Latinoamérica
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Bolivia, o los caminos que se abren
Daniel Campione
Asume Evo Morales, no sólo con el acto oficial de práctica, sino ante el
pasado y el presente indio, en Tiwanaku. Muchos de los que asistieron a esta
última ceremonia, transmitieron a los periodistas un talante que combina la
expectativa con la exigencia, en la idea de que el nuevo presidente tendrá que
ratificar con los hechos la pretensión de iniciar un corte histórico con un
pasado de siglos de desigualdad e injusticia. En su discurso, Morales, pareció
tomar nota de ese estado de ánimo, cuando llamó a que lo acompañen, y si es
necesario, a que lo empujen.
América del Sur está asistiendo a cambios importantes en cuánto a las fuerzas
políticas que acceden al control del aparato del estado. Luego de las crisis
provocadas por las políticas neoliberales y el consecuente desprestigio de las
fuerzas abiertamente de ese signo en la mayoría de los países, comenzó a quedar
clara la insatisfacción in crescendo con democracias cuyos resultados más
evidentes, al menos para la cada vez más numerosa población pobre, eran el
desempleo, la precarización, el deterioro catastrófico de la calidad de vida.
Cuando fracasaron propuestas pretendidamente contrarias al neoliberalismo que,
ni siquiera en el plano discursivo se atrevían a marcar un corte con el
'Consenso de Washington', como los gobiernos de Fernando de la Rúa en Argentina
y Alejandro Toledo en Perú, el cuestionamiento de las prácticas y discursos de
la dirigencia política tradicional se volvió tan extendido como atronador, y
amenazó proyectarse hacia las relaciones de poder radicalmente injustas cuya
protección constituye su base de sustento.
Fue en esas circunstancias que terminó de abrirse el camino para que corrientes
provenientes de la izquierda radical llegaran por primera vez al gobierno de sus
países. Dado lo crítico de la situación, esto fue si no esperado con ansia, al
menos consentido por las fuerzas del establishment, con el gran empresariado
local en primer lugar. En Brasil y Uruguay, el PT y el Frente Amplio venían de
reiteradas derrotas electorales y de un prolongado proceso de automoderación de
sus programas y des-activación de sus bases de apoyo en las clases populares
organizadas. La 'larga marcha' hacia la conversión en fuerzas políticas 'serias'
capaces de garantizar 'gobernabilidad' en el plano institucional y 'seguridad
jurídica' a las inversiones, fue finalmente premiada con el acceso al gobierno,
que parte de las burguesías locales acogió con visible beneplácito, mientras
otros sectores optaron por cierta resignación expectante, actitud que excluyó
claramente oposiciones cerriles e intentos golpistas. El camino de la
confrontación abierta ya fue probado contra Chávez, con el resultado de los
repetidos fracasos del golpe, el paro petrolero, la guarimba y el referéndum
constitucional. Nada justificaba su repetición por parte de las estructuras de
poder del Cono Sur, atentas tanto a aquella fallida experiencia como a la casi
ilimitada carga de moderación que arrastraban las izquierdas locales a la hora
de acceder al gobierno. Los más lúcidos dentro de ellas comenzaron a vislumbrar
una posibilidad de renovación de estructuras institucionales que crujían al
borde de una crisis terminal.
La trayectoria reciente de ambos países viene colmando con creces las esperanzas
de los poderosos. Sus gobiernos han sido siempre cuidadosos de parecerse lo
menos posible al de Venezuela, donde Chávez se 'coló' inesperadamente en los
intersticios dejados por una crisis muy profunda del sistema de partidos, y
accedió a la presidencia sin recorrer los pasos que convirtieron en 'elegibles'
a las izquierdas uruguayas y brasileñas. Se vuelve aplicable a estos confines
sudamericanos lo que Istvan Meszaros escribió pensando en Gran Bretaña y el
laborismo: 'Difícilmente el capital encontraría un arreglo más conveniente que
aquel en que el partido de las masas trabajadoras está en el gobierno en cuanto
el propio capital permanece, mejor atrincherado que nunca, en el poder.'
Algunas voces se han alzado a profetizar la inexorable convergencia de la
experiencia boliviana con la protagonizada por los gobiernos de Lula y Tabaré
Vásquez. Nada está tan definido, y ello debiera hacerse evidente si se acerca la
mirada a los fuertes matices existentes entre los otros casos y el boliviano. A
diferencia de sus vecinos brasileño y uruguayo, Evo Morales y el MAS no llegan
al gobierno en medio del reflujo de los movimientos sociales, sino en medio de
un vasto proceso de organización y movilización de un movimiento social que ha
mostrado su fuerza desatando vastas protestas a partir de la 'guerra del agua',
que llegaron a derrocar dos gobiernos. El camino hacia la 'moderación' y el
'realismo' que el MAS emprendió luego de ser derrotado en los anteriores
comicios presidenciales, y amagó reforzarse durante el interinato de Meza, se
vio sustantivamente alterado por un nuevo estallido de rebelión popular que, al
menos tácitamente, puso en tela de juicio la actitud de Morales hacia ese
gobierno, incluyendo la posición adoptada en el referendum sobre el gas.
También a diferencia de Brasil y Uruguay, la coalición gobernante boliviana sí
va a necesitar tomar en cuenta una izquierda más radical. Un sector al que no
habría que vilipendiar unilateralmente por ultraizquierdismo o 'fundamentalismo
indígena', ni desechar sus posicionamientos en bloque con motivo de la pobreza
de sus resultados electorales. También anidan allí organizaciones populares
considerables que jugarán en dirección contraria a las presiones muy fuertes que
impulsarán a Evo a adoptar el 'realismo' resignado, ese que acepta los límites
de posibilidad que fijan no una supuesta realidad objetiva, sino el núcleo duro
de los intereses de las clases dominantes.
Las contradicciones sociales bolivianas son singularmente profundas, y el margen
de maniobra para 'soluciones pactadas' con el establishment económico, social y
cultural es menor que en otros países de la región. De todos modos no hay que
excluir que sectores lúcidos del empresariado y la dirigencia política
tradicional estén dispuestos a hacer concesiones buscando la prevalencia de
soluciones moderadas, que permitan que la burguesía local y las trasnacionales
sigan recogiendo ganancias; aun a costa de concesiones parciales. Lula y
Kirchner, a su vez, están propuestos como potenciales 'factores de equilibrio'
de cualquier tentativa de radicalización, o de las malas 'influencias' que
pudieran emanar del colega venezolano.
La presidencia que se inicia es, en suma, un camino abierto con diferentes
direcciones posibles, y se abren al menos dos interrogantes desde los cuáles
será plausible evaluar el carácter que adopte: ¿se radicalizará la democracia
potenciando nuevos espacios de iniciativa popular y de organización autónoma que
aporten 'gobernabilidad' desde abajo? ¿se tomarán medidas efectivamente
conducentes a que el poder económico, y con él el político y el cultural no
sigan en manos de una pequeña minoría local y de socios trasnacionales? Como
bien recordara Atilio Boron hace unos días, las revoluciones no son actos únicos
sino procesos sociales prolongados y para nada lineales; y sus cimientos se
construyen en parte con reformas decididas y radicales. La reinstauración del
cultivo de la coca, la relación con las empresas que explotan el petróleo, la
actitud ante los regionalismos de signo conservador de Santa Cruz de la Sierra y
Tarija, el manejo del precio del gas, serán cuestiones fundamentales a las que
el nuevo gobierno deberá enfrentarse desde el primer día. Pero tan importante
como ellas será la construcción de espacios de poder para los movimientos
populares, los esfuerzos que se desplieguen para radicalizar la democracia, para
convertirla en base del mejoramiento integral de las condiciones de vida y la
capacidad de decisión y gestión de las mayorías populares. El camino que se siga
en todos estos campos no resultará del planeamiento de expertos y tecnócratas,
sino de una lucha social que, en forma sorda o abierta, se desatará desde el
primer día en torno a la orientación a seguir no ya por el gobierno, sino por el
conjunto de la sociedad boliviana.
Los medios masivos de nuestros países ya vienen construyendo un Evo a su medida,
en el que la simpática 'chompa' a rayas y otras apelaciones a las tradiciones
indias deberían acompañar a una silenciosa adaptación del nuevo gobierno a las
fronteras de lo posible, definidas en exclusiva por las estructuras de poder
regionales y mundiales. Se va a abriendo paso una apuesta 'dialoguista', que
aspira a brindar al gobierno del MAS la oportunidad de canjear el abandono de
las descalificaciones que se le han aplicado hasta hace poco, por una aceptación
de las relaciones de poder preexistentes que limite las reformas a 'corregir'
los resultados más despiadados de su funcionamiento.
La capacidad del 'abajo' social y la escasa propensión a tolerar postergaciones
y conciliaciones de los sectores movilizados del pueblo boliviano, marcan sin
embargo una posibilidad relevante de que los impulsos radicales no sean
neutralizados por las presiones hacia la 'moderación'. La suerte no está, en
absoluto, echada. Los evidentes signos de 'realismo' al gusto dominante
desplegados en la reciente gira internacional no tienen por qué marcar una
orientación tan global como definitiva, quizás sean más una mezcla de manejo
táctico ante el poder internacional con manifestación de tensiones irresueltas
dentro de la coalición que apoya a Evo . El 'abajo' reclamará y presionará, y el
MAS es un movimiento heterogéneo, con bases activas, no un partido 'atrapa todo'
largamente entrenado en distanciarse de un electorado tan mediatizado como
pasivo.
Se trata por tanto de un proceso abierto, cuya suerte se jugará en los próximos
meses y años. La actitud de la izquierda sudamericana, nos parece, no debe ser
la de festejo anticipado de un 'cambio histórico' que nada autoriza a dar por
descontado. Menos aún, la de aguardar que se cumplan las peores profecías de
claudicación y retroceso, con el amargo consuelo de denunciar una nueva
'traición', que habilite a insistir en un radicalismo ahistórico, que no sabe de
tiempos ni de relaciones de fuerzas. Queda la posibilidad de una apuesta,
comprometida con las realidades cotidianas, activa sin dejar de ser critica, al
inicio de un tiempo nuevo, cuya clave no se halla en los sillones
presidenciales, sino en el aliento vigilante de las multitudes rebeldes.