Latinoamérica
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La derecha se impone
México y el uso de toda la fuerza del Estado
Ricardo Martínez Martínez
Rebelión
"Con toda la fuerza del Estado", es decir, con la triada habitual de los
poderes fácticos para mantener la dominación (los militares y policías, la
ideología conservadora de las iglesias y los medios de comunicación), Felipe
Calderón Hinojosa pretende sobreponer al país la continuidad del proyecto
conservador de los más ricos, esto es, más privatizaciones, más ganancias
particulares, más leyes a su favor, con saldos negativos para los pobres y
marginados.
Con esta declaración de guerra dirigida, en principio, a los actuales
movimientos sociales, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), el
movimiento civil postelectoral, la otra campaña zapatista y los disidentes del
futuro gobierno, el presidente espurio, piedra angular del descomunal fraude
electoral, levanta la máxima de "gobernar duro y blando cuando así sea
necesario", plétora discursiva de los gobiernos ilegítimos que han quebrado la
democracia como idea y como práctica cotidiana del aprender a gobernarse, como
sucedió en el laboratorio de la represión en masa San Salvador Atenco.
Cuando se asume "la razón de Estado" se toma posición de "legítima defensa" en
un nivel de confrontación a enemigos concretos, visibles e indeseados que
"dislocan" el equilibrio de los poderes que dan cohesión y proceso al orden
institucional; se dirige la suma de todas las magnitudes de fuerza, de los
poderes instituidos permanentes (como ejército y policías) y transitorios (como
juzgados), contra los hostiles al sistema; se echa mano de los mecanismos de
control, contención y administración sociales como si se tratara de un guerra
convencional o encubierta, de alta o baja intensidad o con la introducción de
nuevas tácticas militares como la de choque y pavor.
Pero el proceso de este endurecimiento que hoy vivimos nítidamente viene de años
atrás, incubándose en las cloacas del poder empresarial y en las ratoneras de
los tecno-políticos subordinados a su idea metafísica de las "leyes de la oferta
y la demanda" que repitieron mil veces hasta convertirla en programa. El
dejar hacer, dejar pasar de los teóricos postmodernos necesitaba una base
real, una reconfiguración del Estado, de su endurecimiento y de economía libre,
es decir, un Estado de corte policial, garante de la propiedad privada, la
productividad, la integración, la globalización y las buenas conciencias,
eufemismos todos que encubren la expoliación popular.
Resultados de la atropellada construcción del Estado Policial que inició durante
los ilegítimos seis años presidenciales de Carlos Salinas (1988-1994), son los
llamados gabinetes de seguridad (nacional), la domesticación de los mandos
medios y altos del ejército y las policías, la introducción de fuerzas
especiales y de reacción inmediata, la práctica de la contrainsurgencia, la
violencia ejercida desde varios niveles de gobierno, asesinatos, secuestros,
torturas y violaciones sexuales, todo ello combinado con programas sociales
clientelares y corporativos como el de Solidaridad.
El garrote fue más grande que la zanahoria, un método eficaz para la imposición
del consenso social y así llevar adelante políticas económicas en "el mejor de
los momentos históricos": la entrada de México a la modernidad sin trabas ni
grupos negativos, sin disfunción ni cánceres sociales, o con los antídotos
necesarios para combatirlos.
En los siguientes seis años el transito hacia el endurecimiento de las
instituciones fue trocando las nuevas contradicciones.
Ernesto Zedillo hizo la guerra a los zapatistas, fue el responsable de las
masacres de Acteal, Chiapas, y el Charco, Guerrero, y se erigió como el artífice
de la guerra de baja intensidad contra organizaciones político militares
revolucionarias, a las cuales combatió ferozmente con la introducción de
"programas sociales" y la inundación de recursos a zonas consideradas de "alta
peligrosidad", buscando corromper a las poblaciones bases de apoyo de las
organizaciones armadas y así buscar el aislamiento de lo que consideraban
"destacamentos armados con baja capacidad militar", la vieja táctica
contrainsurgente de "quitarle el agua al pez".
Coronó su estrategia con la detención de mil estudiantes de la UNAM al inaugurar
la acción punitiva y terror de la Policía Federal Preventiva (PFP).
Vicente Fox siguió con la misma tónica. Secuestró a los hermanos Cerezo
Contreras y luego los hizo aparecer como detenidos por supuesta responsabilidad
de hacer explotar artefactos artesanales frente a instalaciones bancarias, luego
los confinó a cárceles de alta seguridad y declaró "la cero tolerancia" contra
quienes consideró enemigos internos.
Dio luz verde a la represión contra el movimiento altermundista en Guadalajara,
Jalisco, donde se ensayaron métodos de tortura y vejación sistemática contra
activistas pacifistas, la represión psicológica contra mujeres que fueron
aprehendidas y el encarcelamiento de jóvenes. Combatió al movimiento de San
Salvador Atenco en dos periodos distintos en los cuales desplegó toda la fuerza
del Estado buscando aislar el movimiento, sojuzgarlo y desaparecerlo.
En días recientes aplicó todo el cúmulo de ensayos previos para aplastar al
movimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Movilizó a
militares, policías y grupos paramilitares con el fin de contener la resistencia
y a la postre acabarla. El resultado todos los sabemos, Estado de excepción,
detenidos, torturados, vejados y cientos de confiados a cárceles de alta
seguridad.
El Estado Policial, entonces, develó su composición de clase como una relación
en pugna, de lucha permanente. El Estado, como relación social de una clase
hegemónica sobre otras, se fortaleció. Es el resultado de una acumulación de
factores diversos que presionaron el nivel de cohesión de la hegemonía y el
nivel de la lucha entre las diversas clases sociales y sectores de clase hasta
resultar el nuevo tipo de organización estatal de corte contrainsurgente.
En este sentido, la actual afirmación y luego su toma de posesión en el campo
militar de Felipe Calderón no se entienden de otra manera que la de llevar
adelante la coerción y la coacción por todos los medios posibles, legales e
ilegales, para mantener a quienes representa en el poder real; barrer a los
opositores políticos y sociales y perpetuar el ciclo de violencia institucional
en aras del trillado "orden y progreso" bajo el paraguas de la caracterización
que hace la USAID de "Estados en crisis", donde el uso de la fuerza "se
legitima".
Para la autorregulación del sistema es necesario mantener la dureza del poder de
arriba hacia abajo y presionar, o soltar la presión según sea el caso, sobre el
volumen de los descontentos sociales, ubicar discursivamente a un enemigo
interno visible o no y movilizar las herramientas convencionales para aislarlo,
desterrarlo del debate público, desarticularlo y si es necesario desaparecerlo o
destruirlo. Así, se mantiene el ciclo indefinidamente en una contextura
armoniosa para las clases dominantes y una viscosidad paralizante para el resto
de la sociedad.
Toda la fuerza del Estado no es una idea, sino la forma que buscará el gobierno
de la derecha con el fin de sellar la metamorfosis del sistema político
mexicano. Dependerá de la sociedad organizada y del pueblo en lucha que esto no
pase.