
a la estrategia de pasar a una segunda vuelta, caso en el cual existiría la
posibilidad -no exenta de prevenciones y diferencias- de hacer alianzas entre
las diversas fuerzas liberales y de izquierda.
El esquema uribismo-oposición se refleja
igualmente en el caso de la alineación de fuerzas con miras a las elecciones
parlamentarias, pero en este caso la campaña está también influenciada por la
existencia de un nuevo marco normativo derivado de la Reforma Política del 2003
(Acto Legislativo 01 de ese año) que por primera vez se aplicará en el nivel
nacional.
Con el ánimo de atacar la atomización partidista
y el personalismo, dos de los peores problemas del sistema de partidos en
Colombia, y de propiciar la reagrupación partidista, dicha reforma obliga a la
presentación de listas únicas por partido (antes un partido podía avalar
infinidad de listas) y establece un umbral mínimo para poder acceder a la
repartición de curules. A esto se suma el cambio de la fórmula electoral de
cocientes y residuos, por la de cifra repartidora que privilegia a los partidos
con mayores votaciones. En conjunto, la reforma política ha propiciado un
proceso de reagrupación de fuerzas que hará que no sean más de quince los
partidos en competencia.
En las parlamentarias se juega entonces el inicio
de un proceso incipiente de formación de grandes agrupaciones partidistas en
Colombia, que a la vez será una demostración de cómo están las diferentes
fuerzas con miras a las elecciones presidenciales de mayo y de lo que ocurrirá
posteriormente. Mientras los uribistas le apuestan a rodear al presidente en un
segundo mandato para que éste saque adelante sus proyectos, la oposición
entiende que solo una bancada numerosa puede detener los intentos de desmonte
del Estado Social de Derecho o de implementación de políticas neoliberales que
benefician a sectores ya favorecidos de la población.
Los denominados partidos uribistas están
conformados por fuerzas variopintas que no han logrado unificarse a pesar de
diversos intentos en ese sentido. Entre ellos se encuentra Cambio Radical,
liderado por el Senador Vargas Lleras, el recientemente creado Partido de la U,
que dirige Juan Manuel Santos, Colombia Democrática del senador Mario Uribe y el
recientemente fusionado Alas - Equipo Colombia donde confluyen los senadores
Alvaro Araujo y Luis Alfredo Ramos, este último el principal elector en el
Congreso en la pasado legislatura. El Partido Conservador también permanece como
aliado de Uribe. Las diversas vertientes de la oposición se han unificado en el
PDA y el Partido Liberal, mientras que unos pocos senadores y movimientos han
decidido actuar como independientes. Enrique Peñalosa, ex alcalde de Bogotá y
quien salió recientemente del liberalismo, y Antanas Mockus se hayan en el
proceso de recolección de firmas que les permitan tener sus propios movimientos
y congresistas (Por la Colombia que Soñamos y Visionarios, respectivamente).
Ahora bien, es obvio que a pesar de las
diferencias entre estos partidos y movimientos, muchos de los agrupamientos se
vienen realizando en torno a consideraciones puramente electorales y
pragmáticas, lo cual se observa en la conformación de las listas. Como una
particularidad del sistema electoral colombiano, la reforma dejó a
discrecionalidad de los partidos escoger entre una lista abierta con voto
preferente o una cerrada que teóricamente implica mayor coherencia ideológica.
Es muy probable que la mayoría de estos partidos opten por la lista abierta que
les permitirá movilizar electorados cautivos y reordenar la lista de acuerdo al
número de votos que obtenga cada candidato.
En todo caso lo cierto es que como consecuencia
de la reforma se introducirá un nuevo sistema sobre el que no se ha hecho
suficiente pedagogía política. Con las experiencias previas de fraude electoral
en las pasadas elecciones de Congreso, la implementación de estos nuevos
mecanismos es también un reto para la democracia colombiana.
Un último fenómeno que se presenta como sombra
sobre las elecciones del 2006 y sobre la democracia es la incidencia de los
paramilitares en la política, cuyas posibles consecuencias han sido comparadas
por algunos con lo que generó el denominado proceso 8000, que permitió el
ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña del presidente Samper en el año
1994.
Indefiniciones del proceso de negociación con
estos grupos que siguen delinquiendo desde la zona de ubicación, expresiones de
sus dirigentes sobre el interés de acceder a cargos de representación del Estado
y de aumentar el 35% de representación que dicen tener en el Congreso,
evidencias claras de control territorial con comprobados cambios en las
tendencias electorales en las elecciones del 2002 y 2003 y amenazas,
hostigamientos y asesinatos presentes en la actual contienda, son indicadores de
que la preocupación al respecto tiene un origen real.
Aunque, a instancias del presidente Uribe, Cambio
Radical y el Partido de la U iniciaron una especie de sanción moral a través de
purgas en sus listas y expulsaron a cinco candidatos acusados de tener vínculos
con el paramilitarismo, existe una sensación de que éstas son medidas tardías y
puntuales. Nunca antes el gobierno se pronunció sobre el tema ni sobre el apoyo
brindado a sus proyectos por congresistas con este tipo de nexos.
Algunos de ellos siguen en las listas y se sabe
de jefes paramilitares que han realizado reuniones para incidir en la
conformación de éstas. En medio de la falta de transparencia del proceso de
desmovilización no se conoce qué tanto de la democracia colombiana se haya
negociado en Ralito y hasta dónde un candidato en campaña con una política de
seguridad cuestionada por atentados de las FARC pueda desligarse de un proceso
que ha defendido aún en contra de la comunidad internacional, de las victimas y
de las organizaciones preocupadas por la impunidad que se está generando.
Así pues, otro de los retos del actual proceso
electoral -sino el mayor- es evitar que sea el poder de las armas de estos
grupos de derecha el que defina la conformación del parlamento colombiano para
el período 2006-2010.
Resulta trágico que en un escenario tan complejo
las comisiones para ofrecer garantías y presentar quejas impulsadas por el
gobierno, tengan como garantes a uno de los candidatos (el vicepresidente), y a
quien, según se ha conocido, fue invitado a ser el jefe de la campaña
reeleccionista (el ministro del Interior y la Justicia). En contraste con esto,
Colombia requiere con urgencia veedurías nacionales e internacionales
independientes que contribuyan a denunciar y poner freno a este tipo de hechos.