Latinoamérica
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América Latina. Cinco años de revueltas y cambios de gobierno
Javier Carlés
Durante el último lustro Sudamérica fue sacudida por grandes luchas. Fábricas
tomadas, bloqueos de caminos, manifestaciones multitudinarias y elecciones
nacionales donde los partidos de derecha fueron barridos, son señales claras de
lo ocurrido. ¿Qué podemos esperar en el futuro?
El 1 de Enero de 1994 en Chiapas, México, los zapatistas se rebelaron contra la
pobreza. Su denuncia del libre comercio, de la violencia estatal, de la deuda
externa, de la dominación imperialista y del accionar corporativo, movilizó a
miles en apoyo de su causa en todo el mundo y se convirtió en luz de esperanza
para millones. Cinco años después, el 30 de Noviembre de 1999 en Seattle,
Estados Unidos, las protestas contra la cumbre de la Organización Mundial del
Comercio (OMC) bloqueaban las reuniones y decisiones de quienes mandan en el
mundo. La protesta global se volvía movimiento y tomaba la forma de un fantasma
que recorría el planeta causando temor entre los poderosos.
Al mismo tiempo, América Latina ingresaba en un período de revueltas, cambios de
gobierno y huelgas generales, que continúa todavía hoy. En Enero del 2000 una
rebelión indígena contra las políticas del Fondo Monetario (FMI) derriba el
gobierno de Jamil Mahuad en Ecuador. Unos meses después, en Abril, las
organizaciones de campesinos y trabajadores de Cochabamba, Bolivia, se levantan
en defensa del agua, enfrentan la represión al precio de varios muertos, pero
terminan derrotando al gobierno de Hugo Banzer, expulsando a las corporaciones
multinacionales españolas y holandesas que habían tomado control de los
servicios y las reservas de agua potable.
El 19 y 20 de Diciembre de 2001 cientos de miles se rebelan contra la pobreza y
el desempleo en Buenos Aires, Córdoba, Rosario y numerosas ciudades de
Argentina, derrocando al gobierno de Fernando De la Rua. Se multiplican las
asambleas populares, los obreros toman decenas de fábricas y las ponen a andar,
y el movimiento piquetero incrementa su poderío. En Abril de 2002,
espontáneamente, miles bajan desde los barrios pobres de Caracas, levantan
barricadas, avanzan sobre el centro de la ciudad, y derrotan el golpe de estado
que los sectores más derechistas de las fuerzas armadas y del empresariado
venezolano daban contra Chávez.
Dos revueltas estallan en Bolivia durante 2003, una en Febrero contra el
incremento de impuestos, y otra en Octubre contra las corporaciones
multinacionales del gas. Los campesinos bloquean caminos y los mineros avanzan
hacia La Paz, derribando al gobierno de Sánchez de Lozada. Entre 2002 y 2004 se
realizan en Uruguay tres campañas contra la privatización de las compañías
estatales de telefonía y de petróleo, y en defensa del agua como bien público,
lideradas todas ellas por los sindicatos. El gobierno renuncia a privatizar la
telefonía, y los trabajadores triunfan en los otros dos casos, al conseguir el
respaldo del 64 y del 62 por ciento de la población en sucesivos referéndums.
En medio de todas estas luchas y como un efecto directo de ellas, en varios
países llegan al gobierno partidos de izquierda con fuertes bases en la clase
trabajadora y en el sector campesino. Es el caso del Partido de los Trabajadores
(PT) en Brasil, del Frente Amplio (FA) en Uruguay, y más recientemente, del
Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia. A Lula da Silva, Tabaré Vázquez y Evo
Morales, se suman Hugo Chávez en Venezuela y Néstor Kirchner en Argentina, para
configurar un cuadro regional de "gobiernos progresistas". Gobiernos que
concentran las expectativas de cambio de la mayoría de quienes han salido a
luchar, pero cuyas políticas no parecen ir en la misma dirección.
El ejemplo más notorio es el de Lula da Silva y el PT brasileño. No solo no ha
hecho cambios como la reforma agraria prometida a los sin tierra, sino que
publicitados programas como el Plan Hambre Cero han quedado en el olvido, para
cumplir con las políticas del FMI y pagar la deuda externa por adelantado. El
presidente argentino Néstor Kirchner impulsa políticas similares, recortando los
subsidios de desempleo conquistados por los piqueteros y pagando por adelantado
al FMI. Ambos dicen que hacen esto para lograr una verdadera independencia
nacional, pero sólo defienden los intereses de la clase dominante local,
postergando las necesidades de la mayoría de la población.
En sentido contrario avanza el venezolano Hugo Chávez, quien se vuelve más y más
radical al cuestionar la influencia de Estados Unidos en Latinoamérica. Ha
impulsado ambiciosos planes sociales, y programas de gestión compartida de
empresas entre trabajadores y gobierno. Habla de socialismo, pero no rechaza la
propiedad privada de tierras y fábricas, ni el mercado, sino la variante salvaje
y neoliberal del capitalismo. Propugna que los países de la región formen un
bloque para defender sus recursos, producción e intercambio del imperialismo,
invirtiendo cientos de millones de dólares en varios de ellos para mostrar su
interés y ganado influencia al hacerlo.
Por su parte, el gobierno de Tabaré Vázquez ha seguido las políticas económicas
del FMI al pie de la letra y ha enviado tropas a Haití en apoyo de su ocupación,
al igual que el brasileño. Al tiempo que anuló leyes que limitaban el derecho de
huelga, convocó negociaciones salariales y homologó convenios colectivos después
de diez años sin regulación alguna del mercado de trabajo, estableciendo por ley
derechos y libertades sindicales. Lo primero provocó el aplauso de la derecha y
las patronales, mientras lo segundo les llevó a decir que desde ahora en
adelante el país sería gobernado por los sindicatos, teniendo esto mucho en
común con aspectos de la situación boliviana.
Evo Morales se planta de manera muy parecida a Hugo Chávez con respecto a
Estados Unidos. Su mensaje ha sido muy claro al respecto de la coca, y es que no
se limitará su cultivo. Promete nacionalizar los hidrocarburos, al tiempo que
promete a corporaciones multinacionales como Repsol y Petrobras, y a presidentes
como Rodríguez Zapatero y Lula da Silva, que asegurará sus inversiones y
beneficios. Y todo esto comparte agenda con derogar el mismo día de la asunción
presidencial, el decreto que liberalizó la economía y el mercado de trabajo, al
punto de que las patronales perderán la libertad de despedir trabajadores en el
futuro.
Todo lo anterior configura un panorama sudamericano complejo y cargado de
contradicciones. ¿Cuáles son las claves para prever el futuro? La principal, qué
pase abajo. La llegada al gobierno de partidos de izquierda con fuertes bases en
la clase trabajadora y el sector campesino no cierra el proceso de luchas
iniciado cinco años atrás, pero es uno de sus resultados. De esto que para miles
de trabajadores, estudiantes, campesinos, activistas sociales y políticos no sea
un asunto menor qué ocurra con estos gobiernos. Aunque varía de país a país la
fortaleza de dichos partidos, la independencia y combatividad que detentan los
movimientos, y la capacidad de la derecha para reaccionar.
La radicalización del programa neoliberal por parte del gobierno de Lula da
Silva y del PT brasileño, parece haberle hecho perder la tercera parte del apoyo
popular, al tiempo que impulsó el surgimiento de un agrupamiento realmente de
izquierda como es el PSOL –aunque todavía sea frágil y no esté claro su futuro.
Las crecientes luchas iniciadas a mitad de 2002 en Uruguay, no sólo no
resultaron frenadas al llegar Tabaré Vázquez y el FA al gobierno, sino todo lo
contrario. La confianza que depararon las victorias contra las privatizaciones y
contra la derecha, ha desatado un inmenso proceso de reorganización de los
trabajadores que duplicó la afiliación de la central obrera –y parece ser sólo
el inicio.
En Argentina, los últimos dos años han visto un recambio de sectores que salen a
luchar. Los piqueteros dejaron de ocupar la mayor parte del campo de batalla,
apareciendo con fuerza los obreros industriales, quienes con huelgas y marchas
mostraron su poder y arrancaron importantes demandas a patronales y gobierno. Si
bien los sindicatos siguen estando controlados por las tradicionales burocracias
peronistas, son muchos los lugares donde el sindicalismo de base comienza a
imponerse. Algo parecido ocurre a nivel político, donde el peronismo concentra
la representación de trabajadores y empresarios, pero en este plano la izquierda
sigue siendo marginal y casi no logra hacer base.
La gran incógnita está planteada en Bolivia. ¿Los poderosos movimientos que
derribaron dos gobiernos, ganaron la guerra del agua, bloquearon caminos,
tomaron ciudades y casi el poder, seguirán luchando hasta conseguir sus
objetivos o esperarán que Evo Morales y el MAS boliviano lo hagan desde el
gobierno? Es difícil de saber con certeza. Pero existe otra pregunta clave. ¿Lo
sectores más derechistas de la clase dominante local aceptarán dejar el gobierno
de manera duradera, y el gobierno de Estados Unidos aceptará un gobierno que
vulnere sus políticas antidrogas? Como en el Estado español durante 1936, un
levantamiento antipopular puede desatar una revolución.
Las cadenas de noticias han destacado que Evo Morales será el primer presidente
indio de América Latina, como antes destacaron que Lula da Silva era el primer
presidente obrero. El origen social campesino o trabajador de un presidente, e
incluso de un partido, no asegura nada cuando el asunto es cambiar el mundo.
Lula da Silva y el PT brasileño nos han dejado esto más que claro. La presencia
de "gobiernos progresistas" en varios países de Sudamérica obliga a concluir que
el futuro de las luchas en la región depende, por encima de cualquier otra cosa,
de la independencia que desarrollen los trabajadores, los campesinos y sus
movimientos respecto del Estado.
Sean cuales sean los ritmos, América Latina seguirá en el centro de la protesta
global. Eso no admite duda alguna.
Javier Carlés es activista de Socialismo Internacional en Uruguay y escribe
regularmente para el periódico anticapitalista mensual "El Mundo al revés".
Fuente: lafogata.org