Latinoamérica
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Tabatinga, la otra triple frontera
¿Un nuevo Vietnam?
Gaby Weber
Brecha
"Estamos en un punto estratégico del planeta, en el corazón de
América", dice el alcalde de Tabatinga –una pequeña ciudad brasileña en medio de
la selva tropical– en la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú.
Se trata de una región altamente militarizada, en la Amazonia, esa zona casi
deshabitada de unos cinco millones de quilómetros cuadrados, que el gobierno
considera "prioridad nacional". Un precioso tesoro, que Brasil está decidido a
defender.
La opinión pública brasilera brasileña está convencida de que las riquezas
naturales son causa segura de guerra. La Amazonia almacena enormes yacimientos
de petróleo, posee la reserva más grande del mundo de agua dulce y su
biodiversidad es incomparable. ¿Suficientes razones para una futura guerra?
¿De quién se supone que habrá que defender este tesoro? Los altos mandos
militares de este país ven con preocupación las bases de Estados Unidos cercanas
a las fronteras con Brasil de Colombia y Perú y desde hace poco también de
Paraguay. El ministro de Defensa acaba de enviar una delegación a Vietnam para
estudiar la guerra de guerrillas contra el ejército estadounidense en
condiciones de jungla. Y junto con las fuerzas armadas venezolanas, pronto
vigilará el espacio aéreo de la Amazonia.
El fin del mundo
"Tabatinga es tan importante estratégicamente, que instalamos un batallón aquí
en forma permanente", dice el general de brigada Joaquín Maia Brandão. Y el
obispo Alcimar Caldas presiente el peligro de un ataque militar: "Tenemos miedo
de que un día las tropas estadounidenses lleguen y digan también aquí: Okey, a
partir de ahora el aeropuerto nos pertenece y responde a nosotros y nosotros
controlamos los ríos".
Ningún camino llega a Tabatinga. Desde Manaos, a 1.300 quilómetros, la ciudad
brasileña importante más cercana, llega un vuelo diario. Pero la aerolínea
brasileña Varig no puede hacer reservas, y a veces hay que esperar días en uno u
otro extremo del trayecto. Es más sencillo emprender el viaje desde el vecino
Perú, partiendo de Iquitos con un vuelo doméstico hasta Santa Rosa y desde ahí
cruzando el río Amazonas a Leticia, en Colombia, frente a Tabatinga. Desde
Leticia uno puede llegar cruzando la frontera a pie.
Desde Iquitos parten embarcaciones que bajan por el Amazonas, al que los
brasileños llaman Solimões hasta Manaos. Hoy no llegan barcos a Tabatinga. En
cambio abordamos un hidroavión que sale desde la vieja base de la fuerza aérea
en Iquitos. Volamos una hora y media sobre la profusa selva atravesada por
meandros de ríos marrones. Allí viven los indios tikuna. Unos 26 mil del lado
brasileño, 10 mil en Colombia y 6 mil en territorio peruano. El hidroavión se
posa frente al villorrio peruano, un cúmulo de chozas de barro sin agua
corriente ni canaletas. Huele a desechos.
Un bote de madera nos alcanza hasta Leticia, la ciudad fronteriza del lado
colombiano. En el muelle dormitan tres policías abrazados a sus metralletas. No
tienen mucho que hacer: la guerrilla, omnipresente en el resto de Colombia,
evita Leticia. El mercado local aparece inmediatamente atrás del lugar de
embarque. Se venden frutas y jugos tropicales por monedas. Un hombre descalzo
exhibe pescados: gamitana, pirañas, dorados, pirarucú, takú. A su lado se sirve
chuchuwaza, licor de corteza que se mezcla con miel. El vendedor vino hace
veinte años de Medellín. Entonces, aquí había trabajo, porque el más poderoso
traficante de Colombia, Pablo Escobar, había transferido su cuartel general a
Leticia.
La ciudad vivió diversos boom económicos. En los años treinta, la fiebre del
caucho de la India. Luego, la coca. Y con la cocaína, llegaron los gringos,
recuerda Evans Oliveros, diputado del partido de gobierno: "Esos marines
aterrizaron con sus aviones Hércules y establecieron una base militar en el
aeropuerto. Nadie sabe qué trajeron, a qué vinieron. A nosotros se nos prohibió
la entrada".
Nada se construyó en Leticia con los dólares de la droga. La ciudad fue
perdiendo impulso a medida que más y más personas se iban a Tabatinga.
Actualmente hay 40 mil habitantes en el lado brasileño, así como 12 mil indios.
La frontera está abierta.
Tabatinga consiste principalmente en una calle principal –la avenida Amizade
(Amistad)–, que comienza en la frontera y termina en el aeropuerto. Allí están
los edificios más importantes, los cuarteles, el hospital militar, y también el
parlamento municipal y el supermercado. Un anciano vende gasolina en botellas,
ya que no hay estación de servicio en Tabatinga.
Más atrás, la farmacia. Su dueño llegó hace 18 años a la triple frontera. Fue el
primero y no tiene competencia. Una vez al año se va con toda su familia al
norte, para descansar, para bañarse en el Atlántico, para dar caminatas. Porque
la vida cotidiana en Tabatinga es muy difícil, aun en los ratos de ocio. A este
hombre no le gusta bañarse en el Solimões: no hay playas, las serpientes ondulan
en sus orillas cubiertas de yuyos, en el agua hay pirañas y cocodrilos
gigantescos. Es un ambiente que no invita para nada. A los turistas les gusta
ver la jungla como algo excitante por un par de días, pero detrás del muro verde
de setenta metros de alto están las arañas venenosas y pululan las hormigas y
mosquitos, así como los leopardos y las plantas carnívoras.
Malaria, Sida y Cachaça
En la orilla del río se alquilan botes. Taxis acuáticos. En el aire húmedo, un
vaho de cerveza y de cachaça. Nubes de mosquitos en los bordes del maloliente
curso de agua que baja de lugares más arriba del Solimões. La malaria no
representa peligro en la ciudad pero sí para los habitantes a lo largo del río.
El problema más grande es el sida.
Según un informe publicado en un diario, el 70 por ciento de la población adulta
de Tabatinga es VIH positiva. "El problema es muy serio", dice Rogelio Arruda,
jefe de Enfermedades Venéreas del hospital municipal. "Los varones indios tienen
relaciones sexuales con mujeres tanto como con hombres, con la misma frecuencia.
O mujeres con mujeres. Es normal el intercambio de compañero sexual." Así, la
enfermedad se trasmite fácilmente. ¿Cuántos? "Eso no lo sé. Pocos, los menos,
vienen y se puede entonces tratarlos. El indio no usa preservativos. Son para
los blancos, para las personas civilizadas, no para ellos."
En 1776, soldados portugueses establecieron el fuerte São Francisco Xavier en la
actual Tabatinga. Por mucho tiempo siguió siendo sólo un destacamento militar,
ya que nadie quería vivir en medio de la zona india, de fuertes inundaciones del
Solimões. La situación cambió con los conflictos limítrofes con Colombia de
1932, que llevaron a que los cuarteles se ocuparan permanentemente, como hoy.
Pero recién en 1985 Tabatinga llegó a ser una ciudad.
Seguridad nacional
El alcalde Joel Santos de Lima es nieto de esclavos africanos que vinieron del
nordeste. Las malas lenguas dicen que durante su primer mandato desapareció en
sus bolsillos un crédito del Banco Mundial para construir una escuela. Pero
ahora su partido está de nuevo en el gobierno, junto con el Partido de los
Trabajadores del presidente Lula.
Hoy debe acompañar a las dos funcionarias del Ministerio de Educación a
inspeccionar las obras de construcción de una escuela en una aldea indígena. Su
lancha rápida se hamaca junto al muelle en el puerto. Troncos de árboles parecen
nadar en el agua marrón. "Yacaré", caimán, dice Joel. Vamos a Barreirinha, 110
quilómetros al norte. Nos da la bienvenida el cacique. Es al mismo tiempo
intérprete, ya que los tikunas hablan en un idioma propio. Quince familias viven
en cabañas elevadas, palafitos, debido a las inundaciones y las víboras. La
escuela va a ser la primera casa de material en Barreirinha. Ya están listos los
cimientos.
La malaria es un problema, dice el cacique. Y no tienen agua corriente ni de
pozo. En el municipio vecino se instaló un pozo con su bomba y también un panel
solar para el televisor comunitario. "Hasta ahora no tenemos teléfono ni
Internet. Hace mucho que presentamos la solicitud, pero a nadie le importó."
"Técnicamente no sería ningún problema", dice Francis Magalhães, un pionero de
la web que trajo el primer provider, Proxy-Solimões a la triple frontera. "Sería
también muy importante para la seguridad nacional conectar a la red a los
habitantes del río. Son los primeros que podrían percibir y reportar cualquier
movimiento sospechoso." ¿Por qué no se hizo hasta ahora? Francis ríe: "Las cosas
que más urgentemente necesitamos son para el gobierno las más prescindibles. No
se invirtió en Internet, pero se asignaron al proyecto SIVAM sumas enormes: 12
mil millones de dólares".
El Sistema de Vigilancia de la Amazonia (SIVAM) había sido instalado a mediados
de los noventa por la firma estadounidense Raytheon. Fue cuestionado desde el
principio y no sólo porque se pagaron fuertes sobornos para lograr la licitación
y dejar fuera a los competidores franceses. Su tecnología –basada en radares y
satélites– era ya obsoleta por aquel entonces, dice Francis, y, sobre todo, el
estado de Amazonas quedaba deliberadamente en dependencia tecnológica de Estados
Unidos.
En los cuarteles brasileños se ve este emprendimiento con gran preocupación.
Desde el golpe de 1964 los generales fueron estrechos aliados del Pentágono. Sin
embargo, con el fin de la Guerra Fría, cayeron no sólo los enemigos sino también
los aliados.
Defender la Amazonia
El general Joaquin Maia Brandão comanda la 16ª Brigada de Infantería del
batallón de la selva. Son sus subordinados mil hombres y una mujer en el cuerpo
sanitario. "Hasta ahora no se ha autorizado a ninguna firma extranjera a
explotar la riqueza del suelo de la Amazonia. Su petróleo es explotado
exclusivamente por la compañía nacional Petrobrás."
"Las fuerzas militares tratan de evitar cada posible conflicto", dice el
general. Pero llegado el caso, ¿quién sería el oponente en cuestión? Los países
vecinos difícilmente se enfrentarían a Brasil. Rusia tiene otros problemas y con
la República Popular China existen fuertes lazos comerciales. En los libros de
formación militar del Estado Mayor, el supuesto enemigo no emerge ya con
uniforme largo y gorro de piel con estrella roja sino con la bandera de barras y
estrellas y la insospechada de las Naciones Unidas.
Sólo Estados Unidos representa hoy una verdadera amenaza. El por muchos años
jefe del Estado Mayor del Comando de Amazonia (CAM) Thaumaturgo Sotero Vaz
advirtió sobre una posible anexión de la selva tropical con el pretexto de la
protección del ambiente. Se refería a los comentarios de la ex primera ministra
noruega Gro Harlem Brundtland, quien pretendía establecer en la Amazonia una
autoridad ecológica internacional, con función de policía, dependiente del
Consejo de Seguridad de la ONU. El Grupo de los Siete tomó en aquella época esta
idea con beneplácito y pidió se considerara a la selva de Brasil, incluyendo a
sus comunidades indígenas, como "herencia de la humanidad" y propuso un "derecho
a intervención". Sotero Vaz anunció una "vietnamización": "Defenderemos a la
Amazonia con una guerra de guerrillas", advirtió.
Aunque los generales retaceen la información, en su página web el ejército
brasileño reportó en febrero de 2005 la visita de una delegación de oficiales de
alto grado a Vietnam. "La visita deberá producir contactos entre las fuerzas
armadas de ambos países y llevar en el futuro cercano a un intercambio sobre
doctrina de defensa en las áreas táctica y estratégica", puede leerse allí. Los
oficiales inspeccionaron Hanoi, Ciudad Ho Chi Minh y la provincia de Cuchi, con
sus 250 quilómetros de túneles cavados en el pasado por el Vietcong. Luego se
anunció que Brasil se alistaría para operaciones similares a las de aquellos
tiempos en Vietnam y las de hoy en Irak, en el caso de ser atacada la Amazonia.
"Nuestro país utilizará de inmediato la estrategia de guerra de guerrillas en
caso de ser atacado por otro país o un bloque de países con mayor poder
económico y recursos militares."
Los brasileños se sienten rodeados. El Pentágono ha levantado bases en las
inmediaciones de la frontera con Brasil en Paraguay, Perú, Ecuador y, sobre
todo, en Colombia. Allí predomina la guerra civil y los cientos o quizás miles
de oficiales estadounidenses son asesores de sus colegas colombianos en su
combate contra la guerrilla.
Los generales brasileños temen que las tropas de Colombia y Estados Unidos
utilicen la lucha contra el terrorismo como pretexto para una penetración en
Brasil. Seguro que la guerrilla evita a Leticia porque el acceso a la ciudad es
difícil. Pero hace tres años el ejército colombiano, en el pueblo de Mitú,
utilizó pistas brasileñas para garantizar el aprovisionamiento de sus unidades
antiterroristas. La cancillería protestó, pero el incidente puede repetirse.
Para fines de 2006 las tropas en la Amazonia aumentarán hasta llegar a los 26
mil hombres. Los puestos de frontera en las zonas casi deshabitadas serán
reforzados y modernizados. Y hace poco, Brasil convino por escrito con Hugo
Chávez la supervisión aérea conjunta de la selva.
Selva o museo
No hay reacción crítica de la sociedad civil en Tabatinga. La fuerte presencia
de los militares, siempre alerta operacionalmente, no crea ningún clima propicio
para polémicas. Y la política ha perdido toda credibilidad. El Partido de los
Trabajadores era la fuerza de oposición más fuerte hasta la victoria en las
elecciones de Lula. Hoy su gobierno está implicado en escándalos de corrupción.
En Tabatinga, el pt apoya al alcalde. El obispo local mantiene un curso
conservador. Y uno busca al Movimiento de los Sin Tierra en vano. Sólo el
sindicato de trabajadores rurales ha abierto una pequeña oficina aquí, hace dos
años. Su líder, Onorio Sartorio, dice que "en Tabatinga no se producen huevos,
pollos, carne de vaca, leche o verduras. Nada. Esto no puede seguir así.
Entiendo que debamos cuidar el ambiente, pero también debemos garantizar el
alimento de nuestros 52 mil habitantes".
Sartorio fue en el pasado capitán del Comando de Selva. Pudo entonces ser electo
como diputado municipal. Su grupo exige la transferencia de las tierras públicas
a los sin tierra. Pero no hay en Tabatinga ningún área pública que pueda
distribuirse. Ante la ciudad está sólo la selva virgen, y allí viven los indios.
Son ciudadanos brasileños, pero poseen un estatus especial. Los tikunas nunca
fueron pescadores, agricultores o recolectores. Sus áreas de caza están
registradas como "áreas indígenas" en la oficina nacional de catastro, y no se
permite a nadie más vivir allí. Ni buscadores de oro, ni leñadores, ni compañías
mineras, ni tampoco campesinos sin tierra. Las familias pobres a menudo penetran
en estos bosques y limpian un pedazo de selva virgen para cultivo.
Sin embargo, las tierras tropicales no producen mucho; la capa de humus es muy
delgada. Estas familias entonces se mudan de un lugar a otro y dejan espacios
ralos que pronto son invadidos por el bosque secundario. Las autoridades tratan
de prevenir estos asentamientos. Unas veces, porque quieren proteger las áreas
indígenas demarcadas; otras, porque los terratenientes pueden pagarles por sus
servicios.
¿Tabatinga será un futuro teatro de guerra? La guerra ya está en camino, dicen
en el sindicato. La guerra contra los pobres. Pero la entrega de tierras en la
selva a los sin tierra tampoco es una solución. Las tierras tropicales no son
convenientes para la agricultura y la ganadería.
Un área deshabitada es tentadora. Invita a agresores de toda clase: leñadores,
traficantes de droga, minifundistas, y también a potencias extranjeras a la caza
de recursos naturales. Si los brasileños quieren defender esta zona, deberían
colonizarla y ofrecer una actividad económica a sus habitantes. O la comunidad
internacional transformará el área en un museo. Sin embargo, ¿está dispuesta a
financiar el museo?