Latinoamérica
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Que conveniente morir en diciembre...
Andrea Fernández
Rebelión
La muerte, como una representación de catálogos de promociones e intenciones que
se reparte todos los domingos en cualquier quiosco, se hizo presente. Código de
barra donde se almacena el precio de nuestra historia, la percepción del mundo,
la soberbia personal, las deudas, en fin lo que somos.
El rito fúnebre del tirano fue cuidadoso y elaborado. Los de aquí y los de allá
corrían presurosos por el bienestar del difunto, con delicada preocupación por
sus deudos. Lo faustoso se hizo presente. Los signos de poder se presentaron sin
pudor: la tiara, el báculo, el cetro, la corona, la llama de la libertad. Se
intentó transmitir en forma desesperada virtudes nacionalistas. La presidente
viste de riguroso negro. No pasó el código de barra por la historia.
No estuvo ausente el cinismo. Senadores y parlamentarios conversos se retiraron
de la sala de sesiones. Hicieron retiro del Congreso inaugurado por el
fascismo... Ese de Valparaíso que recibió al vitalicio. Ellos, por un minuto se
Des-conciertan y se arrastran como fetos nones natos, dando cuenta de su parto
inconcluso.
Se les caen las mascaras, por una noche, las sonrisas cuidadas ya no se
acomodan. No saben que hacer, se han perdido entre tanto arrastre. Y entonces
aparecen los testimonios destínales, los silencios traducidos, malversados,
revisados al extremo para que no revele ninguna huella de la impronta original:
la entrega del Estado al neoliberalismo y a los privatizadores. Por una noche,
el silencio de esta democracia de mierda fue alterada por el miedo a ser
descubierta.
En tanto, una parte del pueblo se revuelca de alegría y rabia. Ella, tierna y
generosa, compañera Vergara, despliega sus brazos en la villa Francia. También
en la plaza de la Constitución, o en la de Italia, o en la Alameda, o en la
Calle J. Pérez, o en Pudahuel y la Victoria, o en la calle 45 del barrio la
Soledad, nace el abrazo, que recuerda que este largo tubo de ensayo llamado
Chile, se encuentra en luto desde el 73.
Nos conceden que hubo demonios, cierto. Pero respecto al conflicto claro y
evidente. .se guarda silencio. Nada ha cambiado desde entonces, desde el
dictador hasta hoy. Seguimos siendo un país limosnero, desde los niños que piden
pan hasta estos ministros de Estado que negocian la memoria y suspiran con
alivio por este cacho menos. Hubo reacciones, pero mínimas, porque este gobierno
y sus tribunales, saben que estructuraron una maquina de colaboraciones que se
evidencia, que se mantiene. (Con honrosas excepciones).
Los genocidas siguen entre nosotros, son los negocios y las transnacionales
predatorias, que cuentan con el consentimiento de Ellos...Los que muestran la
lista de desparecidos con la vergüenza en el rostro- ojala- . Porque esta
concertación, se hará la lesa, pero todos sabemos que negociaron con el
genocidio que fue similar al de Aushwitz o Treblinka, sólo cuantitativamente en
escala menor, pero igual, de la misma magnitud en lo cualitativo.
¿Creerán que somos una masa fecal? Durante este tiempo han promovido la
disolución. Nos tienen en la mira, nos apuntan, y nos están condenando a una
desaparición forzosa. Ellos quisieran olvidar al pueblo de los desaparecidos, de
los exiliados, de los condenados a vivir en el olvido, de los que no saben. Y en
esta forma tan nuestra de ser autoritarios pero que no se note, han intentado
dar vuelta muchas veces la pagina, decretando amnistías de papel. Pero,
parafraseando a Galeano, somos como las Abuelas de Mayo, "las locas" así
llamadas por la derecha, porque se han resistido a olvidar.
Por supuesto que tenemos el refugio de "Nuestro festejo", con mayúscula, que
explicita esa memoria colectiva (de manera mas estética que política.) Y en ese
espacio aparece la necesidad de liberar la memoria, larga y sustanciosa, que no
hemos sido capaz de transmitir porque nuestros oídos son incompatibles.
A la muerte del Tirano, celebramos y por un rato nos liberamos también del
pensamiento Expansivo. Nos asumimos nostalgiados. No somos hipócritas, y
mostramos sin recato la alegría, no la ocultamos, No hay nada inmoral en desear
y celebrar la muerte del tirano. No vestimos de negro.
Aunque una amarga miel de ultratumba sale de nuestro grito eufórico, porque
recordamos que una vez mas gana la impunidad. No fue posible el legítimo derecho
a la defensa propia de los pueblos…
Nos han condenado al eructo, pero nosotros lamemos nuestra dulzura y amargura,
con el único consuelo de imaginarlo en ese difícil trance de querer seguir
siendo un Emperador.. en esa cama, perdido, sin otra fuerza que la de su cuerpo
que es su cárcel, ante un médico y ante la proximidad de su muerte...
Aprisionado en sus recuerdos... Pero seguramente no tuvo desvelo...porque tener
conciencia es un acto humano.
Ni la última trompeta del desahuciado lo redime. Los redimidos son los de la
fosa común, los angustiados, los que nunca trastabillan en la tozudez de la
verdad.
Aunque, asumámoslo, somos un desastre con nuestro pasado, y por eso somos una
catástrofe en el presente. Y en consecuencia volveremos a lo de siempre, a la
reconversión forzosa de cada día.
Qué suerte la del tirano de estar muerto, que suerte la suya que la muerte lo
proteja y le ciegue y que suerte para nosotros, que no existan Nazarenos
impertinentes que digan: levántate y anda. Que conveniente morir en Diciembre.
¿También fue pactado? Descansemos en paz.
Andrea Fernández, sociologa, exiliada en Colombia durante 20 años.