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Construyendo pueblo organizado de la memoria al poder
Andrés Figueroa Cornejo
Asamblea De La Memoria al Poder
El domingo 10 de diciembre, miles nos congregamos espontáneamente en el centro
de la capital para celebrar –con sentimientos encontrados, por cierto- la muerte
del tiranuelo. Como no nos dejaron confluir en la Plaza de la Constitución, nos
distrajimos en las clásicas escaramuzas contra la represión de fuerzas
especiales. Desordenadamente apedramos carros blindados, gritamos con alegría e
improvisamos simulaciones de barricadas. La cosa fue más seria en algunas
poblaciones, pero el ritual catárquico se cumplió adecuadamente. Como es bien
sabido, Pinochet no era un ex dictador únicamente. Desde el golpe militar de
1973 congregó en su figura una constelación simbólica asociada a la traición, el
castigo, el miedo, la desdicha y el dolor de la mayoría del país. Pinochet,
Pinochetismo, pinochetada ya constituyen expresiones populares que hace tiempo
se desprendieron del sujeto concreto que les dio origen y adquirieron
propiedades connotativas de empleo cotidiano tanto en Chile, como en varias
partes del mundo. Pero caminando más al fondo de las causas y consecuencias que
comportó y comporta el pinochetismo en Chile, es preciso comenzar a aventurar
algunas ideas que superen la fenomenología de su papel en la historia patria.
LA LUCHA DE CLASES EN SU PUNTO MÁS ALTO
Sin duda, durante el período de la Unidad Popular –cristalización de un largo
proceso de luchas populares, acumulación de fuerzas sociales proclives a
transformaciones sustantivas al modelo de acumulación capitalista hasta entonces
imperante en el país- se vivió el período más álgido de organización de los de
abajo, el desarrollo de sus destacamentos instrumentales, y el despliegue de la
lucha de clases. Muchos hablaban entonces –con justa razón- que Chile vivía un
período pre revolucionario, en un contexto donde la institucionalidad burguesa
fue presionada hasta sus límites por el gobierno del Presidente Allende en pro
de nuevas y radicales conquistas en beneficio de las mayorías. Sin embargo –y
disculpen mi ansiedad sintética-, las vacilaciones de la conducción política del
pueblo por los partidos que formaban la UP (aceleramos el proceso o negociamos
con la DC o propiciamos la insurrección o nos negamos a la eventualidad del
enfrentamiento radical entre las clases, etc.) desorientó al campo popular,
debilitándolo. Naturalmente, aquí es preciso agregar que el trabajo arduo y
eficiente del imperialismo norteamericano, las clases dominantes y el
descontento de sectores medios producto del desabastecimiento artificial y la
sensación de desorden social, crearon las condiciones ideales para el mentado
golpe militar. No obstante, muy lejos de los dichos del actual Ministro del
Interior, Belisario Velasco, en el sentido de que Pinochet pasará a la historia
como "un típico dictador de derecha", todos ya sabemos muy bien que el tirano
implementó una auténtica refundación de estado de cosas hasta entonces en curso
en el país. A poco andar, el pinochetismo –primero a tientas y luego
sistemáticamente- fue revelando el verdadero carácter y objetivos de su
gobierno. Luego de un período de intensa represión política cuyos fines fueron,
por una parte la desarticulación de los núcleos conductores de los destacamentos
políticos del pueblo, y por otra, jibarizar hasta su mínima expresión la
resistencia popular mediante el miedo y la disciplina cuartelaria, vino lo más
importante. Allanado el camino de opositores, pueblo organizado y discenso
articulado, Pinochet se convirtió en el instrumento óptimo para convertir al
país en el laboratorio de la versión actualizada más radical del modo de
acumulación capitalista: el neoliberalismo. Es decir un sistema racionalmente
estructurado de maximización de ganancias a través de la desnacionalización de
las propiedades estatales (o pérdida de soberanía sobre los principales recursos
patrios); privatización a ultranza de los servicios públicos (salud, educación,
previsión); superconcentración de riquezas; destrucción de la redistribución de
la tierra y la reforma agraria; control absoluto de los medios de comunicación
de masas, etc. Para implementar estas políticas de alto impacto nacional en
tiempo record fue preciso un período de autoritarismo militar sin contrapesos,
amueblado con una Constitución Política que legitimara su aplicación, por una
parte, y perpetuara una organización y agenda política que garantizará un viaje
sin retorno. Las recetas económicas de la ultra liberal norteamericana –que ni
en su propio país fue capaz de implementar- se impusieron en Chile a rajatabla.
De más está considerar que la audacia y celeridad del equipo pinochetista no
pudo impedirse ni siquiera con la masificación gradual de la rearticulación de
la lucha político popular durante la década de los 80, producto de la profunda
crisis económica acaecida entonces. La resistencia chilena –altamente eficiente
a nivel internacional- se formuló bajo la consigna nuclear del retorno a la
democracia y la salida de Pinochet. Las diversas estrategias antipinochetistas
en carrera fueron hegemonizadas finalmente por los mismo sectores centristas que
colaboraron sustantivamente con la generación de condiciones para el golpe
militar, y mediante un pacto complejamente tramado –y planificado por el propio
imperialismo- se accedió a una democracia "tutelada". En fin, un sistema
político altamente excluyente, antipopular, administrador, optimizador y
legitimador del modelo neoliberal. Para los poderosos, ya el país estaba en
condiciones de volver a las urnas: así se descomprimía el tenso clima
dictatorial (que eventualmente podía poner en crisis su porvenir) y el modelo de
acumulación neoliberal se volvía más presentable en sociedad. Total, fracasó
estrepitosamente una salida más radical al régimen propiciada por la izquierda,
la Constitución del 80 ya estaba consolidada, la caída sin vuelta del eje
soviético y el extraordinario disciplinamiento ideológico logrado por la
dictadura, garantizaban un país mejor explotable, con paz social y mentalidad
"emprendedora"
EL PELIGRO DE LA PINOCHETIZACIÓN
Si convenimos que el golpe militar no sólo fue la derrota de "la vía chilena al
socialismo" (esto es, no sólo la derrota del proyecto político de un
conglomerado de partidos políticos agrupados en la UP), sino del conjunto del
campo popular, y la reposición en el poder de la burguesía y su nuevo proyecto
fundacional, todavía más antipopular que el de la etapa anterior al 73, podemos
decir que en el período más alto de lucha de clases desplegada en Chile, el
pueblo y sus organizaciones fueron derrotados, debiendo pagar un altísimo
precio, tal cual cobra históricamente la patronal las gestas rebeldes de sus
subordinados. En este sentido, archipersonificar en Pinochet "todos nuestros
males", cumplió inmejorables fines propagandísticos para rearmar la lucha de los
de abajo, pero al mismo tiempo, inhibió el desarrollo de fuerzas críticas a su
legado. La capitulación ideológica y programática de la Concertación de Partidos
por la Democracia, justificada retóricamente por la justicia y cambios "en la
medida de lo posible"; los eficientes mecanismos desarticuladores de las
organizaciones sociales y populares que sostuvieron la lucha antidictatorial; la
mantención prácticamente incólume de la Constitución del 80; la burocratización,
clientelismo e incorporación funcional al aparato del Estado de importantes
dirigentes y sectores que lucharon contra el pinochetismo, constituyen la
plataforma que autoriza práctica, antipopular y legalmente, la continuaidad casi
descosmeticada del modelo de acumulación capitalista implementada por la
dictadura.
NO SON SÓLO MEMORIA
Resulta indiscutible el papel jugado por las organizaciones de Derechos Humanos
en la reorganización, potenciación y masificación de la lucha antidictatorial.
El coraje de los familiares de los caídos durante el pinochetismo es ejemplo de
perseverancia, amor y valentía. Sin embargo, la reducción –muy práctica
comunicacionalmente, por lo demás- de que el responsable último de la violencia
política y principal obstáculo del retorno a la democracia era Pinochet, eclipsó
la verdadera revolución económica, política y cultural que operaba y, de muchas
maneras, continúa operando en el país. La lucha se superconcentró en la figura
de Pinochet. La cuestión es que el mostruo en cuestión, ya no existe. De manera
gradual, la causa por la verdad y la justicia ha declinado desde la llegada de
la Concertación al gobierno. Independientemente de las diversas políticas
compensatorias a los familiares de las víctimas, los tribunales sólo han
condenado a una cuarentena de agentes del terrorismo de Estado, de los cuales
más de la mitad ya están libres. La pinochetización de la lucha por los DDHH y
la presentación de las víctimas desvinculadas de su rol de militantes populares,
ha despolitizado este frente. Las víctimas sin contexto de la brutalidad
militarista pueden provocar indignación en la opinión pública, pero difícilmente
propiciarán acumulación de fuerzas para las transformaciones necesarias. Salvo
empeños aislados y localizados, los caídos de la dictadura tardíamente están
siendo reivindicados como luchadores sociales y políticos. Con la muerte de
Pinochet, querámoslo o no, tal cual se construyó el tipo de lucha de las
organizaciones de DDHH, su causa pierde potencias movilizadoras e interés
público. En esta línea, vale aventurar una hipótesis que no por su simpleza deja
de contener algunas certezas: de no visibilizar, potenciar, y acentuar los
horizontes de sentido vital y compromiso político de los caídos; convirtiendo
las presentes y futuras luchas del pueblo en continuidad del proyecto por el
cual fueron perseguidos, torturados, hechos prisioneros y asesinados, la
incesante búqueda de justicia por los familiares de las víctimas corre severos
riesgos de encapsularse, disminuirse y tornarse en una digna, pero mínima
expresión testimonial y sólo para aquellos directamente afectados. Solamente la
actualización de la causa política popular y revolucionaria de los caídos en
dictadura es capaz de resimbolizar, nutrir e iluminar las luchas que nos cabe
enfrentar para transformar Chile en un país donde gobiernen los trabajadores,
los Más. La justicia de los caídos, más allá del necesario castigo a los
culpables, únicamente estalla de sentidos y se realiza en la materialización de
sus sueños y empeños en vida. Los caídos deben ser nuestros compañeros
invisibles que acompañan y alimentan con su ejemplo los ideales libertarios y
auténticamente socialistas de las nuevas generaciones en lucha. Por eso hoy, las
izquierdas y los populares, decimos con fuerzas renovadas que luchamos y
construimos pueblo organizado de la memoria al poder.