Latinoamérica
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Daniel Ortega, aún onda "peace and love", no puede ser peor que la derecha
Sin necesidad de ir a una segunda vuelta donde podía ser derrotado, el
candidato del Frente Sandinista se impuso con nueve puntos de ventaja sobre un
ex banquero recibido en Harvard. Objetivamente mirado, ese resultado fue adverso
a la administración Bush.
Emilio Marín
Mil observadores internacionales, entre ellos el ex presidente norteamericano
James Carter, certificaron la pureza de las elecciones presidenciales celebradas
en Nicaragüa el domingo 5. De ese modo corroboraron la certeza del Consejo
Supremo Electoral de ese país, que había proclamado vencedor a Daniel Ortega,
del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) por sobre Eduardo
Montealegre, de la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN). En porcentajes redondos,
a Ortega les habían correspondido 39 puntos porcentuales de los votos emitidos,
y a su vencido neoliberal 30. Detrás salieron los candidatos del también
derechista Partido Liberal Constitucional, el Movimiento Renovador Sandinista,
disidente del sandinismo, y la Alternativa para el Cambio.
Con esa cosecha de votos en sus alforjas y con esa diferencia sobre el que llegó
segundo, superior a los 5 puntos pautados por la ley, el ganador asumirá el 10
de enero de 2007 y, si va todo normalmente, continuará allí hasta 2012.
Por motivos de oposición histórica al sandinismo, la Casa Blanca hizo todo
cuanto pudo para impedir ese resultado electoral. Desde 2005 su embajador Paul
Trivelli buscó cerrarle el paso a quien había conducido el país luego de la
victoria de la revolución antisomocista, entre 1979 y 1990.
El diplomático gringo trató de unir a las dos facciones del PLC alrededor de
Montealegre y en detrimento del ex presidente Arnoldo Alemán, con prisión
domiciliaria por hechos de corrupción cuantificados en millones de dólares.
La presión estadounidense fue grosera pero no tuvo éxito y al final Montealegre
debió fundar su alianza. El partido oficialista, siguiendo órdenes de Alemán,
presentó su propia lista, encabezada por José Rizo, y obtuvo el 22 por ciento de
los votos. Las matemáticas puras indican que, sumadas ambas votaciones, de la
ALN y el PLC, hubieran superado al Frente Sandinista. Pero esas son
especulaciones o hipótesis trituradas por la realidad.
Lo cierto es que ganó Ortega luego de tres derrotas consecutivas (1990, 1996 y
2001). Como en los casos de Salvador Allende, Lula da Silva y Francois
Mitterrand, para él la cuarta elección fue la vencida.
El derrotado no fue solamente el ex banquero Montealegre y su protegido, el
mandatario saliente Enrique Bolaños, apoyados por el Consejo de la Empresa
Privada (Cosep), donde se nuclea el establishment del país centroamericano.
También están en el bando que elabora el duelo la propia administración Bush,
que maniobró en forma explícita para impedir una victoria sandinista.
Palabra dudosa El citado embajador Trivelli había declarado que en caso que se
diera aquel resultado, EE UU "revisaría todas las políticas bilaterales". No
expresaba un juicio personal. El secretario de Comercio, Carlos Gutiérrez, había
advertido que "un triunfo de Ortega pondría en peligro las relaciones
Managua-Washington".
No conformes con esa injerencia, luego desembarcaron en Nicaragüa congresistas
republicanos, que amenazaron con recomendar a la Casa Blanca que impidiera el
giro de remesas de los nicaragüenses para sus familiares.
Una medida de ese tipo habría sido tan devastadora en la economía lugareña como
un misil Tomahawk impactando en una vivienda. Es que un millón de "nicas" vive
como exiliado económico en EE UU y Costa Rica, y envía dinero a sus familias:
850 millones de dólares al año. Este filón es uno de los principales renglones
económicos del segundo país más pobre del continente después de Haití. La
amenaza de que ese ingreso iba a desaparecer fue una obra maestra del terrorismo
ideológico, pero no surtió efecto. La participación fue muy elevada, superior al
70 por ciento del padrón, y Ortega arañó el 40 por ciento del total, casi un
millón de sufragios.
Sólo cuando fracasó su plan A, Condoleezza Rice estrenó discurso democrático en
una suerte de plan B. Dijo estar lista para colaborar con el nuevo gobierno de
Nicaragüa, independientemente de quién hubiera ganado. La secretaria de Estado
prometió "respetar la decisión del pueblo nicaragüense" y abrió interrogantes
sobre si el presidente electo respetaría "el mercado abierto y el libre
comercio".
Esas dudas fueron planteadas por la mayoría de los analistas que se reportan a
Washington y la Sociedad Interamericana de Prensa. Ellos dudan de que Ortega no
siga siendo un lobo vestido con piel de oveja, o sea un revolucionario listo a
expropiar los bancos y latifundios, desempolvar planes revolucionarios
regionales o "subversivos" de la mano de Cuba y ahora Venezuela, etc.
En realidad Ortega ya ha dicho con claridad que ese no será su plan de gobierno,
que más módicamente estará centrado en obtener mejoras en el ingreso y disminuir
una pobreza que atenaza al 70 por ciento de sus compatriotas.
Pero el que tiene que rendir examen de credibilidad no es Ortega sino el
imperio. Esto por los antecedentes genocidas de su política hacia el país de
Augusto César Sandino varias veces invadido por marines, su apoyo a la dictadura
del clan Somoza durante décadas y al neoliberalismo desde 1990 en adelante, sin
olvidar su creación, los "contras", cuya guerra desde Honduras causó 30.000
muertes en los ´80.
Vale la pena recordar que el embajador en Honduras en ese momento de
organización de los "combatientes de la libertad" (Ronald Reagan dixit) fue John
Negroponte. Actualmente es el zar de la inteligencia que concentra en sus manos
quince centrales, incluida la CIA.
El nuevo Daniel Como las primeras felicitaciones a Ortega llegaron por mensajes
de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y Muammar Kaddafy, alguien puede
pensar que el 10 de enero de 2007 se retoma el curso de la revolución sandinista
que hocicó en febrero de 1990 ante la Unión Nacional Opositora de Violeta
Chamorro y George Bush padre.
Pero no habrá tal cosa. En estos años Ortega cambió sustancialmente al Frente
Sandinista, reciclándolo como un movimiento socialdemócrata, cuyas consignas de
esta campaña fueron amor, paz, reconciliación y unidad de todos los
nicaragüenses como un valor en sí mismo.
Un pequeño símbolo de ese profundo cambio es que su compañero de fórmula fue el
ex banquero y ex ideólogo de los "contras", Jaime Morales Carazo. Otro fue su
reconciliación con el cardenal Miguel Obando y Bravo, el ultra reaccionario jefe
de la iglesia que en los ´80 bendijo la "guerra sucia".
Como prueba de que ese amor no es flor de un día, la bancada sandinista se unió
a la del PLC para sancionar una ley que condena el aborto, incluso el
terapéutico, con lo que la vida de miles de mujeres quedó en zona de peligro.
Otro detalle de la conversión ideológica de Ortega es que en su discurso del 8
de noviembre, celebrando la victoria, citó trece veces a Dios, sin contar sus
alusiones a San Francisco de Asís, a Job y las iglesias evangélicas.
Más preocupante en política que esas genuflexiones ante el cardenal Obando y el
arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes, fue la que hizo ante el Tratado de Libre
Comercio firmado por los países centroamericanos con EE UU (Cafca).
Textualmente afirmó: "con los Estados Unidos tenemos un Tratado de Libre
Comercio que beneficia a una parte de la economía nicaragüense, a algunos
sectores; es importante. Tiene otra parte que es negativa para otros sectores,
entonces hay que seguir trabajando con el Tratado de Libre Comercio con
los EE UU, seguir colocando productos".
No es que el presidente electo esté entregado sólo en esa dirección pues acto
seguido planteó integrarse a la Alternativa Bolivariana de las Américas (Alba),
el Mercosur y mejorar las relaciones con Europa y China. En este sentido pareció
erróneo que un gran poeta sandinista como Ernesto Cardenal, que emigró del
Frente, declarara en Chile días antes del comicio que "sería preferible que gane
un auténtico capitalismo, como Montealegre, que una falsa revolución".
El nuevo Daniel le escapa a definiciones ideológicas y alega que su objetivo es
dar de comer a 1,5 millón de personas que sufren hambre. Cree que para eso hay
que estar bien con el TLC y el Alba; con Bush, Fidel y Chávez. La realidad le
irá enseñando al converso que tendrá que optar pues no se puede estar bien con
Dios y con el Diablo.