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Nosotros y la historia "ingenua"
Uno de los grandes aportes del feminismo fue develar el carácter político de "lo personal", categoría que abrió rutas de cuestionamiento y subversión a relaciones de poder instituidas en la "invisibilidad de lo privado".
Rafael Sanseviero
Mantener viva la tensión sobre las representaciones de lo público y develar los
sentidos políticos presentes en múltiples esferas de lo privado es una dimensión
central en la lucha por la radicalidad democrática. De lo contrario deja de ser
lucha para convertirse en crónica, porque "lo sistémico" en la gestión de los
conflictos sociales tiende al mantenimiento del statu quo –especialmente en el
plano de las violencias invisibles, aun cuando los protagonistas disientan del
statu quo–. Vaya lo anterior como fundamento de este "poner en estado público"
un debate, hasta ahora restringido a la "privacidad" de una lista de correo
electrónico, que sostuve con el presidente del directorio del Banco de Previsión
Social (bps) a propósito del proyecto de ley de reparación a ex perseguidos
políticos de la dictadura. Los asuntos en juego se me reclaman públicos.
EL FIN DE LA HISTORIA INGENUA. El gobierno progresista promovió en pocos meses
una ruptura radical con el "sentido común" que hasta ahora presentó la
convivencia con los efectos del terrorismo del Estado dictatorial como una
"fatalidad de Estado". Ello supone una oportunidad para desplegarnos en mayores
libertades que las alcanzadas desde 1985; libertades que duelen. Fue largo y
costoso el recorrido hasta encontrar lo conservado en la tierra de los cuerpos
de algunas mujeres y hombres asesinados. Duele re-vivirlo, aunque se asuma la
necesidad de entregar la evidencia del asesinato y la desaparición deliberada de
compatriotas, esas maneras privadas –por secretas– que el Estado implementó como
argumentación de violencia para ordenar nuestra vida pública durante la
dictadura. Las voces de testigos calificados pueden incorporar información más
dolorosa aun, si se quiere, sobre la gramática de aquella argumentación
terrorista: el secuestro, la tortura, la muerte, el "desaparecimiento"... y
más.* Para las familias de las personas descubiertas al cabo de décadas de
lucha, este momento colectivo representará –de concretarse– la dolorosa
conclusión de un recorrido. Para la sociedad no.
Los vergonzantemente llamados "hallazgos" representan un paso de gigante
únicamente por ser propiciados desde un Estado que, al hacerlo, rompe con el
estado de minusvalía ética en el cual se mantuvo hasta el presente; pero que
hayan mediado veinte años de democracia para llegar a este punto exhibe la
hegemonía de una moralidad pública que avergüenza. Aceptar el "hallazgo de los
desaparecidos" como el extremo necesario y suficiente para "dar vuelta la
página, olvidar y vivir en paz" es un argumento "intoxicado" de un olvido que
es, en verdad, una forma de ocultamiento que bloqueó el acceso, ni más ni menos,
que a nuestra propia realidad. Lo que hoy se nos presenta oficialmente evidente,
reclama abrir de nuevo el libro y empezar a escribirlo a partir de principios de
realidad que rompan con una versión naíf de nuestra historia reciente en la que
permanecemos atrapados. Son necesarios nuevos espejos y ángulos de mira para
recoger imágenes propias. Por ejemplo, aprehender los contenidos del terrorismo
de Estado uruguayo, que a diferencia de Argentina y Chile, no tuvo como línea
maestra la desaparición forzosa ni el asesinato colectivo, sino la tortura
sistemática y la prisión prolongada aplicadas en forma masiva. La "historia
ingenua" tuvo la virtud de banalizar nuestra propia experiencia colectiva,
disociando el tiempo –pasado– del terrorismo de Estado del "presente de la
dictadura" y, por ello, desvincular la gramática terrorista de ayer de la
re-significación de sus consecuencias actuales en las personas y nuestras vidas
cotidianas.
NOSOTROS VERSUS NOSOTROS. Hace veinte años las víctimas de la persecución
dictatorial recibimos un denso y reparador reconocimiento en (a)brazos y manos
tendidas desde una sociedad que venía de vivir bajo el terrorismo de Estado. En
ese lapso Uruguay contabiliza cinco gobiernos diferentes y el mundo registra
radicales cambios, ya se mire la configuración de las relaciones internacionales
o las formas de sociabilidad predominantes... sin embargo nosotros, aquellas
personas, somos las mismas. Quiero decir que nada de lo sucedido en "el mundo y
sus aledaños" borró los efectos de las experiencias bajo el terrorismo, y el
paso del tiempo no avanzó en la reparación, sino que obstruyó su despliegue. En
la sociedad uruguaya se legitimó la irresponsabilidad colectiva frente a las
consecuencias de la violencia dictatorial, desde los planos más generales hasta
sus dimensiones más íntimas y personales. Ello remite genéricamente a la ley de
caducidad en tanto acto jurídico que "confisca" el espacio público como lugar
para la expresión, reconocimiento y reparación de los actos de terror estatal.
Sin embargo, la impunidad incautó el espacio público sin extinguir los hechos ni
sus efectos, de manera que esa experiencia humana –confinada al ámbito de lo
privado– es parte del "capital cultural democrático" con el cual debe
entendérselas el gobierno de izquierda. Si re-habilita el espacio público para
la circulación de ese capital de dolores hasta ahora silenciado, hará más
amigable la vida en sociedad para un grupo social discriminado: las y los ex
presos políticos. No es nada nuevo para el discurso político progresista. No
obstante, hoy se debate la cuantía de una leve reparación a los perseguidos
políticos de la dictadura, articulada mediante una ley jubilatoria, en términos
de "privilegio".
LLAMADAS AL ORDEN. El presidente del Banco de Previsión Social respondió a una
crítica formulada desde la asociación de ex presas y presos políticos, respecto
a una resolución del directorio que preside sobre la "ley de reparación", con un
llamado al orden moralizante: "Pienso y creo que no luchamos y sufrimos para
tener beneficios mayores a los del conjunto de la población, y menos aun,
mayores al conjunto de los más desprotegidos. Por lo menos por eso creí que yo
lo hacía...", escribió.
Vamos por partes. La discusión acerca de un proyecto de ley siempre implica
debate, confrontación de ideas, tensión de fuerzas y negociación. Ahora no me
ocupa el proyecto de ley sino la descalificación introducida por el presidente
del bps, que se despega de la discusión de una ley para proyectarse como un
balance de sentidos de vida ("Creo que no luchamos y sufrimos por... [a lo cual
agregó] ...mi preocupación mayor es el millón de pobres, el millón con problemas
de empleo, los 750 mil sin seguridad social y el que exista transparencia...").
Es decir, que investido de la representación del interés general de la sociedad,
y desde la jerarquía de su cargo, descalifica moralmente la crítica a un acto de
gobierno.
Esa descalificación no sólo se produce dentro del sentido común "conservador",
que despolitiza y recluye en el ámbito privado la persecución que sufrió cada
persona, como parte del discurso de la impunidad. Otras circunstancias operaron
para impedir, hasta ahora, la formalización de reclamos reparatorios. Una no
menor es la conflictiva relación de las visiones hegemónicas en la izquierda
sobre los derechos humanos, o la tensión no resuelta entre lo individual y lo
colectivo. De allí que algunas representaciones del terrorismo de Estado, como
las promovidas, por ejemplo, por comunistas y tupamaros, hacen más compleja la
confrontación con las lecturas naíf de nuestra historia. Para los primeros
enfrentar la dictadura implicaba una necesaria "cuota de sacrificio" –personal–
como aporte "a la lucha por las libertades" –colectivas–; para los segundos, la
lucha armada y "la guerra" suponían asumir determinadas "reglas de juego". Esas
inflexiones político-discursivas también constriñen el debate actual sobre el
pasado reciente, especialmente en lo relativo a la "reparación" .**
El reclamo de reparación concentrado en torno a una ley jubilatoria, en las
condiciones en que el problema está planteado en Uruguay, demanda una
perspectiva más amplia que la determinada por los recursos disponibles o la
misión específica del bps. No para "llevarse por delante" la realidad y sus
restricciones sino para abordar con sentido progresista y como un diálogo
colectivo, un problema social que ha permanecido marginal desde 1985. La
"reparación", en el contexto histórico que está planteada, es una "toma de
posición del Estado frente a un problema socialmente relevante" que adquiere
sentido no sólo en el texto de las leyes, sino que se revela y realiza, como
talante del gobierno, también en la forma que lo gestiona cada jerarca
individualmente. Cuando le reclamé al presidente del bps por el respeto ausente
en su respuesta a Crysol equivocó tono y contenido: "(...) creo que tenés
algunos dolores de los que no me siento responsable", replicó inapelable,
terminante, rotundo. Se equivoca, porque el tratamiento estatal a mis dolores de
ex preso político, entre todas y todos los ex presos políticos, sí ha pasado a
ser responsabilidad suya. Se equivocó porque "los dolores" como fuente de
reclamo no extinguen el derecho al respeto. Y se equivocó porque deslegitimar
las voces personales que se expresan públicamente desde la subjetividad del
dolor, desde la necesidad sentida o de la pluralidad de pareceres, no proyecta
sobre la sociedad una ética progresista. ¿O sí? n
* Cuando digo "más" quiero hacer referencia a la existencia de múltiples
circunstancias que rodean las circunstancias de los "desaparecidos" que no se
visibilizan con el "hallazgo de los restos"; y sin embargo comportan enormes
cargas de violencia simbólica. Por citar un ejemplo, Gerardo Barrios, testigo
del asesinato de Chávez Sosa, convive en sociedad con los asesinos de Chávez, y
también con quienes intentaron que él –Barrios– fuera sacado del penal de
Libertad en circunstancias que hicieron evidente que se lo quería "eliminar" en
tanto testigo calificado de un crimen y sus responsables. Omito por razones de
espacio los fundamentos de la convicción a ese respecto.
** Aun cuando esas no fueron las únicas visiones de izquierda sobre el problema,
sin duda fueron muy gravitantes. Y de ellas me hago cargo en lo que me
corresponde, más allá de mi ya lejana desvinculación del Partido Comunista,
porque me sé concernido en su construcción, como la mayoría de quienes
pertenecimos a ese partido en la posdictadura.