Latinoamérica
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Asilú Maceiro: morir en Uruguay
Raúl Olivera
Es imposible que la memoria se dulcifique, y muchos menos aun que conquiste las
regiones tibias, si se inhibe.
Seguramente esa reflexión estuvo en quienes hablamos en la despedida silenciosa
y humilde que recibía Asilú Maceiro en las salas de velatorios municipales de la
calle Gonzalo Ramírez, la mañana del domingo 8. Por eso, lo que se dijo y lo que
cada uno pensó, fue una dulcificación de la memoria.
En un país como el nuestro, donde la impunidad permanece también en muchas
regiones de nuestra vida cotidiana, muda y congelada, pues el cuerpo social aún
no la ha digerido, es vital ese ejercicio de la memoria.
Las enfermedades de Asilú en los últimos tiempos se habían agravado. Contra
muchos pronósticos, una y otra vez salió airosa de ellas y volvió a la laguna
Merín, ese alejado rincón de Cerro Largo, a compartir con su compañero de vida,
el maestro rural Mauricio Vergara, su huerta y su actividad política. Pese a la
extrema gravedad que motivó su última internación en la emergencia del Hospital
de Clínicas, hasta nos hizo ilusionar con que otra vez saldría adelante.
Era una vieja luchadora. De la guardia vieja, de las que no se cuecen al primer
hervor. Pruebas de ello, vaya si las había dado. Sobrevivió al infierno dantesco
de Automotores Orletti, a las cárceles clandestinas de Uruguay, el trágico
destino de decenas de militantes del Partido por la Victoria del Pueblo, su
opción política.
Podía haber escrito los versos de Vallejo:
"Hay golpes en la vida, tan fuertes. Yo no sé! Golpes como del odio de Dios;
como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. Yo no
sé! Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el
lomo más fuerte".
Cuando el 27 de julio de 1985 comparece ante una investigadora parlamentaria
uruguaya sobre los desaparecidos, con esa voz baja y pausada que obligaba a
quienes la escuchaban a aguzar el oído, documentó una de las resacas de lo
sufrido al referirse a Ary Cabrera, secuestrado diez años antes y quien fuera su
compañero de vida en aquellos años: "Pregunté por él. En primera instancia me
dijeron que lo tenían en Campo de Mayo, pero cuando en otro momento volví a
preguntar por él, me contestaron con una frase que ellos usaban mucho: 'Está
tocando el arpa con San Pedro', para indicar que estaba muerto".
Y luego: "Al oficial al que le pregunto (por el paradero de Simón Riquelo) me
deja entrever que ese niño va a ser criado por 'los contrarios'. No recuerdo los
términos exactos. Esto lo asocio con una novela que había leído hacía poco
tiempo, en la que el protagonista era militante del Partido Comunista, le
secuestran el hijo que va a ser criado por un nazi. Al oficial le cito este
hecho y me dice que sí, que puede tener relación".
Asilú pudo en vida saber que su amiga y compañera Sara Méndez había finalmente
recuperado felizmente a aquella criatura que ella ayudó a nacer y a criar
durante sus primeros 20 días. Se fue con el doloroso convencimiento de que la
impunidad hace posible aún que los compañeros desaparecidos duerman su desamparo
en cementerios clandestinos de unidades militares. Se ha dejado morir a muchos
de los desaparecedores sin preguntarles nada, sin querer obligarlos a confesar
el lugar exacto de las fosas clandestinas de sus víctimas.
Asilú, al igual que muchos, entendía la naturaleza y la envergadura de la
vergüenza nacional que constituye la pervivencia de enterramientos clandestinos
de víctimas de la dictadura y la impunidad. Por esa razón siempre estuvo
dispuesta a prestar su testimonio, aquí y en el extranjero.
Quiso que la internaran en el hospital donde había sido enfermera durante años,
y donde algunas que aún quedaban de su época la recordaban como una precursora
de algunas conquistas laborales que aún perduran en este Uruguay de la
desregulación laboral.
Quiso luchar hasta último momento por vivir. Perdió esa batalla, cosas del
destino, en la misma fecha que cinco años antes nos había dejado Tota Quinteros.
En los largos días de agonía y de lucha, por sus familiares descubrimos facetas
ignoradas de su vida familiar. De lo importante que era en su vida ese hombre
tan entero y ejemplar que es Mauricio Vergara.
No podré cumplir la propuesta que medio en broma y medio en serio le realicé en
las últimas palabras que cruzamos: de ir a la laguna a tomarnos juntos una
caipirinha. El jueves 12, el cuerpo de Asilú, como fue su voluntad, fue cremado.
Mauricio llevará sus cenizas, para esparcirlas a la sombra del árbol que supo
cobijarlos de las inclemencias del tiempo. Que estas humildes líneas guarden su
recuerdo de las inclemencias de nuestra mala memoria.
Que así sea.