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Venezuela: triunfa la revolución bolivariana
Ricardo Martínez Martínez
Co-latino
Con amplia mayoría sobre sus antagonistas, el presidente venezolano
Hugo Chávez Frías fue reelecto para gobernar los siguientes seis años en el país
sudamericano.
Más del 61 por ciento de los votos a favor, escrutados hasta la madrugada del
lunes, confirmaron la tendencia del triunfo irreversible de Chávez sobre un poco
más del 38 por ciento que alcanzó Manuel Rosales, candidato de la oposición.
Estos resultados marcan un nuevo hito en la historia de Venezuela porque se
trata de la primera vez que un candidato presidente logra movilizar esa cantidad
de millones de personas concientes a su favor en una contienda electoral formal,
producto de la política social hacia las capas pobres, la formación educativa
cívica de la sociedad y la capacitación militante de amplios segmentos de la
población, factores que sin ellos los resultados podrían haber sido otros en un
contexto de sistemático ataque de la derecha golpista y dispuesta a continuar
con la conspiración desestabilizadora, usando los medios masivos, la política
ramplona, el ataque violento.
Ahora, con los resultados de los comicios del domingo pasado, se abre una nueva
etapa de mayor cohesión en el Estado de tipo social por el cual transitan los
venezolanos que, con algunas contradicciones y afrentas necesarias propias de
una sociedad aún clasista, logran escalar prácticas políticas de democracia
directa, desde la base social hasta hacer cimbrar el complejo edificio
institucional que mantiene inercias y frenos del cascarón burocrático de las
pasadas administraciones liberales previo a Chávez, pero que hoy va
evolucionando hacia otro de nuevo tipo, horizontal y legítimo, que combina la
organización de masas, la democracia parlamentaria, la democracia directa en
asambleas populares y el buen ejercicio del ejecutivo garante de los anhelos del
pueblo.
Se trata de la democracia dirigida por los pobres, del poder del pueblo
desplegado y abierto haciendo ejercer el derecho ciudadano a gobernar y
gobernarse, a definir el destino y alcanzar las metas trazadas en el presente,
puerta necesaria para el futuro que quiere hacerse realizable, lo que llega o
puede llegar, inscrito en la posibilidad apropiada de la voluntad colectiva.
La jornada electoral no sólo ratificó a un gobernante, sino que expresó la
confianza que se tiene a sí mismo el pueblo de proveer a sus dirigentes desde
sus propias filas, encausarlos y marcarles la ruta en una relación armónica
entre gobernados y gobernantes, entre quienes mandan desde abajo y obedecen
arriba, una democracia que cada vez va extendiéndose en todos los niveles de la
sociedad diluyendo jerarquías verticalistas, en síntesis, se vive el crecimiento
de una nueva sociedad que nació de las entrañas de la que va dejando, con creces
y dificultades, en el curso de la historia.
Los retos de la nueva democracia
El gobierno de Venezuela tiene ante sí un cúmulo de posibilidades para
efectivizar el poder político que le delegó el pueblo en las pasadas elecciones.
En primer lugar, deberá movilizar al electorado a tomar las riendas de la
dirección del Estado desde abajo si es que pretende hacer despegar en lo
concreto la idea del socialismo del siglo XXI en la práctica cotidiana.
Esto quiere decir que deberá coordinar los poderes locales del pueblo
desarrollados en cierto nivel de organización, hacerlos confluir y armonizar los
diversos intereses de las clases populares, sectores de clase popular y sectores
sociales marginados y excluidos, garantizando la diversidad de opiniones y
planteamientos de cada uno de ellos.
Por ejemplo, a la par de la profundización de la política social agraria, deberá
promover la radicalización en la colectivización de la tierra y su usufructo
dirigido por los propios campesinos en concordancia con las necesidades
nacionales del pueblo que necesitan del alimento de la madre tierra, promoviendo
acabar con el sectarismo, el individualismo y la rapiña, centrándose en acabar,
en los hechos, con las entelequias agroindustriales, con los agiotistas y con la
subordinación del campo a los intereses empresariales financieros y comerciales.
En el sector industrial, los obreros manuales, administrativos, técnicos y
calificados deberán promover la democracia sindical en aras de mantener una
identidad de clase hermana y humana conforme a la ética que demanda la realidad
nacional y mundial tal como la búsqueda de la cero explotación del hombre por el
hombre, el cuidado del medio ambiente y la riqueza natural, el legado cultura
simbólico de la cultura nacional, el deber y la responsabilidad con las
siguientes generaciones.
Si bien en cierto que los índices de la desocupación se han reducido en los
últimos seis años, hace falta la radicalidad de empleo para todos. Esto no es
posible sin la conducción clara del Estado hacia una política de reducción de la
tasa de ganancia global en el país que se traduce en cobrarles al pie de la
letra más impuestos a quienes más ganan en ventas capitales.
Se trata de una política redistributiva para que los grandes empresarios paguen
lo justo por mantener sus empresas activas. Con los recursos obtenidos se
deberán generar empleos productivos estatales, bien remunerados y con garantías
sociales de sindicación, seguro social, salud y educación para los trabajadores,
combatiendo la corrupción y el burocratismo.
Todos aquellos sectores de identidad propia, marginados como las mujeres, los
indígenas y pueblos originarios, los jóvenes, las amas de casa, los huérfanos,
los lisiados y discapacitados, las trabajadoras del sexo, los homosexuales y
opción diversa, los niños de la calle, los ancianos sin derechos sociales ni
vejez digna, etc., deberán ser integrados de manera prioritaria al sistema
social en boga por estar en la línea de la demarcación sensible y vulnerable.
Un marco legal no basta para darles el lugar que se merecen y puedan andar
libres por donde quieran construyendo su futuro por la opción que busquen o
deseen. La libertad como función de la ética política, será la guía para la
armoniosa integración de todos ellos, al nuevo gobierno democrático del pueblo.
De la generalización de la democracia de los de abajo, deberá recomponerse la
pirámide estatal hacia arriba, acabando con los nudos de la fragmentación del
poder diluido que favorece, a la larga, a la reacción que no pierde oportunidad
para actuar. Para ello, deberá limpiarse con la dosis de las asambleas las
instancias de mandos medios y altos en las instituciones, dejando decidir sobre
los temas fundamentales al colectivo que hasta ahora ha alcanzado niveles de
educación política y claridad sobre la realidad social, excepcionales. Las
cuestiones operativas serán un deber observadas por todos.
En un sin fin de relaciones dialécticas, el pueblo irá marcando la pauta hacia
el socialismo de este siglo que comenzamos apenas seis años atrás. Todavía y,
sin cesar, la educación política, la promoción de la solidaridad, de los valores
del compañerismo y la camaradería, deberán cultivarse día y noche sin parar
puesto que el enemigo a vencer en este nuevo escenario no sólo es la reacción
que se organiza, sino lo que se representa de ella todavía en las mentes y en
los corazones de la gente y que lamentablemente tienen a su favor: la cultura de
la mercancía, del consumismo, el despilfarro. El logos robado y puesto contra la
propia humanidad por el capitalismo.