Latinoamérica
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Pinochet + concertación = Bachelet
José Steinsleger/ I
Cuenta Jenofonte (V aC) que en la ceremonia destinada a seducir a un rey de
Tracia, un señor de Atenas llamado Gnesipos ordenó que los integrantes de su
séquito debían entregar al soberano un caballo blanco, un joven esclavo y
vestidos para sus mujeres.
Gnesipos explicó al rey el antiguo uso según el cual, para hacerle honor, los
ciudadanos más ricos de su tierra tenían la obligación social de hacer
donativos, que a su vez daba a los que nada tenían.
Estos gastos de interés público (llamados liturgias) eran hechos "para placer
del pueblo"; demostraban poder y sólo podían permitírselos quienes tenían
derecho a mezclarse en la política.
Dos mil 500 años después, en un reino de América del Sur que andaba muy
hostigado por el pueblo a causa de la opresión, un grupo de señores de la
política pactó con el rey y le ofreció un sistema de gobernabilidad llamado
concertación.
Pinochet, rey de Chile, preguntó: "¿y cómo garantizaréis la paz de los míos?" Al
unísono, los jefes de la concertación respondieron: ¡Con la "alternancia"!
El soberano consultó a Patricio Guzmán, su delfín. Admirador del monarca
Francisco Franco y estudioso de la llamada "transición" española, Guzmán acabó
por aceptar que su modelo resultaba menos perverso que el de la concertación,
puntillosamente supervisado por Felipe González, señor de Anda-lucía. Sin
embargo, algunas de sus iniciativas fueron incorporadas al esquema
concertacionista.
Con el correr del tiempo, los déspotas y señores del mundo intentaron copiar
(sin éxito) los principales aciertos del pacto Pinochet-concertación, a saber:
- Capacidad para engatusar al centro político de la sociedad sin que
drenen votos por derecha y cuidando los de izquierda.
- Obsecuencia, arribismo y complacencia que los miembros de la
concertación prodigan a los cómplices del rey.
- Régimen de democracia excluyente y marginación de cualquier otro
proyecto de "alternancia" entre bloques de poder.
- Imaginación para silenciar el impacto devastador de esclavitud
social y saqueo económico antes y después de Pinochet.
- Continuidad de la política impuesta durante el despotismo
sangriento, ahora aplicada por otros medios.
- Notable trabajo conservador de masas, en la base popular.
- Rito democrático sin objeciones, donde las clases sociales se
funden imaginariamente en el llamado neoliberalismo, capaz de relativizar todas
las diferencias.
Según el sociólogo Emir Sader, el neoliberalismo sería un modelo hegemónico -y
no sólo una política económica-, una concepción de política, un conjunto de
valores mercantiles y una visión de las relaciones sociales dentro del
capitalismo. Su reemplazo no significa necesariamente una ruptura con el
capitalismo.
El sistema chileno ha dado a tal punto resultado que en los pasados 15 años el
rey de reyes ya no repara si en Chile gobiernan políticos progresistas o
políticos retrógrados.
En julio pasado, el embajador del imperio en Santiago, William Brownfield,
elogió la política neoliberal desarrollada por el país sudamericano y afirmó que
el gobierno de Ricardo Lagos era uno de sus mejores aliados en la región.
Nombrado luego embajador en Venezuela, Brownfield declaró sentirse muy
satisfecho del alto nivel alcanzado en las relaciones bilaterales y recomendó el
modelo chileno a los demás países de América Latina.
Entre otras curiosidades del modelo destaca el modo de "medir" la pobreza del
reino. Como no se mide a todos los pobres, sino a los que únicamente padecen
extrema miseria, "de 1990 a la fecha hemos reducido la pobreza de 40 a 18 por
ciento", asegura la presidenta electa Michelle Bachelet.
La magia pitagórica carece de misterio, pues la encuesta oficial para detectar
desempleados considera que una persona tiene empleo si ha trabajado una hora en
la semana, sin importar el resto de días, ni la previsión social ni el sueldo ni
el tipo de contrato laboral.
Cerca de 46 por ciento de los trabajadores están por debajo de la línea de
pobreza. En 2001 el señor Ricardo Lagos prometió 200 mil nuevos empleos y 140
mil en 2002. Pero el primer año destruyó 100 mil 770 puestos de trabajo. Cosa de
Ripley, en el reino de Chile el desempleo aumenta de la mano del crecimiento
económico.
La producción crece, aumentan las exportaciones, ingresa más dinero a la
economía, pero la gente tiene cada vez menos trabajo. El informe trimestral
sobre el empleo enfrió el entusiasmo levantado por 5 por ciento de crecimiento
del producto interno bruto (PIB). La prensa del reino, totalmente domesticada,
minimizó la mala noticia.
Sin embargo, el llamado "consenso" es lo que más llama la atención de los
mercaderes de la política mundial. Según el sociólogo chileno Tomás Moulián, el
consenso sería la "etapa superior del olvido... la presunta desaparición de las
divergencias respecto de los fines... la renuncia al discurso con que la
oposición real había hablado en épocas de lucha: el lenguaje de la
profundización de la democracia y del rechazo del neoliberalismo".
"La declaración del consenso manifiesta discursivamente la decisión del olvido
absoluto. De olvidarlo todo", dice Moulián.