Latinoamérica
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TLC con eu o la obcecacion de los apostatas?
Pedro Rivera Ramos
"Los grandes no son tan grandes, lo que sucede es que nosotros estamos de
rodillas".
Pedro Albizú Campos
Cuando se cumple el cuadragésimo segundo aniversario de la gesta heroica del 9
de enero, el gobierno panameño, en un gesto inequívoco de su desprecio total por
la sangre derramada y las poderosas razones que impulsaron que todo un pueblo,
durante los días memorables y tristes de enero del 64 enfrentara sin arma alguna
a la soldadesca yanqui acantonada en la antigua Zona del Canal, decidió retomar
a partir del 10 de enero, las supuestas "negociaciones" con los Estados Unidos
para concluir, lo que eufemísticamente ellos llaman, "tratado de libre
comercio". Y es que el recuerdo de los mártires de enero, inmolados en la fragua
de una Patria más digna y más libre, resulta absolutamente marginal cuando se
opone al afán desesperado de los gobernantes actuales, por ceder completamente
nuestro mercado interno y nuestra soberanía nacional. No es extraño entonces,
que el día 9 de enero, declarado de luto nacional, no estuviese a media asta la
bandera situada en la cima del cerro Ancón. Es obvio que esto no podía ser de
otro modo. En los círculos gobernantes la proclividad por el neoliberalismo más
salvaje y la sumisión incondicional al imperio es de tal magnitud, que conceptos
como soberanía, nacionalidad y patria, son sólo concebidos como estorbos a la
irrupción más plena del capital en todos los órdenes de la vida social. "Vivimos
otros tiempos", aseguran, sólo para ocultar en unos, su capitulación sin nombre
y en otros, su abyección sin límites.
El TLC con los Estados Unidos no es un simple e inofensivo tratado que sólo
persigue el objetivo de promover el comercio entre nuestros países, como suelen
sostener sus principales y más entusiastas apologistas del patio. Es en esencia,
un verdadero compromiso político y económico que rebasa de modo considerable los
marcos estrictamente comerciales y los acuerdos actuales de la OMC; que obliga y
exige realizar cambios legales en el ordenamiento jurídico; que ata, subordina y
mutila cualquier estrategia soberana de desarrollo que se diseñe; que desconoce
la competencia de los tribunales nacionales para dirimir conflictos
inversionista-Estado; que no contempla ni enmiendas ni vencimientos y que no
puede ser vulnerado sin que el país se exponga a consecuencias sumamente graves,
que pueden ir desde sanciones multimillonarias hasta las de carácter político.
Nada de esto es ignorado en las altas esferas del gobierno actual y mucho menos
por sus negociadores. Ellos saben perfecta y ampliamente que el mundo sin
aranceles que pregonan como salvación de economías como la nuestra, es una
falacia. Precisamente los aranceles han sido uno de los pocos recursos –a veces
el único- con que se ha contado para defendernos de los abultados subsidios que
las naciones industrializadas otorgan a sus empresas y productores. Su
eliminación sólo vendrá a beneficiar a las grandes corporaciones transnacionales
que desde algo más del 20 por ciento de las naciones, controlan más del 90 por
ciento de las compras y ventas en el mundo. Nadie debe olvidar que más de diez
años después de fundada la Organización Mundial de Comercio y pese a la drástica
reducción arancelaria que ella ha impuesto, continuamos viviendo en un mundo
donde los pretendidos beneficios de tales concepciones, siguen siendo
inhallables. A mi juicio, con estas tratativas de libre comercio los gobernantes
no vienen pecando de ingenuo, ellos tienen sobrada consciencia sobre los daños y
perjuicios que se les causará a sus países; lo que ocurre es que no existe ni
voluntad ni valor para asumir posturas más dignas y soberanas. Prefieren optar
por sacrificar a todo un pueblo con tal de preservar sus mezquinos intereses
personales.
Para algunos panameños y panameñas resulta totalmente incomprensible que el
actual gobierno insista en concluir un TLC con los Estados Unidos, pese a que el
mismo representa una amenaza real para todos los empresarios y productores
nacionales volcados hacia el mercado interno que son, en definitiva, los que
generan el mayor número de plazas de trabajo y más aportan al ingreso familiar.
Tampoco comprenden cómo se acepta en estas negociaciones una agenda enteramente
preparada por los norteamericanos, que nos impone el llamado trato nacional y de
nación más favorecida; sin permitirnos siquiera cuestionar sus subsidios
distorsionadores del comercio, el concepto de expropiación indirecta y sus
implicaciones para la soberanía nacional, sus amplísimas definiciones de lo que
es un servicio o una inversión y un capítulo de propiedad intelectual altamente
proteccionista de su sistema de patentes. Ya no quedan dudas de que el TLC es un
instrumento diseñado por las transnacionales norteamericanas para apoderarse de
nuestra economía, de nuestro territorio y de nuestros recursos naturales. Por
ello sólo será excluido lo que afecta sus intereses y formará parte sustancial
del tratado, todo lo que las beneficia. Por tanto, es iluso esperar que un
gobierno que actúa guiado únicamente por el credo neoliberal, confronte la
lógica de dominación transnacional que subyace en las tratativas llamadas de
libre comercio.
El TLC con los Estados Unidos no tiene visos de ser ni conveniente ni justo para
nuestro país. No puede haber justeza ni conveniencia en un instrumento de esta
naturaleza, cuando se nos exige sin reciprocidad alguna, que eliminemos nuestros
controles fito y zoosanitarias sin importarles en lo absoluto la salud de los
habitantes ni nuestro patrimonio animal, vegetal y ambiental. Precisamente ese
es el tenor de la nota que Rob Portman, representante comercial de los Estados
Unidos, enviase para la firma de tres ministros panameños y que fuera divulgada
esta semana. Uno de ellos, Laurentino Cortizo de Desarrollo Agropecuario, en
gesto digno, renunció. Sin embargo, como los textos definitivos de estos
engendros sólo son conocidos noventa días después de su firma, tendremos que
aguardar algún tiempo para conocer cuántas otras notas y compromisos lesivos han
sido aceptados por los actuales gobernantes, para alcanzar a toda costa su
máxima obsesión: un tratado de adhesión a los Estados Unidos.