Internacional
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¿Reasentamientos de ex esclavos en África? Una idea racista
que surgió en EEUU
Un hogar para los prescindibles
Jorge Gómez Barata
Altercom
Quienes dudan de que Estados Unidos y Europa busquen la forma de deshacerse de
una parte de los emigrantes, deben recordar que una vez ya lo intentaron.
En 1787 en África, Gran Bretaña fundó la colonia de Freetown en Sierra Leona
para acoger a esclavos repatriados y en 1824, bajo la cobertura de la Sociedad
Colonizadora Americana, el gobierno de Estados Unidos creó el primer país
independiente de África: Liberia, para asentar a los esclavos norteamericanos
que obtenían la libertad.
La idea se atribuye al presidente James Monroe que en 1816 auspició la creación
de la Sociedad Americana de Colonización, una entidad filantrópica que sirvió de
pantalla al gobierno. En 1920, comenzó el reasentamiento, proceso que aunque a
cuentagotas continuó durante los siguientes 20 años. Su primer gobernador, se
llamó Joseph J. Roberts, nunca había visto África porque nació esclavo en
Virginia.
En homenaje al presidente norteamericano la capital de Liberia se nombra
Monrovia.
A la larga los proyectos británico y norteamericano fracasaron. No en balde
habían transcurrido tres siglos. La mayoría de aquellos que se pretendía enviar
a África, nunca habían estado allí y, al llegar hicieron lo que habían aprendido
de sus amos: constituirse en una elite racista, explotadora y arbitraria en
busca de beneficios personales, aunque para ello tuvieran que pactar con los
colonialistas y aplastar a la población local.
Por una explicable aunque terrible paradoja, una de las primeras ocupaciones de
la oligarquía formada en América y trasplantada a África fue el contrabando de
esclavos y más tarde de personas. Con barcos negreros, los liberianos fundaron
el circuito de traslado de mano de obra libre desde África a las Antillas.
Muchos pobladores de Guyana, Barbados, Belice, Trinidad y Tobago y otros
territorios americanos e incluso de los Estados Unidos, no descienden de
esclavos, sino de aquellos obreros libres.
Semejantes engendros que pretendían obligar a personas nacidas en Estados Unidos
a emigrar a Liberia fueron rechazados, no sólo por los negros norteamericanos y
sus líderes, sino por las poblaciones nativas que no aceptaban que negros que no
habían nacido en aquella tierra, hablaban inglés, muchos eran mulatos y no
compartían costumbres ni gustos, los gobernaran.
Un negro nacido en Virginia era tan extranjero en Liberia como un sudanés en
Copacabana.
Aunque odiaran a los blancos, tanto como los blancos y sus instituciones los
despreciaban a ellos, la sociedad blanca y sus elites eran el paradigma de los
negros, no había otros.
El hecho de haber trabajado junto a los blancos, hablar sus lenguas, compartir
riesgos y peligros, crecer juntos, y muchas veces, luchar por sus causas,
contribuyó al desarrollo político de las dotaciones de esclavos y comenzó a
constituirse en arraigo nacional.
A la altura de mediados del siglo XIX, la idea del retorno a África era ajena a
la mayoría. Excepto vagos recuerdos, la mayoría no sabia exactamente de dónde
habían venido y no tenían a donde ir. África era una vaga referencia. Regresar a
dónde, para qué y con qué. Unos eran muy viejos, otros habían nacido y crecido
en América y todos pagaban el tributo de ser absorbidos por una cultura
dominante y más desarrollada.
Aunque algunos movimientos políticos contemporáneos han acariciado la inviable
idea del retorno a la tierra madre de sus mayores, los proyectos de
reasentamientos de esclavos en África, auspiciados por Gran Bretaña y los
Estados Unidos, fueron esencialmente racistas.
Sin desdorar sus meritos, los fundadores de los Estados Unidos eran racistas
consecuentes y actuaron como tales. Eso explica por qué, en los tiempos
fundacionales, nunca en los círculos gobernantes ni en la intelectualidad
norteamericana hubo una discusión conceptual sobre los temas de los indios, los
negros y la esclavitud.
Todos los debates fueron coyunturales y pragmáticos.
Lo mismo que ahora.