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Latinoamérica

El deber de informar, pese a quien pese

Samuel Blixen
Brecha
 
Esta semana tuvo como protagonistas a dos periodistas, Martín Sarthou, de Canal 12, y Roger Rodríguez, de La República. A veces es inevitable que el periodista, vehículo de otros protagonismos, sea él mismo objeto de noticia. Cuando ello ocurre, casi invariablemente la noticia está vinculada a sucesos referidos al deber de informar, y a sus consecuencias.
 
En principio, las circunstancias parecen ser completamente diferentes. Uno de los colegas enfrenta el peligro de un juicio en Estados Unidos; el otro recibe un merecido homenaje por su trabajo periodístico. Sin embargo, ambas historias refieren a elementos básicos compartidos: la censura, explícita o encubierta; la acción del poder manipulando la comunicación; el ambiguo y a veces hipócrita comportamiento de los dueños de los medios masivos.
 
SARTHOU
Hace poco menos de un mes el informativo de Canal 12 difundió imágenes impactantes de la comparecencia del banquero uruguayo Juan Peirano Basso ante un juez de Miami, quien debe resolver sobre el pedido de extradición solicitado por la justicia uruguaya en la causa que investiga el vaciamiento del Banco Montevideo. Juan Peirano, un prófugo tan notorio como el coronel Manuel Cordero, aparecía en las imágenes esposado y con grilletes.
 
Con la crónica de Sarthou sobre los detalles de esa instancia judicial, la cobertura de Canal 12 fue todo un acierto. Peirano había eludido por años la búsqueda policial; había contado con la oportuna "ineficiencia" del gobierno (incapaz de detectar las fugaces visitas del prófugo a Uruguay); se había beneficiado del apoyo de sus poderosas e influyentes amistades financieras y políticas en Estados Unidos; y se daba el lujo de influir, desde su "clandestinidad", en las instancias del proceso judicial que se tramitaba en Uruguay. Las esposas y los grilletes tuvieron la virtud de enfocar la imagen a la medida de su verdadera condición: la de reo de la justicia.
 
Como se sabe, la divulgación de noticias nunca es inocente, ni siquiera el anuncio del estado del tiempo, pero la cobertura de Canal 12 se ajustó a dos preceptos: la veracidad y el interés público. La notoriedad de Peirano y el impacto de sus actos sobre la sociedad justifican lo segundo; las imágenes confirman lo primero. Pero el banquero ladrón olvidó que "calavera no chilla"; acostumbrado a la impunidad que deriva de las relaciones del poder, instó a sus abogados a formular una denuncia contra el periodista, amparado en la práctica estadounidense de impedir el registro fotográfico de las audiencias judiciales, que supuestamente lesiona la intimidad de los indagados. La denuncia, sin embargo, fue mucho más allá: los abogados sostuvieron que la información de Sarthou es parte de un operativo político que llevan adelante el gobierno y la justicia uruguayos contra la familia Peirano.
 
El exceso desemboca en un ataque contra la libertad de prensa. Habría que demostrar que los jueces y el gobierno se han puesto de acuerdo con Teledoce con el propósito de perjudicar a Peirano. (Y por ese exceso el presidente Vázquez anunció, el miércoles 8 en Salto, que el gobierno respaldará al periodista.) La demanda flaquea, entre otras cosas, porque ni siquiera está probado que Sarthou sea el responsable de la obtención de las imágenes. Teledoce ha afirmado que se hace responsable de la emisión y que no está dispuesto a revelar la identidad de quien se las aportó. La Asociación de la Prensa Uruguaya (apu) emitió una declaración de apoyo al periodista y denunció el ataque al ejercicio de la libertad de prensa que supone la denuncia presentada por el extraditable.
 
Queda claro que la acción judicial, que obliga a Sarthou a presentarse ante el juez de Miami y a exponerse a la eventualidad de una condena de 30 días de prisión, no tiene otro objeto que amedrentar a la prensa y a los periodistas, ejercer presión para instalar la autocensura, e influir sobre los jueces. Porque la demanda está destinada a actuar sobre los periodistas y los medios uruguayos en la inminencia de la extradición de Peirano.
 
RODRÍGUEZ
El lunes 6, diversas organizaciones de derechos humanos Serpaj, Ielsur, Familiares de Detenidos-Desaparecidos y la apu rindieron homenaje al periodista Roger Rodríguez por su contribución a la búsqueda de la verdad, en su dilatada tarea de investigación periodística sobre las violaciones a los derechos humanos. En el acto hicieron uso de la palabra el abogado Óscar López Goldaracena, Mara Martínez, Sara Méndez y el periodista Rodolfo Porley. Todos destacaron la constancia de Rodríguez, desde sus iniciales artículos publicados al final de la dictadura, en la investigación de los casos de desaparecidos y niños secuestrados; y también destacaron cómo su trabajo se integró al esfuerzo colectivo de desmoronar la impunidad.
 
Las investigaciones de Rodríguez, adscritas a un estricto sentido del deber de comunicar, son también ejemplo de un compromiso que no colide con la función del periodista; por el contrario, es una derivación natural, inevitable, del acto de informar. Indagar, descubrir, exhibir, se convierte en una obligación, y cuanto más ocultos se mantienen los hechos más comprometida es la tarea, más son los riesgos que se afrontan, más es la soledad y la exposición respecto de los intereses parapetados en el secreto y la impunidad.
 
La labor periodística de Rodríguez puede ser aquilatada en dos planos: en el general, de una constante producción en un lapso dilatado, donde la investigación de las aberraciones del terrorismo de Estado enfrenta las dificultades para avanzar y develar, y donde el legítimo objetivo de obtener la noticia se funde con la conciencia de la trascendencia del trabajo, un trabajo que es colectivo y se nutre del esfuerzo de los otros empeñados en transitar el mismo camino.
 
Y otro plano, puntual, que en las especiales y difíciles características del tratamiento de estos temas pocas veces se logra de forma contundente: la satisfacción de romper cerrojos, abrir puertas, que cumplen con el objetivo de aportar a la sociedad el conocimiento de hechos trascendentes para la vida cotidiana, y cuyas repercusiones calan en todos los niveles.
 
Rodríguez experimentó esa satisfacción en por lo menos tres informes: la confirmación de la existencia de un "segundo vuelo", traslado clandestino de uruguayos prisioneros en Argentina cuya derivación principal es la comprobación de que las Fuerzas Armadas aplicaron en nuestro país el asesinato masivo (derrumbando la fábula de que las desapariciones fueron producto de "excesos" en los interrogatorios); la obtención de datos que permitieron la ubicación de Simón Riquelo, el hijo de Sara Méndez secuestrado en 1976 en Buenos Aires; y la existencia de una base clandestina de detención, llamada Valparaíso, en la zona de Villa Dolores, donde convergían aquellos prisioneros que iban a ser asesinados.
 
Por sí solos, estos tres ejemplos justifican el merecido homenaje que los organismos de derechos humanos rindieron al periodista, y si no estuviéramos en el país del ninguneo, el reconocimiento a Rodríguez debería haber sido universal. Por mucho menos otros colegas reciben premios internacionales. Hay que decir que la labor periodística de Rodríguez en la búsqueda de Simón complementaria de la dedicación del senador Rafael Michelini no sólo enfrentó las dificultades de obtener información en fuentes de difícil ubicación y acceso, sino también los escollos que interpusieron algunos investigadores que funcionaban en el ámbito de la Comisión para la Paz. Dicho sea de paso, las pistas que desembocaron en la ubicación de Simón fueron producto de lo que la ciencia define como suma de improbabilidades: tanto el periodista como Michelini llegaron a Simón buscando pistas del otro misterio mayor, los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, y ello es una comprobación de que vale la pena la constancia.
 
Pero el caso del segundo vuelo es paradigmático porque exhibe la presión del poder, la autocensura de los medios, su complicidad, y aquel doblar el pescuezo, hacer la vista gorda, que compromete la actuación de buena parte del espectro político. La existencia del segundo vuelo había sido una hipótesis reiterada en varias publicaciones, pero la revelación de Rodríguez logró el elemento decisivo: su confirmación. Con todas sus implicancias, la primicia de Rodríguez fue ignorada al menos durante dos años por el gobierno de Jorge Batlle, por la justicia, por los partidos políticos y por los grandes medios. Recién cuando el comandante de la Fuerza Aérea decidió, por iniciativa propia, admitir su existencia en el informe que elevó al presidente Tabaré Vázquez en agosto de 2005, las implicancias del suceso adquirieron repercusión. La mayoría de los diarios y la televisión ignoraron aquella primicia de Rodríguez, y el silencio de entonces fue tan abundante como la información que hoy se brinda sobre el mismo tema.
 
¿Por qué entonces no hablamos de todos los extremos de la libertad de prensa? Eludir la responsabilidad de aquella omisión pone en cuestión la labor de información que ahora se despliega. Así como es cuestionable exigir a aquellos que viven en la pobreza, marginados, que esperen con calma a que se den las condiciones para modificar su situación, es inaceptable cualquier argumento que justifique las razones para secuestrar el derecho de la gente a saber. Y eso no tiene que ver con la libertad de prensa, tiene que ver con la democracia informativa. Hay un último aspecto que alumbra sobre mezquindades: las acciones judiciales contra Sarthou han sido ignoradas por La República; el homenaje a Rodríguez fue ignorado por El País y El Observador.                    

Fuente: lafogata.org