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Un modelo de desarrollo para Uruguay
Víctor L. Bacchetta
Rel-UITA
Aún con la preocupación de prevenir y mitigar los impactos de un final
ineluctable, hacer una analogía entre la presencia del Anglo y la de Botnia y
Ence en Fray Bentos, bajo el supuesto de que es inevitable y bueno para el país
acoger el nuevo modelo productivo de la forestación y la celulosa, exige no sólo
colocar en un segundo plano la cuestión ambiental sino ignorar también otras
grandes diferencias entre ambos casos.
En un artículo publicado en el semanario Brecha, del 18/11/05, titulado "Otra
forma de ver el problema de las celulosas. La lección del Anglo", el sociólogo
José Arocena hace una analogía entre el proceso de instalación, producción y
cierre del Frigorífico Anglo en Fray Bentos y el correspondiente a las plantas
de celulosa de Botnia y Ence en la zona, con el fin de extraer algunas
enseñanzas y previsiones para el futuro.
Antes que nada, debemos destacar que, más allá de la discusión que entablaremos
a continuación con dicho artículo, la presentación de Arocena parte de un punto
de vista serio y meditado, que merece nuestro respeto. La aclaración resulta
necesaria, porque la proliferación de simplificaciones groseras, afirmaciones
absolutas y adjetivos descalificadores hace por momentos bastante difícil el
desarrollo de un debate adecuado sobre una cuestión compleja y de gran
relevancia para el país.
Como punto de partida, para Arocena "es estratégicamente más importante prever
los posibles efectos negativos de la monoindustria, que preocuparse solamente
por los efectos ambientales", que "son controlables y aplicando las tecnologías
actuales se reduce mucho el impacto negativo". Y agrega: "El debate ambiental es
importante, pero en buena medida su virulencia (sic) se acrecienta porque no se
percibe un proyecto nacional de desarrollo en el que se inserte este tipo de
emprendimiento".
La preocupación de Arocena es que no se olviden las lecciones de la experiencia
del Frigorífico Anglo --la cual asemeja, en grandes rasgos, a los actuales
proyectos de inversión en la producción de celulosa--, para que no vuelva a
repetirse la decadencia económica y social que se abatió sobre la población de
Fray Bentos tras el cierre de aquella industria. Para "atenuar el efecto
negativo de la crisis monoindustrial", propone una acción capaz de crear "un
tejido diversificado de nuevas empresas".
La desvalorización de la cuestión ambiental
En primer lugar, digamos que las opiniones de Arocena acerca de la importancia
de los problemas ambientales en juego, y la forma de manejarlos por medio de la
tecnología, son un reflejo fiel del pensamiento predominante en el país,
especialmente entre los académicos y profesionales universitarios destacados
dentro del gobierno del Frente Amplio. En este enfoque, lo ambiental es sólo un
aspecto de la realidad, que afecta pero no incluye al individuo, y pretender que
ocupe todo el escenario es un error.
Algunas cifras comparativas
La "Liebig Extract of Meat Company Limited", que luego se convertiría en el
Frigorífico Anglo, fue constituida en 1865, con capitales ingleses. La Liebig Co.
en la industria, el Banco de Londres y Río de la Plata en las finanzas y el
primer empréstito del gobierno uruguayo fueron las avanzadas de la inversión
extranjera en el Uruguay. En 1884 se estimó en 6,5 millones de libras el total
de las inversiones británicas en el país.
A pesar de la importancia en su época, la inversión que dio origen el Anglo fue
bastante menor que las actuales en curso y prometidas en el futuro inmediato
para forestación y plantas de celulosa. Por otra parte, la presencia de la
Liebig Co., que llegó a procesar a un ritmo de 150.000 vacunos por año, no
alteró la estructura de la propiedad de la tierra vigente en el país, mientras
que el modelo de la celulosa va acompañado de una fuerte concentración y
extranjerización en la propiedad de los establecimientos.
Las diferencias del impacto social entre el Anglo y Botnia y Ence son bastante
grandes también. Mientras el frigorífico llegó a emplear directamente de 3 a 5
mil trabajadores --una tercera parte de los habitantes de Fray Bentos, según las
crónicas--, las plantas de celulosa juntas prometen ocupación directa para 600
personas, cuando la ciudad cuenta hoy con 22.000 habitantes. Quizás para mitigar
este impacto, las forestadoras hablan en su propaganda de 25.000 puestos
generados por su presencia en el país…
El impacto de la celulosa en el empleo se vuelve directamente negativo si se le
restan las cifras de aquellas actividades que se sienten amenazadas por la
instalación de las nuevas plantas, tales como el turismo, la pesca artesanal y
la apicultura, la lechería y la agricultura, que emplean a unas dos mil
personas. De esta manera, no hay suma, sino sustitución de una actividad por
otra, con mucho menor oferta de trabajo.
En definitiva, este es el pensamiento en que han sido formados las generaciones
que pasaron por la antigua Universidad de la República. Las más recientes
universidades privadas no han introducido a este respecto otra visión (José
Arocena se desempeñó como Rector en la Universidad Católica del Uruguay). Salvo
honrosas excepciones, en esos ámbitos impera el presupuesto positivista según el
cual la naturaleza está ahí para ser sometida por la inteligencia del Hombre en
su exclusivo beneficio.
Esa noción va acompañada por una confianza ilimitada en la capacidad y sabiduría
del Ser Humano para desarrollar la ciencia y la tecnología necesarias a tal fin.
Los efectos negativos sobre el medio ambiente son todos superables. Si todavía
no se consiguió eliminarlos, ya se llegará. "Estamos usando las mejores
tecnologías disponibles", es la frase de moda; una versión elegante de la más
popular "¡es lo que hay, valor!" ¿Crisis ambiental planetaria? Aquí no existe,
nosotros somos el "Uruguay Natural".
La rigidez de las respuestas del gobierno ante los cuestionamientos ambientales
a las plantas de celulosa es una expresión de ese enfoque, sumada a la creencia
de que la sociedad uruguaya no se inquieta demasiado al respecto. Y esto va más
allá de las esferas académicas y de gobierno. Para algunos analistas, el
ambiente sigue en esa categoría de grupos y temas discriminados que defienden
unos pocos. Los debates del Protocolo de Kyoto, por ejemplo, se exponen como si
fueran ajenos al Uruguay.
Estas apreciaciones contrastan, sin embargo, con una encuesta encomendada por la
propia DINAMA, aunque no muy difundida, en donde 79% de los uruguayos apoyó la
idea de que "proteger el ambiente es tan importante como promover el crecimiento
económico". Además, 50% consideró que la prioridad uno debe estar en la
protección del ambiente, mientras que un 34% se la asignó al crecimiento
económico. No se percibió ningún cambio en la comunicación oficial posterior a
esta encuesta.
De ahí que parezca más un problema de formación y de convicciones arraigadas que
de sentido de la realidad, acompañadas de una suerte de despotismo ilustrado que
supone que, si son temas técnicos, sólo los técnicos pueden determinar. Y esto
se refleja en el estrecho concepto de participación manejado desde el gobierno,
que no genera espacios de discusión y, menos aún, de decisión con los actores
afectados. A lo sumo, se le ofrecen explicaciones y se le pide confianza en los
técnicos.
No está demás registrar que en este tema, y sólo en este tema, hay una
coincidencia total entre el enfoque del gobierno actual y el de sus
predecesores, al punto de haber convocado a la única interpelación con fines
laudatorios hacia el gobierno de toda la historia parlamentaria del país. Ni el
Partido Colorado ni el Partido Nacional tuvieron o les interesa desarrollar una
política ambiental nacional y, mucho menos, dar apoyo a formas de participación
que supongan ampliar esta esmirriada democracia.
Política de desarrollo y previsión estratégica
El tamaño del Uruguay y la envergadura de los proyectos de producción de
celulosa, con la consiguiente consolidación y ampliación del modelo de
forestación asociado a ellos, no deja lugar a dudas: se juega un proyecto de
desarrollo nacional por varias décadas hacia adelante. La experiencia del Anglo
duro 104 años, asociada en forma directa a la ganadería, que era la cultura
productiva dominante en el país. La opción actual por la celulosa es de mayor
envergadura aún, en todos los planos.
La previsión estratégica de Arocena se reduce a pensar cómo mitigar los impactos
del previsible cierre de las megaplantas, que da por descontado cuando se
modifiquen las circunstancias del mercado mundial que lo hacen viable, a través
de un llamado a la innovación y la creatividad. ¿No sería mejor invertir el
sentido de ese proceso? O sea, desarrollar nuestra creatividad para NO PASAR por
la crisis monoindustrial, a la que debería agregarle la crisis del monocultivo.
¿Qué es más razonable?
El "plan nacional de desarrollo" implícito en este enfoque es el de que Uruguay
no tiene otra alternativa que adaptarse a las decisiones de los actores externos
del país, en este caso las "megainversiones" en la forestación y la producción
de celulosa. La estrategia local debe preocuparse entonces solamente por el
momento en que esos capitales se vayan. Pero ¿cuál será el legado económico,
social y ambiental de este proceso? Arocena sólo parece considerar la
experiencia del Anglo en Uruguay.
En realidad, el caso de la Liebig Co. tiene diferencias significativas con las
Ence, Botnia y Stora-Enso de hoy (ver recuadro). Estas se asemejan a las mayores
empresas del mundo en la extracción de petróleo, gas y minerales en gran escala.
Uruguay no posee experiencias con actividades extractivas e industriales de este
porte y si va a tenerla debería estudiar la historia y prepararse. Algunas
expresiones de suficiencia que se utilizan para obviar el problema evidencian
más bien su ignorancia.
Hablamos de la crisis monoindustrial y nos olvidamos que ya estamos en la
"crisis del monocultivo". ¿Qué futuro se le abre a la gente que ha sido y sigue
siendo expulsada ahora del campo por el monocultivo de árboles? ¿Qué perspectiva
se le está dando a los productores ganaderos y agrícolas que intentan
permanecer? Y, en 30 años más, ¿cómo quedará la tierra en los millones de
hectáreas plantados con pino y eucalipto? Existen suficientes experiencias como
para responder la última pregunta.
¿Precisamos soportar 30 o 40 años estas monoindustrias y monocultivos para
llegar a una industria diversificada y duradera, con dignidad social y ambiente
sano? Es otro cuento lindo para dormir la siesta. Visión estratégica y
creatividad están demostrando realmente los que, para evitar ese duro callejón,
proponen soluciones que significan más trabajo para los uruguayos y conservan
mejor su salud y el ambiente.
Desarrollo nacional y participación social
Un aspecto importante de la preocupación de Arocena se refiere a la
participación social en el desarrollo, porque en la búsqueda de soluciones a la
crisis monoindustrial incluye "la capacidad innovadora de la población" (local,
naturalmente), así como la iniciativa en el mismo sentido de la industria
dominante y de los gobiernos local y nacional.
En los últimos tiempos, junto con la incorporación del concepto de
sustentabilidad, ha quedado claro que la participación social es un componente
estratégico del desarrollo. Los proyectos de desarrollo sin esa participación no
generan procesos duraderos, la inversión puede dar el lucro esperado, pero los
beneficios para la población local son muy pobres, además de aumentar los
legados ambientales negativos.
Esta conclusión adquiere especial validez en los proyectos de explotación de
recursos naturales --como es el caso que nos ocupa aquí--, al punto que varios
investigadores y analistas han elaborado la teoría de "la maldición de los
recursos", según la cual los países con importante dotación de riquezas
naturales han estado más expuestos a procesos de corrupción política, deterioro
social y conflictos permanentes.
La participación de las comunidades en los proyectos de desarrollo que las
afectan es una de las vías fundamentales para evitar tales males. Esta
participación debe superar las formas de delegación del poder político propias
de la democracia representativa y las relaciones tradicionales de las empresas
con su entorno social. E incluye el análisis de los proyectos desde su origen,
su ejecución y la planificación del final.
A este respecto deberían tenerse en cuenta las discusiones del sector de las
industrias extractivas, donde está bastante difundido el concepto de "licencia
social para operar". La expresión indica que, si no se logra el acuerdo de la
comunidad, un proyecto de esa envergadura puede volverse inviable. No se trata
de una aprobación a la ligera, en su versión más estricta se habla de
"consentimiento libre, informado y previo".
Aunque pueda sorprender, las poblaciones más concientes en la actualidad de este
requisito son las comunidades indígenas, por haber sido de las más marginadas y
perjudicadas por ese desarrollo, mientras que las comunidades pobres
no-indígenas resultan más vulnerables a los manejos de empresas y gobiernos que
usan ciertos valores todavía arraigados en la cultura y el sistema político
nacionales.
Sin embargo, hoy en día, este es un proceso muy dinámico. Las poblaciones
locales están adquiriendo otra conciencia de sus intereses y derechos. Es una
conciencia de participación. No esperan a ser llamadas y no entregan la
representación a terceros, exigen un lugar propio en el proceso de toma de
decisiones. Este nuevo actor tiene mayor interés en evitar los desastres, no
apenas en remediarlos.