Internacional
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La agresión sionista demostró ser otra estrategia del imperialismo yanqui
Homar Garcés
Argenpress
La arremetida, el hostigamiento y el ensañamiento con que Israel agredió al pueblo árabe del Líbano demostraron al mundo que la misma responde a la estrategia orquestada por el imperialismo yanqui y sus aliados europeos para configurar una nueva realidad geopolítica en el Medio Oriente favorable a sus intereses económicos, especialmente en lo que atañe a las reservas de petróleo allí existentes. Aparte de la brutal y desigual acometida bélica israelí, sin parangón alguno en la historia común de la humanidad, el interés de los neoconservadores de Estados Unidos refleja su disposición por ignorar el Derecho internacional y desacatar cualquier resolución de la ONU que afecte sus decisiones unilaterales. Basta ver cómo Estados Unidos quiere ejercer el control imperial en toda la región del Medio Oriente, partiendo de la invasión aún no concluida con éxito de Afganistán y de Irak, como asimismo sus amenazas nada disimuladas a la República Islámica de Irán y a Siria. Las razones alegadas para desatar esta acción genocida sin precedentes ocultan los verdaderos objetivos que se tienen para hacer del Medio Oriente y una parte del Asia Central un polvorín que consolide la posición hegemonista e indiscutible del imperialismo binario de Estados Unidos e Inglaterra; siendo su ariete el sionismo israelí.
De igual modo, la resistencia del Hezbollah hace que el imperialismo yanqui se imponga una revisión de su estrategia de guerra preventiva, ya que no bastó el desproporcionado arsenal militar suministrado a Israel para dominarlo. En esto, la visión sesgada y prejuiciada de la camarilla neoconservadora que gobierna a Estados Unidos se mostró equivocada, representando un duro revés a su política exterior fundamentalista, la cual ha impuesto la caracterización de algunos gobiernos y naciones como pertenecientes a un "eje del mal", acusándolos de fomentar el terrorismo internacional, a quienes se impone reducir y a exterminar a sangre y fuego en nombre de la humanidad, cumpliendo un propósito divino.
Se creyó repetir la Guerra de los Seis Días cuando Israel atacó a Egipto y a Siria, arrebatándoles los territorios del Sinaí y las alturas del Golam, respectivamente, contando con el visto bueno –como ahora- de los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Esta tríada (Estados Unidos-Gran Bretaña-Israel) comparte propósitos comunes de dominación y, para lograrlo, requieren disminuir y eliminar la idiosincrasia árabe e imponer el laicismo, más acorde con el modelo de pensamiento único que se pretende implantar en el mundo gracias la globalización económica neoliberal.
Es importante que se comprenda que, como lo escribiera Alejandro Teitelbaum,
"después de la invasión a Panamá y las guerras del Golfo, contra Yugoslavia,
contra Afganistán y contra Irak, la sexta guerra neocolonial en poco más de
dieciséis años, desatadas con distintos pretextos humanitarios o de seguridad,
pero con evidentes objetivos geopolíticos expansionistas y con el fin de
reanimar la economía estadounidense a través de la industria de armamentos
funcionando a pleno régimen". La guerra desatada por el sionismo entra en los
planes de supremacía mundial que el imperialismo yanqui se ha impuesto a sí
mismo, partiendo de la ambiciosa idea de hacer del siglo XXI el "siglo (norte)
americano", es decir, un siglo en el que todo gire alrededor de Washington, sin
oposición alguna. Esto debe alcanzarlo en estos primeros veinte años de siglo,
ya que requieren asegurar sus reservas energéticas, de lo contrario,
eclosionaría su economía; de ahí que no pueda augurarse ninguna paz duradera,
tanto en el Medio Oriente como en otra región del globo terráqueo, incluyendo la
América nuestra. Por ello mismo, no puede obviarse el espíritu guerrerista que
anima al régimen estadounidense, dispuesto a la siniestra utilización de armas
nucleares, sin importarle para nada la reacción antiimperialista que podría
suscitar en todos los pueblos del planeta y que representaría su hundimiento
final como potencia hegemónica.