Internacional
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Migración y militarización
Carlos Montemayor
La Jornada
En 1996, cuando el Partido Republicano celebró su convención en San Diego, el
entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, Robert Dole, afirmó que
de triunfar en esas elecciones ordenaría a las fuerzas armadas participar en la
lucha antinarcóticos. El general Barry McCaffrey, en ese entonces zar
antidrogas, se opuso; consideró un grave error exponer al ejército estadunidense
al inmenso poder de corrupción del narcotráfico y a desviarlo de sus funciones
primordiales de seguridad nacional. A muchos nos resultó paradójico que se
opusiera a que las fuerzas armadas de su país participaran en la lucha
antinarcóticos y en cambio aceptara y exigiera que las de América Latina sí lo
hicieran. ¿Por qué al zar antidrogas le parecía natural que nuestros ejércitos
se expusieran al inmenso poder de corrupción del narcotráfico y el suyo no?
La visión del general McCaffrey, cuando aún se desempeñaba como comandante en
jefe del Comando Sur (y así lo sugirió en la Reunión Ministerial de Defensa de
las Américas del 24 de julio de 1995), era que durante el siglo XXI los
ejércitos latinoamericanos tenderían a convertirse en una especie de fuerzas de
complemento que pudieran coordinarse con aquello que en el futuro sería el único
cuerpo propiamente militar del continente: el ejército estadunidense. El imperio
no quería ya invadir; requería de la docilidad de fuerzas complementarias o de
apoyo.
Ahora, ¿por qué el presidente Bush decidió enviar a la Guardia Nacional a
fortalecer las funciones de la Patrulla Fronteriza para contener a los migrantes
indocumentados?
El sentido que los migrantes indocumentados han ido adquiriendo para los
políticos, los periodistas y el pueblo estadunidense no es tan simple como
nosotros quisiéramos ver. Necesitamos recordar que el 27 de marzo de 2002 la
Suprema Corte de Estados Unidos emitió un fallo aplicable a todos los
trabajadores sin documentos, mediante el cual se legalizaba en realidad una
nueva forma de esclavitud. La Suprema Corte de Estados Unidos dictaminó que los
migrantes indocumentados no tienen derecho a demandar a empresas que hayan
violado la ley por despedirlos o castigarlos al ejercer sus derechos básicos. Lo
resolvió así en el caso del trabajador mexicano José Castro, cesado junto con
otros tres obreros por la empresa Hoffman Plastic Compound, en Paramount,
California, en 1989.
Con ese fallo, Estados Unidos envió un mensaje importante a países como el
nuestro acerca de la modernización de las legislaciones mundiales en materia
laboral. En apariencia, el modelo globalizador sólo se proponía abaratar la
contratación y, sobre todo, el despido de trabajadores. Con ese fallo vemos
ahora que se trataba de abaratar el trabajo en todos los órdenes: en el
trabajador "legal" y en el "ilegal".
Ahora, el presidente de Estados Unidos convoca a la Guardia Nacional para
defender el territorio de ese país en la frontera sur. Aquí no se expondrá la
Guardia Nacional al formidable poder de corrupción del narcotráfico, por
supuesto. Tampoco se trata de un cambio de criterios en la lucha contra el
narcotráfico mismo. ¿Por qué la Guardia Nacional cumplirá funciones
complementarias con la Patrulla Fronteriza en el control del paso de inmigrantes
indocumentados que son potenciales esclavos?
Desde hace tiempo, las elites políticas estadunidenses, no solamente las del
Partido Republicano, sino también las demócratas y una abrumadora mayoría de
medios, han dado peculiar sentido a las manifestaciones y al flujo de estos
migrantes indocumentados: el de invasores del territorio, el de avanzada en una
nueva guerra de invasión. Días antes de las recientes manifestaciones de
migrantes en Los Angeles y en las principales ciudades de Estados Unidos, las
radiodifusoras de lengua española insistieron a los manifestantes que no
salieran a la calle con banderas mexicanas ni con símbolos que los vincularan
con México ni con la devoción guadalupana. Pedían, sugerían, recomendaban por
todos los medios portar solamente banderas estadunidenses. ¿Por qué? Porque ya
en ocasiones anteriores la radio, las revistas, la televisión, la prensa
escrita, habían explotado las numerosas imágenes de manifestantes que portaban
banderas mexicanas, estandartes guadalupanos o incluso camisetas del equipo de
Guadalajara como reales y peligrosos invasores instalados ya en Estados Unidos.
Por tanto, con esta visión, la defensa territorial en la frontera sur se
convierte en patriótica. A esa precisa "autodefensa" convocan los medios, los
políticos y el presidente Bush. Las guardias civiles y la Patrulla Fronteriza
cumplen ahora en verdad tareas patrióticas al defender el territorio
estadunidense de otra guerra aparentemente sofisticada: la migración ilegal.
Ahora bien, los trabajadores "ilegales" o indocumentados son millones de
personas que no gozan de cabal protección de sus derechos laborales, pero que
son solicitadas y recibidas por numerosas fuentes fabriles, agrícolas,
turísticas o domésticas de Estados Unidos. Son trabajadores a quienes se les
rechaza la legalidad de su trabajo, pero no su trabajo. No quieren situar la
migración como resultado de varias circunstancias socioeconómicas ni como un
proceso social de vectores complementarios: el desempleo en México (en gran
parte provocado por el orden que imponen las políticas económicas y
globalizadoras actuales, de las que Estados Unidos es uno de los grandes
responsables) y la oferta inmensa de empleo para indocumentados en Estados
Unidos que beneficia enormemente su economía misma.
Si el objetivo del gobierno de Estados Unidos fuera controlar y regular a fondo
la migración de indocumentados, podría conseguirlo con el control y la
regulación de todas las compañías y productores que emplean y explotan a estos
trabajadores. En vez de ello, el gobierno de Bush y los medios de aquel país los
tornan criminales. Considerarlos "invasores" de su territorio fortalece en el
ánimo del pueblo estadunidense la idea de la autodefensa y la certidumbre de que
esta es una guerra. O mejor aún, que se trata de la misma guerra que Estados
Unidos sostiene en todos sitios contra el eje del mal, contra el terrorismo y
los ataques al mundo. Por ello el presidente Bush convoca a la Guardia Nacional.
Por ello los propios migrantes buscaron defenderse con la bandera de Estados
Unidos; salieron a la calle protegiéndose con la bandera de Estados Unidos.
Porque sabían que la de México no los protege desde hace tiempo. Mucho menos un
gobierno como el de Vicente Fox, que celebra como "un día maravilloso" la
declaración de guerra contra los trabajadores indocumentados que Estados Unidos
explota.