Latinoamérica
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Ellos saben que nosotros sabemos...
Andrés Capelán
Comcosur
Cuando era pequeño vivía a pocas cuadras de la Escuela Militar en Montevideo, y
en algunas fechas, los cadetes salían a desfilar por el barrio al son de su
Banda. Yo tendría 8 o 9 años, y recuerdo cómo con mis amigos salíamos corriendo
hacia la calle Cuñapirú cuando escuchábamos los aires marciales que anunciaban
su llegada. Niños y adultos -embelesados- contemplábamos el paso de los futuros
oficiales que –orgullosos- marchaban al son de la Marcha 25 de Agosto, luciendo
sus resplandecientes uniformes de gala y con la frente en alto.
Pero bueno, poco duraron ese embeleso y ese orgullo. Una década después, esos
mismos cadetes que deslumbraban a nuestros ojos infantiles, ya habían comenzado
a torturar, violar, asesinar y desaparecer a nuestros amigos y a nuestros
vecinos, a robarles las cosas y los hijos. Poco a poco fuimos conociendo las
atrocidades que cometían cuando se quitaban el uniforme de gala y se ponían el
de fajina, y pasamos de la admiración al asco y al desprecio.
Durante la Dictadura, ebrios de poder, los mismos militares se encargaron de que
esa sensación de asco y ese sentimiento de desprecio fueran aumentando y
generalizándose cada vez más. A la vuelta a la Democracia, por un momento tuve
la esperanza de que la verdad y la justicia separaran la paja del trigo y me
permitieran volver a sentirme orgulloso de los militares de mi Patria. Sin
embargo, el férreo pacto de silencio e impunidad que se convino entre ellos y
los líderes políticos de entonces, me lo impidió.
Es una lástima. Porque –honestamente- me hubiera gustado poder volver a
disfrutar de un desfile militar como cuando era niño. Me hubiera gustado volver
a ver a militares con la frente en alto y la mirada clara. Pero no, no es así.
Es que ellos saben que nosotros sabemos lo que hicieron, y por ese motivo
transitan por su vida con la cabeza gacha y la mirada esquiva. Cuando elevan su
testuz, clavan la mirada en el vacío que está mas allá de nosotros, para no ver
nuestras caras de desprecio, para que nuestro asco no los toque. Es inútil.
Fuente: lafogata.org