Latinoamérica
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Ollanta, Evo y Hugo Chávez
Gustavo Espinoza m. (*)
Recientemente el escenario electoral peruano fue sacudido por un violento sismo
cuyo epicentro estuvo en Caracas. Allí, el Comandante Hugo Chávez, al recibir
formalmente al nuevo Presidente de Venezuela Evo Morales, presentó al candidato
presidencial del reciente Partido Nacionalista Ollanta Humala Tasso, saludándolo
como "un patriota" y deseándole mucha suerte para la confrontación que se
avecina en el país.
La repercusión del hecho fue inmediata. Los medios de comunicación hablaron de
un nuevo "eje" latinoamericano: Caracas-La Paz-Lima, y lo situaron bajo el
"padrinazgo" de Fidel Castro. La Clase Dominante tembló espantada y el gobierno
de Toledo llamó a consulta a su embajador en la capital bolivariana abriendo la
puerta a una controversia de orden diplomático. Después vino una secuela aún
mayor, que aún no ha concluido y que se orienta a un objetivo muy definido:
romper las relaciones diplomáticas entre nuestros países como un paso para
aislar a Venezuela y golpearla mejor.
Las comparaciones, por parte de los medios de comunicación peruanos, no se
hicieron esperar. "Ollanta Humala es el Hugo Chávez peruano",
dijeron unos. "Ollanta Humala por la ruta de Evo Morales",
aseguraron otros. "Todos, tras la huella de Fidel", dijeron los
demás. Especulaciones, sin duda, pero que diseñaron temores, sospechas y también
infundadas relaciones entre procesos distintos.
Evo Morales, a diferencia de Humala, es un líder social de reconocida
ejecutoria. Fue dirigente sindical, campesino y cocalero, diputado, y candidato
a la Presidencia de su país, dirigente de un Partido de perfiles claros y
tendencias definidas, identificado con un derrotero socialista. Ollanta, por su
parte, es un caudillo nuevo salido de los cuarteles, cuya única experiencia
social ha sido la relación con un destacamento de 220 soldados, que rehusa
definiciones de orden político o ideológico. Ambos pueden tener algunas
coincidencias en el plano de sus visiones nacionales, pero están lejos de
implicar la misma receta para los pueblos.
Algo parecido puede asegurarse con relación a Hugo Chávez. Ollanta tiene
similitudes, en efecto, con el Hugo Chávez de 1992, que emergió a la arena
política de su país como un nacionalista, un patriota y un bolivariano empeñado
en transformar su país; pero el Chávez del 92 ha evolucionado. Ahora es otro. Es
un internacionalista, tiene una visión continental de la política y
promueve un accionar revolucionario en un plano muy alto y lo alienta de manera
coherente.
Ocurre, sin duda, que el escenario latinoamericano puede juntar distintas
vertientes que hagan resistencia a la dominación imperialista o se opongan a
ella; que coincidan en criticar la voracidad de los monopolios o, incluso, la
inequidad del modelo neoliberal y sus prácticas lesivas a los derechos de
pueblos y naciones. Estas fuerzas pueden sumar, pero no son necesariamente
iguales ni tienen lazos en común lo suficientemente sólidos.
Ollanta Humala no salió como Palas Atenea de la cabeza de Júpiter tronante,
acabadito y compuesto. Es una figura en proceso de formación y decantación, que
ha atravesado en corto tiempo diversas estaciones, y que aún no tienen un final
preconcebido.
Hoy ha llegado a su punto más alto en la consideración ciudadana y aparece
sentado en una cúspide que tiene dos vertientes. Si se inclina a un lado, puede
seguir el derrotero del Chávez del 92 y crecer como creció el líder venezolano.
Pero si se inclina al otro, puede caer en el descrédito, como ocurrió con Lucio
Gutiérrez, otro militar que tuvo su cuarto de hora en el vecino Ecuador. Eso
dependerá de su consistencia personal, de su formación humana, de sus propios
valores y principios.
Para saber su derrotero futuro, habrá que seguir con tiento sus pasos. Por de
pronto Ollanta busca eludir compromisos de fondo con el movimiento popular y
detesta –como dice- verse "encasillado en una terminología antigua" (derecha, o
izquierda). Por ahora, prefiere situarse con referencia a dos polos: la
globalización y el nacionalismo.
No han sido definiciones ambiguas, sin embargo, las que lo llevaron al fracaso
en sus tratativas con la Izquierda Oficial peruana. No hubo, con ellas, debate
en torno a posiciones de principio, o programa. Apenas cartas formales y
respuestas tajantes: Humala no quiso cambiar su fórmula presidencial y apenas
nos ofreció cinco puestos en la lista parlamentaria, dijeron los voceros de las
fuerzas convocadas. 5 puestos de un total de 120 congresistas, le pareció
demasiado poco a una izquierda que probablemente llegue debajo las 4% en la
votación, perdiendo así su misma inscripción.
No puede atribuirse sólo a unos, o a otro, la responsabilidad total del fracaso
en estas nuevas tratativas. La responsabilidad la tienen las personas, por
cierto, pero sobre todo la visión electoral que se le dio a la tentativa de
acuerdo, cuando lo que debió buscarse, y alentarse, fue la afirmación de un
acuerdo político que permita una acción común, independiente de los
resultados electorales. Así podría no haberse llegado a un pacto de votos, pero
se habría ganado una decisión de masas para una lucha definida. No basta,
entonces, encontrar coincidencias personales ni cupos electorales. Es necesario
asegurar un camino similar con objetivos definidos
Ollanta Humala no es Evo Morales del mismo modo que tampoco puede comparársele
con el Hugo Chávez de nuestro tiempo. Pero los pueblos de Perú, Bolivia,
Venezuela -y otros- tienen similares objetivos y los mismos problemas que los
agobian. Es eso lo que no hay que perder de vista. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera